Los quipucamayos registraron en sus cuerdas lo
siguiente: “El adelantado don Diego de Almagro
a los veintidós meses después de haber ido a Chile
volvió con todo su campo y Paullo Topa Inga con
él” (Quipucamayos, [1542] 1991). Almagro acampó
en Urco a siete leguas del Cusco hallando a toda
la tierra levantada y la ciudad sitiada por Manco
Inca y su ejército por cerca un año. En el Cusco
permanecían cercados Pizarro y ochenta capitanes
y soldados españoles pues en abril de 1535, Manco
había decidido resistir a los cristianos y para ello,
siempre en consulta con su consejo, un miércoles
de Semana Santa huyó del Cusco hacia la selva y
desde allí organizó la resistencia.
Las creencias incas a su vez, actuaban contra
la posible victoria indígena pues la estrategia
del cerco, conocida por los incas, iba de la mano
de otras reglas como levantar el cerco en cada
luna llena.Resulta inexplicable por qué, ante la
superioridad numérica, Manco no tomó la ciudad.
Manco Inca, constantemente humillado y
prisionero de Pizarro, había intentado sin éxito
huir varias veces pero no lo consiguió hasta abril
de 1536 cuando pudo al fin refugiarse en el valle
de Yucay desde donde, comandando su ejército
y regresó en son de guerra el 3 de mayo de ese
año (Lavallé, 2004). Así se dio inicio al cerco
a la capital sagrada del imperio. Los ataques
comenzaron incendiando los tejados y cortando
toda fuente de abastecimiento mientras
Hernando Pizarro, al mando de 200 españoles
y gran cantidad de indígenas aliados, decidió
defender el Cusco. Uno de los enfrentamientos
más importantes ocurrió en la fortaleza de Sacsayguamán
desde donde se domina la ciudad
del Cusco. Los españoles lograron recuperar la
fortaleza el 16 de mayo de 1536 aunque en el
intento, murió uno de los hermanos del conquistador,
Juan Pizarro; también murió el jefe
quechua conocido como Cahuide.
A raíz de la impensable victoria española
nació el mito de que la Virgen María
y Santiago habían intervenido a favor de los españoles cuando los indios estaban en
condiciones de expulsarlos. Este mito que
perduraría todo el período colonial refiere
que cuando los españoles se disponían a
tomar la fortaleza de Sacsayguamán (otros
autores dicen que ocurrió cuando estaban
refugiados en la iglesia de la plaza) que iba
a incendiarse debido a las miles de flechas
que llegaban ardiendo al tejado de paja, en
el antiguo Suntur Huasi, los indígenas vieron
una enigmática mujer vestida de blanco que
ubicada sobre el edificio apagaba el fuego con
las largas mangas de su vestido (Betanzos,
1551); otra versión sostiene que Santiago
levantaba polvo para perjudicar a los indígenas.
Fueron los cronistas Betanzos (1551) y
Cieza (1550) que recogieron este mito pero
ambos indicaron que fueron los indios los
que vieron el milagro. Así todo invita a vincular
milagro y conquista interpretando los
triunfos militares como signos divinos. Esta
participación del imaginario indígena sobre
el milagro lleva a que Estenssoro interprete
que los indios habrían leído este evento no
como una derrota militar sino que se rindieron
ante Dios (Estenssoro, 2003). Esta lectura nos
acerca a la posible idea que la cultura andina
tenía de la guerra. Ya Duviols (1962) señaló que
los milagros que se contaron a propósito del
cerco al Cusco tienen el carácter de milagros de
conquista, como un mito de origen que explica
un hecho excepcional en la historia.
Las explicaciones a este milagro son aún
más complejas, tienen relación con los dominicos
y también con la presencia del enviado
real al Perú. Para comprender los usos ideológicos
del mito debemos tener presente que su
difusión no fue inmediata, sino que tuvo lugar
en la década de 1540–1550. De la década de
1550 data una pintura que alegoriza la aparición
del apóstol Santiago sobre ese lugar en 1536,
hecho que recuerda el cronista Garcilaso de
la Vega. En ese periodo, trabajaban en el Perú
los dominicos, seguidores del padre Bartolomé
de las Casas y cuya iglesia se quemó durante el
cerco. Ellos ayudaron a difundir el mito que
daba fortaleza a la presencia de la iglesia en el
Perú. Por otra parte el mito venía bien a Vaca
de Castro que había llegado a poner orden en
el Perú en 1542 y preparar el ambiente político
y religioso para implementar las Leyes Nuevas
(Franco Córdoba, 2010).
Mientras Hernando Pizarro resistía en
el Cusco, desde Lima, Francisco Pizarro envió
tropas a sus hermanos por diversas rutas.
Partieron las expediciones de Diego Pizarro,
Gonzalo de Tapia, Mogrovejo de Quiñónez,
Alonso Gaete y Francisco de Godoy. Todos, con
excepción de este último, hallaron la muerte a
manos de las tropas incaicas. En Tampu hubo
grandes festejos al conocerse los triunfos del
general Quiso Yupanqui que fue recompensado
por Manco Inca con otra esposa y el permiso
de ser llevado en andas.
En agosto de 1536, Quiso Yupanqui, al
mando un numeroso ejército que fue parcialmente
reclutado en el camino con algunos
problemas, como los huancas que estaban del
lado español, avanzó sobre Lima. Dispuso el
ataque dividiendo su ejército en tres partes:
unos entraron por Pachacámac, otros por el río
abajo y el tercer grupo por el camino de Trujillo.
Con este orden, Quiso Yupanqui tomó el cerro
San Cristóbal y sitió Lima en los últimos días
de agosto de 1537.
Pizarro pudo hacerles frente con más de
quinientos soldados españoles, otros tantos
guerreros negros y miles de “indios amigos”; además estaba con él su mujer, la noble quechua
Inés Huayllas cuya madre envió refuerzos al
conquistador. Francisco Pizarro encabezó la
defensa de la ciudad y logró derrotar a Quiso
Yupanqui cuando éste intentaba tomar la Plaza
de Armas. El jefe inca murió en la batalla y sus
hombres se dispersaron de manera desordenada.
Francisco Pizarro envió entonces nuevos
refuerzos para socorrer a sus hermanos en el
Cusco. En recientes excavaciones, en Lima, se
pudo establecer el importante rol de los aliados
indígenas en la defensa de la ciudad y se encontró
el probable cuerpo de Quiso Yupanqui
que murió de un disparo de arma de fuego en
la cabeza.
Mientras se combatía en Lima, Manco Inca
mantenía el cerco al Cusco donde le llegó la
noticia de la llegada desde Lima de refuerzos
para los españoles y el regreso de Almagro de
Chile con unos 400 españoles y 5.000 indígenas.
Manco Inca se vio obligado a levantar el cerco
del Cusco después de ocho meses de asedio y se
refugió en la ciudadela de Vilcabamba. Desde
allí, el Inca hostilizó a los españoles durante
años pero ninguna acción tuvo la magnitud
del cerco de 1536. El levantamiento general
comandado desde el Cusco por Manco Inca y
que culminaría con el cerco a esta ciudad fue
denominado por Hemming (1971) como la
“gran rebelión”.
Según Murúa (1600), llegando al Cusco,
Almagro buscó una entrevista con Manco para
acordar sacar a los Pizarro de esta tierra, punto
en que ambos estaban de acuerdo. El encuentro
pudo haber ocurrido en Pata Chuayla. Sin
embargo, en el camino, Manco sospechó que
Almagro lo quería tomar preso y, tomando la
iniciativa, lo atacó provocando su huida junto
con Paullu. Este encuentro fue entendido por
los Pizarro como una amenaza contra ellos.
Almagro aprovechó la debilidad de los
cercados y, entrando al Cusco, tomó presos
a Hernando y a Gonzalo Pizarro. Mandó a
Hernando a Lima mientras que dejó preso a
Gonzalo en el Cusco y se dirigió a Lima para
negociar con Francisco Pizarro sus nuevas
posesiones. Luego de varias escaramuzas y también
algunas conversaciones, Almagro aceptó
liberar a Hernando pero Pizarro no perdonó
que Almagro hubiera agredido a sus hermanos:
lo consideraba un traidor que había amotinado
a los indios en su contra. A partir de entonces
se formaron dos bandos irreconciliables: los
extremeños apoyaron a los Pizarro y Almagro se
respaldó en la gente que lo acompañaba desde
su travesía, conocida como “los chilenos”.
El encuentro definitivo entre las tropas
pizarristas y almagristas ocurrió en las Salinas
a 5 kilómetros del Cusco en abril de 1538; allí
Almagro fue vencido y capturado por Hernando.
Ante el estupor de sus compañeros, Almagro
fue decapitado antes de que Francisco llegara de
Lima; tenía entonces 70 años. La alteración era
tanta que para no causar más revuelo, la ejecución
se hizo en su misma celda, el 8 de julio de
1538. Luego sacaron el cadáver y expusieron
su cabeza en la plaza del Cusco. Más tarde
Hernando fue llamado a España para explicar
esta ejecución: la Corona no toleraba que se
hiciera justicia por mano propia y Hernando
fue condenado a prisión en el castillo de la
Mota, en Medina del Campo, donde pasó
muchos años.
Con Manco Inca en la selva y Almagro
muerto, Francisco Pizarro tuvo que conciliar
cautelosamente con Paullu que empezó a ser
reconocido en el Cusco como soberano inca creciera su poder, los españoles prohibieron que
los indios fuesen a su casa. A partir de la muerte
de Almagro, una nueva etapa se presentó en la
conquista del Collasuyu.
Por el apoyo que dio a los españoles, la historiografía
ha calificado a Paullu como el “Inca
títere”. Sin embargo, es posible descubrir que no
sería raro que Paullu estuviera trabajando en alianza
con Almagro en contra de los Pizarro. Y más aún
es posible constatar cierta complicidad entre los
hermanos incas –Manco en la selva y Paullu en el
Cusco– que conocían mutuamente sus acciones,
se comunicaban, se observaban y nunca se atacaron
uno al otro como, situación que ha llevado a pensar
en la posibilidad de una diarquía en tiempos de la
conquista y que esta dualidad haya sido parte de
la estrategia inca (Medinacelli, 2010).
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