En las últimas décadas, los historiadores se han
empeñado en analizar el impacto de las encomiendas
sobre las estructuras étnicas como,
por ejemplo, en los repartimientos caracara y
charcas. En los años 1540 a 1560, los grupos
étnicos vivieron muchos cambios debido a que
pasaron por diferentes manos, lo que provocó
el fraccionamiento y segmentación de las federaciones,
mitades y jefaturas. La imposición
de las encomiendas rompió la unidad de esa
confederación étnica y sus partes se dividieron
entre varios encomenderos, aunque se sostiene
que este proceso de segmentación pudo haber
tenido orígenes precoloniales.
Así, en 1539-40, los caracara y una parte de
los charcas fueron entregados a los dos hermanos
de Francisco Pizarro. En 1542 y 1544 se produjo
el reordenamiento de Vaca de Castro que distribuyó
las demasías de Hernando Pizarro que se
encontraba en prisión en España. Entre 1548 y
1550, después de la muerte de Gonzalo Pizarro,
La Gasca realizó nuevos repartos. Por ello, los
caracara y los charcas fueron repartidos entre
varios encomenderos menores y las provincias
prehispánicas se fragmentaron aún más. El mariscal
Alonso de Alvarado recibió los indios de Sacaca
y otro grupo, que eran de Gonzalo Pizarro.
En 1549, los indios de Gonzalo Pizarro fueron
asignados a tres encomenderos charqueños: el
general Pedro de Hinojosa, el capitán Pablo de
Meneses y don Alonso de Montemayor.
Durante las guerras civiles las encomiendas
fueron, según Presta (2008), una especie de moneda
corriente que los jefes y sus lugartenientes
utilizaban para pagar favores y retribuir la participación
en uno u otro bando. Por otro lado, las
mismas podían ser achicadas o anuladas según
los cambios de situación y equilibrio de fuerzas,
puesto que incluso había encomenderos por “horas”.
Algunos grupos étnicos como los carangas
tuvieron varios dueños a medida que avanzaban
las guerras civiles; después de las guerras hubo
un nuevo reparto de indios y aparecieron nuevos
nombres. Soras, casayas y urus formaban parte
de la encomienda de Pedro del Barco, ejecutado
en 1544 por Francisco de Carvajal para quién
trabajaban y pagaban tributos durante las guerras
civiles; luego pasaron a manos de Lorenzo
de Aldana.
Las sucesivas encomiendas afectaron la estructuración
étnica y política indígena, puesto
que las parcelaciones sucesivas y los fraccionamientos
alteraron notablemente los componentes
de las antiguas unidades étnicas. La base social
de los antiguos curacas andinos fue mermando
debido a las fracturas sucesivas provocadas por
las encomiendas y repartimientos y también por
las bajas demográficas como consecuencia de la
colaboración en las expediciones de conquista y
en las guerras civiles, así como por la propagación
de las epidemias.
Los caciques que provenían de las dinastías
prehispánicas tuvieron que responder a las demandas
y exigencias de los encomenderos que
intentaron mantener su autoridad y su status
previo. Sin embargo, el fraccionamiento de sus
macro-etnias los desplazó a un segundo nivel
o “curacas de repartimiento”. Así, los antiguos
mallkus como los de Macha y Sacaca (Potosí)
perdieron el poder que ostentaban durante la
época prehispánica, mientras que Chayanta adquirió
una jerarquía superior, más aún cuando se convirtió en un nuevo centro administrativo
al formarse el corregimiento de Chayanta en los
años 1570. Además, sostiene Zagalsky (2012), las
encomiendas posibilitaron la creación y reconfiguración
de identidades étnicas y organizaciones
políticas que se afirmaron a partir de la residencia
en pueblos y asentamientos, como en el caso de
Moromoro (hoy Ravelo). De acuerdo a esta investigadora,
el grupo étnico moromoro no existía
en la época prehispánica, tratándose de un pueblo
o lugar de asentamiento.
Sin embargo, Ximena Medinacelli (2010)
argumenta que no se puede hablar de desmembramiento
y desestructuración de las encomiendas
como un hecho generalizado, puesto que los
encomenderos necesitaban mantener la organización
natural para poder extraer el tributo; a pesar
de la conquista y la repartición de La Gasca, los
caracara conservaron su división prehispánica.
También pone como ejemplo las encomiendas
como la de Francisco Pizarro, en Pacajes, que
tuvo tres cabeceras: Caquiaviri, Machaca y
Caquingora y la de Carangas que fue dividida
entre los tres encomenderos Isasaga (Corque
y Andamarca), Gomez de Luna (Chuquicota y
Sabaya) y Lope de Mendieta (Totora). Morrone
(2012), por su lado, señala que la asignación de las
encomiendas en la cuenca del lago Titicaca respetó
el patrón organizativo dual de los colectivos
políticos (hurinsaya/hanasaya) y de esta manera,
a cada encomendero correspondió la mitad de
una encomienda.
Otros investigadores insisten en que divisiones
en encomiendas y repartimientos separaron
confederaciones étnicas, desgajaron parcialidades
y arruinaron “archipiélagos étnicos”. Como
ejemplo se puede ver el caso de los charcas y otros
grupos étnicos altiplánicos que fueron privados
de sus tierras y colonos mitimaes en los valles de
Cochabamba (Larson, 1992.) El grupo étnico de
los soras, estudiado por Mercedes del Río (2005),
tenía mitimaes prehispánicos en lugares alejados
de sus cabeceras; después de la conquista quedaron
aislados de sus grupos de origen que pasaron
a formar parte de diferentes encomiendas. Estos
mitimaes quedaron bajo el mando de los jefes étnicos
de menor rango e inclusive de otros grupos
étnicos; como consecuencia se produjo un proceso
de etnogénesis que permitió la reformulación
de nuevas identidades. Morrone (2012) señala
que, para el caso de La Paz, los repartimientos
en la cuenca del lago Titicaca conservaron las
relaciones con los valles orientales y mantuvieron
el acceso a estos pisos ecológicos.
Las políticas coloniales que no comprendían
ni tomaban en cuenta el concepto de territorialización
étnica provocaron la rivalidad y competencia
entre las comunidades del altiplano que, después
de la conquista, se desvincularon de sus mitimaes en
la zona de los valles. Estos, a partir de entonces, se
encontraron bajo el poder de nuevas autoridades
étnicas. Entre los años 1550-1560, los caciques
del altiplano empezaron a reclamar el derecho
sobre sus ex colonias mitimaes que quedaban en los
valles. Los jefes étnicos de los carangas, quillaca y
soras llevaron adelante una batalla jurídica contra
los encomenderos Rodrigo de Orellana y Polo de
Ondegardo y sus caciques acerca de derechos de
tenencia de la tierra en Cochabamba. El conflicto
llegó a su fin con la llegada del virrey Toledo,
quien falló a favor de los carangas y sus aliados
que recibieron terrenos en los valles (Del Río,
2005). Este no fue el único caso, puesto que los
señores aymaras como los lupacas, pacajes y otros
también aspiraron a recuperar las tierras cálidas
y los colonos que habían perdido a manos de sus
caciques encomenderos del valle de la cordillera
oriental. En Larecaja, las demandas de los señores
étnicos altiplánicos contra los caciques del valle se
convirtieron en fuente de una rivalidad perdurable
(Saignes, 1986). Los reclamos de territorio de valle
tuvieron distintos matices según cuál había sido la
tenencia de la tierra en tiempos prehispánicos. Si se
consideraban colonos étnicos era fácil recuperarla;
en cambio si las tierras habían sido del Inca -como
ocurrió en Cochabamba donde éste había perdido
sus derechos sobre ellas a favor de la Corona por
el derecho de conquista- la lucha por las tierras
podía estar perdida.
Otro problema con el que se encontraron
los españoles fue la disputa por el territorio que
mantenían las poblaciones de mitimaes instalados
por el inca en la “zona de frontera” con los grupos
étnicos que, desde el este, pujaban por ocupar. En
la zona de Tarija se produjo la dispersión de la
población indígena que ocupaba los valles antes
de la conquista, a causa del peligro chiriguano
y la incapacidad de los españoles en afirmar su
dominio efectivo. Los grupos de moyo moyos,
churumatas y apatamas establecidos en esta
región por los incas fueron trasladados por los
encomenderos españoles a otras regiones como La Plata o Cochabamba. Asimismo, los carangas
establecidos en los valles orientales de Tarija por
los incas tuvieron que abandonar la región y
volver hacía el altiplano (Oliveto, 2012).
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