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jueves, 13 de abril de 2017

Las clases sociales y la gente de la antigua Tarija



La Tarija de antaño tenía personalidad, tenía bien definidas sus reglas, normas, tradiciones y fe, era una ciudad en la que todo habitante tenía designado su espacio y desde entonces ya se hablaban de clases o estratos sociales, aunque estos no muy definidos o marcados y mucho menos merecidos, según relata Agustín Morales, en su libro “Estampas de Tarija”.

Para Morales, las diferencias sociales eran mínimas, pero pese a ello no se podía negar que existía cierta división de clases, no muy marcadas como en otras ciudades, pero sí notorias. Afirma que no se podía hablar de gente de abolengo, o alta alcurnia, aunque las principales familias poseedoras de bienes y fincas, constituían lo que se llamaba como “la capa pudiente” y se caracterizaba por apellidos conocidos entroncados entre sí.

“La sociedad”
Ellos formaban una urdimbre social que las unía en aquello que la gente común identificada como “de la sociedad”, confundiendo este amplio concepto para un grupo reducido o algo así como pequeña élite.
Aquella gente no era orgullosa ni poseedora de títulos, rancia nobleza o privilegios, simplemente se destacaba por los apellidos conocidos de claro origen español, posiblemente descendientes de los colonizadores. Se trataba de gente sencilla en su mayoría, y si es que alguna diferencia la distinguía, era que poseían una buena casa y alguna finca en el campo, que tampoco podía decirse le daba riqueza, era simplemente “gente acomodada”.
Esta gente era la que habitaba principalmente la parte central de la ciudad y tenían casas grandes, amplias; incluso algunas de dos pisos, pero sin ningún estilo destacado y casi todas con su buen jardín en el patio principal. En esos domicilios se jactaban por las plantas ornamentales y sus flores, sus lindos naranjos y toda la vegetación que rodeaba el patio. Cuenta que incluso, la mayoría de estos hogares tenían un segundo patio, huerta o huertillo, más al fondo, donde se encontraban los infaltables corrales para aves, animales domésticos y cuadrúpedos.
“Esta clase social no vivía espléndidamente ni poseía lujos; cuando mucho contaba con un espacioso salón alfombrado, piano, amplio comedor, salas-dormitorios, su buena habitación para cocina y horno, así como bien provista despensa. En casi todas las casas se acostumbraban amplios corredores o galerías decorados con macetas y plantas”, describe Morales.
Así, de esa forma el autor de Estampas de Tarija, afirma que en aquellos tiempos en Tarija no había ricos. Según él sólo había “pudientes”. Ahora bien, relata que aparte de los señores Navajas, Trigo, Blacud, Paz y algunos más que fueron comerciantes o prestamistas, pocos podían ser considerados como ricos, porque los más apenas tenían fincas rústicas que les proveían para la despensa y proporcionaban poca renta para vivir holgadamente.
Esta “sociedad” fue más característica entre las mujeres, pues eran las que procuraban guardar las diferencias, debido a un falso orgullo femenino que por pertenecer a tal o cual familia o vivir en el centro, se consideraban en cierto modo algo mejor que el común de las gentes.
En cambio entre los hombres esta distinción casi no existía, pues estos no tenían a menos reunirse con cualquier persona de las demás capas sociales y hasta habían muchos “caballeros” que llevaban una doble vida, alternando a ciertas horas sólo entre sí en el Club Social o lugares céntricos, para luego en otras reunirse con las simpáticas mujercitas de polleras o “machos” conocidos como “cholitos”, pero que sean hábiles para los juegos (taba, gallos, caballos) y las “guitarreadas”, acompañadas de rica chicha o generosos vinos.
Entre los muchachos, especialmente aquellos que tenían entre ocho y 12 años, nunca hubo diferencias sociales de ninguna clase, incluso en el vestir casi todos eran iguales. Donde había una absoluta amalgama era en la escuela y en los juegos infantiles; porque los menores, en su sana inocencia, no podían pensar y mucho menos obrar con diferencias de clases.
“Todos fuimos iguales y nos caracterizábamos por el barrio donde vivíamos; tan completa la diferencia hacia las capas sociales que inclusive muchos hijos de las sirvientas alternaban con los patrones en un mismo plano de igualdad; muy bien me acuerdo a este respecto de los amigos ‘camión’, el ‘sapo’ de los Arce, el negro ‘cocoliche’ de los castellanos y varios otros”, relata.

La clase media
Morales explica que después de esa “sociedad” existía una clase intermedia que estaba constituida por la gente de menos recursos; que si bien tenían sus casas más modestas, chicas o pequeñas propiedades, no gozaban de rentas como para poder vivir de ellas sin mayores preocupaciones.
Esta “clase media” estaba constituida por empleados públicos y particulares, pequeños negociantes y artesanos destacados. Él cataloga a su familia como parte de este sector de la sociedad, aunque dice que eran pocas las ocasiones en que él notaba alguna diferencia social con la capa superior.
“Solo nos separaban los escasos recursos de nuestros padres; fuimos la clase pobre, pero no proletaria, una clase media que posiblemente era auténtica heredera de los primeros pobladores españoles, estaba esparcida por toda la ciudad”, define.

El “grueso” del pueblo
Y por último, se encontraba aquella capa social más extensa, aquella que era constituida por vendedores, artesanos y trabajadores modestos que formaban el “grueso” del pueblo y habitaban en los barrios de San Roque, parte del Molino, “Las Panozas”, “La Pampa” y los “extramuros” de la ciudad. En este grupo social las mujeres se caracterizaban por vestir de polleras y los hombres llevaban el traje más sencillo.
En su mayoría, los trabajadores considerados artesanos tenían sus talleres en tiendas sobre las calles principales, caracterizándose ciertos lugares por ocupaciones o gremios, así en la primera cuadra de la calle Camacho, abundaban los talabarteros, oficio muy cotizado porque se usaban mucho los arreos de cuero como monturas, estribos, frenos, alforjas, etc. En la siguiente cuadra de la misma calle abrían sus talleres los plateros o joyeros.
En las cuadras adyacentes a la plaza principal tenían sus talleres los peluqueros, fue una profesión mixta, porque mientras esperaban a los barbudos, cosían polleras, siendo por consiguiente “peluqueros-polleros”.
Otra secta artesanal frondosa estaba constituida por los sastres, parece que desde remotos tiempos se había trasmitido por generaciones el oficio dentro de una sola familia, porque casi la mayoría de las sastrerías fueron de “Maestros Sánchez”, pero el patriarca de todos era don Martín.
Los zapateros tenían sus talleres en zonas un poco más alejadas del centro y había que visitarlos porque se acostumbraba mandar hacer zapatos “a medida”. Luego venían los carpinteros, que según recuerda Morales, no eran muchos. También estaban los lateros u hojalateros, con sus talleres esparcidos por los barrios y finalmente estaban los hombres que eran considerados, los más fuertes y musculosos, los herreros, que tenían sus talleres en zonas un poco alejadas del centro.
“No puedo decir que existía en la Tarija de antaño una señalada división social, pues la gente en su generalidad era sencilla, bondadosa, cordial, siempre dispuesta a la sana conversación, intercambio de noticias y franca amistad”, advierte.
En su mayoría estaban vinculadas, sino por la sangre o parentesco, por aquella buena costumbre de unirse espiritualmente mediante el compadrazgo, vínculo fraterno que tenía mayor solidez que el mismo parentesco consanguíneo; fue común el nombrarse o hacerse compadres o comadres con cualquier motivo; bautismos, confirmaciones, matrimonios, evangelio de la iglesia y por la torta o regalos, si hasta existían días especiales para hacerse compadre do comadre mediante el intercambio de regalos sencillos, de modo que la mayoría se llamaba recíprocamente “cumpa” entre los hombres y más aún las mujeres casi todas resultaban “comadres”, y para esto sí que no habían diferencias sociales.

Los chapacos
Finalmente, no considerados como una clase o estrato, estaban los chapacos, a los que Morales describe como gente buena, sencilla, modesta pero no tonta. Eran aquellos que frecuentaban la ciudad, procedentes de las campiñas y comarcas próximas, como Tomatas, El Rancho, El Monte, Yesera, Santa Ana, San Jacinto, San Gerónimo, San Luis, Tablada y Tabladita, Tolomosa y Tolomosita, Churquis y Guerrahyaco, La Victoria y no así de las provincias..
El autor de Estampas de Tarija los describe en generalidad como personajes de tez trigueña, altos, de cabellos negros y buena complexión, barba llena. Las mujeres regularmente simpáticas, pero no tanto como las de la provincia Méndez, blancas y muy buenas mozas.
Los hombres venían de la ciudad trayendo sus productos cargados en costales sobre caballos o burros y también traían leña liadas con sogas de cuero, siempre en burros. Era gente respetuosa, tímida y acostumbrada a no desprenderse de sus acémilas.

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