Los incas tuvieron el desarrollo más complejo que
existió en los Andes; para muchos investigadores,
haciendo una analogía con civilizaciones como la de los aztecas o los romanos, este desarrollo
puede ser considerado imperial (Bauer, 1992;
D’Altroy, 1992; Julien, 1982; Pärsinnen, 1992;
Pease, 1978, 1982; Presta, 1995; Rostworowsky,
1988; Saignes, 1985, 1990; Schreiber, 1992;
Stanish, 1997). Esto está relacionado –como ya
se dijo- sobre todo a su afán de expansión territorial
y política, aspecto no observado en ningún
desarrollo precedente en los Andes.
El proceso expansivo en todo el Imperio
implicó cambios radicales para los grupos locales,
pero también se invirtió en la creación o rehabilitación
de un sistema de caminos, la construcción de
tambos y el reasentamiento de colonias (mitmas)
hacia diferentes partes del Tawantinsuyo, dando la
opción de detentar poder a las autoridades locales
administrando y controlando la movilidad para
su beneficio. Su sistema organizativo y la construcción
de la infraestructura pública utilizaron
la fuerza de trabajo, basándose en un sistema decimal,
como indica Julien (1982). Un aspecto que
lo diferencia de Imperios como el Azteca u otros
en el mundo es el hecho de que la extracción de
riqueza también utilizó la fuerza de trabajo y no
el tributo en especie (Murra, 1975).
A nivel tecnológico, su presencia es la síntesis
del conocimiento de los grupos precedentes, por
lo cual está marcada por elementos representativos
que fueron registrados arqueológicamente
en muchas partes de su territorio. Entre ellos, es
relevante la arquitectura de este periodo, que si
bien denota un patrón muy particular, estaba basada
en la tradición arquitectónica de Tiwanaku,
denotando su influencia. Los elementos más
representativos son estructuras como kallankas,
ushnus y torres funerarias, construidas en piedra,
con formas y técnicas particularizadas de acuerdo
a las regiones. Dicha infraestructura es registrada
en diferentes partes de los Andes, sobre todo
asociada a centros administrativos.
A ello se debe añadir la infraestructura agrícola,
basada especialmente en la construcción de
inmensos campos de terrazas y silos, que eran
lugares de producción y almacenaje. Este tipo de
construcción implicaba trabajos de ingeniería,
hidráulica y conocimiento de los ciclos de la naturaleza.
Una de sus características fue el establecimiento
de un sistema de riegos asociado, al igual
que el funcionamiento a secano de este sistema.
Las terrazas o takanas, sistema más utilizado
en ese período, consideraban la fertilidad del suelo, el drenaje del agua y prevenían la erosión,
para lo cual fueron construidas utilizando rocas
grandes que eran colocadas en la base para nivelar
el terreno. Con una capa de piedras más
pequeñas se generaban conductos reguladores
de agua que evitaban que la tierra fértil, donde
se sembraba, se escurra entre las rocas; para darle
mayor seguridad, se levantaban paredes de piedra.
Estas paredes pueden conformar altas y extensas
plataformas, como las observadas en muchas
partes de los Andes.
Por su conformación y arquitectura, las terrazas
agrícolas definen un paisaje nuevo, donde
se cultivaban alimentos tan esenciales como el
maíz, uno de los principales productos agrícolas
de la época. Debido a su funcionalidad, esas antiguas
construcciones aún se utilizan para cultivar
alimentos tradicionales, a los cuales se sumaron
nuevos productos, como el haba, el trigo, las
arvejas y la cebada, introducidos con la llegada
de los españoles y que actualmente se incluyen
en las tradiciones culinarias en esta vasta región.
Las expresiones materiales registradas en
los sitios arqueológicos son los restos de trabajo
en cerámica, líticos, textiles y metalurgia, en los
cuales se lograron grandes avances tecnológicos
y artísticos. Como se observa en lo referente a la arquitectura, la tecnología empleada para la
producción de esos artefactos fue una herencia
de culturas precedentes, pues los incas rescataron
las mejores tecnologías de los Andes como parte
de su acervo cultural. La elaboración de los mismos
correspondía a especialistas, localizados en
diferentes partes de los Andes.
La elaboración de cerámica también fue
una herencia de Tiwanaku, localizándose sus
principales ceramistas en las márgenes del lago
Titicaca, considerados los “olleros del inca”,
como menciona John Murra (1982). Luego de
un periodo donde resaltaba el negro/ rojo en las
vasijas, vuelve la policromía en la elaboración de
finos artefactos, los cuales eran un símbolo del
prestigio de los incas y de los señores locales.
Las formas más típicas y rituales de la cerámica
Inca fueron los aríbalos, los kerus (vasos
ceremoniales) y los platos playos con decoración
geométrica polícroma, producción sumamente
estandarizada. Los colores más usados fueron
diferentes tonos de marrón y sepia, además de
rojo, negro, blanco, naranja y morado, los que
producían una gama relativamente variada de
combinaciones. Se aprecia en esta alfarería la
predilección por los diseños geométricos, predominando
rombos, barras, círculos, bandas y
triángulos. Este tipo de artefactos se encontraron
en los Andes, presentando manifestaciones
particulares de acuerdo a las diferentes regiones
(Fig. 113).
Paralelamente, se registra material doméstico,
el mismo que no presenta decoración y que
responde a las características tecnológicas de las
diferentes regiones anexadas al Imperio. A este tipo
de materiales se los define como estilo Inca local,
cuya característica es el uso de un profuso engobe
de color rojo.
Por último, también se advierte un sincretismo
tecnológico entre el estilo cerámico
imperial y los estilos locales. Su característica
es la conservación de las formas emblemáticas
como el aríbalo o el plato playo, pero el decorado
presenta un estilo local. Este tipo de artefactos
es registrado, sobre todo, en las áreas marginales
del Imperio, siendo uno de los indicadores para
establecer el tipo de relación de las poblaciones
locales con los incas. Como ejemplo, podemos
mencionar los estilos Inca Pacajes, Inca Carangas
e Inca Quillacas, registrados en el altiplano de La
Paz y Oruro (Fig. 114).
A nivel de artefactos líticos, sobresale el fino
trabajo pulido, sobre todo de hachas y armas o
instrumentos de guerra, los cuales fueron registrados
en muchas partes de nuestro territorio.
La tecnología lítica era más elaborada que en
tiempos anteriores, haciendo mucho uso de finos
acabados. Las formas más representativas son las
hachas líticas y las azadas, las que se registran en
muchas partes del territorio; son artefactos que
fueron utilizados a nivel ritual y para la agricultura,
respectivamente (Fig. 115). Otro tipo de
artefactos líticos son las armas o herramientas
vinculadas a los conflictos ejercidos por los incas
en su proceso expansivo. Estas armas consisten,
sobre todo, en macanas y boleadoras que eran
utilizadas junto a las hondas.
En cuanto a la escultura, son relevantes
las representaciones zoomorfas de auquénidos,
llamas, vicuñas y alpacas, así como algunas representaciones
fitomorfas, y numerosos cuencos
y recipientes llamados popularmente morteros.
En este tipo de expresión se observa la simplificación
de las formas por medio de volúmenes
geométricos sencillos y una esquematización
de los motivos decorativos. La escultura de este
periodo se caracterizó por la sobriedad, la geometría
y la síntesis, tendiendo más a lo práctico
y funcional que a lo formal.
La tecnología metalúrgica fue una de las
más relevantes en el periodo Inca, dado que el
área andina fue la cuna de la metalurgia. En toda
la costa existieron expertos plateros, como una
herencia de los poblados de Chimú, Pachacámac,
Ica y Chincha, los que eran considerados como
los mejores orfebres de los Andes. Durante el
apogeo imperial, se enviaron mitmas a Cusco
para la producción de objetos suntuarios. Entre
ellos, fueron relevantes los artefactos utilizados
por las élites, destacándose las diademas, orejeras,
pendientes, anillos, pecheras, tobilleras, tupus,
(prendedores) etc. Por otro lado, se consignan
pequeños elementos rituales y de ofrendas, finamente
elaborados en oro y plata, como regalo a
las deidades naturales. Algunos de estos objetos
fueron registrados en el lago Titicaca y en diferentes
contextos rituales. Sin embargo, los más
recurrentes son los tumis (cuchillos ceremoniales)
y las hachas rituales, artefactos de aleaciones que
se registraron en muchos sitios de esta región
(Fig. 116).
Es importante mencionar la importancia que
tenía el oro para los incas, ya que reflejaba su relación
con lo divino, y cuyo trabajo de acopio fue
delegado a los mitmas. Para realizar su fundido
utilizaban las huayrachinas, donde se realizaban
diferentes aleaciones que luego dieron paso a impresionantes
artefactos de oro, plata y tumbaga.
Para la creación de armamento se utilizaba
cobre y sus aleaciones. Con el bronce elaboraban sobre todo cuchillos ceremoniales y hachas para
la nobleza, además de mazas, entre otros objetos
militares. Las mazas tenían forma estrellada con
un orificio al centro, a fin de colocarla en un
palo, por lo cual recibían el nombre de macanas.
También se cree que utilizaron platino y hierro,
aunque sólo para la elaboración de pequeños
ornamentos.
En relación a los textiles, es remarcable el
hecho de que los incas aprovecharan finas fibras,
como las de vicuña, para la elaboración de
suntuosas prendas. A la tradición textil existente,
cuyos principales representantes fueron las culturas
de la costa central –en las poblaciones de
Paracas y Nazca–, los incas incorporaron figuras
geométricas: cuadrados rectángulos o rombos,
ordenados vertical u horizontalmente. Esta nueva
forma de representación corresponde a una iconografía
centrada en símbolos conocidos como
tokapus, significativos de la heráldica prehispánica
y mantenida hasta la Colonia.
Los textiles se elaboraban en telares, los que
prensaban la trama y la urdimbre con la ayuda
de una wichuña, hueso de llama pulido al que le
sacaban una punta. Las fibras utilizadas correspondían
sobre todo a camélidos, como llamas,
alpacas y vicuñas, las cuales tomaban color a
partir del tinte de plantas y minerales. Es justamente en este período en el que prevalece
el rol de la fibra de vicuña como elemento
suntuario de alto prestigio. Los incas instituyeron
el chaku como forma sostenible de obtención y
aprovechamiento de la vicuña, es decir que se
esquilaba a los animales en vivo para la obtención
de la fibra.
Para los incas, la importancia de los textiles
fue religiosa, social y política. En ellos expresaban
su cosmovisión, su sentido del espacio y de sus
divisiones, además de ser símbolos que denotaban
el rango social. Los famosos ponchos dameros,
blancos con negro y rojos al centro, se destinaban
sólo a los orejones o generales allegados al
Inca. Se dice que los diseños geométricos, que
aparecen en algunos tejidos, servían también para
identificar a los incas y a sus familias (Fig. 117).
Desde la visión política, los tejidos representaban
bienes que se podían intercambiar y/o tributar
para cohesionar al Imperio.A ello se deben sumar las prendas elaboradas con plumas de aves exóticas, que manifiestan un gusto estético por el color y por los recursos de otros ambientes ecológicos. Esta técnica de manufactura se utilizó en mantas, unkus, abanicos y sombrillas, mostrando la relación de los incas con las poblaciones de origen selvático para la adquisición de esa materia prima.
Por otra parte, conceptos y cálculos matemáticos
fueron aplicados principalmente
en actividades económicas. Los sistemas de
registro y cálculo más conocidos eran los
quipus y los yupanas. Los quipus eran sistemas
nemotécnicos que consistían en tiras anudadas;
sólo se anudaban los resultados de las operaciones
realizadas anteriormente en los ábacos
o yupanas. Los cronistas españoles narran que
en este sistema se guardaban fragmentos de la
historia de los incas, relatando nacimientos,
guerras, conquistas, nombres de los nobles y
tiempos de tales eventos.
Los registros arqueológicos realizados en
los Andes dan cuenta de innumerables artefactos
que prueban el avance de la tecnología
incaica. Algunos de esos aspectos también son
corroborados en los documentos de la Colonia
temprana, donde se describen con detalle algunas
tradiciones prehispánicas. Sin embargo,
las viejas tradiciones fueron cortadas con los
españoles, denotando un nuevo periodo en el
que la estética y la tecnología fueron reemplazadas
por la funcionalidad de los artefactos y
de las construcciones.
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