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miércoles, 5 de julio de 2017
Prisioneros de guerra ‘pilas’ en bolivia.
El 12 de junio se cumplió un nuevo aniversario del cese al fuego de la Guerra del Chaco, uno de los mayores conflictos del siglo XX en el mapa de Latinoamérica. Librada entre Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935, la contienda se tradujo en una disputa territorial que significó la movilización de 250.000 soldados bolivianos y 120.000 paraguayos, con un saldo de 2.000 prisioneros “pilas” en Bolivia y 20.000 compatriotas capturados por el Ejército de Paraguay. El 18 de julio de 1935, en Puesto Merino, ubicado en la tierra de nadie camino a Villa Montes, se produjo el primer encuentro entre los comandantes de ambos ejércitos que de ahí en más acordarían el intercambio de sus prisioneros.
Según las crónicas de la época, los oficiales y soldados prisioneros bolivianos habían sido trasladados hasta Asunción, la capital paraguaya, en algunos tramos a pie y el resto en camiones pequeños, con enfermedades infectocontagiosas, maltratados y sin una alimentación adecuada. Tristes revelaciones para quienes ya tuvieron que soportar duros combates, más aún si pertenecieron al propio bando. Pero, situándose en las botas del otro, cabe la pregunta: ¿cómo fueron derivados los “enemigos” hacia territorio nacional? Según el libro del paraguayo Horacio Sosa, 50 Años después. Recuerdos de la Guerra del Chaco, los uniformados del vecino país fueron recibidos con una metralla de agravios de parte de los combatientes bolivianos una vez en sus manos. “¡Pilas cobardes! ¡Patapilas! ¡Gallinas argentinas! Tales los insultos que nos endilgaban a gritos los soldados, y aún los oficiales, con los que nos cruzábamos en nuestro camino. Y frente al Puesto de Comando del coronel Bernardino Bilbao Rioja, de los insultos pasaron a los hechos. Nos desnudaron: camisas, pantalones y zapatones eran minuciosamente examinados so pretexto de que éramos traicioneros y cobardes y que no había que descuidarse porque podríamos tener granadas de mano o cuchillos”.
A decir del teniente paraguayo Eulogio Recalde, él y sus soldados fueron conducidos vía aérea desde el fortín Ballivián en el trimotor Chorolque hasta Villa Montes, de ahí en el trimotor Bolívar hasta la ciudad de Tarija, de esta ciudad a Villazón en camiones, y desde ahí por vía férrea hasta Oruro, ciudad donde permanecerían una semana. Según el historiador orureño Mauricio Cazorla M., estos prisioneros que habían librado la batalla de Cañada Strongest en su camino hacia la ciudad de La Paz estuvieron alojados en el cuartel Modelo, actualmente regimiento Camacho. Muchos de ellos pasaron a ser empleados en trabajos de apertura de caminos y otros fueron trasladados a las minas por la escasez de mano de obra debido al conflicto. Como curiosidad, Cazorla afirma que el trabajo estaba bien remunerado, “les pagaban bien o igual que a los peruanos y chilenos residentes en el lugar; inclusive con mejor salario que a los bolivianos”.
El historiador también dice que algunos contingentes de prisioneros se quedaron en la ciudad dedicados a obras públicas. “Algunos pocos que quedaron en Oruro se los ocupó en la pavimentación de calles y obras menores, como arreglo de tuberías de alcantarillado y de conexión de agua. Siempre llamó la atención su fisonomía y su lenguaje guaraní que era desconocido en la ciudad. No se conoce de romances”, señala el testimonio, aunque es de dominio, dice Cazorla, que una paraguaya fijó su residencia en Oruro y se casó con un paisano, junto a quien formó su familia.
El resto de prisioneros, en su camino a la sede de gobierno, fue transportado en vagones del ferrocarril hasta la localidad de Viacha. El mayor Sinforiano Herbas, a cargo de los prisioneros, permitió allí la entrada de un grupo de periodistas, cuya recepción fue descrita de la siguiente manera: “Se nos recibe amablemente, traspuesto el umbral se ofrece a nuestra vista una abigarrada multitud de soldados paraguayos. Muchos llevan las frazadas envueltas al cuerpo; parte de la dotación del Ejército boliviano, la ropa de campaña con que han caído prisioneros está en buen estado, es de un tono color azul verdusco claro. Una buena parte de estos soldados prisioneros carece en absoluto de ropa interior, de tal manera que llevan el uniforme sobre la carne”.
Asimismo, un corresponsal del periódico La Razón manifiesta su curiosidad en la visita al cuartel de Viacha, al observar a un conjunto de prisioneros, de rasgos diferentes, de quienes afirma que eran “indios” del mismo corazón del Chaco, “que no saben hablar castellano, que ellos mismos ignoran si son paraguayos o bolivianos. Son ‘indios’ lenguas chulupis, matacos, que ahora figuran como prisioneros paraguayos”. En el mismo periódico hacen referencia a la llegada de los 2.000 prisioneros paraguayos a la ciudad de La Paz con la siguiente descripción: “A las 13.30 llega desde Viacha el convoy de vagones a la Estación Central, en medio de un imponente silencio. Esperaban en los andenes el jefe del Estado Mayor Auxiliar, general Blanco Galindo, el coronel Gonzales Portal, el teniente coronel Candia, y el teniente coronel Brito del Ministerio de Guerra. En las afueras de la estación se encontraban algunas góndolas y carros ambulancia que debían trasladar a los heridos y enfermos”, escribe el periodista Zacarías Monje. Según añade, todos los vagones estaban custodiados por10 soldados; los primeros en bajar fueron los jefes y oficiales que cayeron prisioneros en Cañada Strongest y después los que se encontraban en el pueblo de Quime.
“Los tenientes coroneles Candia, y Brito saludaron al mayor paraguayo César López, oficial de la más alta graduación entre los prisioneros y le manifestaron que por gracia especial del Estado Mayor se le dispensaba de desfilar con los prisioneros, siendo trasladado en auto al Colegio Militar en compañía del teniente coronel Candia”.
Recibimiento
Una vez que se produjo la llegada de los soldados dentro del mayor orden y silencio, se dio inicio al desfile de los prisioneros encabezados por un pelotón de carabineros, a quienes seguía un grupo de jefes y oficiales cautivos, entre los que se hallaba el capitán Joel Estigarribia y los tenientes Ortigoza y Russo Padín.
Costos. Oficialmente el 18 de julio de 1935 los generales de ambos ejércitos, José Félix Estigarribia (Paraguay) y Enrique Peñaranda (Bolivia), se reunieron en Puesto Merino y firmaron la paz. La Guerra del Chaco había terminado con un trágico saldo de 90.000 muertos.
La avenida Tarapacá, la calle Comercio, la plaza Pérez Velasco, las calles Murillo, Ayacucho, Mercado, Loayza, y la avenida 16 de Julio iban a ser las arterias por donde circularía la procesión de soldados cautivos. Lo amargo de la jornada, según las mismas crónicas, ocurrió cuando los combatientes forasteros se vieron expuestos a ojos extraños. “Aparecen las secciones de hombres que parecen pálidos, como los jefes y oficiales. Chorreados, desmirriados; muchísimos vienen abrigados con ponchos de lana y frazadas del Ejército boliviano, que han recibido de caridad. En todo el trayecto se oyen voces de compasión y curiosidad; pero invade la tristeza, están desnutridos, famélicos y esqueléticos. El desfile ha sido a lo largo de callejones humanos como si las gentes hubieren querido proteger a los paraguayos. Después, paso a paso, hasta el Colegio Militar, hasta el final de la avenida Arce”, escribe el periodista Monje, de La Razón.
En el libro 50 Años después… se documentan otros datos como “la comida era buena, pero por un tiempo seguían tratándonos de ‘pilas cobardes, ‘patapilas’, ‘cojudos’, etc. Nos demoraban la correspondencia, o no nos las entregaban. A veces, y sin razón alguna, nos encerraban y por semanas no nos permitían las salidas al patio”. Otro de los relatos de un oficial paraguayo no identificado explica que por actos de indisciplina, un grupo fue trasladado a la cárcel de San Pedro, donde fueron víctimas de humillación y constantes “baldazos de agua fría”. En el libro Memorias de un prisionero de guerra, del excombatiente boliviano Nery Espinoza Mier, se recoge un sentimiento acerca de la llegada de los soldados foráneos, en la que destaca “la ansiedad del pueblo por conocernos y entre los más ansiosos se veían a los ‘cholos’, que se mostraban muy furiosos, con deseos de lincharnos. Sin embargo, en los balcones había mujeres impresionadas por el acto; se secaban los ojos y con el mismo pañuelo saludaban a los que desfilábamos”.
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