Carla Jaimes Betancourt
Existen muchas razones por las cuales el pasado de la región amazónica fue y es todavía menospreciado.
Posiblemente las descripciones etnográficas del siglo pasado son las directas responsables para que las
sociedades de los Andes sean vistas como “civilizadas” y las sociedades de las Tierras Bajas como “barbaras”.
Entre 1940 y 1947, Julian Steward editó un compendio de seis volúmenes de los pueblos indígenas
de Sud América (Handbook of South American Indians), que fue publicado por el Instituto Smithsonian. En
esta obra se clasificaron las áreas culturales de acuerdo a su medio ambiente y potencial agrícola. De esa
manera, el área de la cultura andina fue clasificada dentro de los tipos 3 y tipo 4, áreas con potencial agrícola
ilimitado o con potencial agrícola en crecimiento, mientras que las áreas culturales de bosque tropical y
selva correspondían al tipo 1 y 2, es decir, áreas sin potencial agrícola o con un limitado potencial agrícola.
Esta clasificación determinaba al mismo tiempo el desarrollo cultural de sus habitantes. Así, se postuló que
las sociedades del área andina tenían el más alto desarrollo cultural de América del Sur, mientras que en la
Amazonía se tenían, por un lado, “tribus marginales” de cazadores recolectores y, por otro, sociedades de
floresta tropical. Estas sociedades estaban caracterizadas por tener una limitada agricultura de autoconsumo,
que si bien permitía el establecimiento de una población más densa y permanente, se encontraban
limitadas por un ambiente improductivo, en el que era imposible la producción de excedentes que conlleve
a una especialización y división del trabajo, estratificación social y organización política centralizada.
Las claras diferencias que presentaban las poblaciones de distintas áreas geográficas influyeron en gran
medida en la lectura de los datos arqueológicos. A mediados del siglo pasado, la arqueóloga Norteamericana
Betty Meggers (1954) proponía que el medio ambiente era una condicionante importante de la cultura ya
que, según ella, el nivel de desarrollo cultural dependía del potencial agrícola del medio ambiente ocupado.
Aunque algunos sitios arqueológicos de importante antigüedad eran encontrados en la región Amazónica,
Meggers (1979, 1996, 1997) trataba de explicarlos mediante teorías medio ambientales o difusionistas. Por
ejemplo, ella creía que las innovaciones tecnológicas y culturales como la cerámica, la agricultura o la complejidad
social, habrían llegado a la Amazonía procedentes de los Andes o Mesoamérica. También postuló
que las culturas asentadas en la Amazonía, como por ejemplo la cultura Marajo, en la boca del Amazonas,
se habría deteriorado debido a que el medio ambiente tropical no ofrecía los recursos suficientes para
mantener grandes poblaciones, lo que limitaba y degradaba sus condiciones sociales.
No obstante, estas teorías no podían explicar las evidencias arqueológicas que de manera más frecuente
se iban encontrando en la Amazonía ni tampoco servían para objetar los escritos de los primeros
europeos que ingresaron al Amazonas a mediados del siglo XVI e inicios del siglo XVII. Escritos como el
del padre Carvajal (1542), quien acompañó en su expedición a Francisco de Orellana, hacen referencia a
grandes aldeas, algunas ocupadas por miles de personas, integradas en amplias redes interregionales de
comercio y confederaciones políticas regionales. Tales referencias desaparecen de los escritos históricos a
inicios del siglo XVIII, posiblemente porque en los primeros cien años de contacto las poblaciones quedaron
diezmadas por las epidemias, la guerra y la esclavitud. Sería imposible negar el impacto que tuvo la
colonización europea en la densidad demográfica y los modos de vida de los pueblos que habitaron todo
el continente Americano.
Retomando nuevamente la explicación sobre las posturas teóricas que influyeron la historia de la
arqueología amazónica, se debe aclarar que la mayoría de los antropólogos estaban convencidos de que
no era la agricultura sino el medio ambiente en general, lo que influía a las poblaciones. En este sentido, las
diferencias en el grado de fertilidad de los suelos y el clima determinan el grado de productividad agrícola,
que al mismo tiempo influye en el tamaño de población, la organización política y el desarrollo tecnológico
de la cultura.
Un fuerte oponente de estas teorías fue Donald Lathrap (1970). Este arqueólogo Norteamericano
propuso que los grupos amazónicos habían tenido un desarrollo autóctono y que su medio ambiente era
el adecuado para la agricultura intensiva de raíces, como por ejemplo la yuca (Manihot esculenta) domesticada
en las llanuras inundables entre los 5000 a 3000 a.C. Lathrap creía además que el aprovechamiento
de recursos alimenticios de los ríos amazónicos habría permitido el asentamiento de densas poblaciones,
las cuales poseían una notable complejidad social, una sofisticada industria alfarera y una red intercambio
de bienes de prestigio a larga distancia.
Las nuevas corrientes teóricas ya no ven al medio ambiente amazónico como una limitante; por
el contrario, se da importancia a la abundancia de sus recursos naturales en los ríos, lagos y selvas y se
analizan los procesos culturales de manejo ambiental (Neves, 2011). Una nueva línea teórica, denominada
“ecología histórica” (Balée & Erickson, 2006), postula que las sociedades prehispánicas, lejos de adaptarse
al ambiente amazónico, transformaron su entorno y modificaron las condiciones naturales de los lugares
en las que vivían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario