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martes, 24 de septiembre de 2013

Asesinato del Presidente Agustín Morales

EL PROCESO ARTECHE

Cumpliendo el plan que se había trazado el Presidente Morales, para la recuperación económica del País, procedió a cobrar impuestos que varias empresas mineras y latifundios habían dejado de pagar.

Como expresamos, las empresas mineras habían optado por conceder donaciones y efectuar empréstitos directamente a Melgarejo, ayudándole cuando éste se sentía acosado por los requerimientos de su ejército.

Estas contribuciones servían a los empresarios para congraciarse con el tirano, en sus momentos de mayor apuro, les permitían también mantener una posición de privilegio, al amparo del cual dejaban de cumplir sus obligaciones con el Estado.

El señor Arteche, para estar más cerca del dictador, fingió ser su pariente, y fue el que más contribuyó al sostenimiento de aquel régimen brutal, hasta recibir personalmente, como premio a sus servicios, el grado de coronel.


Protegido por el parentesco y la simpatía del Presidente, agrandó con enormes extensiones su primitiva concesión minera, dejó de pagar patentes y exportó grandes cantidades de mineral argentífero sin cancelar ningún impuesto a la exportación.

A la caída de Melgarejo, la empresa, que explotaba minerales de plata en Aullagas, región fronteriza del departamento de Potosí, debía al Estado 250.000.- pesos, cantidad exorbitante, dada la pobreza del erario y los exiguos ingresos fiscales de la época.

A la negativa reiterada de Arteche, de poner al día sus obligaciones, el Estado inició juicio coactivo y procedió el embargo de los bienes de la empresa deudora.

Si el Estado hubiese procedido injustamente, en cuanto al monto de la cobranza, la firma perjudicada debía recurrir ante los tribunales de justicia ordinaria o directamente ante la Corte Suprema, demandando la inconstitucionalidad de las leyes aplicadas en su caso, el abuso de autoridad o la incompetencia de los resortes administrativos.

Pero Arteche, prefirió acudir al Parlamento, porque en esa institución contaba con “amigos” políticos y el apoyo de la organización secreta, la Mafia, que se había fundado para defender y resguardar los privilegios y prebendas obtenidas durante la gestión de Melgarejo.

El Parlamento, rebasando sus atribuciones increíblemente, asumió la defensa del caso Arteche, y encargó su estudio a una de sus comisiones.

Morales, Presidente de la República agotó todos los recursos persuasivos, para conseguir que fuera rechazada la petición de Arteche, pero, aquel organismo, sin oír las insinuaciones del Ejecutivo, procedió a darle trámite.

Mañosamente, el Parlamento cuyas sesio-nes estaban limitadas, despachó todos los asuntos que tenía en mesa, y un funcionario, cuando ya no quedaba ningún asunto pendiente, puso la cuestión Arteche en el orden del día. Inició el debate el Dr. Mariano Baptista, abogado de las causas contrarias a los intereses nacionales, e invocando principios liberales que pretendían establecer la intangibilidad de las entidades económicas particulares, negó el derecho y la potestad del Estado para ejecutar a sus deudores y embargar sus bienes.

El Parlamento de 1872, estaba constituido por mayoría de opositores al Gobierno y defensores del régimen malgarejista, hubo discusión acalorada antes de aprobar el voto de desautorización al Ejecutivo, que proponía Baptista y sus cómplices. En realidad, no se trataba de dar razón al señor Arteche, sino de crear, antes de la clausura del Parlamento, un clima de zozobra política y de desprestigio del Presidente Morales para facilitar una maniobra conspirativa que la Mafia tenía planeada, en consorcio con la Embajada de Chile.

Para este último objetivo, algunos diputados se propasaron en sus expresiones, vertiendo denuestos personales contra Agustín Morales, quien era ejemplo de honradez, de austeridad y de patriotismo, y no había ningún fundamento para mancillar su ejemplar conducta.

La resolución reprobatoria contra el Ejecutivo, fue aprobada casi por unanimidad. El Congreso, al obrar así, planteaba un desafío al gobierno constitucional, perpetraba un atentado contra las leyes de la República y sentaba precedente funesto en contra de los intereses de la Nación.

Morales, ante semejante reto, que implicaba un franco golpe de estado, pudo haber ordena-do la persecución de los enemigos de los inte-reses fiscales y de su persona; en su justa indignación, sólo atinó a interferir del último debate camaral, mediante la intervención de una banda de música localizada en las puertas del Congreso, medida que más tenía de jocoso que de severo.

El 27 de noviembre de 1872, cuando se iba a realizar la sesión de clausura, ingresó Mora-les en el recinto camaral acompañado de sus ministros. Los cobardes diputados, a quienes la conciencia de haber ejecutado un franco desa-cato, les hacía suponer que serían persegui-dos, abandonaron sigilosamente el Palacio Le-gislativo antes de que su Excelencia penetrara en él. El Presidente ingresó en la sala legisla-tiva y, ante la barra multitudinaria, clausuró el Parlamento, con un discurso explicativo, en cu-yas partes salientes expresaba:

“Vengo a clausurar esta Asamblea, cuyos bancos hoy desiertos, han sido ocupados por una partida de hombres que han abusado de su poder y de su autoridad para perturbar y entorpecer la acción del gobierno, pretendiendo hacerme infractor de las leyes… ¿Sabéis que se me ha acusado de ladrón? El primer magistrado es pobre como el pueblo y tiene apenas con qué vivir miserablemente… Todo esto se dice por la cuestión Aullagas, cuestión de tribunales, que estos vendidos han querido resolver. Que esas riquezas, si pertenecen o no a la Nación, sean declaradas por tribunales; eso es lo que quiere el gobierno… Al liberarse el país de estos traidores, sin conciencia y sin dignidad, he de hacer reinar la justicia y la libertad…”

Las palabras duras del Presidente interpretaban la verdad; pero, los pícaros parlamentarios habían conseguido uno de sus fines: ¡Sembrar la intranquilidad y el desconcierto!

El gabinete ministerial, formado en su mayo-ría por miembros del partido “Rojo”, renunció a sus funciones y el Ministro del Interior y Rela-ciones, el desleal e intrigante Casimiro Corra-les, que se hacía amigo del Presidente se ad-hirió a la renuncia pretendiendo congraciarse con la oposición. Desde aquel momento, el Presidente se encontraba solo y su aislamiento se hacía propicio a la comisión de cualquier aventura conspirativa. Continuará. . .

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