A quella mañana hacía frío en La Paz. La víspera había llovido y el cielo estaba encapotado. El clima parecía presagiar la tragedia. Algunos empezaron a llegar antes del mediodía. A las dos de la tarde estaban todos los convocados.
Era el 15 de enero de 1981, día de la infausta reunión de la Dirección Nacional Clandestina (DNC) del MIR, en la calle Harrington del tranquilo barrio paceño de Sopocachi. Fueron nueve los que acudieron a la fatal cita.
Seis meses antes, un general de voz ronca derribó con un golpe cuartelario a la presidenta constitucional Lidia Gueiler. Su ministro del Interior se ufanaba diciendo que los opositores debían caminar con el testamento bajo el brazo.
Los operadores ya habían mostrado su brutalidad al torturar y asesinar, cuatro meses antes, al sacerdote y periodista Luis Espinal. El día de la asonada cobraron la vida del político e intelectual Marcelo Quiroga, del diputado Carlos Flores y del dirigente minero Gualberto Vega.
El 15 de enero del año siguiente le tocó el turno del sacrificio a esa pléyade de jóvenes que dirigían la organización más activa y eficaz del movimiento popular y democrático empeñado en reconquistar las libertades. La contraparte del sacrificio fue el comienzo del fin de las dictaduras militares en Bolivia.
"Yo llegué días antes a Lima con Alfonso Camacho y Artemio Camargo para participar en una reunión del partido entre dirigentes del interior y los que estaban temporalmente en el exilio. Había que coordinar la respuesta a las medidas de ajuste y al probable gasolinazo que preparaba la dictadura”, le contó alguna vez a este cronista, Ernesto Araníbar que era el coordinador de la DNC dentro del país.
El destino de Artemio
En medio del evento, que iba a durar varios días, los dirigentes que quedaron en La Paz convocaron con urgencia a Artemio Camargo, el líder minero de mayor autoridad que militaba en el MIR.
Alfonso Camacho recordó después con pesadumbre: "No fui capaz de convencer a los reunidos de que Artemio se quedara hasta el final del cónclave. La ocasión era irrepetible para establecer la estrategia de terminar con la dictadura; además, tenía un sostenido presentimiento de que la represión quería acabar con nuestro compañero minero”.
Sin embargo, se impusieron las urgencias. El dirigente partió de Lima a Juliaca, en avión, para reingresar al país por tierra. Su destino ya estaba escrito.
Al término de la reunión, en la madrugada del 16 de enero, tres dirigentes, Camacho, Araníbar y Raquel Jimeno (la Baturra), estaban en el aeropuerto limeño para viajar y alcanzar las zonas fronterizas por donde reingresaron al país.
Los requirieron por altavoz. Era Óscar Eid con la cara destemplada. Les comunicó que el viaje debía ser abortado pues "algo grave había pasado con los compañeros”. La reunión se reinició con Paz Zamora, Eid, Toño y Ernesto Aranibar, Alfonso Camacho, Fernando González y otros más.
Una amiga del partido, diplomática francesa, hizo un viaje de ida y vuelta a La Paz, trayendo la información precisa de lo ocurrido. Se alzó una idea unánime: la lucha por acabar con la dictadura debía elevarse al nivel de la entrega de los mártires.
Ese día y las jornadas posteriores, algunos de ellos volvieron al país, a reorganizar sus filas. Paralelamente, desencadenaron un aluvión de denuncias que tuvo su eco en todo el mundo: la dictadura terminó aislada.
Arcil Menacho y una joven militante
Amalia Anaya, dirigente universitaria que tenía responsabilidades en el aparato de la clandestinidad, recuerda esa jornada: "La viví con desconcierto, dolor, indignación y miedo. Sabíamos que el trabajo clandestino era peligroso. Ahora comprendimos que lo que querían era exterminarnos”.
El desconcierto era porque los nombres no coincidían con los de los dirigentes. Recordó, entonces, que ellos portaban documentos de identidad perfectos, pero con nombres falsos. Ella había ayudado a conseguirlos semanas antes.
"Estuve en Oruro para habilitar los carnets, con la ayuda de un capitán de Policía”. Éstas y otras acciones la pusieron en la pista de los represores. Los dirigentes determinaron que debía exiliarse. Arcil Menacho la acompañó a la frontera. Ninguno de los dos sabía entonces que el abrazo de despedida sería el último. El día del crimen ella estaba en Lima.
EL CORAJE DE LA SOBREVIVIENTE
Hombres de civil algunos, uniformados otros, con capuchas varios, ingresaron disparando en el pequeño departamento de la calle Harrington. Seis compañeros murieron al instante, los otros fueron rematados minutos más tarde; ninguno de los jóvenes estaba armado. La única sobreviviente fue Gloria Ardaya. Su coraje y rápida reacción la llevó a esconderse debajo de la cama del dormitorio. El cuerpo de uno de los compañeros cayó al suelo al borde del mueble. Gloria tuvo la entereza
de arrastrarlo unos centímetros para cubrirse, apegándose a él.Los asesinos arrinconaron en esa habitación a sus víctimas. Tardaron varios minutos preparando la escena del crimen como si
se hubiera tratado de un enfrentamiento Mas tarde, descubrieron el cuerpo de Gloria, temblando y semiinconsciente. Pasó un infierno de golpes, torturas e interrogatorios. Resistió, y cuando ya estaba exhausta y a punto de romperse, una gran presión internacional propiciada por sus compañeros del exilio logró salvarla otra vez de la muerte. Fue expulsada del país semanas después.
EL PRINCIPIO DELFIN DE LA DICTADURA
Al contrario de lo que pensaron sus plani Gloria Ardaya,la única sobreviviente,junto al expresidente
Hernán Siles Zuazo. Ingeniero, responsable político del MIR en Oruro. Dirigente minero de la Central
Obrera Boliviana.Profesor universitario de La Paz. Docente de la UMSA , responsable del frente universitario del MIR. Dirigente universitario de la UMSS de Cochabamba.Capitán de la Policía Boliviana,responsable político de La Paz.Economista, responsable del Frente de Profesionales del MIR. Responsable político de Pando.ficadores, el asesinato masivo dio mayores
energías democráticas a los bolivianos. Un nuevo compromiso transversal de lucha se
estableció en la sociedad encabezada por el movimiento popular y democrático. Incluso
en el seno del Ejército oficiales institucionalistas optaron por sublevarse. Una sola consigna se levantó entonces: acabar con la dictadura narcotraficante. No pasó mucho tiempo hasta que el país
con su movilización consiguió el objetivo de reconquistar la democracia. El 10 de octubre de 1982 juró al cargo de Presidente Constitucional el doctor Hernán Siles Z u a z o.
La sangre de los caídos pavimentó los sólidos caminos de la libertad y la democracia.
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domingo, 25 de enero de 2015
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