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sábado, 10 de octubre de 2015

El rol clave de los Edwards en la Guerra del Pacífico

Fuente Correo del Sur

E sta es la historia de cómo Agustín Edwards Ossandón –bisabuelo del actual dueño de El Mercurio– jugó un rol preponderante de "lobby" político y empresarial para que se desencadenara la Guerra del Pacífico, la que es relatada en una biografía desclasificada del dueño de El Mercurio, Agustín Edwards Eastman, de Víctor Herrero.

"Agustín Edward Ossandón fue el creador de la inmensa fortuna de los Edwards, pero fue su hijo Agustín Edwards Ross quien catapultó a la millonaria familia de provincia hacia los más altos círculos del poder político y social chileno", así describe Víctor Herrero, en su biografía desclasificada del dueño de El Mercurio, al bisabuelo de Agustín Edwards Eastman y segundo Agustín de una dinastía que comprendió perfectamente el juego unificado entre el dinero, la política y los medios de comunicación.

Según el libro, Edwards Ross, "El cucho", fue quien se dio cuenta de que "el mundo político no solo servía para articular los intereses económicos de su familia, sino también para ganar prestigio (...) la generación de los primeros herederos ambicionaba ya no solo riquezas, sino poder".

"En pocos años, este nuevo Agustín Edwards se convertiría en uno de los principales protagonistas en tres grandes acontecimientos históricos que, hasta cierto punto, repercuten hasta nuestros días: la Guerra del Pacífico de 1879, la Guerra Civil de 1891 y la creación de una prensa moderna y con una influencia nunca antes vista en el país", agrega Herrero.

ROL DESENCADENANTE
Un año después de la muerte de su padre, en 1873, Edwards Ross tuvo un papel fundamental, hasta "desencadenante" de la Guerra del Pacífico. Ese año asumió la presidencia de la "Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta", de la cual su familia tenía el 42% de las acciones. "Agustín Ricardo, de veintiún años, envió a un emisario a La Paz para gestionar con el Gobierno de Bolivia el reconocimiento de los derechos y concesiones de esa compañía para explorar y exportar salitre en amplias zonas de la región de Antofagasta que entonces pertenecía al país vecino", lo que fue concedido, pero nunca ratificado por el Congreso de Bolivia. Luego, en 1878, la Asamblea Constituyente boliviana aprobó sin problemas el establecimiento de un impuesto de diez centavos al quintal de salitre exportado, lo que desencadenó la ira de los empresarios chilenos, entre ellos Edwards.

La Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta se negó a pagar este impuesto, nueve meses después el prefecto de Antofagasta ordenó la aprehensión del gerente general de la empresa de Edwards, estando solo dos meses detenidos. Pero no todo estaba zanjado, en enero de 1879 La Paz aprobó un decreto para confiscar los bienes de la empresa y anunció el remate de estos, con lo que las faenas de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta se detuvieron. En paralelo, el Gobierno chileno de Aníbal Pinto también desplegó sus cartas. Los empresarios llevaban tiempo presionándolo para que interviniera, aunque un conflicto fronterizo mantenía la atención de las autoridades nacionales, pero la posibilidad de un remate de una empresa chilena levantó las alarmas y el Presidente envió al buque Blanco Encalada a las costas de Caldera. Cuatro días después, este ancló en Antofagasta.

En paralelo el representante en Chile de Gibbs & Sons –también dueños de la Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta– escribió a sus superiores en Londres, con el objetivo de dar a conocer la estrategia zanjada tras una reunión de accionistas. En la misiva se recomendaba "gastar algún dinero para estimular a periodistas en los diarios para que publiquen artículos de naturaleza patriótica", lo que efectivamente ocurrió –como relata el libro– y en los diarios El Ferrocarril y Los Tiempos se publicaron textos de corte nacionalista.

Finalmente la jugada política y militar de Chile llegó, y justo cuando la Compañía de Salitres y Ferrocarriles iba a ser rematada en Antofagasta (14 de febrero de 1879) las tropas chilenas desembarcaron en el puerto de dicha ciudad. De esta forma, Agustín Edwards Ross salvó a su empresa de ser rematada y fortaleció su poder económico y de manipulación política.

Dos semanas después del arribo en Antofagasta, Bolivia, junto a Perú, declaró la guerra a Chile, asegura el libro, según el cual, “el conflicto bélico duraría un poco más de cuatro años y causaría unos catorce mil muertos".

Pero el accionar de Edwards y las conexiones del mundo político con el sector económico eran evidentes. Según Víctor Herrero, "llama la atención que tres de los cinco ministros que conformaron el primer gabinete de guerra chileno eran accionistas minoritarios de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta. Ellos eran Antonio Varas, ministro del Interior; Domingo Santa María, ministro de Relaciones Exteriores, y Jorge Huneeus, ministro de Justicia".

Otra operación que es develada por el libro es que, pocas semanas después de que estalló la guerra, apareció ante el notario de Antofagasta el estadounidense Charles C. Greene, el nuevo gerente de la Compañía de Salitres y Ferrocarril". ¿El objetivo? Pedir el permiso, a nombre de 21 empleados de la empresa, ante notario, para explorar yacimientos en la zona ya ocupada por Chile. Luego fueron inscritas "51 tacas de salitre a nombre de los empleados", los que no pagaron nada por el procedimiento y que el siguiente año cedieron sus derechos a la Compañía de Salitres y Ferrocarril, de la cual Edwards Ross era director.

Treintaiún años después la operación salió a la luz: un civil levantó una denuncia por posible fraude al fisco, pero este no se hizo parte y, ya en la Corte Suprema, la Compañía de Salitres y Ferrocarril contrató como abogado a Luis Barros Borgoño, ex relator de la Corte y quien luego sería Vicepresidente de la República, el que finalmente hizo que la empresa ganara la demanda, esto a pesar de las repercusiones mediáticas y de protestas obreras. El fallo era descrito "como un ejemplo de cómo la oligarquía y el Estado confabulan para favorecer los intereses de los grandes empresarios", relata la biografía.

Es a raíz de estas operaciones que "Agustín Edwards Ross sacó dos lecciones valiosas del conflicto de 1879. La primera era que las guerras victoriosas son un negocio muy rentable y, la segunda, que la prensa es un factor clave en formar una opinión pública favorable a los intereses propios".

El segundo aprendizaje fue fundamental para la política comercial de la familia Edwards: para generar una real influencia en el país había que mezclar los intereses políticos con los económicos y la "herramienta crucial para lograrlo era la prensa", escribe Herrero. Es así como en 1882 Edwards Ross compró el diario La Época y luego, en 1882 o en 1884 –no está clara la fecha– compró El Mercurio de Valparaíso.
"Con el término de la Guerra del Pacífico, Agustín Edwards Ross emergía como una de las figuras más poderosas de Chile. No solo había logrado expandir la vasta fortuna familiar, sino que ejercía también una enorme influencia empresarial y política. Los Edwards, que habían hecho fortuna en las inhóspitas y polvorientas ciudades y pueblos del Norte Chico, se instalaban ahora cada vez más cerca del centro mismo del poder", señala la biografía desclasificada del dueño de El Mercurio.

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