ESTE 24 DE JULIO SE CONMEMORA EL 231 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE SIMÓN BOLÍVAR | OH! TE INVITA A PASEAR POR LA CASA DE CAMPO DONDE EL LIBERTADOR AMÓ A MANUELITA SÁENZ MIENTRAS ESTABA EN BOGOTÁ. LA QUINTA QUE LUEGO SIRVIÓ DE FÁBRICA DE BEBIDAS, COLEGIO DE SEÑORITAS Y HASTA DE MANICOMIO, ES HOY UN MUSEO DONDE EL VISITANTE PUEDE SENTIR A LA PAREJA DISFRUTANDO DE LA TRANQUILIDAD DEL LUGAR.
En junio, la llovizna es perenne en La Candelaria casi tanto como la figura del Libertador. En esa localidad, situada en el centro de Bogotá, se alza una quinta que el gobierno de Nueva Granada, hoy Colombia, regaló en 1920 a Simón Bolívar, en agradecimiento por haberla liberado de España. La casa de una sola planta y rodeada de altos corredores con barandas rojas como el techo sirvió para el descanso del militar venezolano cuando pasaba por Santa Fe de Bogotá y para celebrar por sus victorias.
En 1828, Manuelita Sáenz llegó hasta allí para quedarse con el Libertador, a quien conoció seis años antes cuando éste ingresó triunfalmente en Quito. En la quinta los amantes vivieron algunos de los momentos más tórridos de sus vidas, alejados de los mojigatos que, como es de suponer, criticaron la relación.
El lugar es hoy un museo ineludible para el turista en la moderna Bogotá. No es con exactitud milimétrica el sitio que habitaron Bolívar y Manuelita, pero en él es posible imaginar a la pareja en cada habitación, bajo un gran nogal o paseando entre los cerezos y pinos en las tardes casi siempre grises de la region al pie del cerro Monserrate.
Cualquier taxi amarillo conduce al visitante ávido de historia hasta la Quinta Bolívar. Basta traspasar el pórtico para remontarse a la época colonial y evocar al Libertador con sus férreas botas por el camino de cerámica que conduce hasta la entrada de la casa misma y a doña Manuelita esperándolo con bata de escote prominente y falda barriendo el suelo, lista para algunos de los tantos festines que ella organizó al mismo tiempo que reuniones político-revolucionarias casi secretas.
LOS AMBIENTES
La primera habitación a conocer es el salón de estudios, donde llama la atención la chimenea de mármol blanco y una pintura de Bolívar enmarcada en pan de oro. Al fondo está el gabinete donde firmó la negativa para librar de la pena de muerte a los que atentaron contra su vida en 1828, cuando él era presidente de la Gran Colombia. Cabe mencionar que si bien la mayoría de los muebles y complementos son del periodo colonial, no pertenecieron al Libertador y su concubina sino que son fruto de donaciones y compras de la sociedad municipal que cuida de la quinta; los genuinos están en la bóveda de un banco a la espera de ser regresados a la casa recientemente restaurada.
La visita sigue con un vistazo al espacio donde Bolívar presentó ante la sociedad “al amor de su vida”; precisamente se lo ha denominado como el Salón de Manuelita. Allí la ecuatoriana fue inmediatamente rechazada por su condición de mujer casada y su carácter impulsivo. Los cronistas aseguran que nunca se callaba y que, contrario a lo acostumbrado en la época, participaba de las charlas de los varones con total soltura. Todo aparece explicado a detalle en cuadros instalados en el ingreso a la habitación o son narrados por los guías que acompañan al turista.
Una segunda sala parece custodiada por otro voluminoso cuadro del dueño de casa con una mujer que representa a la América indígena. A los costados hay dos espejos barrocos dorados, instalados según la usanza de los siglos XVIII y XIX, de modo que reflejen la luz de las velas de la araña de cristal y el lugar luzca más iluminado. Otra pared enseña a doña Manuelita en un cuadro más reciente, luciendo la insignia de Caballeresa del Sol que le otorgó el gobierno peruano.
Esta sala tiene dos sofás bien bajitos, parecen incómodos; son de madera y están forrados con terciopelo guindo ribeteados con dorado y gris. Su mesa central de patas un tanto estropeadas sostiene un reloj francés adornado con exquisitas esculturas. Lo más interesante de este sitio, aparte del retrato de la quiteña de piel nivea y ojos grandes, es el pianoforte que servía también de costurero y tocador que, probablemente, le perteneció. Se trata de un artefacto maravilloso y de los pocos que quedan en el mundo.
Al fondo de la casa el comedor luce espléndido. Si antes imaginamos a la pareja de amantes paseando por la casa, ahí podemos escuchar el sonido de las copas de champán, los murmullos de las charlas y hasta las risotadas de la anfitriona. La mesa es larga y ancha, de madera oscura como sus 16 sillas, y en ella descansa una vajilla de porcelana con las iniciales SB. Cuatro puertas a los costados y una al fondo invitan a los verdes jardines casi siempre húmedos. Sus cortinajes son nuevos, pero reproducidos a la perfección según la documentación colonial. De lo alto pende una lámpara de cristal.
El dormitorio está a mano derecha del comedor. Si bien este espacio sirvió para el descanso y las pasiones del Libertador y Manuela Sáez, también lo cobijó en sus días de fiebre y de desilusión. La cama pequeña revela una característica casi desconocida de su dueño: era bajo de estatura, media alrededor de 1,60 m y su amada un poco menos. ¡Difícil de creerlo, pero es cierto! La alcoba tiene, además, un ropero, un tocador de espejo grande, una silla, una mesa y otros complementos, entre los que destaca un baúl con las iniciales de Bolívar obsequiado por la municipalidad de Lima. Allí mismo, sobre otro cofre, reposa una réplica de su espada.
LA ALCOBA DE PALACIOS
El recorrido por la Quinta Bolívar nos lleva a la alcoba del más fiel servidor del héroe venezolano, José Palacios, que primero fue su esclavo y luego, tras su liberación, mayordomo y compañero de batallas. Cumpliendo la promesa que le hizo a la madre de su “amo”, estuvo con él hasta el día de su muerte. Pequeña, con cama también corta, ya se puede deducir la estatura de este personaje.
Para terminar el paseo, visitamos la despensa y la caballeriza, todo tal como si sus encargados estuvieran allí en los afanes cotidianos. Los objetos de la cocina cuentan los hábitos de la población de la época. En el jardín externo, al fondo, está la fuente que el señor de la casa mandó construir para bañarse cada 15 días, como se estilaba en sus tiempos.
Simón Bolívar vivió en su quinta 423 días entre 1826 y 1830, nueve meses antes de morir de tuberculosis en Santa Marta. El lugar fue testigo de grandes acontecimientos, como la instauración de la Gran Colombia y la finalización de campañas libertarias en América. Allí doña Manuelita armó una fiesta para celebrar su cumpleaños aunque él estaba ausente. No importaba. Ella lo sentía en la casa como ahora mismo lo perciben los visitantes mientras la llovizna sigue mojando el cerro de Monserrate.
Datos
IMPORTANTES
• Bolívar regaló la quinta a su amigo José Ignacio París. Luego partió a Cartagena con poco dinero, fruto de la venta de sus alhajas y caballos.
• Manuela Sáenz vivió en Colombia hasta 1834, cuando fue desterrada. Murió pobre, víctima de la difteria, en 1856, en Paita (Perú).
• La Quinta Bolívar está abierta de martes a domingos, de 9:00 a 17:00. La entrada cuesta alrededor de $us 1,50.
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