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sábado, 26 de marzo de 2016
Valentín Navarro y los héroes de Calama
“(…) en esos solemnes momentos no vi palidecer a ninguno de los que se hallaban en el regimiento; más parecía que se preparaban para un festín que para un terrible combate en el que iban a correr torrentes de sangre” (Ricardo Ugarte).
Hay héroes que yacen olvidados en el Cementerio General de Sucre. Su protagonismo e importancia en la historia boliviana contrasta con las flores marchitas que hoy visten sus lápidas a 137 años de la Guerra del Pacífico.
Caminaba entre los mosaicos de nichos apilados en el sector de los primeros cuarteles del camposanto, donde el aire parece más fresco y limpio por la brisa que corre a través de sus viejos árboles y jardines.
Nombres y fechas variadas desfilaban ante mis ojos cuando me detuve en un nicho que llamó mi atención; los colores grises de la lápida apenas se distinguían por el peso del tiempo entre esa reja de hierro forjado. El olvido se colaba por las rendijas obligando al curioso a aproximarse para conocer de quién se trataba… Valentín Navarro “Héroe en Calama”.
Quedé pensativo por un momento y a mi mente regresaron aquellos años en la escuela, cuando los maestros relataban los episodios más importantes de la Guerra del Pacífico, como la jornada del 23 de Marzo de 1879 en Calama, destacando la figura del valeroso Eduardo Abaroa en el puente del Topáter, imprimiendo con su sangre uno de los episodios más recordados y sentidos de la historia de Bolivia.
Junto con Abaroa, en mis recuerdos de estudiante figuraba también Ladislao Cabrera y alguno que otro personaje que en ese momento no alcanzaba a identificar. Llegué a la conclusión de que al margen de ellos, en mi memoria no figuraban o simplemente no existían otros personajes recuperados por mis maestros o aquellos libros de Historia sobre la Guerra del Pacífico que acompañaron los años de colegio.
Entonces, ¿quién fue Valentín Navarro?, ¿cómo se explicaba que el título de “Héroe en Calama” impreso para la eternidad en su lápida pase tan desapercibido y, a 137 años de ese 23 de marzo, este personaje haya quedado en el olvido? ¿Habrá conocido a Ladislao Cabrera?, ¿estuvo con Eduardo Abaroa?, ¿qué fue lo que hizo en Calama?
Calama: Coraje, valor y sangre
En febrero de 1879, al inicio de la invasión chilena en el puerto de Antofagasta, Calama estaba poblaba con menos de un centenar de casas y edificaciones escasamente habitadas por civiles y algunas autoridades.
El 16 de febrero de ese año, dos días después de la toma de Antofagasta, el coronel Fidel Lara llegó a Calama con la noticia de la invasión chilena. En ese momento, los habitantes y estantes allí emplazados jamás imaginarían que ese pequeño terruño se convertiría, un mes después, en el bastión de defensa de la nacionalidad boliviana.
Según relata el historiador Roberto Querejazu Calvo en su libro “Guano, salitre, sangre. Historia de la Guerra del Pacífico”, el desembarco de→ →tropas chilenas en Antofagasta el 14 de febrero sorprendió a Ladislao Cabrera en sus funciones de prestigioso abogado en Caracoles, donde además fungía como presidente del Ayuntamiento. Junto al subprefecto de esa localidad, el coronel Fidel Lara, coincidieron en que era imposible defender ese distrito minero con los poco más de 20 soldados disponibles de su guarnición. De ese modo resolvieron retirarse hasta Calama, donde tenían mejores perspectivas para hacer frente a la ofensiva chilena.
Así, el 17 de febrero arribó a Calama el coronel Emilio Delgadillo con 23 hombres que componían la guarnición de Caracoles; un día después haría lo propio Ladislao Cabrera, en cuyos hombros descansó la organización de la defensa boliviana.
Ricardo Ugarte, civil que salió de Calama el 18 de febrero rumbo a Tocopilla en busca de pólvora y armamento, relata que al mando de Cabrera, entre otras personas, formaron el abogado Valentín Navarro y Eduardo Abaroa, este último residente de Atacama que se encontraba temporalmente en Calama atendiendo sus negocios. Ahí estaba, el relato histórico confirmaba la presencia de Navarro en esa cita con el destino de la nacionalidad boliviana.
En ese escenario, hasta el 22 de marzo, con pequeños refuerzos de Tocopilla y Mejillones el reducido contingente boliviano consiguió armar a 135 hombres con rifles, escopetas, revólveres, lanzas, pólvora y otros insumos apenas suficientes para sostener un combate desigual contra un ejército entrenado y bien equipado.
En medio de los preparativos, el parlamentario chileno Ramón Espech se presentó en Calama para demandar la rendición de los bolivianos y la entrega inmediata de sus armas. Sin embargo, Cabrera respondió que cualquiera que fuera la superioridad del enemigo, ese puñado de patriotas “defendería hasta el último trance la integridad del territorio de Bolivia”, según recoge José Vicente Ochoa en su texto “Calama”, publicado en 1890.
Tras ello Cabrera, junto a Valentín Navarro, uno de sus principales colaboradores, redactó una proclama dirigida a sus compatriotas en Calama; 135 bolivianos dispuestos a enfrentar su destino en un combate por demás desproporcionado. “Que sepa Chile que los bolivianos no preguntan cuántos son sus enemigos para aceptar el combate (…)”, reza el documento citado por Querejazu.
“De los 135, nueve eran civiles y 126 vestían uniforme militar. De los nueve civiles, cinco eran abogados (Ladislao Cabrera, Valentín Navarro, Ricardo Ugarte, Lizardo Taborga y Manuel J. Cueto), dos empleados públicos (José G. Santos Prada, subprefecto de Calama y Eugenio M. Patiño, intendente de Policía), uno médico (Gregorio Saavedra) y uno contador (Eduardo Abaroa)”, precisa Querejazu en su relación sobre los protagonistas de la defensa de Calama.
Al frente tenían 544 soldados chilenos a la cabeza del teniente coronel Eleuterio Ramírez y el coronel Emiliano Sotomayor, quienes organizaron a sus oficiales en dos grupos para la toma de Calama por los puentes Topáter y Carvajal, la madrugada del 23 de marzo de 1879.
Los sucesos de esa jornada, ampliamente estudiados y relatados por historiadores bolivianos e incluso chilenos, encumbraron el valor de ese puñado de bolivianos que cumplieron su promesa al entregar sus vidas por la patria.
Tras dos horas de aguerrido combate, Cabrera, viendo mermadas sus fuerzas ante el dispar enfrentamiento, ordenó a los sobrevivientes entre jefes y oficiales, tropa y empleados de la Prefectura del Litoral, la retirada en dirección de Chiuchiu, Canchas Blancas y Potosí.
En su parte fechado el 31 de marzo de 1879 en localidad de Canchas Blancas y dirigido al Ministerio de Guerra, Cabrera da cuenta con detalle sobre los preparativos para la defensa, los pormenores y los resultados de la lucha por defender Calama. Desde ese mismo lugar, a su turno, Ricardo Ugarte levantó una relación de los “señores jefes, oficiales, paisanos y tropa” que combatieron en Calama; 135 fueron los defensores, sin embargo en la lista solo se consigna a 87, el resto no tenía documentación que respalde su identidad. Así se sabe que esa jornada 30 hombres fueron prisioneros del ejército chileno y que Eduardo Abaroa, el teniente Menacho y 14 oficiales más de la tropa perdieron la vida.
“Aquel pequeño grupo de valientes cumplió su consigna defendiendo su puesto con valor y denuedo, hasta que su bandera no fue más que un arambel, hasta que sus armas no fueron más que garrotes por falta de balas…”. Así reseñó el combate Eduardo Subieta, en su homenaje titulado “¡A los héroes de Calama en testimonio de admiración!”, documento que fue leído el 25 de mayo de 1879, en una sesión pública de la Sociedad Literaria Sucre.
Navarro y la Guerra del Pacífico
Tras la requisa de los libros el peso e importancia de Valentín Navarro quedaba por demás demostrado. Ese personaje había protagonizado uno de los episodios más importantes para Bolivia en la Guerra del Pacífico.
Ese protagonismo fue recuperado y difundido también por el destacado escritor y ensayista boliviano Tristán Marof, que en su texto “Sangre Gloria y Honor en el puente del Topáter”, publicado el 22 de marzo de 1965, recuerda cómo Navarro se dirigió al grupo de 135 bolivianos en Calama instándolos a defender con su vida la integridad del territorio nacional: “Saben que los chilenos son numerosos, con fuerzas de caballería, infantería y artillería en número de 900 plazas, pero ustedes han resuelto defender su patria hasta morir. Se firma el acta correspondiente, se lucha y se muere…”, había sentenciado el doctor Valentín Navarro frente a las intenciones chilenas de propiciar una rendición en vísperas del 23 de marzo.
Esas palabras seguramente fueron reproducidas una y mil veces en persona y de boca del mismo Valentín Navarro a Tristán Marof, su hijo. Sí, esta búsqueda me había develado una nueva sorpresa: el autor de “La ilustre ciudad”, “La justicia del Inca” y otras importantes obras, era hijo del propio doctor Valentín Navarro, héroe en Calama.
Según relata Gustavo Adolfo Navarro Emeller (Tristán Marof, 1898-1979), tras la Guerra del Pacífico, como reconocimiento a su padre, el Senado de Bolivia le otorgó una medalla de oro y un emblema con la leyenda: “Se batió uno contra diez”.
Es interesante percatarse de que, si Valentín Navarro no habría vuelto de la defensa de Calama, Tristán Marof jamás habría nacido y Bolivia se hubiera perdido de una de las figuras más influyentes y representativas del movimiento político de izquierda durante el siglo XX.
Navarro regresó a su ciudad natal, Sucre. Siendo uno de sus ciudadanos más probos y respetables, continuó desempeñando sus funciones de abogado y partió al más allá el 3 de enero de 1917.
Me figuro al joven Gustavo Navarro, de pie, frente a la tumba de su padre, embargado por un profundo sentimiento de vacío frente a la partida de ese ser que marcó su existencia y al que probablemente había defraudado. “Sus funerales fueron solemnes en atención a sus méritos. Una compañía de soldados acompañó sus restos hasta el cementerio y el instante que el corneta tocaba silencio solo su hijo sabía que su padre había muerto de dolor”, confesaría años después Tristán Marof, en sus memorias.
La familia sucesora del abogado defensor de Calama siguió la línea Querejazu, que ahora florece en Santa Cruz. Doña Olga Saavedra de Querejazu, descendiente directa de Navarro, cedió la única fotografía conocida de Valentín Navarro al Archivo de la Casa de la Libertad; gracias a ello hoy podemos conocer cómo y quién fue el personaje de Calama. En la imagen del personaje, al lado izquierdo del pecho se puede apreciar la insignia medalla de reconocimiento como Héroe de Calama, distinción que, según su hijo, portaba orgulloso en ocasiones especiales.
Sobre héroes y tumbas
137 años han pasado desde ese fatídico 23 de marzo y en el nicho de Navarro, incrustado en las rejas por alguna mano piadosa, una astromelia amarilla medio marchita alegra de alguna manera ese espacio de silencio y olvido. Su intenso color contrasta con un par de floreros improvisados donde unas flores marchitas y saturadas de polvo dan cuenta del tiempo que yacen allí sin renovación alguna.
Parecería que no es casual el lugar que ocupa el nicho de Navarro, prácticamente detrás del ángel de mármol encargado por el expresidente Hilarión Daza en memoria de sus padres. Es como si aquel ser alado diera la espalda a uno de los personajes olvidados de la contienda del Pacífico. “La muerte es nada: el olvido es todo”, reza el epitafio inscrito en el mármol fechado en 1878, un año antes de la Guerra.
Resulta paradójico que esa figura haya sido erigida por un personaje tan cuestionado por su accionar durante la Guerra, calificado incluso como traidor a la patria, delito que en los hechos no fue olvidado y probablemente por eso, después de 14 años de ausencia, en febrero de 1894, a su retorno de Europa para enfrentar un juicio de responsabilidades en la Corte Suprema, Daza fue asesinado en la estación de trenes de Uyuni. Fue baleado por tres disparos de carabina, presumiblemente disparados por la misma guardia que lo escoltaba a su llegada a la estación, según colige Querejazu.
El mismo historiador cuestiona así su papel en la Guerra del Pacífico: “¿Por qué por lo menos no reforzó un poco la guarnición de los cuatro puertos (Antofagasta, Cobija, Tocopilla, y Mejillones) aunque no fuese sino para que la piratería chilena no fuese tan fácil… y la muerte de Abaroa menos solitaria?...”.
Como cualquier guerra, la del Pacífico devolvió al país un contingente de excombatientes, muchos→ →de los cuales terminaron sus días en Sucre. Según el historiador Guillermo Calvo Ayaviri, el Cementerio General de la capital alberga los restos de aproximadamente 400 personas que participaron del conflicto bélico con Chile entre 1879 y 1880, cuando Bolivia se retiró de la Guerra tras la Batalla del Alto de la Alianza, el 26 de mayo de 1880.
En su trabajo titulado “El Cementerio General de Sucre, apuntes sobre su historia” Calvo logró recuperar una lista de más de 100 personas, veteranos cuyos nombres probablemente nunca se habrían conocido de no ser por la labor del investigador. No obstante, hoy en día en el cementerio solo unas cuantas tumbas de personajes que parti-ciparon de la Guerra del Pacífico pueden ser reconocidas, aunque ello no significa que hayan superado el olvido de autoridades e instituciones.
Calvo cuenta que cada entierro de un veterano del Pacífico era un acontecimiento que despertaba el civismo de la población, que se entregaba a los actos donde se rendían honores a los excombatientes de la Guerra. “Eran actos muy solemnes con la participación del clero en una misa concelebrada en la Catedral Primada de Bolivia, el cortejo fúnebre era en carrozas con caballos y gente de a pie, estas personas gozaban de nichos dignos de un notable”, refiere. Asimismo, según su investigación, el Ministerio de Guerra disponía el pago de Bs 100 a la familia del difunto para encarar los gastos funerarios.
Los entierros de excombatientes del Pacífico en Sucre se extendieron hasta 1928; si bien hubo más veteranos todavía vivos, no se cuenta con registros de sus decesos pasado ese año.
El investigador lamenta que la necesidad de espacio haya motivado a los administradores del Cementerio a retirar y exhumar los restos de los veteranos para dar paso a otros cuerpos. Así, la gran mayoría ahora descansa en una fosa común y es que fue justamente tras la Guerra del Pacífico, en 1901, que en homenaje a la Batalla de Alto de la Alianza recién comenzaron la remodelación del camposanto con la construcción de mausoleos.
Honor y gloria
Uno de los pocos actos de reivindicación de la memoria de los héroes del Pacífico y más precisamente con Valentín Navarro se cumplió en 2006, cuando gracias a la colaboración de la señora Olga Saavedra de Querejazu autoridades municipales conocieron el relato sobre la vida de su antecesor y su participación en Calama. De ese modo, a través de la Ordenanza Municipal N° 172/06 se determinó la exhumación de los restos de Navarro, que fueron retirados de su nicho y colocados en la antigua cripta donde antes descansaban los de Manuel Ascencio Padilla, justamente al lado de la sepultura de Ladislao Cabrera y el general Narciso Campero.
“Que, el Dr. Valentín Navarro fue Secretario General de Don Ladislao Cabrera, de destacadísima actuación durante las jornadas épicas de la defensa de Calama, el 23 de marzo de 1879, habiendo aportado asimismo con todos sus recursos económicos, como los de su comandante en la conformación de un grupo irregular de patriotas que tuvieron como misión dicha defensa. Que, como un homenaje y retribución justa a quienes permanecieron juntos en la defensa de nuestro Litoral, en aquellos aciagos días de combate defendiendo nuestra heredad nacional, se efectuará el traslado de los restos de Don Valentín Navarro al lado de los restos de Don Ladislao Cabrera y el general Narciso Campero en el Cementerio General”, reza la ordenanza.
No obstante, más allá del acto solemne de traslado de los restos, el 16 de diciembre de 2006, hoy esos lugares de la memoria del Pacífico no gozan de mayor reconocimiento. Este extremo es confirmado por el propio administrador del Cementerio, Leonardo Soria. “A don Valentín alguna vez dejan alguna florcita en lo que era su lápida, en esos frascos de mermelada. También a veces algún colegio viene a hacer sus homenajes y dejan sus coronas de flores en la tumba de Ladislao Cabrera”, afirma.
Hoy, la memoria de Valentín Navarro flota como fantasma de un pasado que no deja de hacerse presente. Junto a otros, yace en el Cementerio a la espera del visitante que se detiene frente a sus lápidas y bronces; ahí, donde sus historias no terminan, sino que apenas empiezan.
…Esas palabras seguramente fueron reproducidas una y mil veces en persona y de boca del mismo Valentín Navarro a Tristán Marof, su hijo. Sí, esta búsqueda me había develado una nueva sorpresa: el autor de “La ilustre ciudad”, “La justicia del Inca” y otras importantes obras, era hijo del propio doctor Valentín Navarro, héroe en Calama… Si Valentín Navarro no habría vuelto de la defensa de Calama, Tristán Marof jamás habría nacido y Bolivia se hubiera perdido de una de las figuras más influyentes y representativas del movimiento político de izquierda durante el siglo XX.
BIBLIOGRAFÍA
Abecia, Valentín. La dramática historia del mar boliviano, Editorial La Juventud, La Paz, 1988.
Baptista Gumucio, Mariano (dir). ¡Que se rinda su abuela, carajo! Vida y epifanía de Eduardo Abaroa, Biblioteca Popular Última Hora, La Paz, 1978.
Camacho, Eliodoro. Reseña critica de la historia militar de Bolivia, La Paz, Tipografía Comercial, 1897.
Gutiérrez, Alberto. La Guerra de 1879, París, 1912.
El diario de Campaña de la injusta Guerra del Pacífico. Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional, La Paz, 2015.
El libro del Mar. Ministerio de la Presidencia, La Paz, 2004.
Lechín Suárez, Juan. Historia trágica de un camino inexistente, Los Amigos del Libro, Cochabamba, 2001.
Marof, Tristán (Gustavo Navarro). La novela de un hombre (memorias), Editorial del estado, La Paz, 1956.
Querejazu Calvo, Roberto. Guano, salitre, sangre: Historia de la Guerra del Pacífico, Editorial La Juventud, La Paz, 1998.
Ugarte, Ricardo. La primera página de la Guerra del Pacífico, La Paz, 1890.
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