Como se vio en el capítulo precedente, en el
período que va entre Tiwanaku y los incas, las
sociedades andinas estaban organizadas de formas
muy simples, con niveles de jefaturas que
no implicaban organizaciones centralizadas o
estatales. Con las fases expansivas de los incas
esta situación fue cambiando paulatinamente, ya
que necesariamente implicó la vuelta a un nivel
de centralización política con grandes cambios
de orden social y económico.
Por ejemplo, los señores del altiplano y los
jefes de los pueblos de las Tierras Bajas tuvieron
que establecer diferentes niveles de relaciones
con el Inca, ya sea para acceder a sus favores y
ser parte de la élite gobernante, o para negociar
la anexión de sus territorios al Imperio. Ahora
bien, esta anexión fue secuencial y se dio a partir de una re-estructuración que implicó el establecimiento
de un “tributo” y la organización de
las poblaciones en la mit’a para la producción, la
edificación de arquitectura pública o el servicio
a la élite gobernante.
De la misma forma, la anexión de determinado
territorio no era un caso fortuito, pues
implicaba la construcción de un centro regional,
la vinculación de una red de caminos a la
principal (Capac Ñan) y la obtención de algún
recurso que pudiera fortalecer los intereses del
Imperio. Esos recursos eran de tipo productivo
o poblacional; en el primer caso, relacionados
a la agricultura, minería o ganadería y, en el
segundo, como parte de la gente que fortalecía
los ejércitos imperiales o que era enviada a otros
territorios como mitmas.
El resto de la población, dependiendo del
tipo de alianza que habían logrado los jefes locales,
estaba destinada a pagar al Imperio con mano
de obra y, excepcionalmente, con excedentes de
producción. Todas las poblaciones dedicadas a
la agricultura debían abastecer a los ejércitos
imperiales; por su parte, los especialistas a nivel
de textilería, metalistería, orfebrería, manufactura
de cerámica y construcción de obras públicas
contribuían con su mano de obra. Por último,
una población más restringida, como la de las
ñustas (princesas incas) o los niños, era dedicada
a actividades sacerdotales o al sacrificio, a pesar
de que salían de la contabilización de sus lugares
de origen, pues estas personas eran trasladadas a
los santuarios principales.
Un fenómeno similar no se había dado
antes, y los pobladores andinos estaban en un
proceso de asimilación y/o reacción hacia esa
nueva situación socio-política. Luego de casi un
siglo en este estado, había disconformidad en las
poblaciones locales, ocasionadas en algún sentido
por tensiones internas vinculadas al acceso al
poder. En esta situación se encontraba gran parte
de los Andes cuando irrumpió la Colonia, que
cambió –en parte– el panorama, pero aumentó
grandemente dichas tensiones.
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