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martes, 24 de junio de 2014

Allá en el oriente don Jacinto López es bien conocido por las historias que solía contar

Allá en el oriente don Jacinto López es bien conocido por las historias que solía contar a sus visitantes nocturnos que se aporcaban en su casa orillada en la carretera entre el Beni y Santa Cruz, allá por Mituquije. Aquella morada fue para los visitantes el germen de un sinfín de historias que se fueron dispersando hasta respirarse, volátil como aire, entre las selvas y los ríos de la llanura de nuestro país.

Así, sin importar la implacabilidad del tiempo y del olvido el año 2001 la Editorial “Tiempo del Sur” finalmente publicó el bien llamado libro Las verdades de don Jacinto. Éste se inaugura con un prólogo escrito por Arnaldo Lijerón titulado a forma de exclamación “¡Ya era tiempo, amigos!” cuyas primeras palabras encuentran la cita (propiciada por la hija de don Jacinto, Marina López Cossío) pertinente para iniciarlo: “La gente dice que mi padre era mentiroso. Pero no es cierto. Eso sí, era un poquito exagerado”.

Sixto Roca Vidal y Belisario Suarez Vargas, en un afán más cercano al ilustrativo que literario, emprendieron la labor de dibujar y escribir las narraciones más conocidas de don Jacinto. Así, aquellas historias que trajinaron de boca en boca finalmente se hicieron imagen y letra con el añadido vital de haber sido representadas desde su oralidad, habiéndose permitido entra-mar narraciones que finalmente se robustecieron socialmente. De allí que Las verdades de don Jacinto sea un libro que fue publicado en una suerte de colaboración conjunta en la que todos se involucraron, aunque muchos de ellos todavía dudan sobre la real existencia de este personaje.

Las certezas de la vida de don Jacinto vacilan entre los hechos corroborados por la historia y sus propias verdades. Se sabe de su origen camba, hombre nacido en El Palmar en enero de 1892, gran jinete y lacero que sirvió en la guerra del Chaco. Se sabe de Eudalda, su esposa, de su perri-ta Plumilla y de su caballo Holofernes.

Como gran conocedor de su tierra sus aventuras no eluden encuentros temerarios con tigres, anacondas y caimanes. Se enfrenta a todo temible animal a punta de machetazos, casi siempre junto a su perrita que bien conoce el olor de los tigres.

Así que si el tigre arrebata el arma a don Jacinto de un manazo o ataca a Plumilla, esto es lo de menos, don Jacinto y los suyos siempre tienen todo a su favor. Como esa vez que su perrita, casi a punto de parir, envistió a un tigre por la espalda justo al tiempo que don Jacinto lanzaba su machete. Él lanzó el machete, pero ¡zas! que el machetazo le llega a Plumilla con tan mala suerte que la parte en dos. Eso no importó, porque sus veinte perritos salieron ladrando de su cuerpo dividido, corriendo tras el “come gente” hasta atraparlo.

Hay otra, una en la que él fue atacado por un tigre. Sin armas don Jacinto tuvo que correr tan rápido como pudo, pero el tigre siempre estaba a punto de alcanzarle. Sintiendo ya los colmillos del animal atravesando su garganta don Jacinto terminó orinándose de miedo dejando un charco largo en su camino. “Orinau de miedo –dice don Jacinto– volqué mirándo-la de cotiojo… ¡Elay!, esa tigra venía a punta de porrazos resbalándose en mi cursalera”. Una vez más, entre tantos en-cuentros temerarios, don Jacinto tuvo suerte, esta vez, de orinarse justo a tiempo.

Pero esas historias no se comparan con el encuentro que tuvo cara cara con una sicurí.

Un día, acompañado por su hijo Monín y su perrita navegaba en su canoa llena de toronjas. De pronto vio salir de las aguas esa enorme serpiente a la que intentó dis-traerla lanzándole todo lo que tenía a ma-no, incluyendo a su perrita y a su hijo. Entonces fue cuando la sicurí se marchó, satisfecha finalmente. Penoso, al día si-guiente don Jacinto regresó al lugar, en-contró a la sicurí dormida, de un bostezo entró por su boca y, cuando quiso encen-der un cigarrillo dentro de la barriga del animal, la lumbre le mostró a su hijo “sen-tau en el toco, de piernas cruzadas, pelan-do la última toronja que le quedaba al pobre”, dice don Jacinto.

Es evidente que él está lleno de sorpren-dentes historias. Así que, enfrentarse a grandes bestias, es sólo una prueba de la fortuna que lo acompaña porque también ha burlado a la muerte, ha retado a Django a un duelo y ha humillado a duendes y fantasmas con su gran ingenio y humor sin igual. Sin importar cómo o con quién él siempre ha ganado.

Con el pasar de los años se ha ido com-prendiendo su vivir como el de un viajero en su misma tierra al que el azar y el buen destino lo ha guardado de la muerte en la guerra del Chaco así como también le ha permitido viajar a la luna montado, cual caballo, a un cohete espacial. Él ha acon-sejado a presidentes sobre cómo gobernar, se ha encontrado con el Che Guevara y ha jugado en la selección de futbol nacional. Él ha vivido el doble de lo que vive cual-quier persona viajando apenas unos kiló-metros, pero recorriendo insólitos parajes.

Por muchas razones don Jacinto es un testimonio que habita la memoria beniana. Sus historias son una de las tantas repre-sentaciones coloridas de la cultura camba, de su lenguaje tan lleno de metáforas arrai-gadas al entendimiento de la naturaleza. Don Jacinto es la memoria viva de ese pueblo que lo mantiene fuerte sin saber que han hecho con él a un personaje míti-co, sin saber que ellos han destilado su sentido poético en este maravilloso perso-naje que es bien guardado como gran narrador y conocedor de su maravillosa tierra.

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