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lunes, 22 de abril de 2013
Tumusla el último bastión
Ernesto Medinaceli derrama lágrimas en cada visita al pueblo que lo vio nacer. Este hombre que ronda los 50 años radica en la ciudad de Oruro, muy lejos del pie de valle que es el pueblo de Tumusla, situado en el sur del departamento de Potosí, donde el clima es benigno y donde los recuerdos le quedan tan cercanos y lejanos a la vez. “Aquí nací y crecí hasta que mis padres me enviaron a estudiar a la gran ciudad y donde hoy ejerzo mi profesión”, dice este licenciado en Economía que mira el horizonte buscando algo que es difícil de explicar. “El pueblo ha cambiado y cada vez que vengo me pregunto qué hubiese pasado si me quedaba aquí para siempre”.
Tumusla celebra cada 1 de abril la que se dice es la última batalla por la independencia del Alto Perú, hoy Bolivia. La refriega, según historiadores como Julio Ortiz Linares, tuvo lugar en 1825, cuando a orillas del río Tumusla, que desemboca en el Pilcomayo, se enfrentaron el jefe realista Pedro Antonio Olañeta y su antiguo amigo y subordinado Carlos Medinaceli Lizarazu. Éste se volcó a las filas independentistas que desde Potosí comandaba Antonio José de Sucre. La batalla se habría librado entre las tres de la tarde y las siete de la noche. El resultado fue que, herido por tiros de fusil, Olañeta cayó en tierra y sus soldados se dispersaron. El militar realista falleció al día siguiente, el 2 de abril, y esa misma fecha Medinaceli remitió el parte de la batalla al mariscal Sucre.
Ernesto, así como otros visitantes de apellido Medinaceli arribados de Tarija y Potosí, dice ser descendiente de aquel patriota de sangre española. “Mis padres me lo han dicho y a ellos sus abuelos y así se ha transmitido en toda la familia”, señala este hombre de rasgos más europeos que originarios, un perfil frecuente en esa región norchicheña.
“Tumusla es importante en la historia de Bolivia, pero siempre estuvo olvidada por los gobernantes. La gente se va, ya sea a Potosí, Oruro, Santa Cruz o a la Argentina; la gente busca mejores condiciones de vida”, argumenta Fabricio Villegas, docente en el pueblo que hoy tiene unos 500 habitantes.
El profesor, natural del lugar, recuerda una niñez difícil pasada en torno de mediados del siglo pasado. Sin luz, sin agua potable, sin gas y con el baño a cielo abierto. “Tampoco teníamos escuela; íbamos hasta Patirana (población situada a cinco kilómetros) a pie; nuestro recreo era un poco de (maíz) tostado, alguna vez queso y nada más. No pocas veces nos lo comíamos en el camino y para el recreo ya no había nada”, ríe con tristeza.
Sus “hojas” para tomar apunte eran unos pedazos de piedra laja y los propios niños armaban sus tizas excavando un material blanco en la montaña. Por aquellos años, entonaban el Himno Nacional y rezaban en idioma quechua, costumbre que por un tiempo se extinguió. “Ahora se está recuperando como política del Gobierno”, explica otro lugareño, Max Paredes Tapia.
Las jornadas de los pobladores eran muy duras. Benedicto Villegas, de alrededor de 60 años, narra que su madre, él y un hermano, todavía niños, trabajaban desde que salía el sol en sus vacaciones. Sembraban y cosechaban lo que se produce en el lugar: choclo, tomate, alvarillo (durazno pequeño), breva (higo), uva, pera de agua, haba, lucma, remolacha, locotos y cebollas, entre otros productos que aun ahora son comercializados en poblaciones cercanas —aunque todavía se mantiene el trueque—, y constituyen su forma de vida.
Luego de los trabajos en los labrantíos cercanos al río, los hermanos debían cortar el alimento para sus caballos, dar de comer a los chanchos y, en algunos casos, a vacas y toros. Una labor dura para pequeños que calzaban abarcas. Otra de sus tareas era el transporte de agua desde las acequias, para luego purificarla con puñados de palqui (haba seca) en unos tachos. “El agua es turbia pues; cuando venía una visita, nosotros no le avisábamos que no debía lavarse la cara en la sequia, así que cuando lo hacía y al rato se le secaba, toda la cara era puro barro”, recuerda sus travesuras de niño.
Entre tanto trabajo, la mejor recompensa: el frescor del choclo y el queso humeante, más una olla de barro llena de tostado, carne fresca de cerdo y huevos cocidos. Aquellos comensales agradecían el atardecer campestre con un verdadero banquete, para luego irse a dormir apenas se escondía el sol.
Benedicto Villegas y su hermano crecieron y vieron cómo llegaban los avances de la civilización. Radio a transistores y luego un tocadiscos a pilas. Pasta dental que, en vista de que no abundaba, era economizada y sólo se la usaba para lavarse en presencia del maestro de la escuela. Cuando llegaron las tiras plásticas con líquidos de colores para lavar el cabello, dejaron de usar su “champú” casero. “Mi madre sabía de dónde sacar la tierra de una grieta para lavarse la cabeza; primero lo disolvía en un balde, sacaba harta espuma y lavaba su larga cabellera que le quedaba brillando. No-sotros también nos lavábamos con eso hasta que llegó el champú industrial”.
Adiós al ‘bicholero’
Esos novedosos enseres para aquel tiempo eran aprovisionados por un hombre llamado “bicholero”, quien recorría grandes distancias transportando un gran k’epi (bulto) sobre sus espaldas. Además de la pasta dental y el champú, el pequeño comerciante ofrecía agujas, hilos, pilas, hojas de afeitar, cuchillos, velas, kerosén, aspirinas, etc. Y tocaba la flauta para convocar a su clientela.
“Eso ha ido cambiando con el tiempo; los chicos ya no tienen muchas de nuestras costumbres, si bien tratamos de contarles cómo vivíamos. En los años 80 llegó la energía a motor, pero sólo funcionaba cuando había combustible; también abrieron un pozo para agua potable, uno sólo uno para todo el pueblo.
Hace unos diez años que ya tenemos luz eléctrica y muchos empezaron a instalar sus antenas (parabólicas)... pero han quitado la señal mediante una ley, ¿no ve? Mejor, mucho nos distraía”, retruca Eustaquio Martínez, corregidor del pueblo.
En los 80 se empezó a construir la carretera que une Potosí con Tupiza, la que recientemente ha sido inaugurada y que ha partido el pueblo en dos. Fue otro factor que instó a la migración de la gente. “Antes, ésta era la parada para los buses y camiones que venían desde Argentina rumbo a Potosí (y, por tanto, había oportunidad para el comercio). Pero, desde que han construido la carretera, los vehículos pasan de largo y todo se ha empezado a concentrar en la vecina población de Cotagaita”, explica Medinaceli.
Así como las puertas del progreso se les abrieron a muchos que empezaron a migrar, también llegaron mejoras en la infraestructura del pueblo. Hoy, la escuela 2 de Abril cuenta con aulas confortables y una cancha de cemento con un gran tinglado para alrededor de un centenar de alumnos del centro educativo.
Un gran complejo hotelero se construye muy cerca del río. Muchos de los pobladores han visto el potencial del pueblo. “Aquí hay mucha fruta y el clima es muy agradable. Se festeja en grande el Carnaval, cuando se baila música autóctona con el típico sonido de las anatas (zampoñas de una fila) y se disfruta de las bebidas que se producen aquí mismo, como el singani, el vino y la chicha. También se puede cabalgar a caballo y pescar”, hace un recuento Isaac Delgadillo, emprendedor de ese sueño que se suma al anhelo de dar vida a un museo con la historia de la batalla por la independencia.
Todo vale para el objetivo de poner en el mapa de destinos turísticos a Tumusla. El último bastión.
La familia Medinaceli Lizarazu
Los Medinaceli Lizarazu habrían llegado al Alto Perú en 1785. Agustín Medinaceli y de la Zerda, un especialista en minas, arribó en compañía de su esposa Rosaura Lizarazu como encargado por los monarcas españoles para hacer prospecciones, primero en la provincia de Mizque, Cochabamba, y luego en la cordillera de los Chichas (Potosí). El matrimonio tuvo dos hijos a los que nombraron Carlos y Juan. Carlos nació el 4 de noviembre de 1789, en circunstancias en que sus padres hacían el viaje desde la Villa Imperial de Potosí (por la extrema altura se pensaba que los recién nacidos no podían sobrevivir por mucho tiempo) a los valles de Cotagaita.
Hubo que interrumpir el recorrido en el pueblo de Tuctapari, hoy San Luis de Potosí, donde, con el auxilio de una indígena, Rosaura dio a luz, según el historiador Mariano Baptista Gumucio.
Carlos contrajo matrimonio con Gabina Leaño Baspineiro a los 25 años, en 1814, y tuvo cuatro hijos. Lejos del episodio en Tumusla, murió en la ciudad de La Paz el 28 de febrero de 1841.
Medinaceli, ¿el verdadero Libertador?
La batalla de Tumusla es considerada como el último episodio armado de los españoles en América del Sur. Para el Alto Perú, hoy Bolivia, se cierra de ese modo el ciclo de una lucha de 15 años.
El entonces teniente coronel Carlos Medinaceli Lizarazu era un militar del ejército realista que durante diez años llevaba combatiendo contra los insurgentes.
El 29 de marzo de 1825, el Mariscal Sucre llegó a Potosí, último bastión realista. Sabiéndolo, el comandante Pedro Antonio Olañeta se unió a las fuerzas españolas acantonadas en Tumusla. Pero entonces se enteró de que éstas, encabezadas por quien era su hombre de confianza, Carlos Medinaceli, se daban la vuelta. Investigadores como Julio Ortiz Linares refieren un combate, otros como Teodosio Imaña dicen que fue una breve escaramuza en la que Olañeta terminó muerto a traición, por un disparo en la espalda.
Quienes defienden la figura heroica de Medinaceli demandan que la batalla de Tumusla sea consignada como la última y definitiva para la liberación de tierras andinas, junto con las reconocidas de Junín y Ayacucho.
Ortiz Linares afirma, además, que Medinaceli es el libertador de Bolivia, junto a otros revolucionarios como Pedro Domingo Murillo o Juana Azurduy de Padilla, pues fue su accionar contra los últimos realistas, antes de que arribaran las fuerzas al mando de Antonio José de Sucre, las que dieron el argumento para defender luego la idea de un país distinto de Perú o Argentina.
Información importante
Transporte
En Potosí se puede tomar buses que cobran Bs 30 hasta Tumusla, o vagonetas (surubís) que hacen el viaje por Bs 20.
Hospedaje
El hotel que se construye tiene ya 12 habitaciones habilitadas. Caben 30 personas por ahora y los precios están aún ajustándose.
Servicios
Además del alojamiento, el hotel tiene piscina, parrillero, sauna, visitas a los viñedos y las plantaciones de frutas.
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