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domingo, 1 de marzo de 2015

Absolutismo en el incanato

Victor W. von Hagen, estudioso del incanato, define con mucha claridad, pese a su indisimulado rechazo a la Civilización Incaica, el papel del Inca. He aquí su versión: “Luis XIV, el Rey Sol de Francia, se vio precisado a insistir que él era el Estado: “L’Etat c’est moi”. “El Rey Sol del Perú, el Sapa Inca, jamás tuvo que recalcar eso: todo lo que había bajo el Sol le pertenecía; era una cosa conocida y aceptada por todos. Era un ser divino, que descendía en línea directa del Sol, el dios-creador; absolutamente todo –la tierra, el país, la gente, el oro (sudor del Sol), la plata (lágrimas de la Luna)– le pertenecían. Era absoluto. Era Dios. Su Imperio no era una teocracia teórica, sino real”.

El absolutismo europeo palidecía ante lo absoluto del emperador Inca, a tal punto que sus vasallos no tenían el derecho de mirarle a los ojos, so pena de ser castigados con la muerte. Bajo del Inca, todo el mundo; encima de él, sólo el dios Sol.

En principio, existían dos incas. Uno que pertenecía a la fracción de Anan y otro, a la de Urin. El primero, dirigía la sociedad civil, la política interna y externa; la economía y los ejércitos de conquista. El Inca de la parte denominada Urin tenía tuición en la vida espiritual; en el culto solar. En casos muy especiales, ocupaba el sitio real del Inca.

El Incanato era en sí una verdadera dictadura. Fue indiscutible el dominio absoluto de la clase dominante sobre el resto de las clases existentes e incluso de los pueblos vecinos sometidos.

La clase que ocupaba la amplia base de aquella pirámide, aceptaba que, evidentemente, el Inca era la encarnación del dios Sol en la tierra. En consecuencia, obedecer y trabajar era lo natural.

LAS PANACAS

Tal vez, la rígida estructura social del Incanato estaría más próxima que cualquier otra a la del Egipto de los Faraones. El Inca, dios sol en la tierra, ocupaba la cúspide, seguido de su familia y las “panacas” reales encargadas de conducir el Estado en el orden administrativo, militar y de conquista, nos recuerdan a los cortesanos de los faraones.

Empero, las panacas equivaldrían a la caracterización sociológica de clanes, de familias de clanes y finalmente, del grupo de clanes que formaban el Estado Inca. Estos grupos de gran influencia en la vida del Incanato, lógicamente ocupaban parte alta de la pirámide de mando.

CULTO A LA IMAGEN

Los estrategas del Incanato fueron visionarios y se adelantaron en el culto a la imagen, siglos antes de que tal idea, ganara adeptos en Europa del Medievo e incluso en la China de Mao Tse Tung.

El Inca, Ser Supremo de la creación realizada por los dioses andinos, debía ante todo, diferenciarse de todo humano que existiera en los cuatro puntos cardinales sometidos por las huestes incaicas. Por ello, su misma persona emitía ese halo de diferencia: por ejemplo, en los idiomas nativos era llamado “sapainca”, rey de reyes o el rey único.

El Inca y el sumo sacerdote del Sol –ambos incas– ocupaban el mando de los ejércitos y del sacerdocio. El sapainca era el “hijo del Sol”, mientras que el inca sacerdote era “el servidor del Sol”.

Tenía el cabello casi rapado y su cráneo, deformado en forma de un cono, por un proceso seguramente doloroso, que empezaba en su niñez y culminaba después de cuatro años de martirio. Existen constancias de que tal costumbre, aún era practicada en la Colonia. En el virreinato de Toledo, fue prohibida por la numerosa muerte de infantes sujetos a deformación craneana.

El Inca, también se distinguía por los lóbulos de sus orejas, tan largos, en algunos casos, que tocaban los hombros. De aquel apéndice alargado, se derivó el nombre de “orejones”.

Su vestimenta, elaborada por artesanos de alta calificación manual, era finísima. El Inca se la ponía una sola vez y luego, la obsequiaba en su entorno, como gran favor y distinción al obsequiado.

El sapainca, tenía una especie de uniformes, en realidad riquísima vestimenta, cuando ejercía ceremonias religiosas o cuando administraba justicia.

SIMBOLOGÍA

Los símbolos que engrandecían la imagen del Inca estaban trabajados por los más diestros orfebres del Incario y por otros especialistas traídos de lejanas comarcas por su destreza y buen gusto.

Tal era el manejo de la imagen de la casta gobernante, que el sistema continuaba aún en la muerte. “La ostentación envolvía a las momias de los incas y curacas. La categoría de hijo de dios que detentaba el soberano, obligaba a que sus restos mortales fueran tenidos como si prosiguieran en estado vivo: lo sentaban en su trono lujosamente ataviado, exhibiendo su mascaipacha y demás insignias, cubriéndole su rostro con una delgadísima máscara de oro. Aunque difunto, una serie de mujeres le continuaban sirviendo en calidad de esposas. Sus tierras seguían siéndole cultivadas, cuyos productos servíanles para el mantenimiento de sus mencionadas “esposas” y servicio, a más de formar parte de las ofrendas rituales. Muchas tierras del Cusco no tenían otra finalidad que ésta. En las grandes solemnidades se les sacaba procesionalmente para pasearlas por las calles de la capital y la plaza de Aucaypata, para rendirles homenajes”. “Pensaban que contribuían a eternizar el poder y el bienestar de los anan y urincuscos.”, comenta Waldemar Espinoza Soriano, en su obra Los Incas.

Además, el corazón del sapainca, pulverizado, se lo guardaba en el interior del ídolo o monolito “Punchao” o dios Sol, en Coricancha, Cusco. Las vísceras del Inca eran enterradas en el lugar donde había nacido. Y un dato curioso. Cada una de las momias era conservada por especialistas, socorridos con los bienes del Inca, en poder de sus deudos.

La imagen del Inca, tratada de esta singular manera, adquiría proporciones religiosas y militares que deslumbraban a las demás clases sociales existentes en el Incanato. Por ello, las panacas reales daban tal importancia a la imagen del Inca que, como dijimos líneas arriba, aún en la muerte su figura continuaba siendo un símbolo para el pueblo y las naciones sojuzgadas por el incanato.

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