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lunes, 23 de mayo de 2016

Sucre, veinte años atrás Magia y prestigio de sucre

En vísperas del 25 de Mayo publicamos a manera de mínimo homenaje, la visión de Nicolás Ortiz Pacheco, acerca de la Ciudad de los Cuatro Nombres, de la cual dijera "la poesía, la fe, las ciencias y las artes se enseñorean en esa ciudad pequeña como en casa propia".

Es difícil creer que haya mucho de exageración en lo relativo a las influencias telúricas sobre el carácter de las gentes. El clima, desde luego, contribuye poderosamente a determinar una especie de tipo común de carácter entre los habitantes de una misma comarca. No es improbable que muchas de las modalidades de la vida de algunos conjuntos humanos se deban a influencias más o menos ignoradas y más o menos imperceptibles del medio. Tal ocurre, en forma notable, con Sucre.

En Bolivia se atribuye a la índole de los sucrenses ciertas características sui-generis, que les inclinan un tanto a la melancolía y al ensueño; el clima seco, fuertemente electrizado; la limpidez maravillosa del cielo, que hace que la intensidad de la luz sea tan extraordinaria y permita tener la impresión de que uno allí se encuentra más cerca de la luna, de las estrellas, del sol y hasta de Dios mismo; el ambiente de sempiterna primavera; el penetrante perfume de sus flores; la atmósfera diáfana durante el invierno, estación en la que los rayos solares atenúan el frió, mientras que en verano las lluvias atemperan el calor tropical que corresponde a esas latitudes: todo en Sucre se hace notar más que en ninguna otra parte. Ello, y la falta de humedad del aire, contribuyen a que las flores sean más fragantes que en parte alguna y más sabrosos los frutos. Así, claveles hay casi en todas partes, pero de tan embriagador perfume como los sucrenses, bien pudiera decirse que no existen, o, por lo menos, que son muy raros. Y lo que ocurre con flores y frutos trasciende a veces al espíritu, con la diferencia de que, en vez de la luz del sol, parece que penetraran los rayos de la luna en las almas. De otro lado, el silencio de sus calles, cuyo abandono parece que las campanas quisieran ahuyentar de rato en rato; y hasta el mismo aislamiento de todos y de todo, hace que esa ciudad esté lejos de cuanto constituye la vida y la trivialidad de otros pueblos, y que todo converja a dar relieve al espíritu de sus moradores. De ahí que la poesía, la fe, las ciencias y las artes se enseñoreen en esa ciudad pequeña como en casa propia.

En todo caso, para quienquiera que estudie a Sucre, le será imposible dejar de percibir que la clave de las originalidades de muchas de sus gentes está en el clima. Porque allí la originalidad, tan apreciable y tan rara en otras latitudes, es la flor silvestre más abundante. Tanto que todos y todo, ayer como hoy día y como siempre, carece de vulgaridad. Llega a tal extremo la fuerza que ejerce el medio sobre el individuo, que es bastante permanecer un tiempo en Sucre para adquirir, en uno u otro sentido y en mayor o menor escala, ciertos matices de personalidad. Con decir que ni el vulgo es vulgar, ni la plebe plebeya, se habrá dado a entender que se trata de un pueblo de excepción, único. Y no es reciente esto de atribuírsele características excepcionales. Las crónicas de la época colonial se refieren a ellas, dándoles extraordinario realce. Se cuenta que cierto varón longevo, nonagenario ya, causaba admiración a un gran médico en París, por las excelentes condiciones en que, a pesar de los años, se encontraban sus órganos. Y que desde que el médico aludido supo que su anciano cliente vivía en Sucre, más de una vez recomendó a personas que aspiraban a llevar una vida apacible y a prolongarla, que fuera a buscarla en la antigua Charcas, en Sucre.

Lo que fue cuando dependió de España
No hay duda de que los españoles sabían dónde asentar sus reales. Potosí, con sus fascinantes riquezas, era el máximo centro de interés de la codicia, no mayor ni menor en aquellas remotas épocas que en las actuales. Pero Potosí era muy alto, muy frío, muy poco hospitalario. En las faldas del Cerro Rico, la fortuna derrochaba a manos llenas sus preciados dones. La plata, sin embargo, no era suficiente para vivir bien. Era, pues, preciso encontrar una especie de florido oasis situado en un punto intermedio entre el valle y las cumbres, para radicar en él cuanto apeteciera el espíritu: un jardín cultivado por la Providencia, a escasas treinta leguas de la Villa Imperial de Carlos V. Así, los expertos ojos de un sembrador de pueblos, don Pedro de Ansúrez, Marqués de Campo redondo, se posaron el año de 1538 en las alturas que ocuparon los indios "charcas", y fundó allí la ciudad de Chuquisaca, acaso sin abrigar el propósito de que se levantara una gran urbe, pero sí un pequeño paraíso. Pocos años después, por Cédula Real de 1559, se constituyó la Audiencia de Charcas, dependiente un tiempo del Virreinato de Lima y después del de Buenos Aires, y con extensísima jurisdicción, que por el sur alcanzaba hasta los valles de Tucumán, por el oriente hasta los dominios de la Corona de Portugal, en el Brasil, y por otros lados, a muchas comarcas por regiones dependientes ahora de Chile y del Beni. La historia colonial de Chuquisaca es digna de admiración más que por el brillo o por la resonancia de los sucesos, por la dignidad y el acierto de los hombres que, en casi trescientos años, rigieron la Real Audiencia de Charcas. Tanto es así, que la jurisprudencia que sentaban los oidores en sus provisiones la llenaron de fama. Asimismo, su muy nombrada Universidad Mayor de San Francisco Xavier, que data de 1624, determinó que ese pueblo se convirtiera en el centro al que convergieron los estudiantes de una enorme zona de la América austral. Y esa Universidad y la famosa Academia Carolina cobijaron en su seno a los próceres de la independencia.

Lo que no dejará de ser
Dejando en su honroso sitio a lo pretérito, Sucre, que en algunos aspectos se lamenta de encontrarse rezagada en ciertas formas de progreso, ha sabido conservar justamente lo que nadie puede quitarle, lo genuinamente suyo: aquello que en los pueblos como en los individuos constituye el elemento más firme de la personalidad. Porque, a fin de cuentas, las colectividades humanas, lo mismo que los hombres que las forman, tienen mucho de lo que heredaron, y mucho también de la forma y de la medida en que se desenvuelven sus actividades. Lo susceptible de perderse o de adquirirse, con todo lo que significa, tiene menor influencia que aquello que es inherente, característico, peculiar de país. Próspero o languideciente, Sucre es Sucre, y por ser lo es digno de llamar la atención. Quizá tenga poco que ver allí el turista amante de ruidos y novelerías, pero el catador refinado de sensaciones sutiles podrá encontrar un mundo nuevo, un poquitín enfermizo, si se quiere, pero en nada parecido a lo que se percibe hasta el cansancio en otras urbes.

La Virgen de Guadalupe
No menos de 23 son los templos católicos para menos de 30.000 habitantes. Y eso que, por lo general, los hombres son volterianos, tal vez por seguir una moda cuya actualidad pasó hace tiempo. A la fanática fe, que pudiera decirse de exclusividad femenina, se debe, por ejemplo, el cúmulo de joyas que adornan a Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de la capital boliviana, avaluadas aproximadamente en veinte millones de pesos argentinos. Con la circunstancia aclaratoria de que la tasación es poco menos que reciente y que, por tanto, en nada toma en cuenta lo que el viento se llevó, entendiéndose por viento, por ese viento, a párrocos, sacristanes y hasta prelados extranjeros que hicieron de las suyas con los tesoros de la virgen.

Los milagros y los favores de virgen, más aquellos que éstos, son innumerables, según sus devotos. En verdad, se sabe que la imagen que se venera en el santuario de Guadalupe llegó al Alto Perú por equivocación, porque estaba destinada a México, lo que fue interpretado como un designio providencial de quedarse donde actualmente se halla

En vísperas del 8 de septiembre, día consagrado a la Virgen de Guadalupe, es de práctica establecida desde antaño sacar la imagen de su urna de fina plata, para desempolvar los preciosos atavíos con que se encuentra revestida la placa, totalmente cubierta, salvo la cara y las manos, y las del Niño Jesús, de valiosísimas joyas. No falta quien diga que, por ejemplo, el brillante máximo de la corona del Niño es uno de los más grandes y de las mejores aguas del mundo. En dichas vísperas se solía permitir que los fieles besaran la peana, circunstancia que aprovechaban los rateros para besar con los dientes las gemas y arrancarlas de sus correspondientes engarces. Alguna vez se dio el caso de que los custodios de la efigie se vieran en la necesidad de hacer escupir a viva fuerza perlas o brillantes, rubíes o granates, zafiros o topacios ubicados a los pies de la sagrada imagen, desengarzados a mordiscos. Un prodigio que ordinariamente se le atribuye es el de hacer que se conviertan en falsas las joyas finas que se le robaba, y viceversa; es decir, que la pedrería falsa con que la gente pobre le ofrenda adquiere calidad y valor por el mero hecho de estar en contacto con la virgen.

Tesoro protegido por sí mismo
Periódicamente, las hablillas callejeras porfían en restar el valor de tanta joya encerrada en la mística urna. Entonces, las autoridades eclesiásticas, obedeciendo a las murmuraciones populares, adoptan medidas de seguridad, más de carácter simbólico que efectivo. Lo cierto, y ello dicho sin hipérbole alguna, es que la virgen se guarda sola, hecho que se interpreta como un prodigio. Dicen que en la sacristía del santuario vela un sacristán nocturno, que muy probablemente duerme más que vela.

Hace muchos años un mecánico dentista, súbdito alemán, autor de un horrible crimen cometido en la persona de un judío ruso, joyero, en Buenos Aires, confesó ante la justicia porteña que sólo por las dificultades de transporte de las joyas hasta la frontera no se atrevió a apoderarse de los codiciables tesoros de la Virgen de Guadalupe. Este mismo sujeto, después de estrangular al joyero, arrojó sus restos a uno de los lagos de Palermo, antecedente macabro probatorio que ese individuo no conocía la timidez.

Sea, pues, porque es mucho más difícil salir de Sucre que llegar allí lo que ya es bastante; sea porque un sacrilegio en gran escala podría costar el pellejo a quien lo intentase, lo evidente es que hasta ahora nadie se ha provisto de un soplete y un par de pistolas, elementos suficientes para asaltar al santuario de Guadalupe, cuyas enormes riquezas se hallan demasiado a la vista y se encuentran en permanente peligro de desaparecer.

Honradez y decencia colectivas
Y por la circunstancia de que continúen en su sitio se puede adivinar, desde luego, más de uno de los aspectos de la idiosincrasia del pueblo que las cobija, pues aunque la virgen sea lo más codiciable y de más fácil transporte que hay allí, las reliquias de la Sala Capitular de la Catedral tienen un valor convertible fabuloso.

Además, sólo conociendo la historia intelectual, social, política y artística de la antigua Charcas es posible explicarse cómo han podido reunirse en iglesias y conventos, en bibliotecas y museos, en edificios públicos y particulares, tantas cosas de tanto mérito y de tan subido interés para el curioso.

Sin embargo, a pesar de todo, Sucre, capital de Solivia, aunque el Poder Ejecutivo funcione desde hace 45 años en La Paz, y el Legislativo en cualquier punto de la república donde fuere convocado; con todo lo original y bueno que posee, Sucre vale más por lo que es que por lo que tiene.
BOHEMIO (un poema de Nicolás Ortiz Pacheco)
Librado en todo, a ciegas, al evento,
Espera sin cesar lo que no espera;
Y aunque vive de abismos a la vera,
No tiene ni noción del escarmiento.

Va hacia el peligro, intrépido, de intento,
Con fe en su suerte, asido a su quimera,
Y remedo de abstrusa borrachera
Su existencia carece de argumento.

Siempre logra salir del laberinto,
Porque en vez de pensar, sólo presiente
Y hace servir de brújula a su instinto.

Jamás calculador, casi es vidente;
Y aunque perezca igual, siempre es distinto,
Como el agua del chorro de una fuente.


ANÉCDOTAS DE NICOLÁS ORTIZ PACHECO
La obra poética de Nicolas Ortiz Pacheco fue reunida en la obra póstuma: "Plenitud de Plenitudes" Su personalidad ha sido retratada por Paredes Candia y por Carlos Castañon Barrientos: "Anécdotas de Nicolás Ortiz Pacheco". De esta última publicación son las que siguen.

- Con Gregorio Reynolds: Nicolás le jugó una broma ante la pregunta de Reynolds sobre qué opinaba de su nueva obra. - ¿Qué te parecen mis versos Nicolás? -No me gustan Gregorio. - ¿Pero por qué? Si son pura música. -Pues entonces, ¿por qué no les pones letra?.

- Rapidísima crítica a dos libros: -"¿Ha leído Ud. las últimas novelas de Jaime Mendoza? ¿Qué le parecen "Los malos pensamientos"?.- Muy malos.- ¿Y las Páginas Bárbaras?.- Muy bárbaras.

- Con Lino Romero: sostuvo Nicolasito una pugna de adivinanzas con el Sr. Romero: - Nicolasito, ¿Cuál es el animal doblemente animal?- No se cual puede ser- El gato, porque es gato y araña. - bien, has ganado pero ahora me toca preguntar. Te doy cinco minutos para que me digas cual es el animal doblemente vegetal.- Lino Romero no supo contestar, entonces Ortiz lo hizo: -El animal doblemente vegetal es Lino Romero.

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