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domingo, 7 de abril de 2013

Visiones y revisiones de la revolución de abril



Se ha dicho —quizás con razón— que en Bolivia el siglo XX comenzó recién en 1952. Tal es la trascendencia que se le otorga a la Revolución Nacional y a sus medidas de democratización y modernización de la sociedad boliviana. Sin embargo, a 61 años de esos sucesos, la historia de la Revolución de 1952 todavía se sigue escribiendo.

La revista Ciencia y Cultura de la Universidad Católica Boliviana San Pablo ha dedicado un número monográfico (N° 29, diciembre de 2012; 245 pp.) a “revisar el hecho desde nuevos puntos de vista”, concentrando su interés en los “procesos y actores que tradicionalmente han quedado fuera del foco historiográfico convencional”.

Esta revisión histórica parte de un supuesto: hay una “versión canónica” de la Revolución de 1952. Esa versión hegemónica —como sostiene el sociólogo Mario Murillo Aliaga, editor invitado de este número de Ciencia y Cultura— es de corte fuertemente nacionalista, de orientación positivista y fue alentada por el Estado nacido precisamente de la Revolución. Sus rasgos centrales son que reduce el proceso a los liderazgos individuales o colectivos —Víctor Paz Estenssoro, por ejemplo, es indiscutiblemente el “Jefe”— y a determinadas medidas institucionales que resultan emblemáticas, como la nacionalización de las minas, la reforma agraria, el voto universal y la reforma educativa.

El contenido de la revista —dice Murillo— trata de alejarse de esos lugares comunes sobre la Revolución de 1952. Pone la mirada, en cambio, en temas que no han sido suficientemente trabajados. En ese entendido, la parte central de la publicación está integrada por cinco estudios “académicos, rigurosos y profundos”, como los califica el editor de la publicación, y que provienen en su mayoría de investigaciones doctorales de largo aliento.

El volumen se abre con “La modernidad esquiva: debates políticos e intelectuales sobre la reforma agraria en Bolivia (1935-1952)” de Carmen Soliz. La autora reconstruye, en el largo período que va de la Guerra del Chaco a la Revolución Nacional, los múltiples debates y reflexiones, a menudo contradictorios, sobre la llamada cuestión agraria en el ámbito de los partidos de izquierda y nacionalistas. Se trata de esclarecer, desde el punto de vista de la historia de las ideas políticas, el largo proceso que está detrás del decreto de reforma agraria de 1953.

“Jano en los Andes: buscando la cuna mítica de la nación” de Pablo Stefanoni se dedica a un suceso prácticamente ignorado: la Semana Indianista realizada en La Paz en diciembre de 1931, pocos meses antes del estallido de la Guerra del Chaco. Se trató de un foro de discusión académica y artística orientada a encontrar en Tiwanaku el sustento mítico para la idea de nación. Esta idea, como se sabe, será fundamental para la constitución del pensamiento nacionalista. Tres figuras resaltan en esa iniciativa: el organizador, el “elegante croniqueur” Alberto de Villegas, un dandy de las letras bolivianas; el arqueólogo Arthur Posnanski, y la profesora María Frontaura Argandoña, una de las “hijas de Rouma” formada en la Normal de Sucre.

Alfredo Grieco Bavio y Mario Murillo emprenden, por su parte, una discusión sobre el método en la construcción de la historia —la “narrativa” dicen ellos— de la Revolución Nacional. En su estudio contraponen al “biografismo” —que hace eje en las individualidades, en las grandes figuras, y no en los procesos— el “antibiografismo” que, más bien, deconstruye esa forma de la historiografía oficial. Bajo esa mirada analizan dos textos de “lógica adversa” al biografismo: la Breve biografía de Víctor Paz Estenssoro de Tristán Marof y Los deshabitados, novela de Marcelo Quiroga Santa Cruz.

La forma cómo se escribe y se construye la historia está también en el centro de las preocupaciones de Matthew Gildner, autor del estudio “La historia como liberación nacional: creando un pasado útil para la Bolivia posrevolucionaria”. Tres momentos son claves en ese proceso de “creación” de la historia que le interesa de Gildner. El momento previo, que consiste en la reescritura del pasado, como lo hace Carlos Montenegro en Nacionalismo y coloniaje. El momento revolucionario que transforma el tiempo y el espacio cívicos con monumentos, murales y feriados nacionales. Y, finalmente, lo que el autor llama “la profesionalización de la disciplina histórica”. En este último y novedoso tema resalta la creación en 1954 de la Comisión Nacional de Historia presidida por Manuel Frontaura Argandoña. Esta Comisión, que reivindicaba y promovía el carácter “científico” de la historia, tenía por misión facilitar los recursos institucionales y documentales para “reconstruir la verdadera Historia de Bolivia para que la ciudadanía conozca su auténtico pasado”.

Cierra la parte central de la revista la investigación de Hernán Pruden titulada “Las luchas ‘cívicas’ y las no tan cívicas: Santa Cruz de la  Sierra (1957-59”. Se trata de una indagación del conflicto que se suscitó a fines de los años 50 por la distribución de las regalías petroleras entre el Comité Pro-Santa Cruz, liderizado por Melchor Pinto Parada, y el gobierno del MNR, presidido en ese momento por Hernán Siles Zuazo. La minuciosa reconstrucción de esos años conflictivos pone en juego las luchas regionales y las luchas políticas y señala, además, con claridad el origen de la institucionalidad cívica cruceña que, más de medio siglo después, sigue teniendo un papel protagónico en la las disputas regionales. Nuevas fuentes —como el fondo documental que el expresidente Wálter Guevara Arce legó al Archivo Nacional de Bolivia—brindan nueva información sobre el tema y, con ello, hacen posible nuevas interpretaciones.

Hay otros materiales en este número de Ciencia y Cultura que complementan adecuadamente esas nuevas miradas a la Revolución de 1952. Luis Tapia, por ejemplo, dibuja un “mapa” de las corrientes historiográficas y de las ciencias sociales en torno al tema. También se puede leer un sugerente material literario y testimonial que da cuenta de la “otra voz” sobre el hecho histórico.

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