Ya se ha mencionado que los incas tuvieron mucha
incidencia en el fomento de la actividad agrícola.
Eso se debió a que ese tipo de producción,
como se observó en Tiwanaku, pudo mantener
al Imperio y a sus ejércitos.
En ese sentido, se puede decir que, en ese
tiempo, eran tres las formas más comunes para
el desarrollo de la agricultura: la construcción
de andenes o takanas, la reutilización de camellones
o suka kollus y el uso de qochas o lagunas
artificiales. Sobre todo en los dos primeros casos,
se demandaba de la movilización de grandes
cantidades de mano de obra, aspecto que fue
asegurado por la política imperial.
Los andenes son también conocidos como
terrazas agrícolas o takanas; permitían aprovechar
mejor el agua, tanto en lluvia como en regadío,
haciéndola circular a través de los canales que
comunicaban sus diversos niveles. Este sistema
era adecuado, sobre todo, a los lugares escarpados,
por lo que sus restos son registrados en las
laderas de cerros.
En cambio, la tecnología de los sukakollus es
propia de las riberas del lago Titicaca, habiendo
sido utilizados durante el periodo Tiwanaku. Son
montículos de tierra que permitían almacenar y
aprovechar mejor el agua en áreas de frecuentes
inundaciones a causa de las lluvias. Se componen
de un gran número de surcos simétricos que recolectan
el agua y la conducen entre sus canales,
permitiendo la fertilización de la deposición adyacente.
Esta forma de cultivo fue complementada
con la construcción de qochas o lagunas artificiales,
utilizadas para cultivar y dar de beber al ganado.
Todos los complejos agrícolas fueron complementados
por elaborados sistemas hidráulicos
y áreas de almacenaje. Los primeros estaban
constituidos por canales y bocatomas, que permitieron
la irrigación y el cultivo; en cambio, las
áreas de almacenaje estaban relacionadas a una
cantidad ingente de silos o qollcas asociadas a las
áreas agrícolas. Evidencias de estos sistemas fueron
registradas en diferentes regiones de los Andes.
Aunque en muchos sitios se observó el crecimiento
de producción agrícola en el último
período prehispánico, el amplio valle de Cochabamba
fue –en Bolivia– el área más importante.
Su importancia radicaba en que era la zona de
mayor producción de maíz, considerado éste un
recurso de primera necesidad para la elaboración
de chicha, además de ser un producto de tipo suntuario
que otorgaba prestigio, por lo que también
era cultivado con fines burocráticos, militares y
ceremoniales. El maíz estaba relacionado a los
ritos y fiestas que desarrollaban los incas en honor
al dios Sol, a quien le hacían libaciones en vasos
rituales de cerámica con esta sagrada bebida.
Con ese fin, una gran cantidad de población
fue movilizada al valle (Wachtel, 1982) en calidad
de mitmas agricultores, poblaciones foráneas que
constituyeron una adecuada fuerza de trabajo.
Esas poblaciones provenían de diferentes partes
del altiplano y, con el tiempo, se sincretizaron a
la población local.
Los centros agrícolas estaban distribuidos en
gran parte del valle de Cochabamba, consistiendo
en inmensos campos de terrazas, asociados a
áreas de almacenaje que mantenían a la élite y a
los ejércitos del Inca. Entre los más famosos se
encuentran los sitios de Cotapachi y Colcapirhua,
áreas donde se almacenaba toda la producción
para luego redistribuirla. La evidencia arqueológica
permitió el registro de más de 2000 silos en
un solo sitio, lo cual da una idea de la magnitud
de la producción agrícola en la región.
En función de la documentación etnohistórica,
se sabe que esa producción era llevada a los
silos para luego ser transportada, por los llameros
del Inca, desde Sipe Sipe hasta Cusco (Wachtel,
1982), es decir que el maíz del valle era consumido
por la élite imperial. Esto a pesar de que
la producción de áreas adyacentes servía para el
sustento de los ejércitos imperiales, apostados en
las inmediaciones con el objetivo de avanzar por
los valles hacia el Chaco y la Amazonía.
Tal vez debido a ello, la construcción de Incallajta
muestra la importancia que tenía el valle de
Cochabamba para los incas. Ya se ha mencionado
que con la incursión de Huayna Capac el valle
cobró mayor relevancia, por lo cual en esa región
fue construido uno de los centros administrativos
más importantes del Imperio. Las fuentes coloniales
mencionan la presencia del palacio de este
Inca en Incallajta, aspecto que fue corroborado
por las excavaciones arqueológicas..
En la parte central del sitio fue registrada una
estructura de doble planta que contaba con un
espeso revoque blanco, identificándose como el
palacio de Huayna Capac. Asociados a este rasgo,
se registraron una plaza central, varias kallankas
y un ushnu, que denotan la presencia imperial
(Muñoz, 2012).
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