A mediados del siglo XVI, los encomenderos
empezaron “el largo y complejo forcejeo por
la “perpetuidad” de las encomiendas que marcó
la historia colonial indiana del siglo XVI”
(Barnadas, 1973). Como ningún otro, este tema
mostró la tensión entre distintos proyectos que
circulaban en la sociedad colonial, aunque los
encomenderos modificaron el discurso jurídico
empleado en el proyecto pizarrista en el Perú
y presentaron nuevos argumentos en torno
a la perpetuidad. En 1550, los vecinos de La
Plata mandaron a los procuradores a la Corte
regia afirmando que los indios estarían “mejor
doctrinados y más bien tratados y relevados” si
estuvieran dentro de encomiendas perpetuas.
Posteriormente, entre los argumentos utilizados,
se mencionó la necesidad de pacificar a los
españoles, además de los beneficios a la Corona,
la colonización y otros.
En Charcas, los cabildos de las ciudades de
La Plata y de La Paz eran los más arduos defensores
de la perpetuidad de las encomiendas.
Los encomenderos tenían poderosos aliados
como fray Tomás de San Martín que llevó las
súplicas de sus amistades a España. A su vez, los
encomenderos limeños formaron una embajada
para negociar la perpetuidad, valiéndose de sus
méritos en la pacificación de la sublevación del
ambicioso Hernández Girón que levantó sus
banderas en defensa de los mismos privilegios a
los que ellos aspiraban. Posteriormente, entre los
defensores de los encomenderos se encontraban
los célebres funcionarios Juan de Matienzo y
Polo de Ondegardo. Por otro lado, en algunos
casos, los propios encomenderos cambiaron radicalmente
de posición en torno a la perpetuidad.
Por ejemplo, Lorenzo de Aldana, que era parte
del grupo de encomenderos- mineros partidarios
de la perpetuidad, “dio giro radical en su posición”,
cuando ordenó en su testamento restituir
el repartimiento Paria-Capinota a favor de los
indios (Del Río, 2005).
Al respecto, la Corona tuvo que tomar
algunas medidas, identificadas por Barnadas
(1973): por un lado, proteger los derechos
de los indígenas y, por otro, satisfacer las
demandas de los conquistadores, frenando
sus anhelos de autonomía. Aquello ocurrió
en el marco de las crecientes necesidades
financieras del imperio de Felipe II. Este
interés económico hizo que se evaluara la
propuesta de los encomenderos que ofrecieron
7.500.000 ducados a la Corona. Pero,
los investigadores tienen dudas acerca de la
capacidad de pago de los encomenderos y de
la posibilidad de reunir esta suma, incluso
reuniéndola en varias ciudades: a la ciudad de
La Paz le tocaba pagar 816.000 ducados y a
La Plata, 1.200.000. Finalmente los propios
cabildos reconocieron la incapacidad financiera
de los encomenderos para cumplir con
dicha propuesta.
La Corona estuvo muy cerca de aceptar
la perpetuidad. En 1561, se produjo el reemplazo
del virrey conde de Nieva por el virrey
marqués de Cañete, que mandó a los comisarios
investigar sobre la posibilidad tanto de
la perpetuidad como la de recaudar la mayor
cantidad de dinero para el fisco negociando
con los encomenderos, con los pretendientes
o con las autoridades indígenas. Se buscaba
las mejores ofertas pero, también las que no
amenazaran la situación política. Polo de Ondegardo
era el encargado de estudiar la posición
de los curacas acerca de la perpetuidad y,
por otro lado, la posibilidad económica de los
encomenderos de poder realmente pagar a la
Corona, consultando con los procuradores limeños.
Anteriormente, algunos encomenderos
intentaron negociar con las autoridades étnicas,
prometiendo dejar la perpetuidad a cambio de
una suma elevada. Por su parte, algunos funcionarios
también calcularon que el Estado podía
obtener de los indios contrarios al proyecto de
perpetuidad la suma deseada. La complejidad
de la situación y el amplio conjunto de actores
involucrados no dejaban tomar medidas definitivas,
puesto que cualquiera de ellas podía traer
consecuencias indeseables para el Estado. Si la
perpetuidad podía fortalecer el estamento de
los encomenderos, la inmediata puesta de los
indios en manos de la Corona podía provocar
una nueva revuelta.
Frente a esta situación, se hizo patente
el tercer proyecto, el de la iglesia. Si bien, en
1540, este proyecto coincidía en parte con el
de la Corona en materia de la “defensa” del
indio, expresada en las Leyes Nuevas, luego, el
partido lascasiano se movilizó frente al peligro
que representaban los encomenderos. En 1555,
Bartolomé de Las Casas pidió que se designara
procurador de los indígenas al limeño Diego
de Ocampo, mientras que fray Domingo de
Santo Tomás decidió residir en España desde
1555 hasta 1561 para influir sobre las decisiones
tomadas al respecto. Debido a la presencia de
los comisarios en el Perú, el dominico regresó
al virreinato para persuadir a los indígenas del
peligro de la perpetuidad y de la urgencia de pagar
a la Corona, si fuera necesario. Con este fin,
se realizaron también visitas a los repartimientos
con los comisarios que, a su vez, intentaban
convencer a los indígenas de las ventajas de la
perpetuidad.
Es en este contexto se produjo una reunión
en la población de Mama (reducción de San Pedro
de Mama, a siete leguas de Lima), en 1562:
allí, una asamblea de caciques de todo el Perú
resolvió, con fray Domingo de Santo Tomás,
proponer al Consejo de Indias la extinción de
las encomiendas a “cambio de un autogobierno
indígena con considerable gravamen impositivo”.
Según Platt, hubo otras reuniones de este tipo en
el virreinato. Los dominicos Santo Tomás, Jerónimo
de Loayza y Bartolomé de Las Casas comunicaron
la propuesta al rey de España. Los debates
sobre la perpetuidad dejaron aflorar temores
respecto a la resistencia inca que se mantenía en
Vilcabamba y, en 1564, la Audiencia de La Plata
discutió las medidas de seguridad que se debía
adoptar contra los “posibles excesos de los indios
en Potosí”, ciudad donde se estableció también
el poder de la élite incaica (Medinacelli, 2008).
El rey, entonces, realizó varias consultas colectivas
y convocó las juntas compuestas por los
funcionarios del Estado y de la Iglesia en varias
oportunidades, con el fin de encontrar la respuesta
a lo que estaba sucediendo en el Perú. Después
de la célebre junta de Valladolid (1550-1551)
donde se destacó la actuación de Bartolomé de
Las Casas, Fray Tomás de San Martín y Pedro de
La Gasca en contra la perpetuidad, se produjeron
arduos debates en la junta de 1556 y prevaleció
la oposición a la perpetuidad. Aunque la junta de 1568 la aceptó parcialmente, la de 1579 expresó
una opinión favorable a la concesión perpetua
de las encomiendas. Sin embargo, los debates
quedaron inconcusos: ninguna propuesta fue
aceptada ni rechazada.
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