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jueves, 24 de septiembre de 2015

24 de septiembre de 1810



No se puede reducir la independencia de los pueblos americanos, como querían presentarlo los historiadores del siglo XIX, a un mero movimiento liberalista que aplasta al poder absolutista español, proporcionando a América la libertad; o a aquellos que adjudicaban a los enciclopedistas y a los revolucionarios franceses el mérito de “haber abierto los ojos a los americanos”. En la misma línea se puede decir que resultan exageradas las tesis de que la emancipación americana fue consecuencia obligada de la de Estados Unidos, o las que le atribuyen a la masonería.

Sin lugar a dudas influyeron las tesis liberales de origen deista, el ejemplo político de Estados Unidos, las logias masónicas, etc.; pero también es necesario admitir que en la misma o parecida medida influyeron las ideas de Vitoria y Suárez y una poderosa reacción política contrarrevolucionaria. Por tanto, siendo fuerzas tan dispares, ninguna de ellas fue decisiva.

Por lo anteriormente afirmado se concluye que por primera vez en el mundo hispánico existe un desorden doctrinal que permite la discusión directa o indirecta de su propio ser histórico. Es por consiguiente lícito afirmar que este desorden, este confusionismo, es la causa última de la emancipación americana.

Fruto de este confusionismo — que se generalizó a partir de mediados del sigo XVIII— fue en la Universidad de San Francisco Xavier donde nació la doctrina que va a mover el proceso emancipador sudamericano. El ambiente en la ciudad de La Plata estaba preparado para la rebelión. El 25 de mayo de 1809 se encendió la mecha y estalló la insurrección: destituyeron al presidente de la Audiencia y nombraron un comandante de la ciudad.

El movimiento se extendió a otras ciudades. El 16 de julio estalló en La Paz, donde se formó una Junta Tuitiva que redactó una proclama en la que se habla abiertamente de independencia. Durante 1810 los estallidos subversivos se dieron en Cochabamba, Santa Cruz de la Sierra, Potosí y Tarija.

En esta época, Santa Cruz de la Sierra era un núcleo urbano con escasa o ninguna gravitación en la vida político-económica de la Audiencia de Charcas. La ciudad contaba con una población muy pequeña. Se trataba de una comunidad que tenía algunos privilegios —estaba exenta del pago de alcabala, no usaba el papel sellado y sus gobernadores estaban facultados para “hacer entradas y correrías a los indios infieles cuando mejor les pareciera”—, sin embargo, existía descontento que se manifestaba en el latente antagonismo entre criollos y peninsulares —fenómeno que arranca de los primeros años de la conquista— y en un frustrado levantamiento de la población negra de la ciudad (1809). Por otra parte, Santa Cruz de la Sierra no contaba con una burguesía como la que se desarrolló en los centros comerciales, industriales y mineros del resto de la Audiencia y el Virreinato.

Vistas así las cosas pareciera que las condiciones no estaban dadas para que estallara una rebelión. Entonces, ¿qué fue lo que llevó al 24 de septiembre de 1810? Parece que la causa hay que buscarla en ese confusionismo doctrinal al que ya me he referido. La unidad del imperio español se basaba en la nacionalización de las ideas universales de la cristiandad. El discutir su validez tenía forzosamente que provocar su ruptura: perdida la unidad doctrinal se hundía la unidad política. Un imperio como el español, tan diverso y múltiple en lo económico, en lo geográfico, en lo étnico, solo puede mantenerse unido cuando existe un modo de entender la vida esencialmente similar. Si pierde la conciencia histórica o se empieza a disputar sobre la razón de ser que le ha dado origen y sobre el destino que debe cumplir, no hay duda que tiene necesariamente que descomponerse.

Aunque el aislamiento al que estaba sometida la ciudad había hecho del cruceño un elemento poco afecto al poder central y, por otra parte, era un obstáculo para que llegaran las ideas revolucionarias; sin embargo, el movimiento estalló gracias a un grupo de ciudadanos que movió los ánimos de los cruceños.

A los pocos meses del 25 de mayo de 1809 llegaron a la ciudad Antonio Vicente Seoane y Juan Manuel Lemoine, como emisarios del movimiento revolucionario charquino; asimismo, como emisario de la Junta de Gobierno de Buenos Aires arribó el capitán Eustaquio Moldes. Lograron convencer al coronel Antonio Suárez que abrace la causa revolucionaria y amotine a las milicias a su cargo; asimismo, convencieron a la población de la apacible ciudad que se reuniera en cabildo abierto para decidir la destitución de las autoridades coloniales y a constituir una junta de gobierno. Esta junta, que estaba conformada por el padre José Andrés Salvatierra, el doctor Vicente Seoane y el coronel Antonio Suárez, tuvo una vida azarosa. En 1813 se hizo cargo de la gobernación el coronel Ignacio Warnes, que la convirtió en una republiqueta con una autonomía casi absoluta. A la muerte de Warnes en la batalla del Pari la causa patriota languideció; sus principales sostenedores hasta 1825 fueron José Manuel Mercado, apodado Colorao,y el caudillo Manuel José Baca, Cañoto.

El movimiento independentista planteaba una profunda crisis en el ser americano: querer ser otra cosa, que en definitiva es querer dejar de ser. El 24 de septiembre de 1810 Santa Cruz de la Sierra decidió dejar de ser parte del mundo hispánico, del imperio español para ser otra cosa que se irá configurando a lo largo de los siguientes 15 años.

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