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lunes, 18 de abril de 2016

Sucre, antes ciudad polícroma, ahora Ciudad Blanca de América



¿Fue Sucre siempre una ciudad dominada por el blanco de sus fachadas? El mito establecido alrededor del pigmento predominante de la ciudad nos impuso que nuestra urbe carecía de color y que desde su fundación mostraba un aspecto predominantemente blanco, tanto en sus construcciones civiles, como en los templos del centro histórico.

Sin embargo, estudios científicos realizados por especialistas en el tema han descartado esa teoría y han sacado a la luz la faceta polícroma de la “Ciudad de los Cuatro Nombres”, hoy denominada “Ciudad Blanca de América”.

De hecho, es posible imaginar que los revolucionarios que ascendieron a la torre del templo de San Francisco, al atardecer del jueves 25 de Mayo de 1809, lo hicieron sobre un monumento de color rojo almagra (parecido al color del ají).

Y es que justamente es ese color el que emerge del interior de la fachada de ese edificio, restaurado y repintado infinidad de veces con el color de la cal.

“Si se examinan sus fachadas con acuciosa mirada, se constata que aún perviven indicios subyacentes de una rica paleta de colores escondida detrás del blanco, y que se hacen aún más visibles en sectores donde no pudo llegar la brocha blanqueadora”, afirma el arquitecto Domingo Izquierdo, actual director de la Escuela Taller Sucre y coautor de un estudio técnico sobre el tema.

Izquierdo agrega que “se asocia equivocadamente el blanco a la arquitectura colonial española”, y recuerda que en muchos trabajos de restauración de edificios del centro histórico se encontraron vestigios de una rica gama de colores que van desde los ocres, verdes, azules y hasta algunos amarillos.

¿De dónde viene el denominativo de Ciudad Blanca?. Es verdad que el color blanco fue también utilizado en las edificaciones de la ciudad, pero éste estaba asociado con el concepto de asepsia en las fachadas e interiores de los hospitales, caso del antiguo edificio que acoge al Santa Bárbara.

Hace algunos años, el historiador y por entonces Cónsul Honorario de España en Sucre, Manuel Giménez Carrazana, sostenía que lo de “Ciudad Blanca” provino de un embajador de ese país que, al observar la ciudad desde la explanada de La Recoleta a mediados de la década de los 60 del siglo pasado, quedó impresionado por el blanco de los tejados del centro histórico, cuyas cumbreras de cal resaltaban en medio del rojizo de la cerámica.

El diplomático, vinculado con proyectos de cooperación para la restauración de edificios históricos, habría hecho hincapié en la “ciudad blanca” pero refiriéndose a los techos y no tanto a las fachadas y muros.

Por esa época, hizo su aparición el Plan Regulador de la ciudad, un primer esfuerzo por preservar el Patrimonio Histórico urbano que comenzó a trazar las líneas maestras de un proyecto destinado a recuperar y normar el desarrollo urbanístico de Sucre, que por entonces comenzaba a mostrar ya ciertas tendencias al desorden.

Esta entidad emitió las primeras normas que establecieron el pintado de fachadas con colores pálidos, las mismas que fueron adoptadas posteriormente en los reglamentos municipales que son de cumplimiento obligatorio.

Sin embargo, esas normas se limitan solamente a las fachadas, pero en los interiores de las antiguas casonas es posible todavía observar colores originales, como diferentes tonos de rojos, azules (añil o Prusia), verdes o distintos amarillos.

Entre esos colores, el azul era el más preciado de todos debido a que era difícil obtener de aquellos pigmentos. El famoso aforismo “si quieres celeste que te cueste” está asociado al lujo que representaba por entonces pintar una vivienda de varios metros cuadrados utilizando esos materiales, relata Izquierdo.

Las viviendas pintadas de colores fuertes se pueden observar todavía en la vecina ciudad de Potosí, donde se encontraban las principales fuentes de los pigmentos ferrosos provenientes de la amplia gama de minerales existentes en esos suelos. Eso dio lugar a una profusa policromía urbana que aún conserva la Villa Imperial.

DESMITIFICACIÓN
Sobre el mismo tema, la arquitecta Ligia Peñaranda Orías, especialista en restauraciones, sostiene que afirmar que la Capital del país nunca fue blanca resulta hoy en día “una desmitificación arriesgada y hasta poco respetuosa del orgullo capitalino”, aunque asegura que “existe certeza de que muchas de las edificaciones históricas, no siempre fueron blancas”.

El caso más emblemático es el del templo de San Francisco, pues la historia de ese edificio, antiguo convento, posteriormente cuartel militar, está íntimamente vinculada con la Gesta libertaria del 25 de mayo de 1809.

“Sólo basta observar con detalle y curiosidad, sobre todo en los edificios con cierto grado de abandono y a través de algún desperfecto en las gruesas y varias capas de pintura blanca, pintorescos cromatismos, a manera de antiguos testigos que perviven para ser descubiertos con el afán de que al menos quede constancia que alguna vez fueron ellos los protagonistas de las calles de una colorida y pujante ciudad americana”, resalta Peñaranda en su estudio “Sucre en Colores” realizado en forma conjunta con Izquierdo.

Peñaranda, actual Coordinadora de la Escuela Taller Sucre, afirma que la variedad de colores no se limitaba solamente a las fachadas y muros. “También se evidencia la utilización de diversos colores en las carpinterías, siendo muy fuerte la presencia del rojo, secundada por el verde y en menor proporción el blanco”, agrega.

Desde hace algunos años, la Escuela Taller Sucre viene formando jóvenes restauradores especializados en recuperar los detalles arquitectónicos y artísticos de antiguas edificaciones.

Sin embargo, según manifiesta Peñaranda, muchos de estos profesionales se sienten algo defraudados debido a que el campo laboral se les ve limitado debido al afán mercantilista que impera en una gran mayoría de quienes emprenden una construcción en el centro histórico.

La dedicación y minuciosidad, cualidad esencial de este grupo de profesionales, choca frontalmente con el utilitarismo depredador de quienes no toman verdadera conciencia del valor cultural de una ciudad con más de cuatro siglos de antigüedad.

¿Conviene recuperar la policromía?
Si se tuviese la voluntad de recuperar estrictamente el color tradicional de la ciudad, sería necesario realizar una gigantesca tarea de restauración en todos y cada uno de los edificios del centro histórico, algo casi imposible de ejecutar.

Además, el concepto de “Ciudad Blanca” está tan arraigado entre la ciudadanía que sería muy difícil cambiar una imagen que ha contribuido, entre otras cosas, a la declaratoria de Sucre como Patrimonio Cultural de la Humanidad, título conferido por la UNESCO a mediados de 1990.

De alguna manera, la Capital logró construir una “imagen de marca” basada en la monocromía de su aspecto, según explica Domingo Izquierdo.

“No estamos preparados para enfrentar el reto de recuperar los colores. Podemos incurrir en que esto se vuelva un muestrario. Hay que formar a los técnicos, sensibilizar a la gente y a largo plazo se puede lograrlo una vez que estemos preparados”, afirma Ligia Peñaranda, quien, no obstante, sugiere empezar con la recuperación de las policromías en los patios interiores y en los salones de los antiguos inmuebles y plasmar –en algunos casos- intervenciones con colores muy puntuales en edificios de mucho valor, siempre y cuando sean hechos por profesionales especializados.

Para el Coordinador del Plan de Rehabilitación de las Áreas Históricas de Sucre (PRAHS), arquitecto Erland Ovando, la recuperación de una policromía tendría que estar respaldada por una “evidencia documentada” para evitar un daño a la sintonía del paisaje urbano actualmente dominado por los colores claros.

“Si se recupera la policromía histórica y auténtica tendría sentido, pero debería ser sólo para esos casos. En el paisaje de Sucre, quiérase o no, ese color blanco le da un sentido de unidad al centro histórico”, agrega Ovando.

Agregó que se hicieron algunas "exploraciones" en edificios históricos en los cuales se llegó a proponer la recuperación de esa policromía, pero señaló que "no se puede pasar por alto" la actual normativa vigente que regula la utilización de colores en el centro histórico.

Una publicación recomendaba pintar las fachadas para evitar la ceguera
Un estudio histórico realizado por la investigadora Teresa Gisbert encontró una advertencia publicada en el periódico El Cóndor de Bolivia el año 1826, en la que se alertaba sobre los daños que el color blanco de las fachadas y muros provocaba en la visión de los habitantes de la Capital.

“La ceguera tan común en Chuquisaca y la sequedad que no es rara, pueden provenir de un efecto orgánico, como por una lesión causada por la abundante y viva reflexión de la luz contra los cuerpos blancos. Convendría pues que las paredes no se blanqueasen sino en los cuartos donde entre poca luz y que las paredes de los patios y de las calles sobre todo se empañetaran de gris, de azul celeste o de rojo anaranjado”, afirmaba la advertencia.

A continuación, esa misma publicación insertaba una "receta" para obtener diversos tonos de colores y pintarlos en las fachadas de las viviendas.
"La lechada naranja se hace con partes iguales de cal, arena fina y ladrillo rojo pulverizado y cernido. Pintado desaparecería la monotonía que resulta de la uniformidad”. añadía.

De hecho, en la actualidad, la ciencia sugiere el uso de gafas oscuras en medio de paisajes con blanco intenso, entre ellos los campos de nieve.

El paso del tiempo trae problemas a la preservación
Con el transcurso del tiempo y la expansión del área urbana fueron surgiendo una serie de elementos que degradan el paisaje urbano y le restan valor al rico patrimonio arquitectónico del centro histórico.

Este fenómeno es fácilmente perceptible en la calidad de las viviendas de los barrios de reciente construcción, donde predomina un ladrillo visto que deteriora la estética y brinda una mala imagen del área urbana.

Este es un tema que preocupa a la sociedad civil, al punto que organizaciones cívicas de la ciudad están promoviendo una campaña de concientización tanto entre autoridades como entre la población destinada a mejorar la imagen estética del entorno urbano.

“Hay un vacío normativo para obligar a los propietarios de viviendas a terminar sus casas. Es más, las personas pagan menos impuestos cuando una casa no está terminada, es por eso que la gente ya no revoca los muros (especialmente los laterales) ni los pinta”, agrega el coordinador del PRAHS, Erland Ovando.

Ovando agrega que se han propuesto modificaciones a la normativa para dar un beneficio colateral para aquellas casas que están acabadas, incluyendo los muros que colindan con los vecinos.

Pero, además de ese caótico detalle, hay otros elementos que conspiran contra la integridad patrimonial de la ciudad, entre ellos, el más visible y que ya lleva algunos años, es el de las divisiones y particiones de inmuebles cuyos propietarios resultan varias personas de una misma familia.

“Cuando un inmueble se divide, es el principio del fin”, asegura Ovando, quien recuerda que en el centro histórico se puede observar a simple vista este elemento nocivo para la arquitectura, cuando una misma casa presenta varias puertas de ingreso y está pintada con diferentes tonos.

Recientemente, el Ejecutivo Municipal anunció una rebaja impositiva para los propietarios de viviendas que pinten sus fachadas y sus muros de blanco.

Pero la preservación del rico patrimonio arquitectónico, por más normas que se aprueben, pasa sobre todo por una verdadera conciencia de la ciudadanía.

"Tenemos un concepto equivocado del desarrollo y estamos obligados a crear una cultura urbana de conservación, somos una ciudad Patrimonio y parece que nos empeñáramos en destruirla", concluye el Coordinador del PRAHS.


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