Buscador

lunes, 9 de octubre de 2017

DETALLES DE LOS DUROS MOMENTOS QUE PASARON LOS JÓVENES SOLDADOS BOLIVIANOS AL ENFRENTAR A LOS CAMARADAS DEL CHE



Julio Clavijo Guzmán, tendido en el suelo boca abajo, monta guardia frente a un cañadón por donde tienen que cruzar los guerrilleros. Tiene 17 años y apenas soporta el hambre y la sed, además de los rayos del sol que caen inmisericordes sobre él. Está ansioso, no sabe qué pasará. Sostiene el fusil. Está listo para jalar el gatillo en cualquier momento…

De pronto escucha un ruido de hojas secas aplastadas y su corazón late apresuradamente. En vez del hombre que se imaginó, del guerrillero al que tendrá que matar, aparece la cabeza de una enorme boa que con su lengua bífida toca el punto de mira del fusil, balanceándolo suavemente… de milagro, el animal desciende por donde llegó. ¿Clavijo? Se desmaya por la impresión. Dice que esa emoción sobresaltó su vida hasta 20 años, y que no podía dormir.

Él estuvo en la Primera Compañía del Regimiento Sucre II de Infantería. Combatió en la reyerta de Taperillas, donde el suboficial Guillermo Torres fue herido por un guerrillero que sorprendió a todos en el campamento cuando escapaba de sus captores. Como lo intimidaron para que se rinda, abrió fuego hiriendo a Torres y a otro soldado.

“En esos momentos uno siente terror, pues no sabe qué pasará”, relata Clavijo a ECOS. “El suboficial Torres gritaba ‘¡no quiero morir!’, ‘¡no quiero morir!’. Era desesperante, no sabíamos qué hacer”. Cuenta que al día siguiente llegó un helicóptero para recogerlo, pero… Torres ya había muerto.

“Tuvimos que soportar temperaturas de más de 40 grados, el sol, la lluvia que caía durante varias horas y a campo abierto; la picadura de insectos, que incluso depositaban huevos en nuestros cuerpos, teníamos que quemar nuestra piel para que los animales salgan. Yo me acordaba de mis padres y veía como en una película todo lo que había hecho en mi casa y cómo muchas veces despreciaba algunos alimentos”.

Según este ex combatiente, desgraciadamente nadie reconoce todo lo que tuvieron que pasar ellos por defender la patria. Aun así se sienten orgullosos de haber contribuido a la defensa de la soberanía nacional. Dice que su compañía fue la primera en utilizar los trajes camuflados de combate en el país.

La guerrilla del Che

En 1967, los bachilleres no podían ingresar a la universidad sin libreta militar. Como incentivo, para que cumplan con el servicio obligatorio, el Gobierno redujo el tiempo a tres meses solo para ellos. Así, un gran contingente de adolescentes ingresó a los cuarteles.

En ese contexto surgió en el sureste del país un foco guerrillero internacional comandado por Ernesto “Che” Guevara; se desarrolló entre marzo y octubre de 1967. Guevara estaba convencido de que este era el país que tenía las mejores condiciones para hacer la revolución.

Los muchachos que cumplían su servicio militar asumieron la defensa de la soberanía frente a la guerrilla. Pero, ¿en qué condiciones lo hicieron?

De acuerdo con el relato de cinco beneméritos chuquisaqueños de la guerrilla de Ñancahuazú, las condiciones en las que defendieron la patria fueron muy desiguales: ellos eran novatos, nunca habían estado en la selva, tenían poca instrucción militar, carecían de armas modernas (solo fusiles Mauser) y una precaria alimentación. En cambio, según la versión de los ex combatientes, los guerrilleros tenían mucha experiencia porque habían participado en diferentes contiendas y poseían armamento moderno y automático.

Ya conocemos la experiencia vivida por Julio Clavijo Guzmán. Ahora, veamos la de otros cuatro beneméritos. Todos ellos eran muy jóvenes cuando tuvieron que enfrentar a la guerrilla del Che. Ahora son septuagenarios (o casi) y, a la luz del tiempo, cuentan a ECOS lo vivido en primera persona:

Tomás Tudela Tapia

Ingresó al cuartel del Regimiento Sucre II de Infantería a los 18 años y asegura que no había soldados antiguos, ni reservistas de la categoría 1966; solo músicos que controlaban a los recién llegados.

A un mes de estar en el cuartel, Tudela escuchó de un movimiento sospechoso por el sudeste boliviano, dato que fue confirmado por el prisionero Salustio Choque, que apoyaba a la guerrilla, tras su captura. Así, tuvieron la certeza de que existía un grupo armado, pero desconocían su ideología y su procedencia.

Después de un mes de instrucción elemental en el manejo de armas, la Primera Compañía de soldados de dicho regimiento, conformada por cinco escuadras, cada una con nueve soldados, partió a lo desconocido.

Luego de una refriega en Taperillas, retornó a Sucre. En esa escaramuza falleció el suboficial Guillermo Torres, resultó herido el soldado Espada y cayó prisionero el guerrillero Jorge Vásquez Viaña.

Con esas noticias, oficiales que estuvieron en la Escuela de las Américas, en Panamá, del Regimiento Ranger de Challapata y otros, entrenaron contra guerrillas a la Segunda Compañía de Morteristas, a la cual pertenecía Tudela.

Así, un 13 de mayo de 1967, partieron a la zona de combate 47 soldados. Cuando llegaron al Bombeo, en Monteagudo, el Ejército les dotó de botas y prendas de combate camufladas y cambiaron su armamento. Estaban mejor preparados que la Primera Compañía.

Ingresaron a Taperillas, donde hicieron el rastrillaje correspondiente y se encontraron con varios regimientos, como los Alumnos de la Escuela de Clases, el Regimiento Bolívar, Regimiento Manchego, el Centro de Instrucción de Operaciones en la Selva del Beni, los Paracaidistas, entre otros.

“En ese tiempo se efectuaban las famosas ‘operaciones’, que consistían en reuniones de todas las unidades que estaban separadas por diferentes lugares para coordinar un ataque a los→ →guerrilleros detectados; sin embargo fracasaban, seguramente, gracias al servicio de inteligencia que tenían los guerrilleros. Después de reunirnos en un determinado lugar y llegar al sitio para atacar, ya no encontrábamos nada. Entonces el Alto Mando Militar cambió de táctica, definiendo que unidad que se encuentre cerca del enemigo entable el combate y la persecución correspondiente”, narra Tudela a ECOS.

En ese momento solo había un grupo de guerrilleros con experiencia en combate. “Practicamos la táctica de emboscada, que ellos utilizaron con el Ejército boliviano entrenando desde tiempo atrás en esos lugares, mientras que los soldados bolivianos éramos novatos y no conocíamos nada”, sentencia él.

Joaquín Ávila Bravo

Perteneció a la Cuarta División. Cuenta que cuando se enteró de la presencia de guerrilleros en el sudeste de Chuquisaca fue al Ejército, junto con 43 voluntarios, el 3 de marzo. Tenía 18 años. Le faltaba uno para salir bachiller. “Me presenté por una situación familiar, lamentablemente perdí a mi madre y a mi padre y pensaba que la vida ya no tenía sentido, porque me había quedado solo”, relata con lágrimas en los ojos.

Como Ávila ya tenía algo de experiencia, le dieron la misión de recorrer Muyupampa y Monteagudo (la condición era que sea del lugar y tener parientes en la zona). De esa manera se enteró de que eran comunistas que al parecer se presentaban como geólogos que habían ido a estudiar la tierra para crear una cooperativa.

El 23 de marzo ocurrió el primer choque. Al día siguiente Bravo salió de Camiri rumbo a Choreti, al mando del mayor García Meza, para internarse en Pirirenda.

Se enteraron de que la misión de los “hombres raros” era apoderarse de las zonas petrolíferas. Pirirenda se ubica en la ruta Camiri-Santa Cruz, Camiri-Sucre y Tatarenda, en la zona de Bombeo. Sin embargo, lograron detenerlos y hacerlos retroceder.

Esa vez, ocurrieron tres choques: el primero fracasó por la poca visibilidad debido a la espesa neblina. Ávila dice que había dos periodistas en el lugar, José Luis Alcázar y un francés que tenía carta libre para ingresar a todas las reuniones. Se cree que era un espía y que se internaba en la selva para poner al tanto a los guerrilleros de todo lo que sucedía.

“Curiosamente, pese a que me enfrenté a ellos, nunca los vi de frente: solo los veía correr o escuchaba sus gritos. La gente nos tildó de asesinos porque éramos más numerosos, pero carecíamos de su experiencia pues ellos participaron en grandes combates en otros países. Sin embargo, aprendimos y pusimos en práctica sus tácticas; ellos nos emboscaban en un cañadón y desde la altura nos gritaban ‘¡ríndanse, soldaditos!’. No podíamos verlos. Quedé con traumas, hasta ahora no permito que una persona esté detrás de mí”.

Roberto Vedia Ramírez

Fue destinado a la Cuarta División del Batallón de Camiri en 1966, cuando tenía 19 años. “Antes solo íbamos al cuartel los provincianos y los estudiantes que querían servir a su patria, no iban así por así nomás los de familias aristocráticas”, manifiesta Roberto Vedia Ramírez.

Tras cumplir con el servicio militar se fue como telefonista al puesto Guapoya. Ahí, un hombre le informó que había “gente extraña” entre Monteagudo y Muyupampa, por el sector de Taperillas, Ticucha e Ipitimiri.

Obedeciendo la orden del comandante Urquieta, Vedia, junto con ocho soldados que estaban a su cargo, partió de Camiri rumbo a Muyupampa, en busca de esos hombres, de los que se decía que eran cazadores en busca de pieles de animales. También que ellos ofrecían a los pobladores dólares a cambio de sus animales, propuesta que rechazaban porque desconocían el valor de la moneda extranjera.

El 2 de abril, entraron a un cañadón de La Overa guiados por el paceño Salustio Choque Choque, que antes de caer prisionero de los soldados trabajaba con los guerrilleros.

Siguiendo con la narración de Vedia, una vez dentro del cañadón no podían comunicarse usando las radios (antiguas, de la época del Guerra del Chaco) y por equivocación fueron bombardeados por los aviones bolivianos. Supieron eludir el ataque, pero cuando retornaban otra vez fueron bombardeados. Fue entonces que decidieron usar unas pañoletas anaranjadas para que los identificaran. Nuevamente llegaron cinco aviones y soltaron un paquete con una nota indicándoles que avancen por el cañadón mientras ellos les acompañaban por aire.

Al acercarse a un campamento un guía paceño casi escapa y decidieron dificultar su paso colocando piedras en su mochila. En ese lugar, Choque les dijo: ‘tomen precauciones’, y les indicó dónde se apostaban los centinelas. Así ingresaron al campamento donde los guerrilleros comían la última mula que tenían; ellos huyeron del lugar como pudieron.

Los soldados se quedaron en el sitio unas dos horas para alimentarse con su ración seca. Choque les aconsejó salir lo antes posible porque los guerrilleros volverían en cualquier momento.

Cuando dejaron el cañadón, unos 400 metros más allá encontraron los cadáveres de siete de sus pares que habían caído en la refriega del 23 de marzo. En el lugar se encontraron con otro regimiento, pero recién al día siguiente pudieron sacar a los muertos. “Es mentira que haya ido la Cruz Roja, nadie iba a esos lugares, nosotros los sacamos”, asegura Vedia, que sobrevivió tres emboscadas y con suerte fue liberado luego de haber estado prisionero.

Roberto Huaylla

A los 19 años fue soldado del Regimiento Sucre II de Infantería. Roberto Huaylla dice que gracias a la valentía de los soldados en la guerrilla, ahora Bolivia es libre, soberana e independiente.

Sin embargo, “desde hace 50 años no somos reconocidos por nadie, nos sentimos huérfanos y hasta humillados. No había razón para que maten a tantos camaradas, lo único que hacíamos era defender a la patria; desgraciadamente nos tocó ser partícipes de ese evento, pero estamos orgullosos de haber empuñado un arma para defender la patria”, señala.

Luego, Huaylla sentencia: “Cumplimos con ese deber sin pertenecer a ningún partido político. Es importante que se dé valor al soldado boliviano y se reconozca que esa fue la única batalla que el Ejército boliviano ha ganado en los últimos años. Este gobierno nunca nos hará un homenaje, más bien ensalza a quienes mataron a sus soldados”. •

No participarán en los actos oficiales organizados por el Gobierno

Los beneméritos y excombatientes de la guerrilla de Ñancahuazú no participarán hoy de los actos del 50 aniversario de la muerte en Bolivia del líder cubano-argentino anunciados por el Gobierno. Ellos festejarán el triunfo de las Fuerzas Armadas con la entrega de un mural en una plaza de Santa Cruz, donde están los nombres de todos los soldados y oficiales que defendieron el país de la incursión extranjera. En la guerrilla de Ñancahuazú fallecieron 59 soldados, tres de los cuales eran de Chuquisaca. Hubo muchos heridos y varios quedaron discapacitados.

Se calcula que desde aquella defensa de la patria sobreviven 700 soldados, entre los que se cuentan 88 de Sucre. De estos, seis tienen distintas discapacidades; algunos, hasta hoy, sobrellevan diferentes traumas y otros problemas psicológicos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario