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lunes, 23 de marzo de 2015
El héroe de Calama que enfrentó a 100 chilenos
Una de las balas que llovió sobre él lo hirió en la garganta, la lesión hizo que cayera, y aunque intentó levantarse, la debilidad pudo más. Pero mientras duró la batalla, la fuerza de su espíritu permaneció intacta, armado con un Winchester, desde el espacio en que se parapetó, dio batalla a más de 100 chilenos para impedir la irrupción del enemigo al puente Topáter, en la Batalla de Calama, el 23 de marzo de 1879. Era Eduardo Abaroa, reconocido héroe nacional.
Su hazaña no solo es conocida por historiadores o testigos de la Guerra del Pacífico en una serie de escritos, los propios invasores supieron de ella. Así lo revela una carta escrita por el subteniente chileno Carlos Souper, publicada en un diario de Valparaíso hace 136 años: “Nos sorprendió ver que un boliviano desde adentro hiciera fuego a más de cien hombres, pues amigo, nos dio bala duro, y fue imposible pillarlo por más que se lo buscara”.
El reloj marcaba cerca de las 11.00 y las fuerzas enemigas finalmente lo rodearon y le exigieron su rendición. Fue entonces que Abaroa, con voz agonizante, pero enérgica a la vez, pronunció la emblemática expresión: “¿Rendirme?... que se rinda su abuela…carajo”. “Fuego”, respondieron los chilenos y dos balas terminaron con su vida, una en la cabeza y otra en el vientre. El héroe nacional tenía 41 años.
Roberto Querejazu, en su libro Guano, Salitre, Sangre. Historia de la Guerra del Pacífico, describe a Abaroa como un hombre alto y delgado que nació el 13 de octubre de 1838 en San Pedro de Atacama, fue hijo de Juan Abaroa y Benita Hidalgo. Su educación la recibió en una escuela del pueblo, siendo uno de sus profesores Ramón Leguizamón. Independientemente y ya adulto buscó quien le enseñara la teneduría de libros, por lo que la tomó como su profesión y también fue miembro del Consejo Municipal de Atacama.
Se casó con Irene Rivero, quien fue la madre de sus cinco hijos: Amalia, Antonio, Andrónico, Eugenio y Eduardo.
Cuando llegó la hora de la batalla fue nombrado segundo jefe de los rifleros de Calama, puesto que aceptó honrosamente, no sin antes escribir su testamento.
“El vencedor de Calama no fue (el coronel Emilio) Sotomayor (él dirigió las tropas chilenas), que espectaba el combate desde su coche, aunque su caballo pareció herido en la anca, atestiguando el valor del jinete; no fueron los rotos chilenos que solo acudieron a recojer el botín como los cuervos hambrientos que se ceban en los cadáveres; el vencedor de Calama, fue Abaroa”(sic). De esta forma describió Eduardo Subieta el valor del héroe, en la lectura hecha en la sesión pública de la Sociedad Literaria de Sucre el 25 de mayo de 1879 y publicada por el periódico El Comercio el sábado 7 de junio de 1879.
Querejazu explica que Abaroa fue enterrado por los propios invasores en el cementerio de Calama, a las 18.00 del fatídico día. “Abaroa era tan Quijote, que hasta tenía a su escudero”, un peón que lo acompañó en la lucha y hasta un caballo que llevaba por nombre Chaska.
“Ladislao Cabrera (en Calama) organizó la defensa con los soldados expulsados (por Chile) del territorio boliviano, con los soldados de la reserva boliviana, otros dados de baja y unos 22 civiles. Entre todos ellos estaba Abaroa, quien defendió el vado (cruce) de Topáter”, dice el general Tomas Peña y Lillo, miembro de la Academia Boliviana de Historia Militar.
En el libro Memoria Gráfica, reintegración marítima de Bolivia, del Ministerio de Defensa, se señala que Cabrera arengó a Ildefonso Murguía —orureño que comandó la Batalla del Alto de la Alianza en mayo de 1880 y cuyo ejército sucumbió por la fusilería chilena— al decirle que defendería “hasta el último trance la integridad del territorio de Bolivia”.
En esa misma batalla murió el niño de 13 años y tamborilero del Regimiento Colorados de Bolivia, Juan Pinto, cuando se enfrentó a los chilenos al ver morir a sus compañeros. Otras heroínas fueron las rabonas, madres y esposas quienes acompañaban el paso militar cargando a sus hijos.
Ellas también preparaban la alimentación de los soldados y los cuidaban.
El Litoral, territorio perdido
Con la ocupación de las tropas chilenas del territorio nacional en 1879, Bolivia perdió el departamento del Litoral, su acceso hacia las costas del Pacífico. El ataque se inició el 14 de febrero de ese año en Antofagasta con la llegada de buques y tropas de aproximadamente 200 hombres.
Día a día fueron ocupando suelo boliviano hasta llegar a Calama el 23 de marzo, donde, según los datos históricos, se dio inicio a la Guerra del Pacífico.
En cifras, la ocupación de Chile en el litoral boliviano dejó una pérdida de casi 119.000 km2 de superficie y cerca de 423 km de costa marítima. El costo de la invasión arrastró perjuicios económicos y comerciales para el país.
El departamento del Litoral, que antes tenía la denominación de provincia de Atacama, tenía emplazados los puertos de Tocopilla, Cobija, Mejillones y Antofagasta, además de las caletas Paquita, Huala-Huala, Cobre y Tames, entre otras.
Según el general Tomás Peña y Lillo, investigador y miembro de la Academia de Historia Militar, económicamente Bolivia perdió el guano de Caracoles y Mejillones, el salitre existente en todo el departamento, la plata de Caracoles y el cobre de Chuquicamata.
“Se perdió (...) el guano porque éste y el salitre eran utilizados como abono (y) la plata de Caracoles era utilizada para la acuñación de monedas, además de los minerales que existían en la zona de Calama”, como el cobre.
El historiador explicó que Chile al “conquistar a través de la guerra”, el acceso a las costas del océano Pacífico causó un daño incalculable porque obstaculizó el comercio de y hacia Bolivia. “Ahora nos vemos en una situación que no podemos ni exportar ni importar productos porque tenemos una barrera que se llama Chile”, reflexionó el militar al hacer un balance de la pérdida de 1879.
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