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lunes, 16 de noviembre de 2015

Benigno García, una vida con mil historias

Abre la puerta de su casa y la bienvenida la da su sonrisa y su cariñoso saludo. Dice que en la sala de su vivienda, en 1946, el presidente Gualberto Villarroel bailó efusivamente unas cuecas con las vendedoras del mercado de Villa Victoria, que organizaron una fiesta en su honor. Eso fue tres días antes de ese 21 de julio de 1946, cuando el Presidente fue asesinado en el Palacio Quemado y luego arrojado desde el balcón hacia la plaza Murillo, donde una turba jaló su cadáver hasta un farol y lo colgó.
Ésta es una de las tantas historias que Benigno García guarda entre las paredes de la vieja casona verde, 350, de la calle Rosendo Rojas de Villa Victoria, declarada patrimonio por la Alcaldía de La Paz, y donde habita hace más de 50 años.
El hombre de 82 años nunca tuvo un solo oficio. Fue uno de los primeros ciclistas de competición de Bolivia. En la década de los años 50 del siglo pasado ya participaba y ganaba en las carreras, como la 1 de Mayo, con su bicicleta Peugeot, que compró en 1952 en 500 bolivianos.
También fue joyero, oficio que heredó de su madre, la orureña Alina García, quien, a su vez, aprendió la ocupación de su padre, el platero Salomón García Patiño.
Incursionó como transportista y, junto a su madre, fue uno de los fundadores del transporte pesado al altiplano de La Paz y de Viacha, y hasta fue técnico de máquinas de escribir. En su vivienda guarda las fotografías y los recuerdos de todos esos oficios.
De Challapata a la Villa
Benigno nació en Challapata, Oruro, en 1933, pero desde muy niño su madre Alina lo trajo a La Paz, junto a su hermana Enriqueta. Llegaron a vivir en la calle Murguía de Villa Victoria, que entonces era un "gran canchón lleno de vertientes”.
"En tiempo de lluvia teníamos que sacar con baldes el agua que se acumulaba en los cuartos de adobe. ‘¡La casa se va a caer!’, gritaba mi mamá”, cuenta Benigno.
Por esa razón la mujer se vio obligada a vender la vivienda. Lo hizo en invierno, cuando las vertientes se secaban. "Mi mamá se sentía culpable, pero teníamos que vender”, añade.
Tras la venta, Benigno, su madre y hermana se fueron a vivir a la calle Laja de la Armentia, "a la vuelta del cuartel Calama”. Pero estaba escrito que él regresaría a la Villa, porque se enamoró de Sara Pomier, hija del dueño de la única casa de dos pisos construida entonces en la zona.
"Con mi madre vinimos a la villa a pedir la mano de Sara. Sus padres aceptaron pero la condición era que viviéramos en la casa. ‘Si es así, está bien doña Alina, la Sara es mi única hija y tiene que quedarse aquí; si no aceptan, aquí no ha pasado nada’, nos amenazó la madre de mi esposa y se puso de pie. Yo, enamorado, le jalé de la manta a mi madre y le dije ‘aceptá, mamá, aceptá’. Así me vine a vivir acá”, recuerda.
Bicicleta, joyería, transporte y la "mala suerte”
En 1969 Beningo se casó con Sara. Su vida de ciclista continuaba cosechando grandes éxitos y logros, porque junto con otros ciclistas, como Édgar Cueto, organizó campeonatos con los que llegaron incluso a Yunguyo, Perú.
Con una llanta de bicicleta de repuesto, colgada prácticamente en el cuello, corrió La Doble Laja, Doble Calamarca, Doble Batallas, Doble Oruro y otras competencias en las que conquistó los primeros lugares. El hombre cuenta que en el día se dedicaba a la joyería y en las noches entrenaba con su bicicleta.
A mediados de la década de los años 70 su vida dio un giro afortunado cuando su madre decidió incursionar en el transporte, después de haber comprado un motorizado. Así, juntos, se convirtieron en parte de los fundadores del transporte pesado al altiplano de La Paz.
"Ésos fueron buenos años, nos fue muy bien, pero sólo quedan los recuerdos para llorar”, dice.
Es que su suerte cambió cuando, con su madre Alina, compró el primer micro que llegó a La Paz, un Renault, y alguien "envidioso” defecó en el vehículo.
"¡Había sido kencherío! El carro nuevo no podía funcionar: que la llanta, que el freno, algo siempre tenía que fallar. Y con la joyería comenzó a irnos tan mal, que tuvimos que recoger todo”, se lamenta Benigno.


Tras más de 30 años de esos tiempos buenos y malos, de triunfos y fracasos, sus recuerdos están intactos, guardados en su vivienda de la Villa, donde vive con su hijo Dieter. Los desempolva y revive de vez en cuando.

La primera casa de dos pisos de la Villa

A finales de la década de los años 30 del siglo pasado, aproximadamente, entre los vecinos que habitaban en el centro de la ciudad de La Paz comenzó a correr la noticia de que en el canchón que estaba por el Cementerio se vendían terrenos. Eugenio Pomier y su esposa Gavina, que vivían por la calle Chavarría, cercana a la Cervecería, decidieron apostar por la inversión.
Dedicados a la panadería y al transporte, los esposos Pomier comenzaron a construir en el lote que habían adquirido en ese canchón, que luego fue bautizado como Villa Victoria.
"La zona era una canchón enorme donde vendían vacas y toros. Todas las casas eran de adobe y de un solo piso, en realidad eran cuartitos. La única casa de dos pisos era la de los Pomier”, cuenta Benigno García, yerno de los esposos Pomier, ya fallecidos.
"Veíamos la casa con admiración. Nosotros qué íbamos a poder tener una casa así, era un edificio”, añade.
Una declaración de la Alcaldía de La Paz reconoce a la vivienda como el primer edificio construido en Villa Victoria.
La casa era la única que contaba con una gran sala de piso de madera, ubicada en el segundo piso, ideal para realizar bailes, lo que los vecinos de la Villa no dejaron pasar por alto.
Por eso, con frecuencia, nombraban padrinos a los esposos Pomier para que prestaran su sala para sus festejos.
"En Carnaval esto se llenaba de vecinos que venían en comparsas, como los Inca Rocas, que bailaban con charangos, concertinas y clarinete y salían cantando”, dice Benigno.
Al haberse convertido prácticamente en la sede social de la Villa, en la vivienda de los Pomier se fundó incluso el sindicato de colectiveros de Villa Victoria. Pero uno de los acontecimientos más recordados es que en su sala, el presidente Gualberto Villarroel bailó cuecas con las vendedoras del mercado de Villa Victoria tres días antes de ser asesinado, el 21 de julio de 1946.

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