Buscador

sábado, 8 de octubre de 2022

El mundo indígena - La reestructuración territorial

En las últimas décadas, los historiadores se han empeñado en analizar el impacto de las encomiendas sobre las estructuras étnicas como, por ejemplo, en los repartimientos caracara y charcas. En los años 1540 a 1560, los grupos étnicos vivieron muchos cambios debido a que pasaron por diferentes manos, lo que provocó el fraccionamiento y segmentación de las federaciones, mitades y jefaturas. La imposición de las encomiendas rompió la unidad de esa confederación étnica y sus partes se dividieron entre varios encomenderos, aunque se sostiene que este proceso de segmentación pudo haber tenido orígenes precoloniales.

Así, en 1539-40, los caracara y una parte de los charcas fueron entregados a los dos hermanos de Francisco Pizarro. En 1542 y 1544 se produjo el reordenamiento de Vaca de Castro que distribuyó las demasías de Hernando Pizarro que se encontraba en prisión en España. Entre 1548 y 1550, después de la muerte de Gonzalo Pizarro, La Gasca realizó nuevos repartos. Por ello, los caracara y los charcas fueron repartidos entre varios encomenderos menores y las provincias prehispánicas se fragmentaron aún más. El mariscal Alonso de Alvarado recibió los indios de Sacaca y otro grupo, que eran de Gonzalo Pizarro. En 1549, los indios de Gonzalo Pizarro fueron asignados a tres encomenderos charqueños: el general Pedro de Hinojosa, el capitán Pablo de Meneses y don Alonso de Montemayor.

Durante las guerras civiles las encomiendas fueron, según Presta (2008), una especie de moneda corriente que los jefes y sus lugartenientes utilizaban para pagar favores y retribuir la participación en uno u otro bando. Por otro lado, las mismas podían ser achicadas o anuladas según los cambios de situación y equilibrio de fuerzas, puesto que incluso había encomenderos por “horas”. Algunos grupos étnicos como los carangas tuvieron varios dueños a medida que avanzaban las guerras civiles; después de las guerras hubo un nuevo reparto de indios y aparecieron nuevos nombres. Soras, casayas y urus formaban parte de la encomienda de Pedro del Barco, ejecutado en 1544 por Francisco de Carvajal para quién trabajaban y pagaban tributos durante las guerras civiles; luego pasaron a manos de Lorenzo de Aldana.

Las sucesivas encomiendas afectaron la estructuración étnica y política indígena, puesto que las parcelaciones sucesivas y los fraccionamientos alteraron notablemente los componentes de las antiguas unidades étnicas. La base social de los antiguos curacas andinos fue mermando debido a las fracturas sucesivas provocadas por las encomiendas y repartimientos y también por las bajas demográficas como consecuencia de la colaboración en las expediciones de conquista y en las guerras civiles, así como por la propagación de las epidemias.

Los caciques que provenían de las dinastías prehispánicas tuvieron que responder a las demandas y exigencias de los encomenderos que intentaron mantener su autoridad y su status previo. Sin embargo, el fraccionamiento de sus macro-etnias los desplazó a un segundo nivel o “curacas de repartimiento”. Así, los antiguos mallkus como los de Macha y Sacaca (Potosí) perdieron el poder que ostentaban durante la época prehispánica, mientras que Chayanta adquirió una jerarquía superior, más aún cuando se convirtió en un nuevo centro administrativo al formarse el corregimiento de Chayanta en los años 1570. Además, sostiene Zagalsky (2012), las encomiendas posibilitaron la creación y reconfiguración de identidades étnicas y organizaciones políticas que se afirmaron a partir de la residencia en pueblos y asentamientos, como en el caso de Moromoro (hoy Ravelo). De acuerdo a esta investigadora, el grupo étnico moromoro no existía en la época prehispánica, tratándose de un pueblo o lugar de asentamiento.

Sin embargo, Ximena Medinacelli (2010) argumenta que no se puede hablar de desmembramiento y desestructuración de las encomiendas como un hecho generalizado, puesto que los encomenderos necesitaban mantener la organización natural para poder extraer el tributo; a pesar de la conquista y la repartición de La Gasca, los caracara conservaron su división prehispánica. También pone como ejemplo las encomiendas como la de Francisco Pizarro, en Pacajes, que tuvo tres cabeceras: Caquiaviri, Machaca y Caquingora y la de Carangas que fue dividida entre los tres encomenderos Isasaga (Corque y Andamarca), Gomez de Luna (Chuquicota y Sabaya) y Lope de Mendieta (Totora). Morrone (2012), por su lado, señala que la asignación de las encomiendas en la cuenca del lago Titicaca respetó el patrón organizativo dual de los colectivos políticos (hurinsaya/hanasaya) y de esta manera, a cada encomendero correspondió la mitad de una encomienda.

Otros investigadores insisten en que divisiones en encomiendas y repartimientos separaron confederaciones étnicas, desgajaron parcialidades y arruinaron “archipiélagos étnicos”. Como ejemplo se puede ver el caso de los charcas y otros grupos étnicos altiplánicos que fueron privados de sus tierras y colonos mitimaes en los valles de Cochabamba (Larson, 1992.) El grupo étnico de los soras, estudiado por Mercedes del Río (2005), tenía mitimaes prehispánicos en lugares alejados de sus cabeceras; después de la conquista quedaron aislados de sus grupos de origen que pasaron a formar parte de diferentes encomiendas. Estos mitimaes quedaron bajo el mando de los jefes étnicos de menor rango e inclusive de otros grupos étnicos; como consecuencia se produjo un proceso de etnogénesis que permitió la reformulación de nuevas identidades. Morrone (2012) señala que, para el caso de La Paz, los repartimientos en la cuenca del lago Titicaca conservaron las relaciones con los valles orientales y mantuvieron el acceso a estos pisos ecológicos.

Las políticas coloniales que no comprendían ni tomaban en cuenta el concepto de territorialización étnica provocaron la rivalidad y competencia entre las comunidades del altiplano que, después de la conquista, se desvincularon de sus mitimaes en la zona de los valles. Estos, a partir de entonces, se encontraron bajo el poder de nuevas autoridades étnicas. Entre los años 1550-1560, los caciques del altiplano empezaron a reclamar el derecho sobre sus ex colonias mitimaes que quedaban en los valles. Los jefes étnicos de los carangas, quillaca y soras llevaron adelante una batalla jurídica contra los encomenderos Rodrigo de Orellana y Polo de Ondegardo y sus caciques acerca de derechos de tenencia de la tierra en Cochabamba. El conflicto llegó a su fin con la llegada del virrey Toledo, quien falló a favor de los carangas y sus aliados que recibieron terrenos en los valles (Del Río, 2005). Este no fue el único caso, puesto que los señores aymaras como los lupacas, pacajes y otros también aspiraron a recuperar las tierras cálidas y los colonos que habían perdido a manos de sus caciques encomenderos del valle de la cordillera oriental. En Larecaja, las demandas de los señores étnicos altiplánicos contra los caciques del valle se convirtieron en fuente de una rivalidad perdurable (Saignes, 1986). Los reclamos de territorio de valle tuvieron distintos matices según cuál había sido la tenencia de la tierra en tiempos prehispánicos. Si se consideraban colonos étnicos era fácil recuperarla; en cambio si las tierras habían sido del Inca -como ocurrió en Cochabamba donde éste había perdido sus derechos sobre ellas a favor de la Corona por el derecho de conquista- la lucha por las tierras podía estar perdida.

Otro problema con el que se encontraron los españoles fue la disputa por el territorio que mantenían las poblaciones de mitimaes instalados por el inca en la “zona de frontera” con los grupos étnicos que, desde el este, pujaban por ocupar. En la zona de Tarija se produjo la dispersión de la población indígena que ocupaba los valles antes de la conquista, a causa del peligro chiriguano y la incapacidad de los españoles en afirmar su dominio efectivo. Los grupos de moyo moyos, churumatas y apatamas establecidos en esta región por los incas fueron trasladados por los encomenderos españoles a otras regiones como La Plata o Cochabamba. Asimismo, los carangas establecidos en los valles orientales de Tarija por los incas tuvieron que abandonar la región y volver hacía el altiplano (Oliveto, 2012).

No hay comentarios:

Publicar un comentario