Los balazos en la cabeza acabaron con la vida del líder de la oposición boliviana en abril de 1959. La autopsia encargada por el gobierno estableció la hipótesis de un suicidio, refrendada por una comisión de expertos contratada por la OEA. Pero pocos lo creyeron y la versión de un asesinato enervó a la población, rebelando a la juventud que seguía a Oscar Únzaga de la Vega, cautivada por su arrojo frente a la corrupción y el matonaje del proceso revolucionario.
Aquel día cumplía 43 años y ese fatal natalicio lo encontró en una casa de la Zona Norte, desde donde tomaría el poder. Todo estaba previsto, pero el Ministro de Gobierno, Walter Guevara Arze, estaba enterado de lo que iba a suceder. Únzaga había sido traicionado
La vida de Únzaga permanece cubierta por una espesa bruma de dudas sobre sus propósitos e ideología. Sus adversarios políticos lo borraron de la historia al considerarlo incompatible con el proceso de la Revolución Nacional, salvo en el papel de “enemigo” y catalogaron su partido, FSB, entre las tendencias totalitarias del siglo XX. Pero nadie puso en duda su honestidad y patriotismo.
Fue prototipo de un nuevo tipo de político latinoamericano de esencia cristiana, dispuesto al sacrifico por ideales superiores, que no buscaba el poder por los placeres que éste otorga. Fundó un partido de clase media pretendiendo una revolución social no marxista ni sangrienta. Bajo la influencia del pensador francés Jacques Maritain, a su vez seguidor de Santo Tomás de Aquino, su doctrina se basó en la posibilidad de que todos los seres humanos vivan en la tierra como hombres libres y gocen, en respeto mutuo, de los frutos de la cultura y del espíritu.
ENTRE GUERRAS
A lo largo del medio siglo XX, la suerte de Bolivia estuvo atada al poder político y social de una minoría criolla, patriota y honrada pero colonialista, expresada en los partidos Liberal y Republicano, atados ambos a la actividad minera andina, mirando desdeñosos al mayoritario componente quechua, aimara y camba.
La guerra con el Paraguay por el dominio de regiones petroleras en el suroriente, juntó en las trincheras a blancos, mestizos e indígenas. Allí Únzaga perdió a su hermano y entre los grandes militantes falangistas estuvieron el Coronel Manuel Marzana, héroe de Boquerón y el Mariscal Bernardino Bilbao Rioja, defensor de Villamontes.
Del Chaco salieron las ideas que animaron a la logia militar Razón de Patria (RADEPA, fascista, 1934), el Partido Obrero Revolucionario (POR, trotskista, 1936); la Falange Socialista Boliviana (FSB, socialcristiana, 1937), el Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR, stalinista, 1940); y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR, nacional-socialista, 1941). Los hombres de todas esas siglas querían transformar socialmente el país.
La alianza RADEPA-MNR-FSB, tomó el poder (1943), pretendiendo incorporar a los indios en la vida nacional. Eran los años de las II Guerra Mundial y los aliados USA-URSS desbarataron tal revolución, considerándola “pro-nazi”. El Presidente Gualberto Villarroel fue asesinado por hordas del llamado Frente Antifasista y el poder regresó al esquema anterior liberal-republicano al que se sumaron los comunistas.
LA REVOLUCIÓN
Siles Zuazo y Únzaga de la Vega lucharon juntos contra el restaurado régimen colonial y compartieron el exilio en Chile (1950), pero inopinadamente se divorciaron el 9 de abril de 1952, cuando los movimientistas tomaron el poder detrás del Gral. Antonio Seleme, para luego entregarlo al Dr. Víctor Paz Estenssoro, quien concretó la revolución con la reforma agraria, la nacionalización de minas y el voto universal.
Pero las fallas morales de algunos de los gobernantes, el control de la justicia para tapar negociados, la sumisión del aparato electoral buscando el poder eterno y una represión inédita a cargo del célebre Claudio San Román caracterizaron al régimen revolucionario, dividiendo al país en dos bandos irreconciliables.
El aliado de ayer, FSB, se puso al frente y después de un agrio cara a cara Paz versus Únzaga éste se convirtió en un perseguido. El gobierno abrió campos de concentración en Corocoro, Uncía, Catavi, Curahuara de Carangas y habilitó centros de tortura como el de Ñanderoga en Santa Cruz. Por las celdas pasaron miles de bolivianos y otros tantos sufrieron prolongado exilio, entre ellos doña Rebeca, la anciana madre de Únzaga. En ese tiempo, “derechos humanos” era un tema exótico.
Únzaga volvió para las primeras elecciones con voto universal (1956), en las que un fraude gigantesco reprodujo el poder para el MNR. El gobierno del Presidente Paz Estenssoro dejó una inflación incontrolable como herencia al nuevo Presidente Hernán Siles Zuazo y éste debió acordar un proceso de estabilidad con el FMI, necesario en esas circunstancias, pero con un costo social que le enajenó la amistad de los trabajadores. Oscar Únzaga ofreció apoyo que Siles rechazó, sometido anímicamente por la corriente pazestenssorista. Cercado en una casa al pie del Montículo por milicianos que tenían la orden de asesinarlo, Únzaga fue salvado por el vecindario y tuvo que volver al exilio.
RESISTENCIA CRUCEÑA
Mientras tanto, Santa Cruz reclamaba atención a sus necesidades y aspiraciones ante los oídos sordos del gobierno. En 1956, 47 jóvenes cruceños, presos en las celdas del Control Político por reclamar regalías petroleras para su departamento, fueron embarcados en un avión del LAB para su trasladado a Curahuara. En pleno vuelo, redujeron a sus custodios y desviaron el vuelo a Salta-Argentina, donde los recibieron como héroes. Fue el primer secuestro aéreo de la historia universal. El nombre de Únzaga alcanzó nombradía internacional.
En 1957, el Presidente del Comité Pro Santa Cruz, Dr. Melchor Pinto Parada, inició la lucha por las regalías del 11%. El gobierno del Presidente Siles dijo que esa exigencia se fundaba en “el egoísmo camba”, exacerbando a los cruceños. El petróleo boliviano exaltaba intereses brasileños y argentinos en pugna. Un alzamiento en la región petrolera, podría desembocar en una guerra civil que en el peor de los escenarios amenazaba cambiar la fisonomía geográfica de la región. Únzaga creía que si FSB asumía la conducción revolucionaria, sólo cambiaría el gobierno garantizando la unidad nacional, otorgando las regalías que Santa Cruz demandaba. Con esas ideas reingresó al país en octubre de 1957, con la cobertura de Luis Mayser. El industrial Ramón Darío Gutiérrez lo recogió en un avión en la frontera, alojándolo en una estancia.
El Comité Pro Santa Cruz convocó a un cabildo. El gobierno decretó el Estado de Sitio prohibiendo manifestaciones públicas, hubo enfrentamientos y cayeron los primeros muertos. Siles se dio cuenta de la gravedad de la situación y recibió a una comisión constituida por el Director de EL DEBER, Lucas Saucedo; la Presidenta de la Unión Cruceñista Femenina, Elffy Albrecht; el intelectual Humberto Vásquez Machicado y el líder de la Unión Juvenil Cruceñista (UJC), Carlos Valverde. Tras negociar dos semanas, se aceptaron las regalías del 11%.
Pero un incidente con agentes del Control Político que dieron muerte al universitario Jorge Roca, quebró esa paz. El gobierno dispuso la intervención de milicias armadas, el comando del MNR realizó atentados dinamiteros y Únzaga movilizó a los falangistas. Hubo una batalla sangrienta en la antigua Avenida de Circunvalación y los milicianos se rindieron en la tarde del 8 de noviembre. Santa Cruz había vencido, pero el riesgo de un enfrentamiento continuaba latente.
TEREBINTO
Moviéndose en la clandestinidad, Únzaga se trasladó a La Paz desde donde se puso a la cabeza de un levantamiento combinado que estalló en Santa Cruz con Mario Gutiérrez en mayo de 1958. La delación hizo abortar la acción en La Paz y los rebeldes, luego de tomar la capital oriental, debieron entregarla a la UJC, que se había mantenido al margen del alzamiento falangista. Acusando al Dr. Melchor Pinto de una supuesta “asonada separatista”, el gobierno ordenó “recapturar” la ciudad.
El domingo 18 de mayo de 1958, cuatro mil campesinos de Ucureña fueron movilizados en camiones y aviones con la misión de “escarmentar a Santa Cruz”. Saquearon casas, destruyeron bienes, violaron mujeres y mataron. Un grupo de jóvenes fue sometido a suplicio inaudito en Terebinto y antes de asesinarlos les sacaron los ojos con cuchillos, extrajeron las vísceras y amputaron sus genitales en escenas de horror que han sido recogidas en libros, periódicos e informes oficiales.
UN AÑO DE CLANDESTINIDAD
Mientras doña Rebeca vivía escondida en Miraflores, Oscar permaneció clandestino en Sopocachi, en la casa de Lidia Pinto Landívar y su madre María Landívar viuda de Pinto, en la Plaza España. De ese refugio sólo estuvieron enterados Gonzalo Romero y Walter Alpire. Lidia era hermana del capitán Saúl Pinto y sobrina del Dr. Melchor Pinto Parada. La señora María era el discreto correo entre Únzaga y el Gral. Alfredo Ovando, Jefe de Estado Mayor del Ejército.
Autocensurada la prensa (hordas movimientistas habían saqueado y destruido los periódicos La Razón de La Paz y Los Tiempos de Cochabamba), los falangistas se jugaban el pellejo en la edición prohibida de su periódico Antorcha que circulaba de mano en mano y emitían riesgosas emisiones de radio desde distintos lugares del territorio nacional. Dos diputados falangistas, Jaime Ponce Caballero y Walter Vásquez Michel, recibiendo instrucciones de su jefe en complicados sistemas de mensajeros secretos, desplegaban acciones en el Parlamento defendiendo el petróleo para evitar que sea explotado por intereses extranjeros.
En marzo de 1959, Únzaga cambió de refugio, instalándose en la calle Batallón Colorados, donde llegó subrepticiamente el coronel Rafael Loayza, por cuya cabeza el gobierno ofrecía recompensa. Llevaba un plano con una secuencia de acciones en un espacio de treinta manzanos del centro paceño. Era el esquema del golpe final.
En un encuentro a media noche en el templo de Don Bosco, el Director General de Policías, Cnl. Julián Guzmán Gamboa comprometió a Únzaga la potencia del Regimiento de Carabineros Aliaga que disponían de 600 hombres, ametralladoras pesadas, piezas de artillería, enlaces por radio y unidades motorizadas.
En esos días el Cnl. Armando Escóbar Uría había realizado viajes de consulta al interior de la república, estableciendo que “las Fuerzas Armadas con una casi completa unanimidad pedían el cambio de gobierno”. En la noche del lunes 30 de marzo, en una casa de la calle Capitán Ravelo, se reunieron Oscar Únzaga y el Gral. Alfredo Ovando. Trabajaron a puerta cerrada desde las 22:00 hasta las 3:00 de la mañana y aprobaron el plan de acción revolucionaria que se llevaría a efecto en abril próximo. El gobierno había recibido en las últimas semanas armamento moderno depositado en el Cuartel Sucre a tres cuadras de la Plaza Murillo. El Jefe del Ejército lo entregaría a los falangistas y consolidaría el nuevo gobierno.
ABRIL DEL 59
El mes comenzó con una tormenta social. El movimiento campesino estaba dividido y su expresión más sangrienta era la rivalidad Cliza/Ucureña. El gobierno había descongelado los precios de las pulperías de COMIBOL, las radios mineras entraron en acción y se declaró el estado de emergencia. Hubo ocultamiento de artículos, especulación en los mercados y la pobreza se extendió. La situación fue arrastrando a los trabajadores de la banca, petroleros, ferroviarios y magisterio.
El 9, séptimo aniversario de la Revolución Nacional, obreros y mineros se negaron a participar de la marcha organizada por el gobierno, que se limitó a empleados públicos y campesinos acarreados en camiones. Transmisión por Radio Illimani, comida, alcohol... El mismo espectáculo de todos los años expuesto ante un público desmotivado. En determinado momento, entre las columnas que marchaban a desgano surgieron voces que gritaron “¡mueran los nuevos ricos!” y la manifestación degeneró en choques entre marchistas. El Presidente acusó a la “prensa reaccionaria y vende patria”. Era el momento de la rebelión.
PROPÓSITOS
Aunque no hacía cargos personales al Presidente Siles Zuazo, Únzaga juzgaba la conducta moral de muchos líderes del MNR, así como el enriquecimiento ilícito a la sombra del Estado. El gobierno falangista partiría de una premisa ética: probidad y transparencia en la administración de los recursos públicos y decencia en el comportamiento de los gobernantes.
Convocaría a una Convención Nacional para reimplantar el principio de independencia de poderes, garantizando la libertad de prensa, desmontando el aparato de represión y las milicias armadas, liberando a las Fuerzas Armadas y la Policía de la militancia política obligada. Aprobaría un Estatuto de Partidos y un Código Electoral que asegure la representación proporcional de mayorías y minorías eliminando la perpetuación del poder de un partido único. Proclamaba que el voto universal sólo podía ser un bien democrático con el libre acceso de todas las fuerzas políticas en el territorio nacional, eliminando los feudos políticos en el campo.
Consolidaría la Reforma Agraria como un régimen de derecho que tienda a elevar los niveles de producción y consumo, con el acceso de cualquier boliviano a la tierra y a su justa adquisición. En vez de rifles habría riego, semilla, tecnología, facilidades para comercializar, acceso a los mercados eliminando intermediarios, creando un mercado consumidor potencial que también estimularía a la industria nacional.
Gonzalo Romero, Ministro Secretario, dirigiría una gran campaña social por la que todo joven egresado de cualquier carrera universitaria, quedaba automáticamente reclutado para convertirse en formador del “nuevo hombre boliviano”, en un trabajo sostenido con recursos del Estado, incluyendo la transferencia de elementos educativos, salud e instrucción cívica. El propósito era que el indígena, excluido hasta el 52, luego convertido en “carne de cañón”, se sienta digno y orgulloso de ser boliviano.
Postulaba una República donde la educación sea el rasero que iguale a todos los habitantes; desde la parvularia hasta la universitaria, para formar ciudadanos conscientes, con energía de trabajo, responsables y dueños de una elevada conducta moral y patriótica. Enarbolaba las banderas de la Autonomía Universitaria, en casas de estudios superiores donde se forje el alma nacional, se estimule el estudio de las ciencias, la tecnología y las artes.
Proclamaba el respeto a quien hace fortuna con el trabajo honrado, defendía la libertad de empresa sujeta a una justa ganancia, la reinversión de un porcentaje de utilidades, el establecimiento de una Normativa de Inversiones ecuánime, que atraiga capitales y garantice la propiedad privada en función social.
Respetaría los convenios internacionales, pero invocando el derecho internacional de post guerra, consideraba inadmisible la “renuncia ad infinitum” del territorio marítimo boliviano contenida en el Tratado de 1904 con Chile, apelando a la moral cristiana para rectificar ese crimen y proclamaba la reintegración marítima como tarea fundamental de la política exterior boliviana y no como un artificio de política interna. Esa tarea sería confiada al internacionalista cruceño Mario R. Gutiérrez, nuevo Canciller.
Defendía la moral y el derecho de creer en Dios. Planteaba batalla contra quienes pretendiesen prohibir las religiones, pero admitía la libertad de abrazar cualquier religión o ninguna y la independencia del Estado respecto a la fe. Creía en la familia, como célula mayor de la organización social del país, planteando su protección bajo el axioma de que la calidad de las familias proyecta la fortaleza espiritual de las naciones.
Admitía una sola jerarquía: la del intelecto con honorabilidad. Afirmaba que los capaces intelectual, espiritual y moralmente debían estar a la cabeza de los países y no los antivalores antagónicos a tales categorías.
DETALLES FINALES
En su nuevo refugio de la calle Batallón Colorados, el jefe falangista aprobó detalles del plan final con el Cnl. Julián Guzmán Gamboa y el Gral. Alfredo Ovando Candía: el lapso de las 11.00 a las 13.00 del domingo 19 será decisivo. Ovando facilitará la acción en el Cuartel Sucre, las armas del Regimiento Escolta se entregarán a los combatientes en los atrios de San Francisco y San Agustín y estos confluirán sobre el Palacio Quemado, Congreso, Legislativo, Cancillería, Prefectura. El levantamiento civil en el resto de la ciudad será rápido y contundente. Aviones de la FAB al mando del Gral. Barrientos exterminarán los reductos milicianos en El Alto.
Tomada la Central Telefónica, toda la potencia de fuego del Regimiento Calama asegurará la ciudad, la estación de trenes, el aeropuerto Panagra, los ministerios, etc. Al anochecer, las Fuerzas Armadas tomarán control del país.
Pero la noche del sábado 18, el Ministro de Gobierno, Walter Guevara conocía lo que iba a suceder, aunque ignoraba la hora. Únzaga había sido traicionado.
¡A LAS ARMAS!
Aquel domingo, 19 de abril, Oscar Únzaga cumplía 43 años. Pasó la noche anterior en la casa de su prima Cristina. A las 6.00 rezó, desayunó frugalmente con su ayudante René Gallardo y se puso a la espera de los acontecimientos, mientras sus camaradas se desplazaban hacia los puntos convenidos. A las 10.00 se le unieron Enrique Achá y Julio Álvarez Lafaye. El dirigente universitario Fausto Medrano era el enlace entre el exterior y el cuartel general falangista de la calle Larecaja 188.
A las 11.00 comenzaron las acciones. Producida la toma de Radio Illimani (Roberto Freire) se propaló la noticia: “El gobierno del MNR ha caído y FSB se alzó en armas”. Únzaga y sus acompañantes se sintieron emocionados. El Control Político quedó bloqueado a punto de metralla (Jaime Gutiérrez). Los falangistas llegaron a la central telefónica (Raúl Portugal), pero su portón estaba cerrado con cadenas. El Cuartel Sucre fue tomado sin bajas (Walter Alpire), estaban las armas, pero no había municiones. El plan se alteró, pues no había aún armas para tomar el centro metropolitano, ni se intervino la red telefónica que exigía el Director General de Policías.
A las 11.30, el país y el gobierno estaban enterados por Radio Illimani de que “había tomado el poder un Comando Supremo Revolucionario presidido por Oscar Únzaga e integrado por los Generales Alfredo Ovando y René Barrientos y el Cnl. Julián Guzmán Gamboa”. Pero nada de eso había sucedido aún.
El Presidente Siles puso a salvo su familia y citó a sus ministros en el Cuartel de San Jorge. Acudió también el Gral. Ovando y, receloso, el mandatario se negó a acompañarlo al comando del Ejército, ordenándole volver al Gran Cuartel de Miraflores. Luego Siles, que era hombre valiente, decidió constituirse en el Palacio Quemado, en el trayecto fue atacado el automóvil pero era un blindado y el Presidente llegó a la Plaza Murillo indemne.
Enterado minuto a minuto de lo que sucedía, el Gral. Ovando movilizó un destacamento al Cuartel Sucre, en tanto se combatía San Francisco y los falangistas intentaban tomar las oficinas de Tránsito donde existían algunas ametralladoras. Súbitamente la transmisión de Radio Illimani fue cortada, dejando a Únzaga en el limbo.
A las 12.20 el contingente militar enviado por Ovando llegó al Cuartel Sucre, los falangistas respiraron aliviados. Grande fue su sorpresa cuando los uniformados les intimaron rendición y, con los brazos en alto, dispararon sobre esos 24 jóvenes y los remataron con un tiro en la cabeza. Sólo salvaron sus vidas Mario Gutiérrez Pacheco, que hacía de centinela fuera del recinto y logró huir, Víctor Sierra con una decena de disparos en el cuerpo a quien dieron por muerto, además del dirigente campesino Luciano Quispe, escondido detrás de un turril.
En la tarde el gobierno retomó Radio Illimani matando a varios de los que la intervinieron, llevando preso al que leyó las proclamas, Roberto Freire, mientras fuerzas combinadas de milicianos y militares leales al gobierno batían los últimos puntos críticos. Al terminar la tarde, el grupo de Jaime Gutiérrez daba la batalla final en San Francisco muriendo la mayoría, cayendo herido su líder. Empezaron los apresamientos.
EL DRAMA FINAL
En la casa de la calle Larecaja 188, permanecen Únzaga, Gallardo, Achá, Álvarez y Medrano, asistidos por Cristina de Serrano y sus hijas María Eugenia (16 años) y María René (13 años). A las 19.00, María Eugenia y María Renée divisan en la calle un grupo de hombres con pasamontañas y fusiles. “¡Los milicianos!”.
Tras segundos de estupor, todos se ponen de pie. Unzaga y Gallardo toman sus armas. Oscar, sereno, quema un papel. Los milicianos ingresan a la casa haciendo disparos. Los cuatro conjurados se esconden al interior del cuarto de baño de los suegros de Cristina y María Eugenia se queda en el living junto a Fausto Medrano, mientras su madre y su hermana se sorprenden ante la presencia de un hombre armado (Juan Mancilla Serrano, Subprefecto de la Provincia Muñecas, sastre de oficio, con taller a poca distancia de la casa), quien ha ingresado a la casa por la ventana de la esquina Larecaja-Oquendo.
Desde la ventana del baño Únzaga y sus acompañantes ven a los milicianos en la calle armados de ametralladoras. “Estamos vendidos”, dice Achá y pregunta: “¿Nos defenderemos?”. La respuesta de Únzaga es negativa. “No podemos comprometer a la familia que nos cobija…”.
Los milicianos han llegado ya al departamento apuntando con sus armas a Cristina y María Renée que lloran a gritos. Empieza la requisa, fracturan cerraduras, abren cajones, revisan el comedor y pasan al living, donde está María Eugenia y Fausto Medrano haciéndose pasar como enamorados. Los milicianos allanan el dormitorio de los niños, se aproximan al comedor, sólo falta el dormitorio de sus abuelos y los que están a obscuras dentro del baño sienten los pasos de los milicianos a pocos metros. Los fogonazos de tres disparos rompen la penumbra. Y mientras todos aguantan la respiración… los milicianos dicen “aquí ya no hay nada más que hacer” y deciden irse. ¡Milagro! En el living Cristina, sus hijas y el dirigente universitario Fausto Medrano rezan agradeciendo a Dios. ¡Oscar se ha salvado! Pero la alegría les iba a durar muy poco.
Achá sale y encuentra a Cristina. “Dios mío, nos salvamos…”, dice ella. Achá le responde “Si señora, pero Oscar y Gallardo están heridos”. Cristina ingresa desesperada al cuarto de baño, todo está a obscuras, tropieza con un cuerpo, se inclina y toca con la mano un tobillo todavía tibio. Es Oscar Únzaga tendido de espaldas y casi a su lado René Gallardo, los dos con las cabezas destrozadas y ensangrentadas.
Escenas dolorosas se suceden. Las mujeres, llorando en silencio, afrontan la situación. Sin fuerzas ya, extenuados y en crisis, los tres últimos camaradas de Únzaga y Gallardo -Achá, Álvarez y Medrano-, hombres fogueados en mil combates, huyen sintiéndose huérfanos.
Al lado de los cadáveres están dos armas, la pistola Mausser calibre 32 de Únzaga y el revólver Smith Wesson calibre 38 de Gallardo. Cristina y dos niñas se enfrentan al drama de no saber qué hacer en el final de un día sangriento, con dos muertos en casa y uno de ellos nada menos que el jefe del alzamiento.
Horas después recogen los cadáveres y empieza la otra batalla médico-legal para establecer la causa de esas muertes. “Suicidio”, establece inicialmente la autopsia. Pero la cabeza de Únzaga muestra la trayectoria de dos balazos y entre sus dedos de la mano derecha hay una colilla de cigarrillo a medio consumir. Un nuevo misterio se inscribió en la larga lista de crímenes políticos.
Sucedió un 19 de abril de 1959, cuando Oscar Únzaga cumplía 43 años. Sus camaradas recuerdan hoy el centenario de su nacimiento.
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domingo, 17 de abril de 2016
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