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lunes, 25 de enero de 2016

1947: Invasión de langostas en Potosí

El año 1947 encontraba a los habitantes de Potosí aún con la conmoción depositada en la memoria colectiva de las acciones sangrientas ocurridas en 1946, fruto de las pugnas de poder entre un sistema de creencias oligárquico y feudal en proceso de agotamiento y una propuesta de modernización nacional capitalista del andamiaje estatal.

El colgamiento del populista Villarroel en La Paz no había resuelto el quiebre histórico al que se encauzaba la sociedad ni había derrotado a los nacionalistas, y más bien, nuevamente se gestaba un proceso de acumulación de fuerzas para el enfrentamiento final. El gobierno de Enrique Hertzog, con una legitimidad destartalada, acudía a la represión brutal como único lenguaje válido de su administración para frenar las revueltas indígenas en el occidente, según lo dejó escrito José de Mesa en su “Historia de Bolivia”, y los aprestos subversivos de los mineros potosinos que, influidos por el pensamiento nacionalista y la tesis de Pulacayo, impulsaban la resistencia y el desacato. Esto, en un proceso de catarsis, se plasmaría después con la insurrección obrera de 1949 y el consiguiente enfrentamiento a la soldadesca de Mamerto Urraliogoita (“El miedo bajo las campanas”, de Luis E. Heredia).

En los cielos de Potosí
Aún así, en aquellos tiempos de convulsión social, de crisis económica y carestía de alimentos los habitantes llevaban una vida normal, como se estilaba. La radio Liberación, en la Alcaldía potosina, difundía a través de sus parlantes ubicados en la entrada superior las últimas radionovelas mexicanas para el deleite de los radioescuchas quienes, al no contar con aparatos propios, solían acudir a la plaza principal y sentarse en la acera enlosetada, acurrucados y aglomerados unos con otros, para paliar la fría noche.

El Comité de Obras Públicas continuaba en sus intentos de conseguir un financiamiento para la construcción de un sistema de alcantarillado para la ciudad. El sistema precario y su inexistencia en la mayoría de los barrios era la única razón por la que una gran parte de los pobladores se veía en la necesidad de acudir en masa a los extensos “muladares” que colindaban con los barrios marginales.

Sin embargo en esa primavera fría de 1947 sucedió un hecho inaudito y fuera de lo cotidiano para los ciudadanos. Una mañana de inicios de noviembre el cielo fue tornándose gris por una nube negra que, al parecer, tenía vida propia y en su avance raudo iba precipitándose hacia el suelo y los tejados de las casas para elevarse nuevamente. Eran mangas conformadas por miles de langostas que, empujadas ocasionalmente por las corrientes de viento y “rompiendo” el estado de sitio gubernamental, vinieron a dar con su existencia a estas zonas altas. La gente, con una mezcla de sorpresa, incredulidad y miedo, no salía de su anonadamiento.

Su tamaño era descomunal comparado a los pequeños saltamontes andinos. Eran cinco veces más grandes y sus colores crípticos de tonalidades verdosas y el chirrido que emitían con sus órganos estridulantes llamaron la atención de los potosinos.

Era la invasión de una langosta cuyo nombre científico es Schistocerca cancellata (Serville, 1838), uno de los pocos orthoptheros celíferos con una alta capacidad de tener varias generaciones y de contar con una fase solitaria y también gregaria, de acuerdo con Ludivina Barrientos Lozano, en “Orthópteros plaga de Brasil”, para la FAO/UN en 2013. En esa última fase, la más peligrosa, se agrupan para conformar grandes nubes destructivas. Su característica de alimentarse de distintos cultivos, acompañada de su plasticidad ecológica, le daba una amplia posibilidad de llegar a lugares distantes.

La curia y las beatas relacionaban la llegada de esta plaga de proporciones bíblicas con uno de los castigos terroríficos y a la vez absurdos de la divinidad por tanta perversión en la que se habían hundido los habitantes de la ciudad.

La derrota de la invasión
Aquellos invasores afectados por el frío y la falta de alimento pagaron caro su osadía. Poco a poco, al pasar unos días, fueron cayendo por todos los techos y apenas se atrevían a realizar algún vuelo, limitándose a dar muchos de ellos unos cuantos saltos, algunos escondiéndose en el follaje de los contados árboles de las plazuelas y los demás extendiéndose como mantos interminables en las calles angostas. Los pobladores no tuvieron problemas en eliminarlos y posteriormente juntaron los cadáveres en calles y plazas, formando montones que iban creciendo con los aportes que llegaban de todas las edificaciones, de los patios y habitaciones de las casas. Después, fueron quemados.

Los niños, entre ellos mi madre, Herminia Paz, eran los principales encargados de la eliminación y recolección de todos los bichejos, a los que cazaban en montones para posteriormente entregarlos a los funcionarios municipales a cambio de un monto muy simbólico. El Alcalde quería mantener aún intocables las exiguas arcas ediles para financiar, en parte, la visita oficial que el Presidente y su numerosa comitiva iban a realizar a la capital potosina para participar de la conmemoración del 10 de Noviembre.

El extraño del saco largo
Una historia pintoresca con que la población explicaba el origen de esta plaga acridoidea es la que relata doña Alcira Medina, profesora jubilada: Coincidiendo con esas fechas, al domicilio de una familia que apellidaba Canelas, ubicada en la plaza San Pedro, llegó un visitante por demás extraño, jamás visto en el barrio y tampoco en la ciudad. Era de contextura ancha y gruesa, alto y con la cara demasiada pálida, semejante al rostro de un actor de cine silente. Su vestimenta: un abrigo de color negro, demasiado largo, que hasta daba la impresión de anclarse en el suelo.

Con sombrero también negro y pipa en mano solía salir a explorar el barrio sin dar conversación. Toda la vecindad entre susurros y a media voz atribuía a este visitante circunstancial la culpabilidad de la aparición de la plaga, así como también le responsabilizaban de la representatividad de alguna fuerza maligna o diabólica.

Festín en el campo
Antes de llegar a su destino la plaga acabó con la producción de papa y cultivos de hortalizas en las zonas de las pampas de Lequezana y en Betanzos. En Millares, a 98 kilómetros de la ciudad de Potosí, cuentan los pobladores que al atardecer una nube negra hizo su aparición por el fondo de la quebrada del río Mataca, dirigiéndose aceleradamente hacia la población, acompañada de un ruido parecido al que hace el granizo al acercarse.

Cayeron con una fuerza inusitada sobre los huertos, arrasando con todo lo que estaba sembrado. Las mujeres, al ver semejante cuadro, salían apresuradamente a las puertas exteriores de sus casas arrodilladas, pidiendo entre sollozos, rezos y gritos el fin de semejante castigo, mientras que los hombres se organizaban para combatir a las langostas prendiendo cuanta fogata podían.

De alcance nacional
El periódico El Diario del 7 de noviembre anunciaba al país que “en Santa Cruz, Chuquisaca, Potosí, Cochabamba y Tarija se han hecho presentes las langostas habiendo arrasado completamente los sembradíos y las cosechas, esta plaga se presentó con caracteres nunca vistos”.

El apoyo argentino no se dejó esperar. Llegó el anuncio del envío de “drogas langosticidas” y dos técnicos para organizar la estrategia de lucha.

Las pérdidas fueron tales en dichos departamentos que el Gobierno, mediante una ley del 24 de noviembre, declaró la moratoria durante un año de los créditos adquiridos en el Banco Agrícola y el Banco Central de Bolivia por todos los hacendados afectados, según el ministro de Agricultura Eduardo Tardío, entrevistado por El Diario de La Paz el 11 de noviembre de 1947. Asimismo, destinó alrededor de 1 millón de bolivianos para combatir este terrible azote.

El Gobierno, fiel a su tradición autoritaria, fundamentó la lucha contra la plaga en la fuerza del ejército, cuyos efectivos, ataviados en trajes de combate y con todo el implemento militar, se movilizaron en camiones de guerra hacia los campos infestados. El arma privilegiada a utilizar a propuesta de Mister Duff, administrador oficial de The Bolivian Railway, fue el lanzallamas, un arma eficaz utilizada por las wermachts alemanas en las batallas callejeras de Estalingrado durante la II Guerra Mundial.

Eso se puede evidenciar en una entrevista al propio L.V.K. Duff, en El Diario del 18 de noviembre del mismo año.

Sin embargo, la organización de la lucha contra la plaga no estuvo acompañada de una movilización social que comprometa fundamentalmente a la amplia mayoría campesina originaria. Las acciones punitivas del Estado en defensa de los hacendados habían alejado la participación de este gran segmento social en el altiplano y los valles.

El 24 de noviembre de 1947 Hugo Arancibia, director del Departamento de Sanidad Vegetal, se quejaba a la prensa de que los indígenas, con el pretexto de desarrollar sus ritos religiosos, en un acto inaudito de rebeldía y conspiración se convertían en aliados de la plaga, transportando en amarros y bolsas a las langostas desde las zonas afectadas hasta las tierras de los hacendados, donde aún las mangas no habían siquiera llegado. De esta manera, esa acción hizo que la plaga sorteara los obstáculos geográficos y llegara hasta los campos de poblaciones tan distantes como Tupiza.

Carácter continental
Esta plaga, cuyo origen según varios autores fue el noroeste argentino, territorio de lo que se denomina en términos entomológicos como la “zona de cría permanente”, logró extenderse en 1946 y 1947 a gran parte de Sudamérica. María Marta Cigliano y Sandra Torrusio, en su artículo “Sistema de Información Geográfica y Plagas de Insectos”, publicado en Revista Ciencia Hoy, de Buenos Aires (1999), refieren que el noroeste argentino comprende a las localidades de La Rioja y Catamarca.

Después de acabar con los sembradíos argentinos, la plaga afectó a los campos de Uruguay, paseando por la geografía charrúa hasta alcanzar la capital, Montevideo; destruyó los cultivos de cereales, maíz, frijol y caña en el sureste brasileño, más propiamente en los estados de Río Grande do Sul y Santa Catarina. También invadió el Chaco paraguayo.

Actualmente, se conoce que existe todo un programa de control para mantener a la plaga en estado inofensivo; sin embargo, la constante expansión de la frontera agrícola con monocultivos, impulsada por la gran propiedad agroindustrial y acompañado del cambio climático mundial, puede generar que nuevamente el motor de la selección natural conduzca a una emergencia incontrolable de la Schistocerca cancellata.

* Es ingeniero agrónomo, presidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Potosí.

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