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lunes, 6 de abril de 2015

La guerrilla de Teoponte y las heridas que nunca cicatrizaron

La experiencia del Teoponte fue un movimiento inspirado en la guerrilla del Che que pareció repetir la misma historia, en escenarios similares y con resultados iguales.

Era 1970 y los sueños de alcanzar la justicia social por medio de las armas subyugaban a jóvenes de diferentes lugares del mundo, pero no todos hubieran sido capaces de ofrendar sus vidas por ese ideal. Hoy en día es mucho más complejo imaginar qué puede impulsar a un joven hacia la posibilidad de la muerte por lograr un beneficio que no es personal ni material. Gustavo Ruiz  Paz “Omar” se sumó al sueño del Che, de Néstor Paz Zamora y todos los jóvenes que sufrieron y murieron en medio del monte. Para muchos fue un acto de heroísmo, otros lo calificaron como, locura, delincuencia.
“Para nosotros, los niños de la familia él era un mito, el primo guerrillero- recuerda su primo Roberto Ruiz Bass Werner- era un héroe, un Robin  Hood metido en el monte”.
Para las familias de los que partieron era algo de todos los días escuchar la radio, estar pendientes de lo que pasaba en Teoponte viviendo entre la resignación, ante la posibilidad de la muerte, y la esperanza de que retornen con vida.
Todas las personas que compartieron con nosotros fragmentos de la vida de Jorge Ruiz coinciden en que nunca hablaba de la guerrilla. “Algo que siempre decía, recuerda su primo- es que los mejores de ellos murieron en Teoponte. Ese era un sentimiento de culpa muy común, de que hicieron algo mal para no morir”.
“Algo que puedo decir con toda seguridad es que él nunca se perdonó haber sobrevivido a sus compañeros, fue una cruz que llevó hasta el final de sus días”, relata Lourdes López, la mujer con quien se casó en 1966, en Cuba.
“No es fácil ver caer a los tuyos, a los que combaten junto a ti, gente que fue tu amiga, que son tus hermanos de lucha”, reflexiona Lourdes.
Un primer Golpe fue el que sufrió antes de la guerrilla cuando en el año 69 vuelve a Bolivia para hacer el trabajo de organización del movimiento guerrillero  y vive en la clandestinidad junto con el sobreviviente de Ñancahuazú, Inti Peredo, quien hizo la convocatoria para reorganizar el movimiento guerrillero iniciado por el Che.
“Estaban ocultos en un lugar de donde no se podía escapar y lo rodearon como 100 soldados, Jorge no estaba ahí porque lo habían mandado a Cochabamba”. En ese ataque, según la versión oficial, muere Inti Peredo, defendiéndose. “La muerte de Inti lo afectó mucho, porque él siempre estaba con Inti y ese día no”.
Lourdes López conoció a Jorge en Cuba, y fue testigo del acercamiento de Jorge con los movimientos revolucionarios. “Él llegó a Cuba en el 62 para estudiar Ingeniería Arqueológica. Apenas llegó a Cuba se incorporó a las actividades junto con estudiantes de diferentes países del mundo, se insertó en la dinámica de la revolución y realizó las actividades propias de la juventud cubana de esos tiempos como el trabajo voluntario. Entró a las milicias revolucionarias y fue dirigente responsable de los estudiantes latinoamericanos. Él se fue implicando poco a poco y fue no sólo simpatizante sino defensor de la Revolución cubana”.
Fueron esos ideales los que llevaron a Jorge Ruiz Paz a Teoponte. Él tenía la formación y la preparación necesaria para dirigir a ese grupo y fue uno de los pocos que sobrevivió. “Sobrevivió porque estaba mejor preparado, entrenado, y en mejor forma físicamente”, explica Roberto.
Jorge Ruiz fue testigo de la larga agonía de Néstor Paz Zamora  y permaneció a su lado hasta que no pudo seguir más. El 8 de octubre muere uno de los ideólogos de ese movimiento guerrillero y él, Jorge Ruiz, el “Negro Omar” escribe en la última página de su diario de campaña: “Primo, me has dado la mejor lección de amor a la humanidad”.
 “Una cosa que me contó es que cuando iba a dejar a Néstor, de pronto metió su mano al bolsillo, un bolsillo al que había metido sus manos miles de veces y de pronto encontró unos maníes y no entendía porque no los encontró antes y se los dejó a Néstor antes de irse”, recuerda Roberto Ruiz.
Una última batalla luego de Teoponte, la vivió Jorge Ruiz, un 21 de agosto de 1971, en el cerro de Laikacota de La Paz, en donde se atrincheró y combatió contra los soldados del ejército. Él y sus compañeros derrotaron a un batallón del regimiento Castrillo, muñidos de armas y granadas con brazaletes rojos como distintivo.
Posteriormente estuvo a punto de morir debido a lo deteriorado de su salud que no volvió a recuperar después de Teoponte. “Mi hermano Ñato llamó a mis papás y les dijo que tenían que ir a La Paz para verlo pues estaba muy grave. Ellos se fueron en una flota, en el pasillo, porque no había pasajes. Cuando llegaron los llevaron casi a la media noche, con los ojos vendados, hasta una casa”.
En esa ocasión Jorge exigió a sus compañeros que lo vistieran porque no quería que sus padres lo vieran postrado, caminando a duras penas recibió a sus padres. “Sólo lo vieron por un rato a mi hermano Jorge, a quien después sacaron del país por Perú”.
Según Roberto Ruiz, en los años posteriores a Teoponte escuchó hablar de Jorge Ruiz de tiempo en tiempo, en especial cuando viajó a estudiar a Tucumán en el año 75, ya que por esa época se estructuró la Junta de Coordinación Revolucionaria, conformada por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) de Argentina, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia, el MIR chileno y los Tupamaros uruguayos, una respuesta al Plan Cóndor de las dictaduras sudamericanas.
Ruiz Bass Werner recuerda que varios tarijeños fueron a recibir entrenamiento en argentina. El 78 Roberto Ruiz retorna a Bolivia y se va a La Paz donde comienza a militar en el Partido Socialista 1 de Marcelo Quiroga Santa Cruz. En el 80 se produce el golpe de estado de Luis García Meza y asesinan al  líder del PS1  y según Ruiz, se produce el desbande de ese partido. “Había pocas organizaciones que luchaban contra la dictadura en la clandestinidad. Ahí yo escuché hablar de Jorge como de un miembro prominente del ELN y el 81 me comunican que había que reorganizar el Ejército de Liberación Nacional y que retornaba Jorge Ruiz.”
A Roberto Ruiz le pidieron que organizara su internación vía Perú, entonces se prestó un viejo jeep de Gonzalo Campero y se fueron a Copacabana. Dio la coincidencia de que entonces se llevaba adelante la carrera automovilística la Doble Copacabana. Uno de los corredores más conocidos era Rolando Bass Werner por lo que Roberto Ruiz, cuyo segundo apellido es Bass Werner partió junto con el hermano menor de Jorge, Gustavo Ruiz Paz, y le decían a la Policía y a quien les preguntara que eran parte de la comisión de auxilio del corredor, quien nunca se enteró de que usaron su nombre.
Roberto Ruiz se fue hasta Yunguyo, primera población peruana de la frontera con Bolivia, para encontrarse con Jorge. “Yo di una vuelta la plaza y no vi a nadie, así que seguí dando vueltas hasta que en una esquina vi a un negrito que se reía de mí y me di cuenta que era él. Venía bien disfrazado con una especie de prótesis que lo hacía ver más cachetón y con el pelo crespo por la permanente, parecía realmente un negro”. De vuelta seguía mostrando su documento y diciendo que eran ayudantes de Rolando Bass Werner, los militares en las trancas veían el documento de Ruiz y no dudaban, así que llegaron sin contratiempos a La Paz.
Allí iniciaron la tarea de retomar contactos y empezar la capacitación de viejos y nuevos militantes. Durante seis meses capacitaron a por los menos 100 personas, se restableció la red urbana y comenzaron a trabajar en la red rural. Ya habían comenzado a trasladar material a los Yungas y al Chapare para crear las condiciones para iniciar la lucha armada cuando Jorge fue tomado preso.
“Cuando lo detuvieron, recuerda su hermana Marina, ella fue  a La Paz para estar cerca de él. Ahí él me contó que le habían dado una hoja de papel y un bolígrafo y le han dicho que escriba todo lo que sabe y lo que ha hecho y lo han dejado para que escriba”.
Jorge Ruiz  decidido a desobedecer ideó al momento la estratagema para evitar el castigo. “Mi hermano estuvo toda la noche sacándole la tinta al bolígrafo, y lavaba la tinta que salía con sus orines”. Cuando al otro día volvieron para pedirle que les dé la hoja con su confesión les dijo que no había podido hacerla porque le habían dado un bolígrafo sin tinta.
Pierluigi Pagliai, miembro de los “Novios de la muerte” y conocido terrorista italiano,  fue el encargado de interrogarlo.
Lo sometieron a diferentes torturas, principalmente psicológicas. “Parece que el italiano quería matarlo pero había muchos reclamos de personas influyentes y el comando instruyó liberarlo y sacarlo del país”, comenta Ruiz y explica que por entonces la dictadura ya estaba debilitada y por eso no se atrevieron a ir más lejos como lo hicieron con mucha gente.
Jorge Ruiz estuvo por un tiempo en Cuba y regresó en julio del 82. Entonces hicieron un primer operativo que consistió en desplegar desde los altos del monoblock de la Universidad Mayor de San Andrés en La Paz, una imagen gigante del Che Guevara plasmada en tela. Era un 8 de octubre y los paramilitares trataban de entrar y subir al edificio para bajarla. “Nosotros habíamos bloqueado las entradas, los ascensores y les lanzábamos piedras y bombas molotov, -recuerda Roberto Ruiz-. Resistimos muchas horas y luego escapamos”.
A los pocos días, la dictadura no pudo sostenerse más, se instaló la democracia y se canceló el camino de las armas. “Jorge era el gran referente y muchos compañeros del ELN querían continuar con el movimiento porque decían que esa democracia era una farsa”. Por un tiempo se mantuvieron alertas pero poco a poco la democracia los absorbió. Fue entonces que Jorge volvió por un tiempo a Cuba. La guerrilla dejó secuelas permanentes en su salud que se fue deteriorando poco a poco.
“Él nunca se recuperó, era una enfermedad  física pero también psicosomática, no tenía apetito”, explica Lourdes quien recuerda que cuando volvió a Cuba después de Teoponte sus salud estaba minada. Estuvo internado mucho tiempo. Al problema físico se sumaba una profunda depresión por lo vivido en la guerrilla. “Él era el jefe de operaciones y siempre sentía el no haber podido hacerlo bien”.
Llegó un momento en que Lourdes no puede soportar más ver el estado de Jorge y busca una forma desesperada para sacarlo adelante. “Yo tomé su documento sin permiso y lo matriculé en la facultad de Historia, para que estudie, como una forma de que él ocupe su mente”.
 “Él nunca se resignó, siempre quiso seguir luchando”, recuerda Lourdes López, quien fue además de su esposa, compañera, confidente y madre de sus dos hijos Gustavo y Raquel.
Fue entonces, en 1985 que decide retornar a Bolivia. Ese retorno significó para Ruiz un mayor acercamiento con Tarija, en especial con la gente del campo. Fiel a su espíritu aventurero, Jorge Ruiz salía siempre a recorrer el área rural de su tierra natal.
“Recibió una concesión minera por el río San Juan del Oro a la que le puso de nombre la pepita falsa, puso un surtidor que se llamaba “La Cholonca” y tenía un camión distribuidor de gas”, cuenta su hijo para quien,  estas actividades son las que le permiten conocer al campesino tarijeño.
Ese fue el acercamiento con su tierra. El siempre tuvo un contacto muy fuerte con la naturaleza. En un libro, Jorge Ruiz plasma las vivencias de esos años. “Chapacos”, lo titula y lo dedica a sus hijos Gustavo y Raquel a quienes denomina “herederos de ausencias y penurias. Víctimas también de mis sueños libertarios”. Haciendo referencia al poco tiempo dedicado a la familia, sacrificio común entre quienes persiguieron los ideales libertarios de la época y que él vivió intensamente, viajando por el mundo, arriesgando su vida y alejado de sus seres queridos.
Eran ya otros tiempos y Jorge Ruiz los vivió en Bolivia, en Tarija, rodeado de la familia de su hermano Gustavo, su hermana Marina y también su primo Roberto Ruiz.
“Para mis hijos era como un papá - recuerda Roberto Ruiz Bass Werner - Hasta ahora ellos hablan del tío “Pechuga” como si estuviera vivo”.
El tío Pechuga, un nuevo apodo que no saben por qué se lo pusieron pero todos coinciden en que ese tío fue excepcional. “Él fue como un padre para mí, más que mis propios papás -recuerda su sobrina Cecilia Ruiz-. Le he mojado la cama cuántas veces y él con toda paciencia se levantaba, me cambiaba y se volvía a dormir conmigo”.
Jorge Ruiz Paz vivió una vida plena dejando prendados de su personalidad  a todos quienes tuvieron el privilegio de compartir un momento con él, una caminata, una plática. “Era un hombre profundamente culto que había leído mucho pero además era muy ingenioso, ocurrente, gracioso”, afirma Marina.
Sin embargo, su salud no se recuperaría jamás. Vivió hasta los 64 años con permanentes recaídas, pero quienes vivieron con él por esa época no lo recuerdan enfermo, sino siempre alegre, riendo y ayudando a los demás.
En 1989 Jaime Paz Zamora  llega a la presidencia de Bolivia y Jorge Ruiz Paz es llamado a su lado para colaborar en su gobierno. Es entonces cuando vuelve a Teoponte para ubicar el lugar en el que quedaron los restos de Néstor Paz Zamora, para traerlos de vuelta  a Tarija. “Allí mi hermano encontró también su pistola, que había enterrado debajo de un árbol”, recuerda su hermana Marina.
En abril de 2003 su salud comenzó a deteriorarse rápidamente y en mayo partió para Cuba.
“Yo estuve con él ese tiempo- recuerda Lourdes- y él siempre pedía noticias de Bolivia, quería saber qué pasaba después de los enfrentamientos de febrero”.
“En Cuba me pidieron que le pregunte cuáles eran sus deseos, si lo podían enterrar en un mausoleo militar allí pero yo no podía preguntarle algo así a él que nunca hablaba de la muerte y solo le dije, y qué tal si nos quedamos aquí y él me respondió: “No Beba, no, yo quiero volver a Tarija”.
El 1 de octubre de 2003 murió Jorge Ruiz Paz, un hombre extraordinario de quien se puede decir que lo amaron por igual sus familiares, amigos, camaradas, hombres, mujeres y niños, y aún hoy, cuando se habla de él, todos tienen algo que decir, confirmando que la principal virtud de Jorge fue convertirse en un ser inolvidable.
La Frase: “Algo que puedo decir con toda seguridad es que él nunca se perdonó haber sobrevivido a sus compañeros, fue una cruz que llevó hasta el final de sus días”.

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