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lunes, 26 de septiembre de 2016
Bolívar casi un semidiós
Mientras más se estudia a Bolívar, mayor es la admiración que se siente por él.
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco era un hombre común, y hasta podría decirse que era físicamente disminuido. Sus primeros biógrafos fueron sus oficiales, aquellos que combatieron junto a él y lo acompañaron en varias de sus campañas, pero estos, al momento de escribir sus memorias, se cuidaron de no ofenderlo.
Uno de sus exedecanes, Daniel Florencio O’Leary, fue lo suficientemente ecuánime como para resaltar tanto sus virtudes físicas como sus defectos. Así, mientras por una parte dice que Bolívar “tenía la nariz larga y perfecta” y “los dientes blancos, uniformes y bellísimos”, por otra afirma que “la boca (era) fea y los labios algo gruesos”.
En cuanto a su estatura, ninguno se atrevió a decir que era alto así que lo más probable es que el retrato que se exhibe en el salón principal de la Casa de la Libertad, pintado en Lima por Gil de Castro, no es precisamente el de “la más grande exactitud y semejanza”.
Fundamentalmente por respeto, la mayoría de quienes lo describen dicen que era de estatura mediana y contextura delgada. “El general Bolívar es delgado y algo menos de regular estatura”, apuntó el primer gobernador de Potosí, Guillermo Miller, mientras que otro exedecán, Luis Perú de Lacroix, escribió que “su estatura es mediana, el cuerpo delgado y flaco”.
Citado por Carlos A. Villanueva en “La monarquía de América”, el capitán Alfonso Moyer señala que “el general Bolívar representa unos 45 años de edad: estatura mediana, cuerpo excesivamente flaco”, en tanto que Eugéne Ney narra que “cuando yo conocí a Bolívar tenía él treinta y cinco años; no era alto pero bien proporcionado y flaco”.
“Bolívar era de estatura mediana; de un cuerpo seco y descarnado”, afirmó José Manuel Restrepo en su “Historia de la revolución de la República de Colombia” coincidiendo con Felipe Larrazábal quien publicó que “el Libertador era de una talla regular” .
El general José Antonio Páez fue bastante respetuoso al señalar que “su estatura, sin ser prócera, era, no obstante, suficiente elevada para que no lo desdeñase el escultor que quisiera representar a un héroe”. Pero otros como John Potter Hamilton fueron más directos al señalar que “personalmente, Bolívar es pequeño, pero musculoso, bien formado y capaz de soportar grandes fatigas”.
En cambio, Robert Proctor, autor de “Narrative of a journey across the Cordillera of the Andes and of a residence in Lima and other parts of Perú, in the years 1823 and 1824”, reconoce la apostura de Bolívar pero su sentencia sobre su estatura es aplastante porque afirma que “es un hombre de talla bastante pequeña”.
Dos personas se atreven a proporcionar medidas: Gustavus Matthias Hippisley y Daniel Florencio O’Leary que, como quedó dicho líneas arriba, prefiere mantenerse equilibrado. Ambos coinciden al señalar que la estatura del Libertador era de cinco pies o seis pulgadas inglesas. Un pie equivale a 0,3048 centímetros, así que una simple conversión revela que su altura llegaba a 1,52 metros.
Pequeña talla, gran determinación
Bolívar podía considerarse un hombre de estatura mediana si se valida la versión de que la altura promedio de los españoles del siglo XIX era de 1,62 pero, comparado con los ingleses (1,66) e irlandeses (1,68) de su ejército, hay que admitir que era pequeño.
El dato refuerza la versión de José Ignacio García Hamilton, que narra la anécdota en la que el Libertador percibe que sus oficiales se burlaban de él por el hecho de que utilizaba un banquito para lograr montar a caballo y, furioso, decide subirse de un salto, como lo hacían los demás. El primer intento fue un estrepitoso fracaso, porque, pese a que tomó impulso y corrió veloz, se estrelló contra la grupa del animal y provocó las risas de la tropa pero, ante la mirada furiosa del jefe, todos guardaron silencio. Lo intentó una segunda vez, y una tercera, una cuarta y quién sabe cuántas veces más con similares resultados. Finalmente, en una acción imposible para un hombre de su talla, logró montar de un salto y arrancó los aplausos de su gente. Si el hecho sucedió, como García Hamilton me lo aseguró en su visita a Potosí, hay que rendirse ante la evidencia de que Simón Bolívar no solo era un hombre terco sino, sobre todo, decidido a conseguir lo que se propusiera.
¿Dónde radicaba su fuerza de voluntad? Mi respuesta está en el dolor que sintió cuando perdió a su esposa, María Teresa Rodríguez del Toro, el 22 de enero de 1803. Para entonces, Bolívar apenas tenía 19 años y perder a su amada, con la que solo llevaba ocho meses de casado, debió ser un golpe demasiado fuerte. Habrá que recordar que el futuro Libertador quedó huérfano tempranamente así que creció ávido de un cariño que sus hermanos nunca pudieron llenar.
Eso lo convirtió en un niño rebelde e indomable al que solo la tragedia pudo doblegar. Ante la tumba de su esposa juró que no se volvería a casar y llenó sus vacíos con las lecturas y la instrucción de su maestro Simón Rodríguez. No es exagerado decir que, si María Teresa no hubiera muerto, Bolívar jamás se habría convertido en el Libertador.
Lleno de energía y con la guía de Rodríguez, se dedicó de lleno a la causa libertaria y no es desconocido para nadie que llegó a desdeñar a la muerte. Otro de sus grandes juramentos fue el que hizo en la cima del monte sacro, en Roma, donde afirmó que liberaría a América del yugo español. También cumplió.
Al referirse a sus habilidades, De Lacroix refiere: “S.E. es ambidextro; se sirve con la misma ajilidad (sic) de la mano isquierda (sic) como de la derecha: lo he visto afeitarse, trinchar y jugar al billar con ambas manos, y lo mismo hace con el florete, del que juega muy regularmente pasándolo de una mano a la otra. He sabido que en algunos encuentros repentinos, en que se ha hallado envuelto, ha peleado con ambas manos y que teniendo la derecha cansada pasaba el sable en la izquierda: su primer edecán, el Jral. (sic) Ibarra, me ha asegurado haber visto obrar así en unas refriegas que hubo en la derrota de Barquisimeto en Nov(iembr)e del año de 13, que fue la primera que había tenido el Libertador, y en la de la Puerta del año 14”.
El principal rasgo de su carácter fue su voluntad para alcanzar lo que se propusiera. Así, y solo así, es posible entender que haya coronado sus múltiples hazañas.
En un estudio para elegir al hombre más importante del siglo XIX, la British Broadcasting Corporation (BBC) estableció que Simón Bolívar peleó en 472 batallas y solo perdió seis de ellas; cabalgó 123 mil kilómetros, más de lo navegado por Colón y Vasco de Gama juntos; llevó las banderas de la libertad por 6.500 kilómetros lineales, casi media vuelta a la Tierra, y recorrió diez veces más distancia que Aníbal, tres veces más que Napoleón y el doble de Alejandro Magno.
No era, entonces, un hombre común sino que, pese a sus limitaciones físicas, llegó a los niveles de un ser superior. Fue lo más parecido a un dios griego para los sudamericanos del siglo XIX, bastante influenciados por los clásicos grecorromanos.
Desde 1813, cuando el cabildo de Mérida le concedió el título honorífico de Libertador, el término se convirtió en una dignidad, una característica más del hombre cuyas hazañas físicas hicieron olvidar su baja estatura y hasta los aspectos más detestables de su carácter. Dejó de ser un hombre y se convirtió en el genio de la guerra, el Libertador… el padre de la Patria.
Bolívar podía considerarse un hombre de estatura mediana si se valida la versión de que la altura promedio de los españoles del siglo XIX era de 1,62 pero, comparado con los ingleses (1,66) e irlandeses (1,68) de su ejército, hay que admitir que era pequeño.
Ante la tumba de su esposa juró que no se volvería a casar y llenó sus vacíos con las lecturas y la instrucción de su maestro Simón Rodríguez. No es exagerado decir que, si María Teresa no hubiera muerto, Bolívar jamás se habría convertido en el Libertador.
LOS HIJOS DEL LIBERTADOR
Tratándose de mujeres, Simón jamás daba un paso al costado. Su desmedido apetito sexual, que algunos historiadores atribuyen a la tuberculosis congénita que mató a sus padres, fue el argumento que muchos utilizaron para atribuirle hijos incluso antes de casarse.
En “Los hijos secretos de Bolívar”, el historiador colombiano Antonio Cacua Prada afirma que el Libertador engendró hasta cuatro descendientes y dos de ellos con la francesa Therése Lesnais o Laisney en el tiempo que vivió en Europa. Uno habría muerto a la tierna edad de diez años mientras que la segunda, pues era mujer, sobrevivió y se llamó Flora Celéstine Thérese Henriette. Debido a que su madre estaba casada con el coronel peruano Mariano Tristán y Moscoso, esa supuesta hija de Bolívar pasó a la historia con el nombre de Flora Tristán y es reconocida no solo como escritora sino también como precursora del socialismo y, fundamentalmente, como una de las fundadoras del feminismo moderno. Además, fue abuela del pintor Paul Gauguin.
Entre otros supuestos hijos del Libertador figuran varios colombianos: Miguel Simón Camacho, nacido de Margarita Camacho de Benalcázar, una nativa de Piedecuesta, Santander; el sacerdote Secundino Jácome, procreado en Cúcuta con Lucía León, y una mujer que hasta llevaba su apellido, Manuela Josefa Bolívar Cuero.
Acerca de Miguel Simón, Cacua dice que sus nietos, Antonio y Manuel Camacho, reconocieron la descendencia de Bolívar en una carta fechada en Quito el 11 de mayo de 1828. Mayor interés despierta Secundino Jácome por dos razones: fue negro y sacerdote. La madre, Lucía León, era esclava de la familia Jácome y no existe una explicación al hecho de que haya conseguido que su hijo alcance el sacerdocio en una época en la que los miramientos sociales tenían un gran peso en las instituciones. Los partidarios de esta versión creen que Secundino pudo estudiar por la ayuda secreta de su padre Simón, pero la mayoría de los historiadores descarta la paternidad del Libertador por incongruencias entre el año de nacimiento del sacerdote y aquellos en los que Bolívar estuvo en Cúcuta.
La historia de Manuela Josefa Bolívar Cuero se basa en una tradición oral de Mulaló, corregimiento del municipio de Yumbo, Colombia, donde el Libertador habría pernoctado en la navidad de 1822. Esa noche, el dueño de la hacienda Mulaló habría entregado a Bolívar a una de sus esclavas más bellas, Ana Cleofé Cuero, quien nueve meses después dio a luz a una niña. Esta versión es todavía más resistida que la de Secundino Jácome y no faltan historiadores como el expresidente de la Academia de la Historia del Valle, Carlos Alberto Calero, que llegó a calificarla como “una fábula”.
Pero el hijo que más dio de qué hablar fue el que habría nacido en Potosí, como fruto de las relaciones que Bolívar tuvo con María Costas, esposa del coronel rioplatense Hilarión de la Quintana. El Libertador estuvo en la Villa Imperial del 5 de octubre al 1 de noviembre de 1825, cuando partió hacia Chuquisaca, y en ese tiempo conoció a María, que tuvo un hijo nueve meses después. A diferencia de los otros, este caso está documentado y prometo hablar de él más adelante.
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