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martes, 27 de junio de 2017

Los colosos de Warisata

Era un 2 de Agosto de 1931, fecha que marca el inicio de una nueva etapa en la historia de la Educación boliviana. Allí en Warisata, se enfrentaron dos colosos; Avelino Siñani, el indio originario, y Elizardo Pérez el hombre rubio, en su primer encuentro, cruzaron sus miradas con cierta desconfianza del uno, pero los ojos claros de Elizardo, lograron doblegar la voluntad de Avelino, una extraña química había entre estos dos personajes, la unidad del campo y la ciudad, que luego de coincidir en planes, metas y propósitos se fundieron en un caluroso abrazo, sellando así una amistad que daría lugar a la fundación de la monumental obra; la Escuela Ayllu de Warisata, no sin antes sortear multitud de dificultades y mensajes de oposición, porque era el tiempo del auge del gamonalismo.

Intelectuales terratenientes pensaban que el indio es “ineducable” eran comparados con los asnos del campo. Aramayo, uno de los “barones del estaño”, decía que ellos eran dueños de los indios desde tiempos inmemoriales, atacando a la educación de los campesinos. Las tierras de entonces estaban en manos de los patrones, gamonales que sintiéndose dueños no solo de las “sayañas” usurpadas, sino también de la vida de los verdaderos propietarios. Don Julio Apa-za, un anciano comunario entrevistado relataba: “para el patrón sembrábamos papa y cosechábamos bajo la mirada vigilante del capataz, no había que dejar una sola papa en el surco, porque eso significaba recibir latigazos y si el látigo llegaba al rostro, la sangre corría a raudales sin recibir auxilio de nadie. Aun así había que llevar la carga en burros hasta la ca-

sa del patrón en la ciudad de La Paz, sin recibir un solo centavo de compensación”.

Fueron tiempos muy difíciles y no era como para levantar o edificar una escuela, no. Pero el reto era construir una escuela, pero en la mente de Elizardo no era la idea de una común y vulgar escuelita de campo, no. Consiguiendo de la Dirección del Instituto Americano los planos de construcción, empezó la titánica obra, inicialmente acompañado del albañil Velasco, haciendo adobes. Elizardo no escatimó esfuerzos en levantar la obra. Esperó la ayuda prometida y los campesinos no vinieron. Aun así, se inició la obra contando solo con dos picos, dos palas y dos carretillas, que llevó Elizardo de su casa. Paralelamente empezó a funcionar la escuela en la capilla ubicada al fondo de la montaña, y junto a ella una chujlla que servía de Dirección.

A los pocos días, se aproxima Avelino Siñani prometiéndole venir a colaborar en la obra. Dicho y hecho, al día siguiente a las cinco de la mañana se apareció Avelino y toda su familia para colaborar en la obra. No sin antes decirle que, cientos de ojos estaban mirando lo que hacía el hombre blanco, entendiendo que Elizardo no era un engañador sino un hombre de palabra y de hechos. Avelino Siñani, se encargó de visitar casa por casa, convocando para ayudar en la obra.

Poco a poco se fueron sumando a la tarea, cientos de indios se pusieron manos a la obra todos trabajando sin salario, con la única meta de tener una escuela.

Menciona la bibliografía que niños, jóvenes y ancianos, todos trabajaban unos cortando y cargando piedras, otros lavando arena y fabricando adobes. Entre ellos estaba el anciano Santiago Poma, quien, con sus ochenta años se esforzaba por cumplir su deber; Elizardo le dijo que no haga esfuerzo, porque estaba muy de edad a lo cual el anciano replicó; “Cierto tata, pero esta casa es para mis hijos y los hijos de mis hijos y aquí abrirán su espíritu” y siguió trabajando. Poma, cincuenta años atrás, se había atrevido a levantar una escuelita y las autoridades de Achacachi lo procesaron encarcelándolo durante tres años, ahora se hacía realidad su sueño añorado. No habría salido de la cárcel sino firmaba su “sayaña” para el fiscal.

Cabe destacar también la actuación del tata Mariano Ramos, que desde los primeros días de la construcción no cesó en prestar su ayuda desinteresada.

En el libro de Elizardo Pérez; “Warisata la escuela ayllu, justamente a pedido de los mismos, se mencionan los nombres de valerosos indios que lucharon en contracorriente por su liberación, pensando en que la escuela y la cultura les daría la libertad. Estos hombres que aun están en el anonimato, sintieron el dolor en el cuerpo por la dura tarea de construir, sintieron el sol abrasador y el frío que congela y que cala hasta los huesos, soportaron los fuertes vendavales del altiplano, pero no se oyó un solo quejido. Pero fue mucho más el dolor en el alma por las injusticias, por el abuso y maltrato del propio ser humano y por el no me importismo de las propias autoridades de educación. De la lista de cuatrocientos setenta y ocho comunarios, constructores de la Escuela Ayllu, culmina con el maestro Rufino Sosa de quien ya nos referiremos de este “Titán del trabajo”, en otro artículo.

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