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martes, 17 de noviembre de 2015

Los enigmas del mascarón, el símbolo potosino



Si se ve con detenimiento es posible notar que una ceja es distinta a la otra, lo mismo que la forma de los ojos. De ambas diferencias no caben dudas, pero la sonrisa... esa sí despierta incertidumbre, incluso perplejidad. Para unos sonríe, para otros es irónico, casi siniestro.

¿Quién es?, ¿qué pretende decir?, ¿quién lo entronizó? El mascarón de la Casa Nacional de Moneda es un misterio que no solo ocupa páginas de libros de historia intentando explicar sus orígenes, sino que es motivo de mitos y leyendas urbanas. Como fuere, nadie duda que, junto al Cerro Rico, es el mayor símbolo de Potosí, departamento que hoy conmemora 205 años de su gesta libertaria del yugo español.

Los más célebres historiadores potosinos, entre ellos Modesto Omiste, Armando Alba y Mario Chacón, señalan con exactitud que el mítico rostro del mascarón es obra del francés Eujenio Moulon, experto maestro tallador de cuños de monedas y medallas, quien fue funcionario titular de Casa Nacional de Moneda en la década de 1850, explica el escritor Daniel Oropeza Alba. Pero la figura no fue precisamente esculpida, se trata más bien de una argamasa de cal.

El historiador Édgar Valda precisa que fue en 1856 cuando el mascarón fue elaborado y desde ese año, dice, ya es parte indisoluble de la Casa de Moneda, constituyéndose en una especie de ícono que representa a todo Potosí.Oropeza asegura que Moulon arribó a la Villa Imperial con una colección de medallas francesas que serviría de muestrario para la fabricación de otras similares bolivianas, que por su trascendencia en el mundo numismático eran usadas para realizar el pago de cualquier transacción comercial, asimilado, según su peso, a los tipos de monedas circulantes. El escritor añade que el tallador francés mostró su talento en la elaboración de medallas, pero su obra maestra fue la cara de un dios griego (el mascarón), que fue ubicado en el arco del primer patio de la Casa de Moneda.

Indescifrable. Su rostro mitad risueño (tal vez con ironía) y mitad contrito, coronado de racimos de uvas que le dan un atributo olímpico, es su mayor característica. De allí que muchos lo vinculen con el dios griego Baco. El escritor y periodista húngaro Tibor Sekelj lo describió así: “Es la cara de hombre de un metro de altura, coronada de uvas y hojas de parra. Muestra una sonrisa misteriosa, sin poder descifrar si detrás de una apariencia bonachona oculta un pensamiento malicioso, o es la risa de satanás en un momento de ingenuo esparcimiento”.

Valda refiere que su colega, el potosino Vicente Terán afirmaba que “quizá ríe por la abundancia, los placeres y comodidades que suele dar el dinero. O por el dolor humano y la humanidad que circula por el mundo arrastrando su cortejo de miserias, pasiones, maldades y vicios”.

El director de Casa de Moneda, Rubén Ruiz, aclara que el repositorio no nació con el mascarón, toda vez que entre 1759 y 1773, periodo que duró su construcción, en su lugar estaba el Escudo de Armadas de España. Explica que existen diversas interpretaciones de la imagen; una —dice— es la representación del esplendor y decadencia de Potosí. En 1611 era una de las ciudades más ricas y pobladas de América, pero en 1810, antes de la independencia, su población se redujo a 8.000 habitantes.

“Si se divide en dos el rostro a partir de la nariz, hacia un extremo luce sonriente y picaresco, con una ceja levantada, lo que trataría de explicar la grandeza de Potosí. La otra mitad es más seria, lo que representaría su decadencia”, manifiesta Ruiz. Refiere otras versiones según las cuales la figura personifica a un expresidente de Bolivia o a uno de los exdirectores de la Casa de Moneda. “Se han tejido varias historias, pero nadie duda de que se ha convertido en un símbolo de la Casa de Moneda y también de la Villa Imperial”.

Creencias. Por si tanta especulación no bastara, se lo vincula además con una deidad de la abundancia de los indígenas de Tomave y Yura, quienes —se cuenta— al trasladar la sal de Uyuni a los valles, ingresaban a la Moneda y hacían sus ofrendas. Y claro también se habla de una representación del indígena quechuista Diego Huallpa, quien descubrió la plata del Cerro Rico.

A estas lecturas se suman las de los visitantes al repositorio donde el mascarón se luce. Valda señala que para los niños, es una especie de “duende o cucu” de las viejas leyendas potosinas. Al igual que Ruiz apunta a la alegoría de “un director malo” de la Moneda.

Leyendas urbanas arraigadas en la Villa Imperial sostienen que cuando los niños lo ven por primera vez aseguran que los ojos de la figura se mueven y que les sonríe, causándoles temor. La imagen hace las veces de custodio del lugar, uno de los recintos más importantes para la historia de América y de Bolivia por el valor que tuvo y aún tiene la riqueza potosina.

Tal es la fama del mascarón que en Potosí se acuñó la frase “moneda huya” o cara de moneda, que alude a una persona no solo por “la linda carita que se gasta” (expresión de uso popular), sino por sus “lindos actitos, mañuderías y maniobritas”, son de aquellos a los que se considera “maestros para hacer las cosas por abajito, de calladito y de ocultitas”.

Los ‘diversos rostros’ de la singular figura, ayer y hoy

Omar Velasco

Aún queda por averiguar por qué a quienes habitamos esta ciudad nos gusta ser fabuladores o inventores de leyendas; quizá para intentar explicar aquello que no entendemos. ¿Será que mantenemos la herencia dejada por don Bartolomé Arzáns Orsúa y Vela, quien fue el primer literato de la cultura boliviana al escribir los tres tomos de la historia de la Villa Imperial de Potosí, lo que nos impulsa siempre a buscar una explicación a las cosas? Pues algunas veces ese afán nos puede llevar a crear leyendas.

Con el mascarón de la Casa Nacional de Moneda nuestra inventiva floreció de manera diversa para personificar a tan enigmática figura, y cada representación resulta inolvidable para quienes vivimos en Potosí.

La primera ocurrencia en tiempos modernos surgió el siglo XX, entre los años 60 y 80, en plena dictadura. Un comunicador social que intentaba hacer crítica social a través del sarcasmo —hoy el abogado Julio Fajardo Barahona, locutor de radio Indoamérica— lanzó al aire un programa de humor llamado El mascarón de la Moneda, ríe… pero ríe. Con esta estrofa reiteradamente repetida en un monólogo de media hora, Fajardo tomaba el micrófono una vez por semana usando la ironía como vehículo de denuncia y la imagen del mascarón como transmisor de esas ideas.

Los artistas plásticos inclinados por la caricatura y la tira cómica hacen lo suyo en este Siglo XXI, es decir en tiempos de cambio. Especialmente desde 2010, con su creatividad han antropomorfizado al mascarón por lo que no es sorprendente —entre otras interpretaciones— verlo llevando la armadura de Don Quijote, es jinete y tiene un compañero de lucha, no Sancho Panza, sino a una cholita potosina con su tradicional sombrero blanco de copa dura.

Como Don Quijote, el mascarón potosino es “desfacedor de entuertos”, es decir que se constituye en el símbolo moderno de la rebeldía de quienes habitamos esta ínclita Villa. Metafóricamente, cobró vida en los duras jornadas de 2010 y se mantiene firme igual que el Cerro Rico, para defender a su pueblo de toda acción de control, dominio e intención de velar las necesidades y sueños de los potosinos.

Varios son los artistas que le han añadido elementos que buscan representar el ser y sentir potosinos, por ejemplo armado de lanza, escudo y espada igual que Alonso de Ibáñez, el precursor de la emancipación. El Cerro Rico, nuestra bandera, nuestro escudo, el mascarón, la ciudad toda..., como potosinos llevamos en el pecho la rebeldía de Ibáñez inmortal.


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