Transcurrieron hasta nuestros días más de cinco siglos desde la incursión colonial española al entonces desconocido “Nuevo Mundo” y aún siguen en pie misterios que deambulan por América. Uno de ellos, tal vez el más importante: ¿cómo fue posible que miles de indígenas hayan sido derrotados por un puñado de europeos? Aislando el impacto de las armas de fuego, surge un factor sicológico que tal vez, podría develar aquel misterio: el papel desempeñado por la superstición y creencias indígenas en toda América Latina.
Desde México al Perú, las comunidades autóctonas esperaban el retorno de dioses resplandecientes, blancos y barbudos. La leyenda, con sutiles diferencias, había sido transmitida de generación en generación; de comunidad en comunidad de manera que, en 1519, aquella visión ideal adquirió imagen y masa corpórea con la presencia física de Hernán Cortés y sus hombres, que desembarcaron en el puerto de Veracruz y sin mayores inconvenientes (exceptuando “La Noche Triste”), tomaron México.
Otro tanto ocurrió en el Perú ---1532--- con la derrota de los incas por las fuerzas de Francisco Pizarro y los hermanos Almagro; descalabro de gran magnitud que alcanzó a las comunidades originarias del Tahuantinsuyo, incluido el Kollasuyo, hoy región occidental de Bolivia.
Junto a los ejércitos españoles, ingresó un grupo especializado en difundir y defender la fe. Los batallones de la sotana y de la cruz. Sin embargo, entre los extirpadores de idolatrías, hubo sacerdotes que al redactar minuciosos informes a la Corona Española difundieron la Historia de los pueblos sometidos al proceso colonial, salvando en última instancia, tan valiosa información que en nuestros días es motivo de consulta.
Así, Fray Diego de Landa describió las costumbres de los mayas, en su libro Relación de las Cosas de Yucatán, y mencionó la leyenda indígena de los “hombres resplandecientes, barbados y de tez blanca” que algún día, retornarían en pos de su trono.
PRESAGIOS
A propósito, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), conmemoró el Quinto Centenario del Encuentro de Dos Mundos, en 1992, publicando la decimotercera edición del libro de Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos, Relaciones Indígenas de la Conquista.
León-Portilla destaca en su famoso libro, el proyecto de Fray Bernardino de Sahagún, sacerdote que convocó a sus estudiantes indígenas de Tlatelolco, México, para que redactaran en idioma náhuatl y de acuerdo a su punto de vista, la más amplia relación de la dramática incursión española.
Los estudiantes indígenas hablan de ocho funestos “presagios de la venida de los españoles”, que por su importancia y como respaldo al presente artículo “Superstición y Coloniaje”, reproducimos a continuación: “Primer presagio funesto: Diez años antes de venir los españoles primeramente se mostró un funesto presagio en el cielo. Una como espiga de fuego, una como llama de fuego, un como aurora: se mostraba como si estuviera goteando, como si estuviera punzando en el cielo (…) pues cuando se mostraba había alboroto general: se daban palmadas en los labios las gentes, había un gran azoro…”.
El segundo presagio funesto señala que “por su propia cuenta se abrasó en llamas; se prendió en fuego: nadie tal vez le puso fuego, sino por su espontánea acción ardió la casa de Huitzilopochtli. Se llamaba su sitio divino…‘Casa de Mando’…pero cuando le echaban agua, cuando intentaban apagarla, sólo se enardecía flameando más. No pudo apagarse: del todo ardió”.
El tercer presagio funesto narra que un rayo cayó sobre un templo: “Sólo de paja era: no llovía recio, solo lloviznaba levemente. Así se tuvo por presagio; decían de este modo: ‘No más fue golpe de Sol’. Tampoco se oyó el trueno”.
Cuarto presagio funesto: “Cuando había aún Sol, cayó un fuego. En tres partes dividido: salió de donde el Sol se mete: iba derecho viendo a donde sale el Sol: como si fuera brasa, iba cayendo en lluvia de chispas. Larga se tendió su cauda, lejos llegó su cola…”
Quinto presagio funesto: “Hirvió el agua: el viento la hizo alborotarse hirviendo…se levantó muy alto. Llegó a los fundamentos de las casas: y derruidas las casas se anegaron en agua. Eso fue en la laguna que está junto a nosotros”.
Sexto presagio funesto: “Muchas veces se oía: una mujer lloraba, iba gritando por la noche; andaba dando grandes gritos: ---¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos! Y, a veces decía:-- ¿Hijitos míos, adónde os llevaré?”
Séptimo presagio funesto: “Muchas veces se atrapaba , se cogía algo en las redes. Los que trabajaban en el agua cogieron cierto pájaro ceniciento, como si fuera grulla. Luego lo llevaron a mostrar a Moctezuma, en la Casa de lo Negro (casa de estudio mágico)…Había uno como espejo en la cabeza del pájaro como rodaja de uso, en espiral y en rejuego, era como si estuviera perforado en su medianía. Allí se veía el cielo. Las estrellas… y Moctezuma lo tuvo a muy mal presagio (…) Pero cuando vio por segunda vez la cabeza del pájaro, nuevamente vio allá en lontananza, como si algunas personas vinieran de prisa; bien estiradas; dando empellones. Se hacían la guerra unos a otros y los traían a cuestas unos como venados…”
Octavo presagio funesto: “Muchas veces se mostraban a la gente hombres deformes, personas monstruosas. De dos cabezas pero un solo cuerpo. Las llevaban a la Casas de lo Negro, se las mostraban a Moctezuma. Cuando las había visto luego desaparecían”.
VIRACOCHA
En 1959, en homenaje a los trescientos cincuenta años de Los Comentarios Reales, obra escrita por el Inca Garcilazo de la Vega, la Universidad Nacional de San Marcos, Lima, Perú, editó los “comentarios” en dos tomos. Garcilazo de la Vega relata que uno de los hijos del Inca Yáhuar Huácac, soñó con un fantasma que anunciaba la rebelión de los Chancas.
El joven príncipe se presentó ante su padre Yáhuar Huácac y le comunicó su sueño: “---Sabrás que estando yo recostado hoy a mediodía, debajo de una gran peña, se me puso delante un hombre extraño en hábito y en figura diferente de la nuestra, porque tenía barbas en la cara de más de un palmo y el vestido largo y suelto que le cubría hasta los pies. El cual me dijo: sobrino, yo soy hijo del Sol; por lo cual soy hermano de tu padre y de todos vosotros. Llámome Viracocha Inca; vengo a darte aviso se lo des al Inca, que la mayor parte de las provincias de Chinchasuyu están rebeladas y juntan mucha gente para derribarle y destruir nuestra imperial ciudad del Cusco (…) y en particular te digo a ti que en cualquier adversidad que te suceda no temas que yo te falte…” Garcilazo, agrega que tiempo después, como el joven príncipe descendiente de Yáhuar Huácac, al combatir y destruir a los ejércitos rebeldes, tomó el nombre de Viracocha Inca.
A la llegada de los españoles al suelo peruano, los indígenas, los identificaron con el dios Viracocha, porque les vieron barbas y todo el cuerpo vestido. Luego que entraron los españoles prendieron a Atahuallpa y lo mataron. “Y porque creyeron que eran hijos de su dios, los respetaron tanto que los adoraron y les hicieron tan poca defensa como se verá en la conquista del reino, pues seis españoles solos (Hernando de Soto y Pedro del Barco entre ellos), se atrevieron a ir desde Cajamarca al Cusco y otras partes, doscientas y trescientas leguas de camino, a ver las riquezas de aquella ciudad y de otras, y los llevaron (los indios), en andas, porque fuesen más regalados…” agrega Garcilazo.
Citemos que en la parte occidental de Bolivia, aún en nuestros días se escucha tratar de “viracocha” a gente de las ciudades.
SICOLOGÍA
El espanto causado en el ánimo de clase dirigente y la masa indígena, ante la atrevida incursión de los “hombres resplandecientes, barbados y de tez blanca” fue acrecentado por el impacto de las armas blancas de acero, el terrible cañón, el mortal arcabuz, la feroz jauría de mastines y el brioso caballo que atropellaba sin contemplación alguna.
La bestia de poderosos cascos y el jinete fueron para los nativos un solo ser. Cuando comprobaron, mucho después, que ambos morían bajo el poder de las flechas y de las emboscadas, era demasiado tarde para volver a los heroicos tiempos prehispánicos.
Desde nuestro moderno punto de vista, los españoles utilizaron una especie de operaciones sicológicas contra los indígenas, incluyendo entre los artefactos a su servicio, las enormes naves que flotaban en el mar, lagos y ríos de América Latina.
Vale destacar que la superstición y ciertas creencias fueron traídas también por los soldados de la vieja España. Tal es el caso del famoso aliado de las batallas: Santiago que ya combatió victoriosamente en las guerras santas contra los infieles y en el caso particular del Perú, contra las montoneras indígenas leales a Túpac Amaru en 1780.
En la obra de Teresa Gisbert Iconografía y mitos indígenas en el arte publicado el año 2004, Santiago cayendo como un bólido del cielo, montado en su fogoso caballo, “lucha contra los indios” en un lienzo existente en la Iglesia de Pujiura, Perú.
A su vez, este santo de procedencia colonial española, ha sido relacionado por los pueblos de habla aymara y quechua en el área andina de Bolivia, como “Illapa” dios del rayo y del estruendo, tal cual lo refrenda el desaparecido autor del libro “Mama Pacha”, Mario Montaño Aragón.
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miércoles, 18 de febrero de 2015
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