Como la demanda marítima boliviana, la Guerra de las Malvinas (1982)
supuso la reivindicación argentina por reponer aquello que consideran un
resarcimiento histórico en el país austral. El origen del conflicto fue
el intento por parte del vecino sureño de recuperar la soberanía de las
islas, a las que las Naciones Unidas consideran actualmente territorios
en litigio entre Argentina y Gran Bretaña, pero que se encuentran bajo
administración de este último. Lo que poco se sabe a 35 años de aquel
conflicto es que 25.000 bolivianos que radicaban en el norte de la
vecina república se ofrecieron como voluntarios para colaborar en
diferentes tareas durante el lance.
Todo comenzó con la “Operación Rosario”, bautizada así en honor a la
Virgen del Rosario, el 28 de marzo de 1982, cuando en la base Naval de
Puerto Belgrano se embarcaron fuerzas militares argentinas con la misión
de recuperar aquellas islas del Atlántico Sur. La historia cuenta que
en la madrugada del 2 de abril, ya en suelo malvinense, el destacamento
se dividió en dos grupos: el más numeroso al mando del capitán Guillermo
Sánchez Sabarots, el cual comenzó una larga marcha hacia el cuartel de
los británicos “Royals Marines” en Moody Brook; el segundo liderado por
el capitán Pedro Giachino, que buscó la casa del gobernador Rex Hunt.
El equipo de Sánchez Sabarots llegó a Moody Brook y confirmó que el
mismo estaba desocupado. Poco después, comenzaron los disparos en Puerto
Argentino y tras algunas escaramuzas, la “Operación Rosario” había
terminado en victoria y las islas Malvinas bajo soberanía argentina
luego de 150 años de usurpación. Posteriormente empezó la “verdadera”
guerra, que se inició el 1 de mayo con un bombardeo aéreo inglés al
aeropuerto de Puerto Argentino y la inmediata réplica de la Fuerza Aérea
Argentina, que hacía su histórico bautismo de fuego.
La guerra les costó la vida a 649 personas —entre ellos oficiales,
suboficiales y jóvenes de 18 años que cumplían el servicio militar— y
mutilaciones y heridas a casi 1.300, además de secuelas psicológicas que
llevaron al suicidio a más de 350 excombatientes.
Al poco tiempo, el 26 de mayo, una solicitada del periódico bonaerense
La Razón reportó desde Salta, provincia limítrofe con Bolivia, que el
Gobernador, el capitán de navío Roberto Augusto Ulloa, el Centro
Boliviano de Salta y la Federación de Excombatientes de la Guerra del
Chaco informaban sobre 25.000 bolivianos que se habían ofrecido como
voluntarios en el conflicto, aunque nunca llegó a confirmarse una real
participación de éstos. Lo cierto es que 74 días después de aquel 2 de
abril, en medio de hostilidades y combates en el frente externo, y de la
crueldad del clima de las islas, del hambre, de la violencia de buena
parte de los mandos, de la imprevisión y de los obsoletos recursos
armamentísticos en el frente interno, las tropas argentinas se rindieron
ante las británicas.
La guerra les costó la vida a 649 argentinos —entre ellos oficiales,
suboficiales y jóvenes de 18 años que cumplían el servicio militar—, y
mutilaciones y heridas a casi 1.300, además de secuelas psicológicas que
llevaron al suicidio a más de 350 excombatientes. Posteriormente se
supo que Perú, uno de los pocos aliados efectivos de Argentina, no solo
la apoyó militarmente, con acciones de inteligencia y mediante el envío
de una docena de aviones Mirage M5-P, en ese entonces casi nuevos
eludiendo radares chilenos que actuaban apoyando la inteligencia
británica, sino también con pilotos, instructores, pertrechos militares,
misiles y medicinas. Los citados aviones fueron vendidos a Argentina a
dos millones de dólares cada uno en plazos muy amplios, aunque su precio
era de 20 millones de dólares por avión.
Perú fue uno de los pocos leales a Argentina a la que apoyó
abiertamente durante el conflicto (hoy en día se habla de un apoyo extra
de pilotos y de más misiles Exocet por parte de Perú), y también es un
hecho que los peruanos movilizaron su Fuerza Naval hacia el sur de su
frontera ante una eventual intromisión de Chile en favor de los
europeos. El 25 de enero de 2012, a 30 años de la guerra, la presidenta
argentina de aquel entonces, Cristina Fernández de Kirchner, anunció la
conformación de una comisión para la reapertura y el conocimiento
público del “Informe Rattenbach”, un documento confeccionado en 1982
cuya finalidad era analizar y evaluar el desempeño de las Fuerzas
Armadas argentinas en el conflicto bélico. En una parte de dicho informe
se encuentra escrito cómo los comandantes argentinos maltrataban a sus
propios soldados, especialmente a los oriundos del norte argentino.
El 26 de mayo de 1982, una solicitada del periódico bonaerense La Razón
reportó desde Salta, provincia limítrofe con Bolivia, que 25.000
bolivianos se habían ofrecido como voluntarios en el conflicto.
Mediante aquel escrito se supo que en esa época, muchos bolivianos o
hijos de bolivianos radicaban y cumplían su servicio militar en Salta y
Jujuy, esta última también limítrofe con Bolivia, los cuales con solo 17
y 18 años fueron obligados como muchos otros jóvenes a ir a la guerra
con Gran Bretaña. El periodista y escritor Daniel Kon, autor del libro
Los chicos de la guerra, si bien no hace referencia y diferencia a los
jóvenes por nacionalidad, es quien deja entrever que muchos conscriptos
de origen boliviano fueron maltratados y lucharon por las islas
reclamadas.
Así, el país, al igual que muchos otros latinoamericanos, también había
entrado en la retórica de envío de soldados para apoyar a la Argentina
en el conflicto; el actual embajador boliviano en Buenos Aires, Liborio
Flores Enríquez, por ejemplo, era piloto de la Fuerza Aérea Boliviana
(FAB) y uno de los primeros en presentarse como voluntario para ir a
Malvinas. Pero el caos que se vivía bajo la presidencia del general
Celso Torrelio Villa, que había sido previamente ministro de Luis García
Meza, vinculado al narcotráfico, tampoco dio pie a nada muy notable.
La de 1982 no era la primera vez que Bolivia se mostraba a favor de
Argentina en su reclamo. La inaugural invasión inglesa a las islas en
1833 provocó la inmediata reacción del Mariscal Santa Cruz, por entonces
presidente de Bolivia quien, enterado del caso, mandó una carta
protestando por el acometimiento, dejando en claro que Bolivia solo
reconocía a la República Argentina como unidad territorial sobre las
Malvinas. Fue el primer país en reclamar por la invasión. La carta fue
dirigida a la reina de Inglaterra y a su primer ministro, con copia a
Buenos Aires. El resto es historia conocida.
Con datos de: cdrproductora.com, www.rebelion.org E islasmalvinas.wordpress.com.
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