Una vez establecido el Imperio y sus estrategias
de control en los Andes y los valles mesotermos,
se inició una campaña militar esforzada en establecer
control político y económico en otras
regiones. Esas regiones eran parte de las Tierras
Bajas de la Amazonía y el Chaco, zonas muy ricas
en recursos como madera, alucinógenos, plumas,
productos exóticos y psicotrópicos. La conquista
o expansión hacia la Amazonía y el Chaco fue
uno de los últimos eventos desarrollados por los
incas en esta parte de los Andes.
En este ámbito es que como parte de las
políticas de avance se construyeron fortalezas
para albergar a los ejércitos incaicos, compuestos
por pobladores andinos. Ese hecho posibilitó
la demarcación de una frontera entre el
mundo andino y el de la Amazonía y el Chaco,
consolidada a partir del establecimiento de ese
tipo de sitios.
En ese mismo sentido, debe decirse que el
concepto de frontera fue mal entendido, tanto
por la etnohistoria como por la arqueología.
Desde una lógica positivista, se entiende como
un espacio de conflicto constante y donde las
variables de interrelación son anuladas por acciones
bélicas o de sometimiento. Sin embargo,
la denominada frontera de los incas, a más de
contar con esas características, también mostraba
una dinámica cultural y poblacional que permitía
la circulación de bienes y la interacción de las
poblaciones en conflicto.
Es así que se estableció una organización
distinta en estas zonas, con niveles de control
diferenciados. Éstos tenían que ver con las
alianzas que en muchos casos los incas lograron
con algunos grupos para permitir el paso de sus
ejércitos, lo cual no necesariamente se plasmó en
el sometimiento de dicho grupo. Un caso visible
de ese hecho es la relación de los incas con los
tacanas para acceder a las llanuras de Mojos; se
estableció una interacción socio-política que, a
la postre, se manifestó en una influencia cultural
quechua sobre este pueblo amazónico (ver
Tyuleneva,
2010).
Por otra parte, también se advierte que en
algunas áreas, el control fue reforzado con la
presencia de mitmas, como en Oronkota, para
posibilitar el mantenimiento de la dinámica
fronteriza (Alconini, 2002). Pero, como en todos
los casos de la presencia inca en los Andes, el establecimiento
de esta red de puestos fronterizos
también respondió a particularidades de cada uno
de los casos. Dado que el tema fue escasamente
estudiado, el análisis de la organización de zonas
de frontera en Bolivia aún está incompleto.
Sin embargo, a partir de los datos etnohistóricos,
se conoce que los conflictos y la avanzada
hacia las Tierras Bajas por territorio de Charcas
(cara caras, yamparas, chichas) motivaron la
conformación de los ejércitos expansivos. Este
hecho derivó en el establecimiento de una frontera
étnica entre los Andes y las Tierras Bajas,
denotando un relacionamiento de conflicto que
tuvo sus repercusiones hasta el período colonial
(Saignes, 1985).
Los principales sitios registrados en esa
frontera son Oronkota, Cusco Tuyo e Incahuasi,en Chuquisaca; Samaipata (Fig. 111) y Saipina,
hacia Santa Cruz; La Yunga, en Cochabamba, y
también varios sitios de Ixiamas, en el Norte de
La Paz. Sin embargo, sitios como Las Piedras,
en Riberalta (Beni), muestran que los incas ya
habían logrado una gran avanzada por el Norte,
probablemente a partir de su incursión en Mojos
por territorio kallawaya (Fig. 112).
De la misma forma, este hecho sacó a la luz la
existencia de un conglomerado poblacional hasta
ese entonces mimetizado en su propia dinámica,
el cual había desarrollado características y patrones
culturales particulares, pero también complejos.
Estas poblaciones, consideradas “salvajes”
por los documentos coloniales, desarrollaron una
dinámica muy interesante en ese último período.
Son muy conocidas, por ejemplo, las invasiones
desarrolladas por los chiriguanos en
los Andes, quienes nunca fueron sometidos y
pelearon hasta tiempos coloniales. Otro caso
registrado por los documentos son las alianzas
logradas entre los capitanes incas y el cacique
Grigotá, quienes sellaron el pacto con la entrega
de mujeres a los jerarcas andinos.
Para lograr este impacto sobre los grupos
locales, los incas tuvieron que movilizar una gran
cantidad de poblaciones, las que generalmente
estaban constituidas por mitmas destinados a la
guerra y que conformaban sus ejércitos. Todo
ello nos muestra que la presencia del Imperio
tuvo diferentes matices en las diferentes regiones,
haciendo uso de las potencialidades materiales
y humanas disponibles, ya que cambiaron y reestructuraron
la dinámica existente para lograr
un fenómeno político y social no igualado hasta
ahora.
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