El último tiempo del Imperio, luego de la muerte
de Huayna Capac, estuvo plagado de conflictos
políticos y bélicos entre sus dos hijos: Huáscar
y Atahuallpa, a quienes se les había delegado el
gobierno de Cusco y Quito, respectivamente.
Todos los hechos acaecidos por Huáscar, a quien
su hermano mandó matar, fueron utilizados luego
por los españoles como excusa para acusar a
Atahuallpa de fratricidio.
Según los relatos históricos, el Inca tenía mucho
interés de conocer a los españoles. Por ello,
se dirigió a Cajamarca donde ellos lo esperaban.
Los españoles se escondieron en los principales
edificios de la plaza principal, donde observaron
su fenomenal ingreso, junto a cientos de bailarines,
nobles y guardias. El único español que salió
al encuentro de Atahuallpa fue el fraile Vicente de Valverde, quien a través de un intérprete habló con el emperador, compartiendo chicha en un vaso keru.
En esa oportunidad, se ordenó que el Inca
aceptara el cristianismo como religión verdadera,
sometiéndose a la autoridad del rey Carlos I de
España y al papa Clemente VII (Dejo Bendezú,
1993). La indignación del Inca y el desagravio del
cura fueron el detonante para que se iniciara la
masacre de los súbditos quechuas, a manos de la
artillería y los fusiles españoles. La matanza fue
sangrienta, ya que miles de sirvientes imperiales
murieron en esa oportunidad.
Atahuallpa fue apresado en un palacio de
Cajamarca. Los relatos de los cronistas cuentan
que lloraba mucho, comía y dormía poco (Poma
de Ayala, 1988); pero tuvo fuerzas para organizar
dos ejércitos, uno bajo el mando de Chalcuchímac,
para que fuese a Cajamarca a liberarlo,
y el otro bajo el mando de Quisquis, para que
tomase Cusco y eliminara cualquier vestigio de
Huáscar. La versión tradicional menciona que
el Inca habría mantenido algunos privilegios en
prisión, como seguir administrando el Imperio,
aprender a leer y escribir y a hablar castellano.
Se cuenta también que mantuvo una relación
amistosa con Francisco Pizarro.
Cuando estaba preso, es muy conocido el
hecho de que Atahuallpa ofreció llenar dos habitaciones
de plata y una de oro a cambio de su
liberación. La codicia de los españoles hizo que
aceptaran y de inmediato se mandó la orden a
todo el Imperio para enviar la mayor cantidad
de oro y plata hacia Cajamarca. A pesar de haber
cumplido su parte, el Inca fue sentenciado
a muerte por los cargos de idolatría, fratricidio,
poligamia e incesto. Su última concesión fue
ser bautizado como cristiano con el nombre de
Francisco, para luego ser ahorcado. Su ejecución
se realizó el 25 de julio de 1533, enterrándose en
la iglesia de Cajamarca. Se cree que Francisco
Pizarro lloró la muerte del soberano.
La noticia de la desaparición del Inca tuvo
varias repercusiones; entre ellas el que muchas
etnias dominadas se sublevaran e intentaran recuperar
su independencia. Por su parte, los partidarios
de Huáscar (como Manco Inca) se unieron
a los españoles para derrotar a Chalcuchimac, a
Quisquis y a los demás partidarios de Atahuallpa.
Con estos acontecimientos un nuevo orden
se estableció en los Andes, con los consiguientes
cambios económicos, sociales y políticos; temas
que serán abordados en el siguiente tomo de esta
Historia de Bolivia.
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