Ante vuestras macanas el enemigo tiembla” es la arenga más poética que Cochabamba ofrendó a la memoria revolucionaria de los pueblos del mundo. La profirió Esteban Arze, el general de ese ejército de cochabambinos desarmados e indisciplinados que infringieron una derrota estratégica a los colonialistas españoles en el altiplano aymara de Haru Uma (Aroma, en castellano), el 14 de noviembre de 1810, exactamente dos meses después de la gran revuelta valluna del 14 de septiembre en ese mismo año.
Aquello de las macanas (armas contundentes de madera bruta) fue real y fantástico. La batalla se produjo cuando el “ejército cochabambino” comandado por Esteban Arze y Melchor Guzmán Quitón se dirigía de Oruro a La Paz para impedir el avance de las tropas realistas desde el Cuzco hacia el sur altoperuano, protegiendo así los territorios liberados por el ejército auxiliar argentino.
Según el abogado y estudioso cochabambino Juan Mejía Coca, la palabra “macana” (que denota algo muy ordinario o precario y de poca factura) tendría una raiz lingüistica quechua. “Habria que esclarecer si eran ‘macanas’ o ‘magh´anas’”, advierte el doctor Mejía. “Los argentinos distorsionaron el término ‘magh´ana’ que quiere decir objeto para defenderse, mal utilizaron esta palabra quechua”.
El choque se produjo en las riberas del río Aroma, a pocos kilómetros de Sica Sica, sobre un terreno donde, según una descripción de Eufronio Viscarra poco conocida, “numerosos conejos semejantes a la liebre (viscachas, nr) establecen en el suelo sus madrigueras en forma de largas y profundas encrucijadas, que se hunden bajo las plantas, produciendo agujeros donde caen fácilmente hombres y bestias. Los españoles, no acostumbrados a pisar un suelo tan accidentado, daban tumbos a menudo, deteniéndose por tal motivo y facilitando el avance de los cochabambinos que evitaban los peligros con su natural agilidad y por el conocimiento que tenían del lugar”.
Según el relato de Viscarra, “instintivamente y sin previo acuerdo, los patriotas adoptaron una táctica harto singular: aprovechando de las concavidades naturales del terreno, de los pequeños barrancos formados por el río de Aroma en su curso caprichoso y de las tolas (arbustos que en esos parajes alcanzan proporciones considerables), se alebraban en el suelo mientras los enemigos hacían sus disparos, y cuando cesaba el fuego se adelantaban rápidamente para acortar la distancia que había entre los contendientes. A las nuevas descargas del enemigo volvían a agazaparse sin retroceder un solo paso y avanzando siempre, hasta que llegó el momento de lanzarse sobre los realistas”.
Entonces las macanas entraron en acción en un cuerpo a cuerpo indescriptible. “Arrostrando serenos los fuegos de la fusilería, descargaban terribles golpes de macana sobre los realistas y les arrebataban las armas para seguir combatiendo con ellas. Los chuzos y los palos que empuñaban vigorosamente, caían sobre los adversarios haciendo saltar en mil pedazos sus cascos y corazas y convirtiendo en esquirlas sus cráneos”.
En los mil encuentros que se sucedían rápidamente, prevalecía, casi siempre, la fuerza muscular de los cochabambinos, que, acostumbrados como estaban a las rudas faenas del campo, manejaban sus garrotes con admirable desenvoltura y pujanza. “Encontróse en algunos sitios, después del combate, a más de un patriota muerto por la bayoneta de un soldado realista; pero cubriendo con su cuerpo el del enemigo muerto también, lo que manifiesta que el independiente, al sentir el frío de la espada en las entrañas, se daba modos para aplastar con su macana la cabeza del adversario, pereciendo ambos en consecuencia. Desconcertado el enemigo ante la pujanza descomunal de los cochabambinos, cejó de sus posiciones y bien pronto se entregó a la fuga para buscar en ella su salvación”. Y así fue que el enemigo tembló.
La Batalla de la Felicidad
Cuando este ejército libertario obtuvo la victoria de Aroma, parecía que la utopía estaba a la vuelta de la esquina, que la felicidad por fin reinaría en estas colonias de tristeza y humillación. Los festejos en Cochabamba duraron oficialmente tres días después del Te Deum de rigor celebrado el 22 de noviembre de 1810.
“Por cuanto la victoria de nuestras armas contra los enemigos de la felicidad común que decretaron la resistencia a los designios de nuestra capital Buenos Aires, obtenida por los campeones de ella en Suipacha y por nuestros esforzados y leales cochabambinos, exige que tributando al Dios de las batallas las más fervorosas gracias por la misericordia con que nos ha protegido, se hagan también demostraciones de nuestro júbilo y complacencia”, reza un bando emitido por el Gobernador de Cochabamba, Francisco del Rivero, el 21 de noviembre de 1810.
Francisco del Rivero había ordenado que “en las noches de este día y las dos siguientes se iluminen los balcones, ventanas, puertas de calle y tiendas, y que en las de mañana y siguientes se procure la diversión pública en celebración de aquellas acciones decisivas de nuestra feliz suerte”.
La crónica de aquel festejo en la narración de Eufronio Viscarra, es efusiva: “Los caminos que conducen a Tarata, Quillacollo y Sacaba estaban atestados de muchedumbres que acudían a la capital para tomar parte en las solemnidades que se verificaban en honor de los vencedores de Aroma, y de jinetes que, en grupos compactos, iban y venían desalados, conduciendo armas y caballos para las nuevas expediciones que se estaban organizando rápidamente, en los momentos mismos en que el delirio de la victoria parecía embargar todos los ánimos”.
Los relatos de la época testimonian que los repiques no cesaron durante 72 horas, y que la campana más grande que existía en la ciudad, la del convento de San Francisco, “tañó de tal suerte que hubo de rajarse, quedando inhábil desde entonces”.
Aroma era una batalla por la felicidad perdida, y la reconquista de esa felicidad en forma de utópica republiqueta fue el mayor logro político y militar de los cochabambinos.
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miércoles, 14 de septiembre de 2016
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