Paralelamente al grupo de los Pizarro, otros europeos
seguían el rastro de un fabuloso imperio
por una ruta diferente: la del Río de la Plata.
Entrando por el sudeste en una ruta más larga y
más lenta que la del Pacífico, buscaban la sierra
donde, según los guaraníes de la costa, moraba
el Rey Blanco. La región del Río de la Plata era
estratégica tanto por ser una ruta alternativa al
rico imperio incaico como por que la Corona
española no podía perder tiempo, porque desde
el descubrimiento del Brasil en 1500 por Pedro
Alvares Cabral, los portugueses amenazaban con
expandirse al sur hasta el Río de la Plata y más allá,
privando a los españoles de valiosas posesiones
en América. El avance por el Río de la Plata era
por tanto un proyecto de la Corona pactado con
particulares.
Las costas del Brasil y el estuario del Río
de la Plata habían sido alcanzados por Juan Díaz
de Solís siguiendo la ruta de Américo Vespucio
(1502). Díaz de Solís realizó su expedición entre
1517 y 1518: él y la mayoría de sus compañeros
pagaron con su vida la audaz empresa; solamente
un grupo de once sobrevivientes quedó por diez
años entre los indígenas del lugar recogiendo
informes acerca de un reino de fábula del que
obtenían algunos objetos de metal.
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