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domingo, 7 de abril de 2013

A los 468 años de su fundación El Potosí de prodigio

Puesto que lo espiritual es siempre lo que califica lo material, y, también a la recíproca, lo material determina a lo espiritual, es un solaz para los sentidos leer poemarios, cuando están correctamente concebidos. La habilidad del poeta radica en que sus frases animan a todo lo demás que constituye el pensamiento, y como un secreto, descubre el propósito moral de las virtudes humanas, o las aplica manifiestamente, rechazando lo temporal, lo insustancial, y sin alejarse de la realidad, desempeña la función que hace incluir lo bello en la estructura de sus poemas. Como el poeta no es solamente contemplativo, adopta cualquier procedimiento para expresar su intento moldeando la sensación literaria en una porción del corazón de la naturaleza.

El resultado es que él percibe la inspiración de su espíritu, porque ve lo que otros no pueden, y por lo tanto quiere expresar lo nuevo que podría plasmarse en el mundo cuando aportaría su originalidad al descubrir lo permanente estético en el interior morfológico de la realidad y que se encuentra difuminada en toda la apariencia de los objetos o seres.

El encuentro con esas sutilezas es la tarea de la poesía puesto que hay algo divino en la existencia de una cosa, de un vegetal o un animal. Aprecia de éstos la simetría al acomodarse en la escala de la mente, fija los detalles relacionados con su entorno y con el tiempo. El literato aparece para cernir lo secundario y obtener lo pesado metálico que es la idea; esa belleza especial, que no todos sienten, tiene que ser revelada por el poeta.

Estas condiciones –comunes a las producciones de los buenos poetas- hemos encontrado en el poemario "Potosí", de Juan Javier del Granado, de la Editorial Javeriana 2011. La inspiración del autor reúne trece sonetos, y, al final, dos romances octosilábicos, de rima asonante. Admiran los sonetos porque, aparte de la precisión silábica que deben de tener y la ubicación exacta de los acentos en el armazón poético, el autor ofrece a la lectura palabras aparentemente poco usadas en el presente, pero que pertenecen al trabajo de la minería y la metalurgia, y encajan bien en la cadencia y en el concepto específico de cada uno de los temas; porque del Granado demuestra su conocimiento de la geografía y la historia del tiempo colonial que se asentó en la Villa Imperial y en el Cerro Rico de Potosí. Este es un trabajo que llama la atención porque el autor de profesión es abogado y actualmente tiene cátedras en

la Universidad Autónoma de México.

El lenguaje aparece en estos escritos como destellos de luz para las almas poéticas que únicamente deben descubrir las categorías y grados de la belleza apiñados en las partes que integran la materia. De por sí la villa de Potosí y su majestuoso cerro son portentos que no se pueden deformar, sí ordenar lo intelectual del visitante para hallar las leyes de la latitud estética, donde no cabe una sola partícula que no tenga su ley propia.

Por eso admiramos al literato en general, porque tiene que ordenar, por los superiores sentidos, las acepciones; expresar sus implícitas emociones; hallar que hay señales en las sendas intransitables de la controversia; guardar por similitud las proporciones de lo prodigioso, aplicar una contemplación inicial para mirar la fiel verdad y que sigan los demás sentidos enlazando el pasado remoto con el presente sin que haya otra cosa que una contigüidad de simbología histórica, y hasta aprovechar los silencios o el freno de los hechos porque la armonía está en las pausas, cuando el hálito permite descubrir los detalles estéticos para poder comunicar a los demás sus hallazgos.

La poesía puede, en este sentido, convertirse en una rememoración histórica porque pergeña el alma del pasado cuando la sustancia corporal queda burilada en tradiciones y ciertas siluetas se manifiestan como reliquias que tienen mucho significado porque atestiguan su existencia y no han quedado como ruinosos fragmentos. En sus versos reside mágicamente un tiempo sin confusión, acompañado de sus graves y elocuentes restos porque todo poema sincero es un himno de veneración.

El soneto es una exacta y cadenciosa representación de figuras y símbolos literarios, determinada desde siglos pasados, que podría pensarse que en catorce versos no cabe sino un suspiro que loa, pero para eso es la palabra oportuna, sopesada con el ritmo y la combinación de ambos, que sugiere, que impresiona. Volviendo a las páginas de Juan Javier del Granado, logra el autor el triunfo del sentimiento porque se materializa por la influencia de los acordes y los ecos, y el despertar inevitable de las figuras o metáforas comienza infaliblemente a facilitar la imaginación, que es la producción más importante de la facultad humana porque es el pensamiento espacioso y a la vez concentrado del hombre.

Generalmente los poemarios son antologías porque llevan asuntos diversos del mismo autor. En el caso de "Potosí", cumple una función de relieve queriendo encontrar el más certero modo poético de expresar su emoción y, escapando de la factibilidad meramente rutinaria, se confiesa como el prosélito en la permanente indagación sobre esa población que fue el centro codiciado del universo.

Copiamos ahora algunos fragmentos de sus sonetos, subrayando las frases que llevan desgarramientos hasta el fondo, para cerciorarnos de cómo administra el entendimiento de la circunstancia del pasado.



"La noche cae en vela

y recrudece,

y busca aterida por el frío

en dónde de los

vientos guarecerse.

Humea la hoguera del sequío

y de entre las queñoas aparece

la plata en serpenteante río."

(El descubrimiento

del Cerro Rico)

Ha tenido que entender la miseria de los pueblos indígenas que no podían justificar la paradoja de sus vidas que extraían plata del cerro. No obstante, sin que la expectativa vital superase el grado vegetativo, los individuos de las regiones cercanas vivían pobres,

"Cargados de grilletes

y esposados

trabajan en cuadrillas en la mita

con cara avinagrada

y contrita…"

(Los mitayos)

Del Granado intuye la desventura de esa gente, sufre la tortura y agonía ajenas, y pretende reclamar abiertamente en los poemas sucintos: La polémica de los naturales, y Epopeya del Solón peruano –



"…y se liberó del escarnio

a los naturales que la

riqueza imperial labraron

con barretas resonantes

y gemidos ahogados."

(La polémica de los naturales)

La del coloniaje era una extraña época; modales cortesanos habrían en algunos grupos de la sociedad, pero las infidelidades, la simulación, los engaños eran habituales; y aun cuando se catequizaba, el escepticismo se aglomeraba para que los pobladores fuesen intolerantes y ateos. Se tomaba a la enfermedad como fatídica "La pústula que estraga al ruin lacayo / perlada sale de una pesadilla / y el indio cae en tierra de rodillas / con confusión, delirios y desmayo…", y parece que lo mágico se metía en los parajes para fabricar del miedo un ser caminante y rugiente.

Con la evolución de la explotación minera, el vate atraviesa esa situación mística o pagana cuando ve realmente, comprueba lo verosímil y, entre afirmaciones y negaciones de los atributos pétreos, va hallando poesía estremecedora, intenta traducir en palabras, oraciones o estructuras métricas clásicas, las características de los seres o las cosas; pero como es un proceso interno del organismo, pasa a experimentar la convicción irrebatible, de alcanzar el conocimiento. Sentir lo inefable no es imaginar, es exteriorizar las propiedades que se le ofrecen fascinantes en una efervescencia intelectual de conceptos que no es fácil de explicar. Es la percepción, simplemente un acto vital.

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