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miércoles, 14 de diciembre de 2022

El proyecto de la Iglesia - La evangelización como parte de los proyectos políticos y religiosos. El Segundo Concilio limense

Si bien antes e incluso después de las Leyes Nuevas, la encomienda fue vista como el modelo laico de la evangelización, las órdenes religiosas expusieron el ideal conventual para la formación de los nuevos cristianos y su posterior reinserción a sus comunidades. Por un lado, el proyecto de los frailes priorizaba la conservación de las instituciones indígenas y por el otro, presentó la idea de la conversión por medio de la reducción como contraposición a la encomienda señorial. De esta manera, la nueva sociedad se representaba regida políticamente y judicialmente por las órdenes religiosas, respetando las instituciones preexistentes o como la sociedad cristiana española de encomenderos, basada en los lazos señoriales. Las discusiones sobre el diseño de esta nueva sociedad formaron parte de los debates políticos incluso a lo largo de la década de 1560. Frente a esta situación, la Corona, que todavía no tenía un proyecto claro, negociaba con los representantes de estos sectores. No obstante, el problema de la evangelización no tuvo sólo un carácter exclusivamente religioso, siendo la fe y la política estrechamente relacionadas. Con la creación de los corregimientos, en 1565, y la dotación a los indígenas de un sistema judicial, tanto los encomenderos como los curas ya no interfirieron en esta área. Los funcionarios reales asumieron funciones que antes eran compartidas entre los representantes de estos poderosos grupos.

Mientras tanto, el proceso de conversión de los curacas principales y sus familias avanzaba: en 1535, cerca de treinta señores étnicos fueron bautizados. Puesto que los símbolos de la religión eran también símbolos del pacto o de la alianza política, la cristianización otorgaba legitimidad a los caciques y, por tanto, los caciques estaban interesados en su conversión (Estenssoro, 2003). A partir de 1542, se observó logros en este campo puesto que, por un lado, durante las guerras civiles, el proceso de la evangelización se intensificó por parte de la política de la Corona; por el otro, fue el resultado de la violencia, crisis e incertidumbre reinantes y de la necesidad contar con la protección providencial de Dios. Además, la cristianización aseguraba la incorporación de los indígenas a la sociedad puesto que fue acompañada por un proceso de transformación cultural cuya parte indisoluble constituían las costumbres cristianos. Frente a los encomenderos que, antes de las guerras, eran los únicos garantes de la fe cristiana, la Corona y las órdenes religiosas apostaron por la segunda generación de caciques que se esmeraban en demostrar pertinencia al mundo cristiano, por lo menos en el discurso.

Sin embargo, la cristianización se topó con muchas dificultades: desde la insuficiente preparación del clero y su apego a lo material como el rechazo o la incomprensión del mensaje cristiano por los evangelizados. Los misioneros explicaron sus fracasos por la persistencia de las prácticas religiosas paganas y organizaron la extirpación de las idolatrías. Potosí fue considerado como uno de los centros de propagación de las prácticas y creencias paganas “en que el demonio los tenía”; sin embargo, cuando se “descubrió” el cerro y se inició la explotación de la plata, las autoridades y los mineros españoles fueron tolerantes con las prácticas religiosas de los indios.

El proceso de la fundición de metal en manos de los yanaconas huayradores estaba relacionado con prácticas religiosas y rituales andinos que incluían ofrendas de coca para sacar la máxima ganancia en la explotación del metal. La superioridad de la tecnología andina y la importancia de la mano de obra indígena eran factores que indujeron a que los españoles se hicieron de la vista gorda sobre lo que sucedía en estos momentos. Pablo Quisbert (2008) muestra que, en 1557, el encomendero Pedro Rodríguez de Portocarrero denunció ante el rey al visitador, licenciado Altamirano, que perseguía a los indígenas por tomar “un brebaje que ellos beben que llaman chicha” y por otras “cosas livianas” como pintarse la cara, brazos y piernas lo que, según el encomendero, alteraba el ritmo de trabajo y repercutía en la economía.

Por otro lado, las constantes borracheras de los indígenas que asistían al trabajo de las minas no sólo cumplían funciones festivas; también fortalecían su identidad permitiendo recordar y celebrar los hechos notables de sus antepasados. Durante las borracheras, los indígenas realizaban taquis en los que se combinaba danza y canto. Estas manifestaciones fueron las más visibles entre las idolatrías; se llevaban a cabo durante los fines de semana en el tiempo dedicado a la instrucción religiosa de los indios. La Iglesia intentó suprimir los taquis por ser expresiones idólatras. Pero persistieron estas prácticas en forma de Taqui Onkoy, un movimiento que se desarrolló entre 1565 y 1570 en Chuquisaca y La Paz, como señaló Teresa Gisbert (1999) aunque los historiadores peruanos Luis Milliones y Rafael Varón argumentaron que este fenómeno sólo tuvo lugar en la provincia peruana de Huamanga. Taqui Onkoy significa “canto enfermo” en quechua; su variante aymara es Thalausu (enfermedad de las sacudidas). Estas costumbres se extendian de la zona quechua a la aymara; tuvo su máxima expresión en Potosí, donde acudían indígenas de numerosas provincias.

Mientras tanto, en 1563, el Concilio de Trento celebró su última sesión: allí la Iglesia cerró filas ante la amenaza protestante y determinó el establecimiento de concilios provinciales en España, México y Perú. Sin embargo, en el Segundo Concilio Limense que tuvo lugar desde agosto de 1567 hasta marzo de 1568, los debates estuvieron mucho más cerca del humanismo de la primera evangelización que de la reforma católica. En esta oportunidad, hubo arduos debates entre seculares y regulares por el poder en el seno de la Iglesia, pero la mayor oposición pudo verse entre los funcionarios de la Corona, los sacerdotes que defendían a los indios y los partidarios de los intereses de los encomenderos. El meollo del conflicto fueron las discusiones sobre las condiciones de trabajo indígena y la legitimidad de las instituciones coloniales: dominicos célebres como Loayza, Domingo de Santo Tomás, Pedro de Toro, Francisco de la Cruz protestaron contra el trabajo de los indígenas en las minas.

Otro punto de debate en Lima fue la elaboración de un nuevo catecismo que respondiera a las exigencias del Concilio de Trento y se propuso la preparación de un confesionario para evitar los problemas lingüísticas e imponer un control ideológico por medio de la confesión. En esta reunión se produjo la reorientación del ceremonial prehispánico para “convertir en fiesta y alabanza a Dios lo que se practicaba hasta entonces en honor del diablo para pedir ayuda en tiempos de necesidad durante la siembra y a la espera de lluvias, explicando a los indios que deben a Dios su grano y su pan” (Estenssoro, 2003).

Dibujo Borrachera


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