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sábado, 22 de octubre de 2016

La Plaza Mayor de La Paz, cuatro siglos y medio después

La Paz: cuatro siglos y sesenta y ocho años. Chuquiago, quién sabe cuántas centurias de ese valle acariciado por esa corriente de aguas cristalinas, saltando ruidosamente entre pedrones y llevando en sus entrañas el codiciado metal que fue el dorado sueño de incas y europeos. Luego, la imposición urbana de la cuadrícula española, ignorando la topografía y desperdiciando la oportunidad de diseñar la joven ciudad a lo largo del caudaloso río.

Poco queda de La Paz de esos primeros siglos coloniales: una estrecha calle de pocos metros, dos palacios y algunos templos. Sin embargo, queda el concepto de la plaza cuadriculada y de espacios tantas veces modificados, como San Sebastián, San Pedro, San Francisco, tan desvirtuada, y la plaza Murillo, el corazón de la historia política de nuestra patria.

Aunque muchos paceños estén convencidos de que la arquitectura de nuestro centro histórico es colonial, no se han enterado que si bien la estructura urbana original data de esos años, el gran vendabal independista, que se originó con la Revolución Francesa, convirtió a La Paz en una ciudad republicana por excelencia.

Los antiguos frontis fueron afrancesados por maestros fachadistas, especializados en tal transformación. Algunas iglesias fueron remodeladas y setenta y tantos balcones coloniales desmantelados. ¡Hoy solamente quedan dos! ...

Mas allá del maquillaje de las fachadas, la plaza Murillo y los edificios circundantes se convirtieron en el máximo símbolo de la joven república, máximos exponentes de nuestra independencia, por más excluyente que ella haya sido.

Nuñez del Prado, el primer arquitecto boliviano, intervino en la adecuación del Palacio de Gobierno, a mediados del siglo XIX. El convento de Loreto fue transformado en nuestro Palacio Legislativo, coronado con su bella cúpula, diseño de Antonio Camponovo, el arquitecto más destacado en los albores del siglo XX, hermanada con las cúpulas de La Habana, Washington y Buenos Aires.

La Catedral Metropolitana, una de las joyas republicanas de América, no fue inaugurada hasta 1932. Décadas antes, el obispo Juan de Dios Bosque se había reunido en Roma con el Papa León XII, quien encargó a Francisco Vespignani, arquitecto de Vaticano, interpretar el diseño original de Fray Manuel de Sanahuja que se había perdido. Bautista Saavedra impulsó y logró terminar la imponente estructura.

Que el hado de la libertad, tan difícilmente conseguida, nos libre de los ideólogos, de los ideologizados y de sus utilizados.

El artista arquitecto se ha servido siempre de los poseedores de la verdad para interpretar su época. Ha luchado y ha ganado la dura batalla contra aquellos que, combo en la mano y Edipo en el cerebro, han tratado de destruir nuestra milenaria memoria colectiva.

Estos artistas arquitectos han visto cómo sus obras, realizadas con amor y sin odio, han sobrevivido a las faraónicas pesadillas del totalitarismo y a las elefantiásicas actitudes de sus egos.

Que el hado de la libertad nos libre del siniestro poder de la ignorancia, porque lo que la Pachamama no da, Karl Marx no presta.

Juan Carlos Calderón es arquitecto y desde los años 70 del siglo pasado diseñó la gran mayoría de los edificios de la ciudad de La Paz: el Palacio de Comunicaciones, ENTEL, el hotel Plaza, los edificios Illimani, Hansa, de la CAF, el museo Kusillo, la Alianza Francesa y otros que se han convertido en símbolo en La Paz.

Adhemar Orellana es arquitecto y maestro de arquitectura en la Facultad de Arquitectura en Buenos Aires, Argentina. Cada vez que regresa a La Paz trae un pequeño cuaderno de viaje, donde pinta escenas de nuestra ciudad. Esta acuarela de la plaza Murillo es uno de sus trabajos.

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