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jueves, 9 de abril de 2015
Las jornadas de abril de 1952 vistas desde los actores anónimos
“Había harto muerto, como cerro era en la morgue. Ahí iba a buscar la gente a sus muertos, era triste nomás también. (...) Una casuchita nomás era la morgue. (...) Las mujeres, los familiares llorando. Ahí tirados como basura”, relata el minero Venancio Calderón. ¿Qué sucedió el 9, 10 y 11 de abril de 1952? La historiografía oficial pasa los hechos por alto y se centra en qué hizo el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, Juan Lechín y Hernán Siles Zuazo después del levantamiento. El Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) solo fue uno de los muchos actores de la revuelta, la historia quiere hacerlo ver como si hubiese sido el único.
Para saldar este vacío, en reconocimiento a los testigos que la historia oficial quitó la voz, y como crítica a esa historiografía funcional al MNR, Mario Murillo realizó una crónica que reconstruye las jornadas de abril con base en testimonios de distintos actores en su libro La bala no mata sino el destino (Plural). Con base en esta publicación se hace el relato de la insurrección que recoge la actuación de personas que participaron espontáneamente en la revuelta o fueron testigos. “Casi todos los testimoniantes de esta crónica reflejan su lejanía con el MNR”, escribe Murillo.
El enfrentamiento comenzó el miércoles 9 de abril, que coincidía con la Semana Santa. La primera batalla fue en Miraflores y empezó ese día. Esa mañana, Irma Aliaga, vecina de Miraflores, iría a Achocalla por el feriado. Cuando su vecino emenerrista le dijo que la Revolución estaba en pie, ella contestó: “la Revolución en tu calzón”. Cuando llegó a la plaza triangular el escenario era el de una balacera.
Miraflores. Murillo señala que esos enfrentamientos fueron entre militantes populares apoyados por los carabineros levantados con Antonio Seleme contra dos compañías del Regimiento Lanza que tenía por objetivo tomar el cerro Laikakota y defender al presidente de facto Hugo Ballivián. La batalla de Miraflores tuvo por centro el cerro del Laikakota. El entonces estudiante del Instituto Geográfico Militar Gonzalo Murillo testimonia en la crónica que los pusieron de guardia en las faldas de esa montaña en la noche.
La batalla fue intensa. Los partisanos estaban en la cima del cerro en trincheras cavadas y los militares los hostigaban desde las faldas. Cerca de las 05.00, una bomba llenó de tierra el patio de la casa de la señora Aliaga en el callejón Litoral. Los milicianos veían destellos de una ametralladora que venía de esa zona. “Comenzaron a venir los de la Revolución a averiguar. (...) Yo les dije ‘no hay’, pero en el fondo había un coronel (...) porque en ese momento tú no puedes delatar”.
Laikakota fue el campo de batalla de muchas revoluciones y golpes de Estado por ser estratégico, de ahí se controla cualquier movimiento en el Estado Mayor. Este combate duró toda la noche del 9 hasta que el 10 en la mañana, los milicianos hicieron retroceder a los militares.
El repliegue de los militares fue hacia el Estado Mayor, pero la retirada convirtió las calles miraflorinas en un campo de batalla. “La fuerza popular resultaba cada vez más numerosa y los militares sufrían derrotas en cada esquina”, relata el autor del libro.
El testimonio de la toma del Estado Mayor por parte de Gonzalo Murillo, uno de los defensores de esa posición, tiene reminiscencias griegas por su aire de familia con la estrategia de Odiseo del caballo de Troya: “Mientras tanto seguir combatiendo y estos obreros (...) agarraban y debajo de los muertos que bajaban en volquetas se habían metido al Hospital General. Nos atacaban desde la placita que había frente al Estado Mayor, donde ahora es el Hospital del Niño. (...) Hemos estado combatiendo casi un día y medio del Hospital del Niño al Estado Mayor”.
Gladys Miranda relata que su esposo Rogelio Miranda, un oficial del Regimiento Lanza que defendía el Estado Mayor, le contó: “(...) hasta que ha llegado un momento que nos han agarrado a morterazos (los milicianos a los militares), yo he visto que venía un morterazo (...), caí y ya no podía caminar y mis soldados me han recogido y ya se notaba que están perdidos, dieron la vuelta por abajo del río”. La batalla se inclinaba a favor de los insurrectos, hasta que los militares decidieron escapar, pero fueron rodeados por los partisanos que finalmente los rebasaron y tomaron el Estado Mayor. Miranda cuenta lo que dijera su esposo Rogelio en primera persona: “Al último se han entrado en gran cantidad y han tomado el Estado Mayor. Han rodeado, a nosotros nos han hecho formar una fila, a algunos los han matado”. Los milicianos, narrado de modo breve, ganaron la batalla de Miraflores.
Villa Victoria. Otra batalla determinante fue la de Villa Victoria, en las laderas de La Paz cercanas al Cementerio. “Villa Victoria, Pura Pura y la zona del Cementerio General soportaron el enconado enfrentamiento entre los combatientes populares y las tropas del Ejército”, escribe Mario Murillo.
Los actores principales fueron los obreros de las fábricas Said, Soligno, Forno y otras menores, todos vecinos de esas laderas. Sin embargo, la batalla por Villa Victoria —que luego sería determinante para que la insurrección gane el combate de El Alto y tome la Fuerza Aérea— tiene origen en los enfrentamientos por el Regimiento Calama en plena zona Central, cerca de la calle Armentia.
Los levantados carabineros de Seleme tenían por cuartel principal el Regimiento Calama, cercano a la plaza Riosinho. “Nosotros fuimos a reforzar el Calama (...) porque el Ejército también estaba subiendo a atacar ahí, a los carabineros. En el Calama nos dimos contra el Ejército y nos ganaron los soldados del Polvorín de Caicomi (en la punta del cerro en que está el Regimiento Calama)”, relata Luis Baldivia, ese momento estudiante del colegio Ayacucho.
Los milicianos fueron rechazados y huyeron haciendo de cebo para que los militares los persiguieran hasta Villa Victoria, donde los soldados fueron aplastados por los vecinos: “(...) hemos ido por la Estación, hemos subido por el antiguo camino a El Alto, para entrar al Cementerio. (...) Tranquilos hemos entrado al Cementerio, pero ya más tranquilos porque ‘Villa Balazos’ derrotó al Ejército en Villa Victoria. (...) Si ha sido una estrategia, ha sido muy buena, hemos servido de cebo para subir al Ejército en Villa Victoria, y ahí los han hecho bolsa”, cuenta Baldivia.
Los vecinos fabriles de este barrio y sus zonas aledañas eran muchos excombatientes de la Guerra del Chaco, por lo que estaban familiarizados con el manejo de armas. Villa Victoria era un paso obligado para entrar o salir de La Paz hacia El Alto, nota el vecino y testigo directo de esa batalla Hugo Tapia, quien era niño y fue herido en la pierna.
Los vecinos hicieron parapetos y organizaron la lucha desde una estrategia defensiva, señala Mario Murillo. “Los combatientes estaban en su salsa. Como si estuvieran recordando los sucesos del Chaco. (...) La lucha fue calle por calle. Se paraban en las esquinas, detrás de los postes, en los umbrales, en las terrazas, ahí con sus fusiles, y disparaban a los policías, incluso había una ametralladora liviana que los ponía a raya, incluso hubo combates cuerpo a cuerpo”, relata René Chacón, vecino del barrio que complementa su narración diciendo que las mujeres daban el apoyo logístico distribuyendo agua, alimentos, medicamentos y pertrechos.
El vecino y actor de la lucha René Espinoza cuenta que la mayor concentración de insurrectos fue por el puente de Villa Victoria, cerca de la calle Murguía. El cronista “tardío” Murillo nota una discrepancia con la historia oficial de Luis Antezana Ergueta que dice que la aviación no participó, pues varios de los testimonios que recogió dan cuenta de constantes y repetidos ataques de la Fuerza Aérea.
Siguiendo el relato, al derrotar a los soldados, éstos trataron de escapar por el bosquecillo: “(...) Me ha contado (el abuelo del testimoniante) después cuando han salido victoriosos, los militares han salido descalzos (...) con las manos en la nuca. (...) Inclusive los vecinos, como eran excombatientes, se sentían con la potestad sobre los changos; ‘somos antiguos’, los pateaban a los sarnas”, cuenta Juan Luis Yapura en la crónica.
El Alto. Ganada esa batalla, los milicianos decidieron tomar la Fuerza Aérea en El Alto; sin embargo, antes tomarían el Polvorín (Terminal) que guardaba un arsenal de armas y municiones. Al enterarse de la revuelta, el 9 de abril —narra el autor del libro— los mineros de Milluni (a pies del Huayna Potosí) decidieron sumarse a la batalla: 250 se dirigieron a pie hacia la Fuerza Aérea y 250 buscaron contactarse con los combatientes de Villa Victoria. El grupo que fue hacia La Paz llegó a la madrugada del 10 y junto a los fabriles tomaron el arsenal a dinamitazos y se armaron para hacer combate al Regimiento Bolívar y Pérez en las laderas que conducen a El Alto.
La batalla comenzó desde posiciones fijas de los milicianos por el Cementerio que respondían al fuego militar de los soldados apostados por la Ceja. “Nosotros fuimos al Cementerio porque teníamos informaciones de que los del (regimiento) Bolívar querían descolgarse (...). Ellos disparaban contra el Cementerio y nosotros contestábamos. No veíamos bien, disparábamos a la Ceja, medio a la suerte, a la ciega”, cuenta el minero de Milluni Venancio Calderón.
Esto se dio la noche del 10 y madrugada del 11. La consigna se volvió a tomar la Base Aérea de El Alto: “Había la carretera antigua a El Alto pero no hemos subido por ahí, había que parapetarse para subir. Era de noche. Nos reuníamos en el puente y en la Said y de ahí subíamos”, cuenta Baldivia.
Tras el fracaso de un primer intento, se formó dos grupos, según el relato de Murillo, uno por el bosquecillo y otro por caminos de herradura arriba del Cementerio. “Hemos salido a Achachicala. Acá arriba, donde está la represa (...)- Yo disparaba sin motivo, por fregar nomás”, dice el insurrecto Gilberto Espinoza. La escalada por dos flancos hizo ceder a los regimientos Bolivar y Pérez, el que subió por la ladera del Cementerio atacó por el lado del Faro Murillo y el que ascendió por Pura Pura los hostigó desde Munaypata.
Los militares estaban cercados y la victoria se acercaba. El primer regimiento en caer fue el Pérez que se retiraba en desbandada.“(...) Estaban enjaulados en tres frentes, eso fue ahora donde está la Alcaldía Quemada (...), muchos corrían hacia Viacha y otros se rindieron y entregaron sus armas, pero les hemos tenido que devolver porque se dieron la vuelta la chaqueta y combatieron con nosotros”, narra Baldivia. Los partisanos, engrosados por los soldados del Pérez, aniquilaron a los del Bolívar, regimiento del que también algunos soldados se pusieron la gorra al revés y se unieron a la revuelta, mientras que los oficiales lograron escapar. La insurrección había triunfado.
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