La Revolución Nacional de abril de 1952, llevada a cabo por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), permanece en la consciencia colectiva boliviana como un hecho esencialmente positivo porque la historia la escriben los victoriosos, en este caso los nacionalistas y marxistas. Los intelectuales adscritos a estas tendencias, que son mayoritarios en el país, han propagado con un éxito envidiable la doctrina del carácter estancado de la economía antes de 1952, junto con una visión distorsionada del orden social prerrevolucionario, signado como terriblemente injusto y anacrónico. La verdad, como siempre, es algo más complejo e incómodo.
Usando una perspectiva comparada de lo ocurrido en casi todos los países latinoamericanos en las dos últimas generaciones, se puede afirmar que la Revolución Nacional fue, en el fondo, innecesaria y superflua. Los efectos modernizadores generados por este proceso hubiesen tenido lugar, más tarde o más temprano, bajo un régimen dominado por las élites tradicionales, como ocurrió en la mayoría de las naciones latinoamericanas. En el área rural, la eliminación de relaciones laborales de tipo servil se hubiera hecho realidad en años posteriores sin las arbitrariedades que acompañaron a la reforma agraria de agosto de 1953.
El incremento de la movilidad social y la expansión de oportunidades de educación básica se hubieran dado igualmente bajo gobiernos de diverso signo. Y lo mismo puede aseverarse del voto universal y del desarrollo acelerado de las regiones orientales. 61 años después de estos sucesos sigue siendo uno de los países más pobres y menos desarrollados del continente. Entonces surge la pregunta: ¿Tuvo ese acontecimiento sentido histórico?
El MNR ha contribuido poderosamente a consolidar prácticas y valores convencionales, propios del mundo premoderno, rejuveneciendo así las rutinas menos rescatables del orden tradicional. Menciono aquí tres puntos esenciales: la consolidación de la cultura política del autoritarismo, la formación de élites muy privilegiadas que pasan a constituir las nuevas clases altas y la desinstitucionalización de la vida público-política, con su secuela inevitable, la corrupción en gran escala.
Herencia rosada
La principal herencia a largo plazo de la Revolución Nacional ha sido la preservación de una cultura política premoderna y autoritaria, con los factores determinantes del caudillismo y el prebendalismo, la propensión a la maniobra oscura y a la intriga permanente. Imitando al MNR, los partidos políticos posteriores resultaron ser organizaciones políticas de corte premoderno, sin estructuras democráticas, sin debate programático interno y sin renovación libre de las cúpulas dirigentes.
El éxito del MNR se debió, entre otros factores, a que la cultura liberal-democrática nunca había echado raíces duraderas en la sociedad boliviana y era considerada como extraña por la mayoría de la población. Esta cultura fue combatida ferozmente por las fuerzas nacionalistas y revolucionarias, que pretendían cambiar las estructuras profundas del país.
En el caso de la Revolución Nacional de 1952 se puede decir que la lucha contra la "oligarquía minero-feudal" encubrió eficazmente el hecho de que el MNR de entonces detestaba la democracia en todas sus formas y, en el fondo, representaba y prorrogaba la tradición autoritaria, centralista y colectivista de la Bolivia profunda. Todo esto fue percibido por una parte considerable de la opinión pública como un sano retorno a la propia herencia nacional y a los saberes populares de cómo hacer política. Hoy en día la constelación política y cultural es muy similar.
Desde el primer momento los dirigentes del MNR no aprendieron a dudar acerca de su propia praxis gubernamental. Siempre tenían razón en el momento de emitir un juicio o realizar una actuación. No cambiaron sus hábitos porque desconocen el moderno principio de la crítica. El MNR jamás se distanció de sus acciones ‘heroicas’: los asesinatos de
Chuspipata (1944) y los campos de concentración de Curahuara de Carangas y Coro-Coro (1953-1956). Sus dirigentes nunca se disculparon ante la opinión pública por estos crímenes. La falta de una consciencia crítica facilita los anhelos profundos de los adherentes ‘normales’ del MNR y de los movimientos populistas: el ascenso social y la consecución de una rápida fortuna
Huellas premodernas
1 La consolidación de la cultura política del autoritarismo. Se representaba al MNR como partido casi único, llegado para quedarse décadas en el poder.
2 La formación de élites muy privilegiadas que pasan a constituir las nuevas clases altas. Esta política se representó por la intención de crear una burguesía que al defender sus intereses defienda los de la patria.
3 La desinstitucionalización de la vida público-política, con su secuela inevitable, la corrupción en gran escala. Este modelo terminó de fracasar en 2003.
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martes, 16 de abril de 2013
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