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miércoles, 30 de marzo de 2016

Eduardo Abaroa Hidalgo El Héroe de Calama

Héroe nacional
Defensa de calama

Eduardo Abaroa Hidalgo tomó su arma y se plantó en el puente del Topáter, sobre el río Loa, para librar la que sería su última batalla.

“¿Rendirme yo ?... ¡Qué se rinda su abuela, carajo!", fueron las últimas palabras que este boliviano pronunció, rechazando la propuesta de capitulación que le ofrecían los soldados chilenos; quienes -ante su altivez- no tuvieron más alternativa que apretar el gatillo de sus armas y abrir fuego.

Dos balas segaron su vida a los 40 años, una que impactó en su cabeza y, la otra, en el vientre.

Primera época

Abaroa nació un 13 de octubre de 1839 en San Pedro de Atacama, que por aquel entonces era un pueblo minero, al cual acudían industriales y empresarios para explotar los ricos yacimientos de oro, plata y cobre.

La incipiente ciudad estaba rodeada por un arenal, sus casitas estaban construidas con techo de paja, frente a frente sobre las callejuelas angostas.

Eduardo provenía de la familia Abaroa, un clan tradicional de la zona.

Hijo de Juan Abaroa con Benita Hidal-go, era el tercer hijo de cuatro hermanos: Guadalupe, Ignacio e Irene.

Según datos del historiador chileno, Vicuña Mackenna, la familia firmaba su apellido con “v”, pero su uso a través de la historia se modificó a “b” labial.

Se trataba de una familia relativamente acomodada, situación que permitió a Eduardo Abaroa realizar sus primeros estudios en la escuela del pueblo.

Con el tiempo comenzó a adquirir conocimientos de Teneduría de Libros y Contabilidad, que luego serían la base de su profesión. También era un

empresario independiente y trabajaba en una mina de plata localizada en el departamento del Litoral.

En sus años mozos, conoció y convivió con Irene Rivero Pachas, quien fue la madre de sus cinco hijos: Amalia, Antonio, Andrónico, Eugenio y Eduardo.

El escritor Roberto Querejazu, en su libro “Guano, Salitre, Sangre. Historia de la Guerra del Pacífico”, describe a Abaroa como un hombre alto, delgado y con personalidad un tanto introvertida.

LLAMADO A BATALLA,

RESISTENCIA BOLIVIANA

En marzo de 1879, Abaroa -que se

encontraba en Calama por razones

laborales- no dudó en alistarse como combatiente.

El 23 de marzo de 1879, los habitantes de esta región se enteraron

del ataque de más de 500 soldados chilenos y rápidamente se organizaron para defender Calama, apoyados por el prefecto de Antofagasta, Severino Zapata y por una tropa de unos 100 efectivos, que se situaron en varios puntos de la población boliviana.

Cuando llegó la hora de la batalla, Eduardo Abaroa fue nombrado segundo jefe de los rifleros de Calama; puesto que aceptó honrosamente, no sin antes escribir su testamento y una carta poder a un amigo para que se casara en su nombre con su pareja, Irene Rivero, madre de sus cinco hijos y así no dejarlos desamparados ante la ley.

Si bien la resistencia boliviana fue difícil de aplastar, la superioridad numérica de las tropas invasoras determinaría el desenlace de esta situación.

LOS ÚLTIMOS INSTANTES

La batalla fue cruenta pero la fuerza de su espíritu permaneció intacta. Se quedó en una zanja armado

de un fusil Winchester, que llevaba desde un principio, y de otras dos armas que pertenecieron a sus compañeros caídos a su lado. También estaba acompañado por un peón que fue con él desde San Pedro de Atacama y le ayudaba a cargar las armas.

Es así como, desde su trinchera, el héroe nacional dio pelea a más de 100 chilenos para impedir la irrupción del enemigo al puente Topáter, en medio de la Batalla de Calama.

Cuando cayó en manos de los chilenos, el coronel Avelino Villagrán no podía creer que este hombre hubiera causado tantas bajas a su ejército y lamentó ser él mismo quien ordenara disparar los fusiles de sus soldados, ante la firme negativa de Abaroa de rendirse ante los chilenos.

Precisamente fue Villagrán quien escribiría en 1880 la primera biografía del héroe nacional, de quien se refirió de la siguiente manera:

"No investía carácter militar, pero era boliviano y sobre todo un buen patriota".

La hazaña de Eduardo Abaroa trascendió gracias a los relatos de los

testigos de ese día, los mismos que fueron recopilados por los historiadores en una serie de escritos.

Así lo revela una carta escrita por el subteniente chileno Carlos Souper, publicada en un diario de Valparaíso hace 137 años: “Nos sorprendió ver que un boliviano desde adentro hiciera fuego a más de 100 hombres, pues amigo, nos dio bala duro, y fue imposible pillarlo por más que se lo buscara”.

Un relató que se trasmite de generación tras generación y que quedó clavado en la memoria colectiva de todo un pueblo.

Terminada la batalla, el cuerpo de Abaroa fue enterrado por el Ejército chileno, el mismo día de su deceso, en el cementerio de Calama.

Su sepelio se realizó con honores de héroe: con 21 disparos al aire

y siendo envuelto con la bandera

chilena, a falta de la boliviana.

El historiador Querejazu se refiere a Abaroa como un Quijote, ya que incluso tenía a su escudero -el peón que lo acompañó en la lucha- y un fiel caballo, llamado Chaska.

honores y reconocimiento

Ese día nació la leyenda de Eduardo Abaroa, cuyo rol en la defensa del Litoral se ha consagrado como un relato fundacional de la identidad nacional boliviana.

El 14 de febrero de 1952, el Gobierno boliviano aprueba el Decreto Ley

Nº 2976, para repatriar los restos mortales del Héroe del Topáter.

Durante su exhumación se recuperaron restos de la bandera chilena con la que fue enterrado y casquillos de las balas disparadas en su honor.

Ya en territorio nacional fue sepultado en medio de una muchedumbre impresionante (decenas de miles) en la plaza de La Paz que lleva su nombre.

Asimismo, se erigió una estatua de bronce del mártir boliviano en una postura desafiante, como la que habría realizado el momento antes de su muerte.

Como un homenaje, la empresa Correos de Bolivia honró su memoria con la creación de una serie de sellos postales en los que se citaron sus últimas palabras, aquellas que aún hoy en día, luego de 137 años, llenan de orgullo el corazón de todos los

bolivianos.

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