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miércoles, 10 de agosto de 2016

El pasado prehistórico desconocido de Bolivia



Bolivia es el resultado de una fusión de culturas.

El territorio que hoy ocupa nuestro país fue el escenario para el surgimiento, desarrollo y desaparición de grupos humanos o sociedades que, en determinados casos y épocas, llegaron al rango de civilizaciones.

Durante siglos, el conocimiento sobre esas culturas estuvo opacado —y quizás hasta oculto— por un historicismo cuya finalidad era mantener un orden que, por una parte, se basaba en el acatamiento de las normas religiosas y, por otra, en la obediencia al monarca. La historiografía, entonces, se armaba sobre la base de la fe en Dios, como supremo creador del Universo, y un estilo fuertemente influenciado por los autores homéricos. Los cronistas que recogieron la información oral sobre los pueblos que habitaban o habitaron esta parte del continente antes de la llegada de los españoles tenían una visión fuertemente influenciada por la sociedad conquistadora quizás debido a que esta llegó de la mano de la evangelización.

Aunque de origen indio, el cronista Phelipe Guamán Poma de Ayala no pudo sustraerse a esa influencia ni siquiera cuando le escribió una carta al rey de España de su tiempo, Felipe III, quejándose por los excesos de sus funcionarios y proponiéndole instaurar en las colonias un modelo administrativo basado en el Tawantinsuyo. La carta viene a ser una especie de conclusión del “Primer nueva corónica i buen gobierno” (Su título original es así: corónica en vez de crónica), un libro manuscrito de casi 1.190 páginas y 398 ilustraciones que fue descubierto en 1908 en la Biblioteca Real de Copenhague.

En el marco de su visión religiosa, fue él quien refirió que los primeros habitantes de estas tierras eran descendientes de Noé o quizás del mismo Adán:

"Mandó Dios salir desta tierra, derramar y multiplicar por todo el mundo. De los hijos de Noé, destos dichos hijos de Noé, uno de ellos trajo Dios a las Yndias; otros dizen que salió del mismo Adán. Multiplicaron los dicho[s] yndios, que todo lo saue Dios y, como poderoso, lo puede tener aparte esta gente de yndios".

Ese tipo de creencias se equipara perfectamente con las versiones sobre la creación del mundo que manejan otros cronistas como Juan de Betanzos, citado por el boliviano Roy Querejazu Lewis, en “Bolivia prehispánica”, quien señala que “en los tiempos antiguos, dicen ser la tierra y provincia del Perú oscura y que en ella no había lumbre ni día. Que había en este tiempo cierta gente en ella, la cual gente tenía cierto Señor que le mandaba y a quien ella era sujeta. Del nombre de esta gente y del señor que la mandaba no se acuerdan. Y en estos tiempos que esta tierra era toda noche, dicen que salió de una laguna que es en esta tierra del Perú en la provincia que dicen de Collasuyo, un señor que llamaron Con Ticci Viracocha, el cual dicen haber sacado consigo cierto número de gentes del cual número no se acuerdan. Y como este hubiese salido de esta laguna, fuese de allí a un sitio que es junto a esta laguna, que están donde hoy día es un pueblo que llaman Tiahuanacu, en esta provincia ya dicha del Collao; y como allí fuese él y los suyos, luego allí de improviso, dicen que se hizo el sol y el día, y que al sol mandó que anduviese por el curso que anda; y luego dicen que hizo las estrellas y la luna”. Aunque admite su carácter fantasioso, Querejazu cierra el capítulo sobre los mitos andinos afirmando que “lo más importante de todo ello es la insistente mención que se hace del Collasuyo, de la isla del sol en el Lago Titicaca y de Tiahuanaco. Pese a la falsificación de su historia, a partir de Pachacutec Inca Yupanqui, los Incas no pudieron ocultar del todo que su origen era incuestionablemente colla”.

Esa última afirmación podría ser válida para la sociedad inca, cuya antigüedad ya ha sido cuestionada, pero no para las demás culturas que habitaron el territorio que hoy es Bolivia.

Independientemente de su origen, la mayoría de los cronistas refiere la existencia de pueblos anteriores a incas y collas de cuya existencia supieron por relatos de los ancianos. Así, Pedro Cieza de León afirma que “yo tengo que ha muchos tiempos y años que hay gentes en estas Yndias, según lo demuestran sus antigüedades y tierras tan anchas y grandes como han poblado” y el ya mentado Guamán Poma de Ayala incluso menciona a los wari wiracocha runa como “primer generación de yndios del multiplico de los dichos españoles que trajo Dios a este rreyno de las Yndias, los que salieron de la arca de Noé, deluuio (del diluvio)”.

La excesiva relación de su prehistoria incaica con la Biblia ha sido una de las razones de los ataques a la “Corónica” pero, ya con las luces de nuestro tiempo, Guamán no sólo es disculpado sino que ya se entiende mejor la visión que tenía cuando escribió tan monumental obra. Ramiro Condarco, por ejemplo, dice que “Guamán Poma confirma así que los primeros habitantes de los Andes Centrales fueron hijos de una época diluvial, no por influencia del credo católico, sino por hallarse conforme a la tradición de sus mayores”. Sin ser indio, Cieza de León también hace referencia al diluvio: “cuentan esas naciones que antiguamente, muchos años antes [que hubiese incas] estando las tierras muy p[obladas de gentes, que vino] tan gran diluvio y tormenta que, [saliendo la mar de sus límites] y curso natural, henchió [toda la tierra de agua de] tal manera que toda la gente [pereció, porque allegaron] las aguas hasta los más alt[os montes de toda la se]rranía”.

Por tanto, mal se puede hablar de las culturas prehispánicas bolivianas limitándose a aquellas que existían o subsistían en el momento de la llegada de los españoles.

Lo que corresponde, quizá, es determinar su antigüedad para tener un punto de partida que es necesario en cualquier investigación histórica.

Comunicólogos como Luis Ramiro Beltrán, Karina Herrera, Esperanza Pinto y Erick Torrico advierten que “no hay consenso respecto del origen y antigüedad de las primeras civilizaciones que ocuparon lo que hoy es Sudamérica” y las diferentes dataciones, así sea estimativas, de los historiadores respaldan esa afirmación. Así mientras Teresa Gisbert dice que “la antigüedad del hombre en América se estima en más de 40.000 años”, Querejazu cree que la primera cultura suramericana “tendría más de 30.000 años de antigüedad”.

En lo que sí parece existir consenso es en aceptar la teoría inmigracionista como la más válida para explicar el origen del hombre americano. Desde Guamán Poma de Ayala (destos dichos hijos de Noé, uno de ellos trajo Dios a las Yndias) hasta Mesa y Gisbert “se admite que fueron diversas migraciones las que poblaron el continente americano, señalándose para ello dos vías: a) el estrecho de Behring, que une Asia con Alaska, y que fue por donde pasaron los primeros cazadores y recolectores después de la última glaciación; y b) la migración marítima a través del Océano Pacífico…”.

Condarco resuelve la controversia de manera directa: “No existe en nuestro continente ningún biotipo humano de antigüedad prehistórica que pueda considerarse genuinamente americano. Esto quiere decir que, en sentido estricto, no es científicamente correcto hablar del hombre americano como característico poblador y portador de todas las diversas regiones del continente, puesto que aquí encontramos los más diferentes biotipos en posesión de las más distintas culturas de la antigüedad prehistórica y protohistórica”.

Entonces, los primeros hombres que poblaron América llegaron desde otro continente pero no de uno o algunos lugares sino de varios y, en virtud a ello, desarrollaron diferentes tipos de culturas luego de establecerse en estas tierras.

Diversas culturas
Citando a investigadores como Remy Cottevieille - Giraudet, Paul Rivet y José Imbelloni, Condarco menciona hasta 17 biotipos de los primitivos pobladores americanos pero destaca cuatro como los dominantes en los diferentes estudios: el asiático de tipo mongoloide, el oceánico, el esquímido y el blanco. Acerca de este último aclara que se trata del blanco antes de la conquista española, “el tipo blanco de origen nativo, ya que existen diversas pruebas de carácter histórico, como el testimonio registrado por Pedro Pizarro de acuerdo con el cual existían entre los inkas personajes tan ‘blancos, que de blancos no se veían’”.

Debido a ello, es fácil entender que en el territorio que hoy es Bolivia existió una variedad de biotipos que, a su vez, se tradujo en una diversidad de sociedades humanas. “En realidad, el antiguo territorio de la vieja Charcas, hoy Bolivia, presentó, a lo largo de la llamada edad de piedra, en lo que a filiación antropofísica concierne, el carácter de un mosaico étnico, o racial si se quiere, y en lo que concierne a la naturaleza histórico-cultural de sus poblaciones prehistóricas, el igualmente progresivo aspecto pluricultural que caracterizó su permanencia hasta el arribo de la historia escrita impuesta por la conquista hispánica en los Andes Centrales”, sentencia Condarco.

Sobre esa base, el punto de partida para cualquier investigación historiográfica parece ser el viscachanense, nombre que se utiliza para designar a los hombres que vivieron en el que Gisbert denomina “período pre-cerámico y pre-agrícola (que) corresponde (a) la industria lítica de Viscachani, y a la que los investigadores adjudican una antigüedad de varios milenios”.

Pero esos varios milenios no están del todo determinados.

Mientras Querejazu divide las culturas sudamericanas en cuatro, ubicando al viscachanense I en la segunda, Condarco prefiere utilizar la clásica división lítica; es decir, la establecida por la manufactura de herramientas de piedra. En ese sentido, este último coloca al viscachanense I en el paleolítico inferior, al viscachanense II en el paleolítico medio y a otra cultura, el ayampitinense, en el paleolítico superior.

Querejazu no se limita a clasificar a esos pueblos por su producción lítica sino que también describe sus características culturales. Así, refiere que el viscachanense I contaba de dos en dos mientras que el ayampitinense de Viscachani, que vivía en casitas redondas, tenía un conteo predecimal y hacía “combinaciones varias antes de llegar a diez”.

Sobre la base de Viscachani, Gisbert ofrece un cuadro cronológico de la época prehispánica que le da a esa cultura una antigüedad de entre 10.000 a 8.000 años a. de C. pese a que Querejazu afirmó antes, citando análisis de carbono 14, que la viscachanense II podía ubicarse entre 16.000 a 14.000 años antes de nuestra era.

En el cuadro no están los ayampitinenses y la primera referencia a una cultura oriental es la del Montículo Velarde, entre 700 y 1000 d. de C. pero, por lo demás, está tan bien hecho que basta darle una mirada para tener una idea de cómo fue la época prehispánica en Bolivia (ver cuadro No. 1).
Un cuadro igualmente didáctico es el que Javier Escalante ofrece en las primeras páginas de su “Guía arqueológica de Bolivia” que, si bien no incluye a urus ni ayampitinenses, por lo menos pone a una genérica cultura amazónica con una antigüedad similar a la de Viscachani.

Los urus, que aparecen a lo largo de todos los períodos en el cuadro de Gisbert, constituyen una cultura fascinante no sólo por su antigüedad sino porque subsiste hasta nuestros días. Querejazu ubica cronológicamente su origen en la cuarta cultura sudamericana, la misma del ayampitinense de Viscachani, con un nivel cultural equiparable al mesolítico oriental del Viejo Mundo. “Una vez llegados a Sud América ocuparon las regiones lacustres del Altiplano Andino, dando origen del denominativo de ‘hombres de agua’ con que también se los conoce”, dice.

Además de ellos, muchos otros pueblos vivieron en la Bolivia prehispánica y dejaron evidencias materiales de su paso por la historia.

Ahí están, por ejemplo, las culturas Wankarani, Chiripa y Tiwanaku a las que el arqueólogo Carlos Ponce Sanjinés ubica en períodos más bien próximos y hasta las relaciona entre sí. “Cronológicamente, la cultura Wankarani se inicia en 1210 antes de nuestra era. Su antigüedad media, de conformidad a la datación radiocarbónica otorga 484 AC. Se cuenta para el efecto con 7 fechados a través del isótopo Carbono 14”, afirma.

El datado radiocarbónico le dio a la cultura Chiripa una antigüedad de 1380 a. de C. y, de acuerdo con Ponce, tanto esta como la Wankarani fueron sometidas por Tiwanaku así que cualquier vestigio sobre sus formas de comunicación y/o transmisión de mensajes fueron absorbidos por esta última. El famoso arqueólogo boliviano también refiere lo que pasó tras el misterioso desplome de Tiawanaku: “el señorío altiplánico quedó dividido en estados o señoríos regionales, todos de habla aymara, entre los que se puede enunciar el kolla al noroeste del Titikaka, el lupaka hacia el occidente, el umasuyu al oriente y el pakasa, karanka y lipi al sur. Cabe añadir al charka en Cochabamba, k’arak’ara al norte de Potosí y Chicha al sur de éste”.

Como se pudo ver en el cuadro de Gisbert, además de Vischachani, Wankarani, Chiripa y Tiwanaku, otras culturas prehispánicas fueron Iskanwayas, Mollos, Callawayas, Pacajes, Collas (en La Paz), Chichas, Qaraqaras, Charcas, Asanaques, Quillacas, Carangas, Sevaruyos, Soras, Incas (Oruro y Potosí), Cuis, Cotas, Mitmas (Cochabamba) y Yamparas (Chuquisaca). La mayoría de estas agrupaban, a su vez, a sociedades menores como por ejemplo, Yura y Huruquilla que formaban parte de los Chichas. Sobre estos últimos, Querejazu detalla que “la ubicación de esta nación se encontraba entre Carancas, Lípez y los chiriguanaes, con quienes comerciaron”.

Con excepción de los chiriguanos (a quienes Gisbert ubica tanto en Chuquisaca como en Santa Cruz), El Palmar (Santa Cruz), Montículo Velarde y Macisito (Beni), todas las culturas antes referidas, y muchas otras, estuvieron o están ubicadas en el occidente de lo que hoy es Bolivia y la mayoría de los estudios dedicados a ellas se olvidaron de que en el oriente y la amazonía también vivieron pueblos de similar antigüedad. La visión andinocéntrica de la historiografía convencional los ignoró casi sistemáticamente con el pobre argumento de que sus rastros culturales fueron devorados por la selva o consumidos por la humedad.

Esa omisión no parece involuntaria sino que más bien respondería a una visión racista que era tan común en la época prehispánica como lo fue en los períodos posteriores. Incluso desde los milenarios urus, que decían no ser hombres, hasta los inkas que se estaban expandiendo cuando llegaron los españoles, siempre existió la tendencia a descalificar al otro. El mismo Querejazu parece confirmarlo: “Durante el incario y posteriormente durante la colonia, el término de ‘chunchos’ englobaba, sin diferenciación alguna, a todos los nativos pertenecientes a las diferentes tribus y etnias de los actuales departamentos de Pando, Beni y Santa Cruz. La palabra Chuncho era usada de una manera despectiva, expresando barbarie, salvajismo e ignorancia”.

Al mirar con desdén a los pueblos de tierras bajas, andinos y vallunos repetían, con espantosa similitud, la visión colonialista del español que consideraba al indio americano un ser salvaje, antropófago y carente de alma. Incluso el cronista mestizo Blas Valera, citado por Inca Garcilaso de la Vega en sus “Comentarios Reales”, señaló que “Los que viven en los Antis comen carne humana, son más fieros que tigres, no tienen dios ni ley, ni saben qué cosa es virtud”.

Como se puede ver, los bárbaros no eran los indios sino quienes creían semejantes barbaridades.

La visión racista subsistió hasta bien entrado el siglo XX, cuando arqueólogos y antropólogos, la mayoría de ellos extranjeros, centraron su atención no sólo en los pueblos andinos sino también en los del oriente y la amazonía de Bolivia.

Querejazu, que es potosino de nacimiento, les dedica dos capítulos en su “Bolivia prehispánica” y hace el siguiente recuento de las culturas de los pueblos bajos que existieron desde antes de la llegada de los españoles:

En resumen, en el Oriente Boliviano, según los autores citados, existían veinte y tres grupos étnicos y en la Amazonía treinta y tres:
Oriente Boliviano: Chiriguanos, Titanes, Chiquitos, Paycanos, Iguapahy, Tomacucis, Tobas, Comoguaque, Nocegue, Guaranís, Chanees, Caribes, Yuracarés, Zimbues, Curiaguanos, Capayjorós, Quieuchicosíes, Tapacuras, Motilones, Torococíes, Guarayos, Pausernas y Sirionós.

Amazonía Boliviana: Pacahuaras, Araonas, Tacanas, Toromonas, Cavinas, Machuis, Tiboitas, Mojos, baures, Mobimas, Etirumas, Tapacuras, Itonamas, Huarayos, Caniciazas, Bolepas, Hericebonos, Rotoroños, Pechuyos, Coticiaras, Meques, Mures, Sapis, Cayubabás, Canacures, Ocoronos, Chumannos, Mayacamas, Nayras, Norris, Pacanabos, Sinabus y Cuyzaras.

Su labor de identificación se extiende también al Chaco, hábitat de los chulupis, matacos y tapietes y, aunque se advierte que su trabajo es exhaustivo, es lógico suponer que no alcanza a abarcar a todas las culturas prehispánicas de las tierras bajas de lo que hoy es Bolivia. Diversos autores se han ocupado de estas pero la mayoría son recientes y su cantidad es exigua si se la compara con los estudios sobre los pueblos andinos. Un libro reciente de Edgar Ortiz Lema, por ejemplo, habla de los mataco noctenes, mataguayos y mataraes y proporciona valiosa información sobre las etnias del Chaco.

Resulta una necedad, entonces, seguir creyendo que Bolivia se formó culturalmente sólo sobre la base de los pueblos andinos y de sus valles ya que, como se puede ver, en sus llanos, selvas y chaco también vivieron pueblos cuya antigüedad y desarrollo cronológico debió llevarlas, por lógica consecuencia, a estados culturales avanzados.

Querejazu mismo lo advierte al señalar, por ejemplo, que “en la región del Beni (zona poco estudiada hasta el momento) se distinguen, al menos, tres regiones arqueológicas importantes. La primera abarca las orillas del río Mamoré. La segunda comprende las llanuras de Mojos, destacándose en toda esta región una gran cantidad de ‘lomas’, que en realidad son túmulos artificiales, restos de una impresionante civilización que se desarrolló en épocas posteriores a Cristo. Lógicamente que el Beni también fue habitado por otras culturas que ocuparon la zona en épocas muy anteriores a Cristo”.

Entonces, el desafío de los historiadores es sumergirse en esas culturas, explorar su difícil hábitat con el fin de encontrar, en medio de selvas y matorrales, los indicios que permitan armar su pasado.

G. POMA DE AYALA
"Mandó Dios salir desta tierra, derramar y multiplicar por todo el mundo. De los hijos de Noé, destos dichos hijos de Noé, uno de ellos trajo Dios a las Yndias; otros dizen que salió del mismo Adán. Multiplicaron los dicho[s] yndios, que todo lo saue Dios y, como poderoso, lo puede tener aparte esta gente de yndios".

HOMBRE AMERICANO
“No existe en nuestro continente ningún biotipo humano de antigüedad prehistórica que pueda considerarse genuinamente americano. Esto quiere decir que, en sentido estricto, no es científicamente correcto hablar del hombre americano como característico poblador y portador de todas las diversas regiones del continente, puesto que aquí encontramos los más diferentes biotipos en posesión de las más distintas culturas de la antigüedad prehistórica y protohistórica”

MIGRACIÓN
“se admite que fueron diversas migraciones las que poblaron el continente americano, señalándose para ello dos vías: a) el estrecho de Behring, que une Asia con Alaska, y que fue por donde pasaron los primeros cazadores y recolectores después de la última glaciación; y b) la migración marítima a través del Océano Pacífico…”

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