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miércoles, 5 de abril de 2017

“La vieja recova”, el primer mercado de la ciudad de Tarija



Uno de los lugares de máxima concurrencia en la antigua Tarija fue la vieja recova, el mercado, que era el único lugar de aprovisionamiento y de obligada visita diaria del pueblo.

De acuerdo al escritor Agustín Morales, allí iba la gente en busca de lo indispensable para la vida cotidiana. Cuentan que se trataba de una edificación antigua de un solo piso, construida en el siglo pasado, con viejas tiendas sobre las calles y en su interior había semiderruidos corredores, sostenidos por gruesos pilares de adobes.
En la ancha puerta principal de la calle Bolívar existía un umbral de madera labrado con el nombre del Coronel Magariños y una fecha del año 1800 y tantos, seguramente como recuerdo de quien lo construyó.
La recova estaba dividida en dos patios, existiendo en el centro del primero una fuente circular de agua, donde se proveía la gente de la vecindad. Éste lugar era de preferida reunión y comadreo de las “mochas”, sirvientas y aguateros, que coqueteaban sin tregua.
De acuerdo al escritor, más al centro estaban las carnicerías, que más parecían cárceles por sus anchas rejas. Ahí estaban los carniceros, gente muy “mentada”, como los hermanos Severiche, Castillo, Delgado, Alvarado y otras familias, que ejercían la venta de este principal alimento.
Berta Molina de 80 años cuenta que los más atentos y solícitos vendedores llamaban a sus conocidas “caseras” con ruegos y súplicas como aquellas de: “mamita, venga, mire esta “ahujilla” ¡de linda!; venga patroncita, llévese esta maravilla, ¡mire de gorda!, le voy a dar con “hartu corriu”, etc.
Pero cuentan que en temporadas de escasez se transformaban en unos “tigres”, se hacían los sordos, los que no escuchaban los ruegos ni reclamos de sus clientes. “Pero en general eran buena gente, dicharachera, chistosa y llena de interesantes modismos a fin de vender sus carnes”, dice Berta.
El escritor relata en su libro “Estampas de Tarija” que no faltaba la buena “yapa” y la “Kiucha” o el “bofe p’al gato” como regalo consabido para no perder la clientela. Explica que esto sumaba un buen pedazo de medio kilo gratuito. “La linda carne gorda, escogida, bien pesada y a elección costaba “dos reales y medio” y la corriente apenas llegaba a costar real y medio”, explica Agustín Morales en su texto.
Berta cuenta que en los corredores que colindaban hacia la puerta principal, estaba el “reparto”, es decir el lugar adonde llevaban los propios dueños sus productos para venderlos sin intermediarios. Relata que esto hacían muchas veces con ayuda de los vigilantes o comisarios municipales.
“Todo allí se vendía mucho más barato que en otros lugares; habían medidas especiales como zurrones, que eran unas vasijas de cuero para medir papas y otros productos”, recuerda.
Detalla que el “zurrón” de la mejor “papa ojosa” costaba “un real” y el de “collareja” “medio” y eran como tres kilos. Sobre la gente del lugar Agustín Morales describe que existía entonces un viejito vigilante, el único uniformado a la francesa, de apellido Galarza, que decía haber sido expedicionario del Acre.
Agrega que había también; un comisario a quien llamaban “mono pintacho” y un terrible cobrador de “canchaje” de apellido Illescas. También había dos o tres comisarios famosos por su energía o complacencia cuando había “huaycas” en las que el pueblo se desgañitaba para que le vendan un “zurrón” de papas o unas lindas ajipas que llegaban al “reparto”.
Cuentan que en los corredores laterales de la recova estaban ubicadas las clásicas “cateras” (extensión del quechua kcattu), quienes vendían al menudeo toda clase de víveres.
Era tradicional el económico sistema de los “cuartillos”. Había mujeres muy conocidas y populares por sus sobrenombres, como las “monteñas”, la “sarca”, la “suipacheña”, etc.
El pleno patio servía para que se “asienten” los chapacos que traían frutas u otros comestibles en costales, “chipas” o grandes canastas “zapas”. Allí había para escoger de lo más barato y mejor, previa “probada”, lo que era un anticipo – unidad o pedazo – para cerciorarse de la buena calidad. Esta costumbre aún se mantiene.
De acuerdo a Agustín Morales todo en aquellos tiempos fue barato, así la fruta como ser duraznos, peras o higos, se vendía en unas medidas de canastas cilíndricas por “medio” y hasta “cuartillo”; las naranjas eran cinco por un “real” y dos por “medio”; los huevos tres por un “real” y así todo fraccionado, abundante y baratísimo. Había épocas en que las vendedoras rogaban implorando para que se les compre.
En el segundo patio detrás de las carniceras se “asentaban” chapacos que venían de lejos y metían sus cargas “burros y todo”; allí había para escoger y regatear por mayor y menor. En un costado se sentaban las “comideras” con sus inmensas y humeantes ollas o enormes “pailas” de chicharrón. También éstas llamaban a los comensales ofreciendo “probada”, que era un previo plato gratis. “Tironeaban de sus ponchos o mantas a los campesinos para que probaran sus ricas viandas”, cuenta Berta.
Ya afuera de la Recova y en la media cuadra comprendida desde la esquina de la calle Sucre, sobre la Bolívar, se asentaban las “sanlorenceñas”, que en tiempo de frutilla traían su agradable fruta en unas canastas llamadas “cestas”. Vendían la fruta por libras y a cierta hora después de almuerzo, rogaban o iban de puerta en puerta ofreciendo sus ricas frutillas. Pero relatan que ellas se apuraban para el retorno porque tenían que hacerlo a burro o a pie. “Se trataba de unas exquisitas frutillas grandes, fragantes, jugosas, como nunca más volví a ver iguales en ninguna otra parte”, recuerda Berta.
En suma nuestra vieja Recova fue un centro de bullanguero colorido, un poco sucia, descuidada, pero siempre abundante y barata; a los años, o sea después de la Guerra del Chaco, recién fue reconstruida y modernizada por el alcalde Isaac Attié.

La refacción
El escritor Bernardo Trigo en su libro “Las tejas de mi techo” dice que el sitio llamado “Recova” estaba ubicado en la manzana poniente de la plaza Luis de Fuentes, donde actualmente se levanta el edificio de la Gobernación. Trigo expresa en su libro que el general Magariños cuando desempeñaba el cargo de Prefecto de este departamento, concluyó la obra. Por lo que en el umbral de la puerta de ingreso (calle Sucre) se leía la siguiente inscripción: “Al general Magariños en gratitud de este pueblo-año 1844”.
Luego de esto transcurrieron 89 años sin que la mano de los tarijeños hubiese tratado de refaccionar la obra de Magariños. Hasta que Isaac Attié en el año 1932 refaccionó el viejo mercado. La obra implicó una total remodelación y fue entregada en 1933.

recuerdos del antiguo mercado

La fuente
Las fuentes eran de preferida reunión y comadreo de las “mochas”, sirvientas y aguateros, que coqueteaban sin tregua. Pero además los niños encontraban en ellas un buen lugar de diversión.

Venta de frutilla
Ya afuera de la Recova y en la media cuadra comprendida desde la esquina de la calle Sucre, sobre la Bolívar, se asentaban las “sanlorenceñas”, que en tiempo de frutilla traían su agradable fruta en unas canastas llamadas “cestas”.

Isaac Attié
Hombre trabajador, en 1929 presidió el Concejo Municipal y posteriormente fue elegido como Honorable Alcalde Municipal, cargo que ejerció durante 12 años, incluidos los de la Guerra del Chaco. Fue él quien refaccionó la recova

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