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martes, 10 de septiembre de 2013

El Mahoma boliviano Belzu

¿Qué poder de persuasión tenía el arrogante y pálido Manuel Isidoro Belzu, el cholo, como le llamaban, que fue presidente de Bolivia y esposo de la ilustre argentina doña Juana Manuela Gorriti?

En la fragua de las luchas civiles se forjó su osada personalidad y se acrecentó sin medida su sueño de poderío y de justicia social: sentíase un predestinado, un salvador de su pueblo sufrido, harapiento, esclavizado.

La palabra ardiente influyó como ninguna hasta hoy en la raza de bronce, movida por la esperanza de un destino más humano y más justo. Y Belzu, que sin duda era sincero consigo mismo y con su pueblo, pero que no por eso dejaba de ser dominado por ambiciones de gloria y poder, no pudo lograr, como lo anhelara, la redención de sus más humildes paisanos, los campesinos, por las trabas de las luchas políticas y los sucesivos desquicios de los conatos revolucionarios.

Algo superior debía fluir de su personalidad para poseer un dominio tan absoluto sobre su pueblo, el que, aun después de muchos años de su muerte, lo recordaba con veneración. No en vano, también, la dulce y fina Juana Manuela Gorriti sintiose herida en pleno corazón – en aquel memorable día de Tarija, cuando él pasaba frente al balcón de su casa, a la cabeza de su regimiento – por el dardo del amor, de un amor definitivo y doloroso: el Mahoma boliviano – como lo denominaran en su época – rendido a los pies de la delicada salteña, iniciaba con aquel idilio el comienzo de sus triunfos guerreros y políticos.

ÍDOLO DEL PUEBLO

Pero, como todo hombre ambicioso y osado, no logró frenar sus impulsos de poder y sus ansias de celebridad. Pronto alcanzó los galones de general. En 1848 se apodera de la presidencia de la República. Adula al pueblo y le arroja, desde los balcones de la casa de Gobierno, los dineros públicos.

Mientras tanto, Juana Manuela Gorriti y sus hijas viven alejadas de esa vida de sobresaltos, hasta que un día tienen que huir con él y refugiarse en el Perú.

Las masas populares lo llaman incesantemente. De Perú trata de pasar la frontera, pero es detenido. Por fin logra hacerlo y consigue sublevar a los mineros y gente de otras poblaciones, a su paso. Se le espera como a un mesías, como a un salvador, el único capaz de convivir con el pueblo y de desvelarse por su bienestar. ¡Cuántas veces se codeó en la mesa popular tendida por él mismo y cubierta por los más variados manjares, con el pueblo bajo –pueblo de poncho y de chaqueta–, a cuyos postres se brindaba porque algún día su sucesor fuera un hombre surgido de los de abajo!

En el ruedo de arena, manchado muchas veces por la sangre de los toros y los hombres, estallante de entusiasmo, de la febril locura del alcohol y de los impulsos alegres de la holganza, el nombre de Mahoma Belzu era vitoreado y cantado por la plebe entusiasta y satisfecha.

–¡Viva el tata Belzu! –lo vitoreaban sus paisanos cuando llegaba triunfante y bizarro después de las derrotas infligidas a sus adversarios políticos.

Al margen de estas luchas vivía en la zozobra y el abandono la dulce y bella argentina doña Juana Manuela Gorriti, una mujer de temple y de talento, cuya vida dedicó por entero a la crianza y educación de sus hijas, mas sin descuidar la enseñanza y la litera-tura.

FAMOSO SALÓN LITERARIO

Las revueltas en Bolivia –demasiado fre-cuentes– acongojaban el corazón de la espo-sa y de las hijas. Manuel Isidoro Belzu, héroe de su pueblo, vivía a la manera de un César en el palacio de gobierno de la ciudad de La Paz, satisfecha su desmedida ambición, sin-tiéndose señor de su tierra. Las gentes le arrojaban flores a su paso; y sus ministros a cada amenaza suya de renuncia, le pedían que siguiera en el poder.

Juana Manuela Gorriti marchó con sus hi-jas a Lima, ansiosa de olvidar el abandono en que su esposo la tenía y de rehacer sus exis-tencia lejos de los oropeles y agitaciones que rodeaban a Belzu; allí, en su retiro, escribió muchas obras para gloria de las letras ameri-canas. Nacieron, en aquellos días turbulentos y dramáticos, muchas obras, entre otras: Güemes, o recuerdos de la in-fancia; La quena, El guante negro, Álbum de Peregrina y La hija del mazorquero. ¡Qué diferencia entre la vida de Juana Manuela Gorriti, cuyo salón literario en Lima fre-cuentaron Ricardo Palma, Paz Soldán, Abelardo Gama-rra, Clorinda Matto de Tur-ner, Dolores Chocano y otras figuras de singular relieve en las letras americanas, y la de Belzu, festejado por la plebe siempre insatisfecha, igno-rante y ebria!

TRÁGICO FINAL DE BELZU

Pero el desmedido orgullo y la ambición ciegan a los hombres. Los siete años de gobierno de Belzu termina-ron con su asesinato: uno de sus más acérrimos enemigos, Melgarejo, valiente y ambi-cioso como él, se presenta, acompañado de cinco hom-bres, en la casa de gobierno, y lo mata ante el estupor de sus amigos que nada pudieron hacer para evitarlo. Así terminó Belzu, el Mahoma boliviano. No podía ser de otra manera.

Juana Manuela Gorriti asiste al entierro. Una impresionante multitud silenciosa y sollozante sigue el féretro: es el pueblo que él había fana-tizado con su verba fogosa y sus desplantes de soldado. Juana Manuela Gorriti, que acudiera desde Lima, sin perder su sin igual entereza, pronuncia una oración fúnebre en el cemen-terio. Y enternece a la multitud y obliga a do-blegar la cabeza a Melgarejo, al propio mata-dor; tal fue el poder fascinante y doliente de la palabra emocionada de una mujer que nunca había dejado de amarle, pero que jamás aplau-diera su excesivo afán de dominio.

El Mahoma boliviano, por muchos años, fue recordado y llorado por los cholos, quienes vie-ron en él al único hombre capaz de redimirlos.

La presente nota fue tomada de la revista ¡AQUÍ ESTÁ! N° 1102.

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