A finales del siglo XVIII en México y en Lima se habían establecido sólidos baluartes del poder español central, y los movimientos independentistas se vie-ron en serias dificultades de continuar con la noble causa libertaria, debían enfrentar a aguerridos ejércitos realistas que se le oponían de manera eficaz porque estaban mejor organizados y dotados de los mejores armamentos, tuvieron también que afrontar en la mayoría de los casos a la despiadada represión que ejercieron hom-bres como Pablo Morillo y Goyeneche que ahogaron en sangre el fervor patriótico de los insurgentes.
El momento propicio para las aspiraciones de los agobiados precursores de las gesta libertaria lo dio la caída de España en poder de las fuerzas francesas de Napoleón. Habiendo cesado el legítimo rey en el mando, se consideró caduco el mandato de los virreyes y demás autoridades designados desde Madrid. Por consiguiente el “poder majestas” inherentes a la soberanía, se revertía al pueblo. Entonces se promovieron, en el caso de Buenos Aires “ad referendum” de los pueblos del virreinato y en otras ciudades en cabildos abiertos, en los cuales se nombraron juntas de gobierno que asumieron el poder “a nombre de Fernando VII”. Esta aparente lealtad al rey de España cautivo en Bayona, constituía una actitud cautelosa que disimulaba y difería de los verdaderos propósitos de renovar el sistema de gobierno existente, o bien lograr la independencia definitiva.
La reacción del poder central, una vez restablecido Fernando VII en el poder, tratando de aplastar tales pretensiones, dio lugar a un rompimiento absoluto con el gobierno de España, declarándose guerra sin cuartel contra los monarquistas y leales a la Corona española.
El Alto Perú no estuvo al margen de estas aspiraciones, que en sus inicios muchos insurgentes pagaron con sus vidas en el patíbulo las pretensiones de ver estas tierras libre de la opresión española.
Es así que el 16 de julio de 1809, estalló en la ciudad de la Paz un movimiento libertario liderado por don Pedro Domingo Murillo, que depuso a las autoridades españolas y religiosas, y después un cabildo dio a conocer un documento llamado proclama de la Junta Tuitiva que expresaba la liberación de las tierra del Alto Perú del dominio español.
La proclama se expresaba en estos términos:
“Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria, hemos visto con indiferencia por más de tres siglos, sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto, que degradándonos de la especie humana, nos ha reputado por salvajes y mirado como esclavos. . .
Ya es tiempo, pues, de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad, como favorable al orgullo nacional del español. Ya es tiempo de organizar un sistema de nuevo gobierno, fundado en los intereses de nuestra patria, altamente deprimida por la bastarda política de Madrid. Ya es tiempo en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin en el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía”.
De esta manera se instalaba en el Alto Perú el primer gobierno libre de hispanoamérica.
Tras la revolución el virrey del Perú, Fernando de Abascal alarmado por estos acontecimientos envió sin demora al sanguinario José Manuel de Goyeneche al mando de 5.000 hombre hacia estas tierras y no tardó en aplastar la revolución. Los patriotas se dividieron, Murillo huyó a los Yungas, pero en Zongo fue tomado preso a causa de una traición, otros patriotas como Gabriel Antonio Castro y Manuel Victorio García Lanza murieron decapitados en las selvas de los Yungas de La Paz por los soldados del realista Tristán, las cabezas de los dos insurrectos fueron ex-puestas en sitios públicos.
En tanto, otros patriotas, con ellos Murillo, esperaban en sus celdas la fatídica sentencia en La Paz. Finalmente, la fría mañana del 19 de enero de 1810, nueve hombres agobiado por el sufrimiento marchan en silencio hacia el patíbulo. Murillo antes de ser ahorcado sobre el tablado lanza una vibrante sentencia: “Compatriotas, la tea que dejo encendida, nadie la podrá apagar”. Si bien es cierto que el gobierno autónomo establecido por Murillo y sus seguidores fue de efímera duración, no tardaron los pueblos altoperuanos en levantar el estandarte de la libertar hasta lograr la independencia definitiva de la opresión española.
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