Los restos más antiguos de la presencia humana
en la región provienen de un sitio ubicado en el
estado de Rondonia (Brasil), cerca de la frontera
con Bolivia. Los restos fósiles humanos encontrados
por buscadores de oro estaban asociados a
megafauna y material lítico. Según Miller (1987),
estos restos probablemente datan de la transición
entre el pleistoceno y holoceno, alrededor del
11000-9000 a.C.
En los Llanos de Mojos las evidencias más
antiguas de la presencia del hombre tienen casi la
misma edad. Sin embargo, comprobarlo resultó
difícil ya que la ausencia de piedra en la región,
anteriormente mencionada, nos priva de los
hallazgos que normalmente se asocian con esta
etapa en el desarrollo de la humanidad, es decir,
las puntas de proyectil hechas de piedra.
Las huellas, que en vez de esto dejaron los
primeros pobladores en los Llanos de Mojos,
fueron montículos de conchas de caracol. Tres
de estos montículos, en gran parte cubiertos por
sedimentos de eventos aluviales posteriores, han
sido estudiados por un equipo multidisciplinario
guiado por Lombardo (et al., 2013). Dos de las
islas están situadas al Este de Trinidad y una al
Sur de la misma, en el lado Oeste del Mamoré.
Los estudios geoarqueológicos revelaron una
secuencia estratificada de depósitos acumulados
de gasterópodos de agua dulce, caracoles que
pertenecen al género Pomacea, que fueron consumidos
por grupos de cazadores-recolectores
desde por lo menos 8000 a. C. según fechados
radiocarbónicos. Además, se encontraron restos
de fauna correspondientes al venado (Mazama
sp.) y ciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus),
así como huesos de otros mamíferos, peces,
reptiles y aves, algunos de los cuales habían sido
quemados. Los estratos contenían también mucho
carbón vegetal y el análisis de los sedimentos
reveló una entrada elevada de heces humanas en
esta formación.
Según los investigadores, el predominio de
caracoles manzana en uno de los sitios apunta
a que los cazadores de ese período tenían una
economía de subsistencia que dependía del bajo
consumo de energía, con recursos fácilmente
disponibles y altamente predecibles. Se supone
que por esta misma razón ninguno de estos sitios
fue permanentemente ocupado, aunque se observó
que los sitios evidenciaban una dinámica de
reocupación, que se traduce muchas veces en el
crecimiento del tamaño del sitio, como el detectado
en uno de ellos, alrededor del 3000-2000 a.
C. (Lombardo et al., 2013).
Mayores excavaciones arqueológicas en estos
sitios son necesarias para poder documentar
contextos arqueológicos que nos den mayor
información respecto al modo de vida de los
habitantes de este período de tiempo.
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