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jueves, 9 de octubre de 2014

ELECCIONES GENERALES DE 1985 Y 2005

Uno de los periodos históricos en el que hay que enfocar la atención para entender la inclusión de la población en la elección de sus representantes se inició en 1982. Las casi dos décadas de gobiernos militares fueron un periodo especialmente caótico no sólo por la dictadura banzerista, sino además por un ciclo de 16 golpes de Estado registrados en un lapso de apenas tres años, entre 1978 y 1981. En octubre de 1982 Hernán Siles Zuazo tomó nuevamente posesión de la presidencia, como lo había hecho entre 1956-1960. Se enfrentó con varias crisis ministeriales y fue incapaz de resolver los problemas económicos del país, bastante urgentes debido al pago de los intereses de la deuda externa a los bancos internacionales y el 27.000 por ciento de inflación que existía y que destruyó el poder adquisitivo de los asalariados, llevando el país a la anarquía económica. Situación a la que se llegó después de 18 años de sucesivos golpes de estado y des-gobiernos (término que utilizaba el Dr. Siles) militares.

Siles dimitió y convocó elecciones anticipadas. El reencuentro con la democracia dio como resultado la participación política de nuevos actores sociales. En un sistema de partidos políticos, aparecieron los primeros ministros indígenas, como Zenón Barrientos o Simón Yampara, por ejemplo. Entre 1985 y 1992 se produjo la emergencia de actores urbanos que se valieron de herramientas neopopulistas para acaparar la votación poblacional y ocupar curules camarales, desde donde, una vez instalados, no promovieron cambios sociales en beneficio de los sectores más necesitados. Hasta casi el final de la década, las ofertas partidarias de tipo populista se caracterizaban por ser focos regionales, sobre todo en la parte occidental, que no se atrevieron a expandirse para ganar espacios en la región contraria.

Reconfiguración. El periodo 1994-1997 se muestra interesante porque después de 60 años se reconfiguraba la forma de elección para representantes nacionales en función de la delimitación territorial por circunscripciones. El sistema electoral promovió la elección directa de representantes uninominales ante el Congreso republicano, hecho que significó el relanzamiento del sistema de partidos y la localización de los candidatos en correspondencia con su territorio, es decir que el candidato se volvió visible para el conjunto de la población.

Este fenómeno social dio paso a un nuevo panorama histórico que ha permitido a las masas poblacionales antes excluidas, ocupar actualmente el Gobierno.

El valor del voto. Entre las elecciones de 1985 y 2005 hay una coincidencia sobre la legitimidad del proceso eleccionario. Son los dos momentos en que la participación ciudadana superó holgadamente el 80 por ciento, es decir que la abstención de voto fue más baja que la registrada en los comicios de 1989, 1993, 1997 y 2002, cuando la asistencia ciudadana llegó al 70 %. Ese aumento participativo sugiere que ambas coyunturas tuvieron algo especial que se debe reconocer en el imaginario de la sociedad, y es que, sin duda, son los dos momentos cruciales en la construcción de la visión de país. El 85 sólo tres partidos pugnaban por alcanzar el liderato político: la ADN (32 %), el MNR (30 %) y el MIR (10 %), y acapararon un poco más del 70 por ciento de la votación a escala nacional. Mientras que el 2005, la motivación del voto se repartía sólo entre dos partidos: el MAS (53 %) y Podemos (28 %), que también lograron una participación ciudadana de más del 70%.

SEIS ELECCIONES. Los números grandes reflejan que entre 1985 y 2005 se produjeron seis procesos eleccionarios que han visto transcurrir a 14 partidos cuyas votaciones fueron superiores al cinco por ciento promedio. De los demás, hay que fijar la atención en el total de votación que obtuvieron sumando los resultados de todos. Por ejemplo, en 1985, de más de un millón y medio de votantes, los partidos que sacaron menos del 5 por ciento de votación sumaron casi un 27 por ciento, a escasos seis puntos del partido ganador (ADN) y sólo a tres del que ocupó la silla presidencial (MNR). Cuatro años después, con una cantidad muy cercana del total de votantes, el porcentaje que se llevaron los “partidos chicos” se redujo al 15 por ciento, es decir, poco más de 200.000 votos y a un 10 por ciento del ganador. Esa cantidad bajó al 10 por ciento en las elecciones de 1993, a 25 puntos del primero. El cambio cuantitativo se produciría a partir de las elecciones de 1997. El millón y medio de votantes registrados en las primeras tres elecciones subió a casi 2,2 millones en 1997; a 2,8 millones en 2002, y a 2,9 millones en 2005. En la primera de las tres, los “partidos chicos” acumularon apenas alrededor del 6,5 por ciento de la votación total frente al 22 por ciento del primero; en 2002 esa cifra bajó al 4 por ciento y el 2005 no pasó del 0,5 por ciento, es decir 16.118 votantes. Y todo esto en un escenario donde alrededor de 10 partidos políticos pugnaban en cada elección.

Entre 1985 y 2005, la cantidad de votantes prácticamente se duplicó. Ese panorama puede ser analizado desde diferentes perspectivas y justificarse con diferentes razones, entre éstas, la mayor apertura a la información, diferentes normas legislativas que han posibilitado la expansión del proceso eleccionario a diversas capas poblacionales, junto con la expansión territorial. Es verdad que el acceso a elegir y a ser elegido se ha ampliado ante la construcción de un nuevo imaginario social distinto del excluyente y enmarcado en la igualdad independientemente de las condiciones económicas, políticas, de género, raciales y otras.

Lo cuantitativamente real es que, a pesar de la cantidad de partidos políticos postulantes y de las coyunturas de alianzas y rupturas, la tendencia de la votación se ha acrecentado hacia la elección de una opción en vez de diversificarse en varias. Lo que de hecho no significa que se esté dando una tendencia a la monopolización del voto por uno o dos partidos, sino que, más bien, se ha producido la ampliación de la conciencia democrática a partir del apoyo de la población, que ha legitimado, con el paso de los años y su creciente asistencia a las urnas, las propuestas partidarias con las que ha creído tener mayor identificación.

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