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miércoles, 10 de agosto de 2016

La otra cara del Libertador

Faceta íntima. La figura de Simón Bolívar se ganó muchos afectos y odios, así como muchos admiradores y detractores; a raíz de su personalidad irreverente y las pasiones que alimentó durante su vida.

“Son los pueblos los que deben escribir sus anales y juzgar a sus grandes hombres. Venga, pues, sobre mí, el juicio del pueblo colombiano; es el que yo quiero, el que apreciaré, el que hará mi gloria”.

Cuando Simón Bolívar pronunció estas palabras, allá por el año 1828 – y que ahora conocemos gracias al Diario de Bucaramanga– ya estaba lidiando con las desventajas de ser una figura pública, tratando de ignorar los picarescos relatos sobre su afición a las mujeres, las quejas por su mal carácter y las calumnias dañinas a su imagen de héroe.

A diferencia de las versiones más difundidas, las que se recopilan aquí buscan mostrar la faceta más personal del Libertador, una que no es necesariamente halagadora, pero que recuerda que Bolívar, además de figura mítica, fue un ser humano con innegables virtudes e inocultables defectos.

DESDE EL HOGAR

En “Historia secreta de Bolívar”, el poeta y escritor colombiano Ismael López, conocido en el mundo literario como Cornelio Hispano, describe a la alta sociedad caraqueña de principios del siglo XIX –en la que Bolívar se crió– como una despreocupada por el decoro.

Inspirados en las demostraciones de afecto q ue desplegaban condes, autoridades y ¡hasta curas! hacia las bellas damas venezolanas, los miembros de la aristocracia hacían circular escandalosos relatos, de los que no se salvaba ni Juan Vicente Bolívar y Ponte, –padre de Simón, a quien no llegó a conocer porque falleció cuando este tenía solo dos años– famoso por sus muchas aventuras extramatrimoniales.

A los nueve, Simón perdió a su madre –atacada por el mismo mal que se llevó a su marido, tuberculosis– tras lo cual su custodia y la de sus tres hermanos pasó varios a parientes a través del tiempo.

Aún con la irregularidad de sus tutores, a través de la lectura de su correspondencia, los historiadores deducen que la infancia y adolescencia de Bolívar fueron periodos tranquilos y felices, con la educación y lujos propios de las familias más adineradas.

LOS PRIMEROS AMORES

En una compilación de Julio García, Thomas Rourke describe una ocasión en la que un jovensísimo Bolívar, conversando con su maestro Simón Rodríguez, parecía poco interesado en los sucesos políticos de la región, ya que “estaba entonces muy absorbido por sus líos de amor con sus hermosas primas, las Aristeguieta”, agregando que el prematuro galán habría “gozado de los favores de todas ellas”, conocidas para la historia como Las Nueve Musas.

Alrededor del año 1798, cuenta Rourke, Bolívar tuvo su primera aventura sexual internacional, a los 15 años y con una mujer que además de ser casada, lo doblaba en edad. Se trataba de “la Güera Rodríguez”, famosa en la ciudad de México por su belleza y sus habilidades amatorias.

Ya en España, adonde se trasladó para continuar sus estudios, el enamoradizo adolescente conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza, de quien se enamoró al punto de pedir su mano en matrimonio, con solo 17 años de edad. Prudentemente, el padre de la novia les pidió esperar al menos hasta que Simón alcanzara la mayoría de edad (ella ya tenía 19).

Así, en mayo de 1802, Bolívar pudo finalmente unirse a su amada, descrita como una persona dulce y suave.

“La esposa del Libertador, sin ser bella, dice O’Leary, atraía por la dulzura de su carácter y su esmerada educación. Contaba con algunos años más que Bolívar, quien, vehemente en todos sus afectos, fue amante tan apasionado como amigo cariñoso, y veía en Teresa, según sus propias palabras, una joya sin tacha, de inestimable valor”, rescata Cornelio Hispano en su obra mencionada.

Sin embargo, la felicidad no duró; presa de la fiebre amarilla, María Teresa falleció el 22 de enero de 1803, dejando a Bolívar viudo a los 19 años de edad.

Se cree que fue en este doloroso duelo que el Libertador juró no volver a casarse, cosa que cumplió, aunque más de una vez se lo prometió a una dama.

POSIBLES ERRORES

Una vez oficial de su ejército, pero depuesto por traición, José de la Riva Agüero publicó en 1855 un libro que, según el análisis de Juan Carlos Vela en su blog, presentó a Bolívar como un ser despreciable y a sí mismo como una “víctima” del proceso emancipatorio por lo que conviene leer con recelo sus apreciaciones sobre el Libertador.

Entre otras cosas, Riva acusa a Bolívar de adherirse a la causa de la independencia para evadir el pago de una deuda a la real hacienda, de robar riquezas a Perú y de disponer de todos los recursos bajo su responsabilidad, para adular a amantes y premiar a seguidores.

Con detalle, relata también una desagradable reunión en la que Bolívar habría alabado en voz alta las cualidades que la esposa de un general le había demostrado la noche anterior, y cuando este apareció en el salón, el Libertador le entregó, a la vista de todos los invitados, el collar que la mujer había dejado en su habitación tras el affaire.

EL CONQUISTADOR

Si hay algo en lo que concuerdan todas las biografías y relatos sobre el Libertador es en su gran afición a las mujeres. “Bolívar ardió por las dos cosas más bellas del mundo: la Gloria y el Amor”, señala Hispano, poéticamente.

Este rasgo de su personalidad, celebrado por algunos, causó mucha impopularidad entre otros, que condenaban la ligereza que Bolívar demostraba en algunas decisiones estratégicas en el campo de batalla, situaciones descritas con detalle por el General Villaume, uno de sus más férreos críticos.

Con el mismo fervor con el que lideró la lucha por la emancipación de los países latinoamericanos, se entregó al incontable número de mujeres que compartieron su lecho, de las cuales algunas destacaron, por diversos motivos.

Teresa de Jesús, la “dulce Teresa”, identificada a veces como Fanny du Villars, fue la confidente y amiga que Bolívar necesitó para no perderse en los excesos de París. Se cuenta que se aficionó tanto a las mesas de juego que una vez, junto a su suegro, Don Fernando Toro, perdieron una suma tan fuerte que Fanny tuvo que pedir ayuda a su esposo.

Josefina Madrid, más conocida como Pepita Machado, fue la influencia negativa en los nombramientos arbitrarios para puestos en instituciones y el ejército; por lo que no es recordada con agrado por los historiadores.

Cómo no mencionar a Manuelita Madroño, la hermosa adolescente de Huaylas (Perú) que encandiló a Bolívar por seis meses; y de quien se dice que, ya anciana, sin haber querido a nadie más, cuando los jóvenes del pueblo le preguntaban “¿cómo está la vieja de Bolívar?”, ella, con una pícara sonrisa contestaba “como cuando era la moza”.

Pero ninguna mujer marcó y amó tanto al Libertador como Manuela Sáenz, la Libertadora del Libertador como le decía él mismo, y como es reconocida en la actualidad. Brillante, independiente, autodeterminada, atractiva y valiente como pocas, Manuela no solo fue compañera sentimental de Bolívar, sino que acompañó activamente la lucha libertaria, al punto de pedirle que, a la manera de tener una hija de ambos, diera la independencia a nuestro país.

Opacada su figura por el escándalo de amar a Simón estando casada –con un inglés que la adoraba, pero a quien no correspondía, por ser “un hombre que reía sin reír y respiraba sin vivir”, al punto de sugerirle que se casaran en el cielo, porque en la tierra ella sería de Bolívar– y sus modales “poco femeninos”, Manuela ha sido de a poco reivindicada en la historia.

Por sus extravagantes, polémicas y fuertes personalidades, tanto Manuelita Sáenz como Simón Bolívar generaron amores y odios que, con el paso del tiempo y las dinámicas propias de la historia oral, nos han legado relatos y chismes que no podemos ignorar, pero sí leer a la luz del intelecto y el discernimiento que tantos siglos de evolución nos han tenido que enseñar.

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