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lunes, 1 de agosto de 2022

El inicio del fin - La muerte de Atahuallpa

Cuando llegaron Francisco Pizarro y sus tres hermanos al Perú, ya Cortés había controlado al imperio azteca. El dominio que llevó adelante Cortés fue veloz: en 1518 los navíos estaban frente a la isla Cozumel donde se encontraban pueblos mayas y ya el 10 de febrero de 1519 partían hacia México. El 8 de noviembre de ese año, los hombres de Cortés entraron en Tenochtitlán, la capital azteca, siendo recibidos por el emperador Moctezuma en persona. Fueron alojados en un gran edificio pero, al enterarse de una conjura para expulsarlos de la ciudad, tomaron a Moctezuma como rehén y se valieron de él para mantenerse en la corte azteca, tal como hará luego Pizarro con Atahuallpa. Pedro de Alvarado, convencido de que los aztecas planeaban una nueva conjura, ordenó pasar a cuchillo a varios nobles aztecas durante la celebración de un ritual. Como respuesta, miles de indígenas en actitud amenazante hostilizaron a los españoles. Entonces, Cortés envió a Moctezuma para calmar a su pueblo pero lejos de lograrlo, el emperador murió en el intento. En tanto Cortés y sus hombres tuvieron que huir de la ciudad situación en la que murieron muchos de ellos; aquella sangrienta retirada fue recordada por el cronista Bernal Díaz y pasó a la historia como “la noche triste”. En 1520, después de 93 días de asedio y luchas, calle por calle y cuerpo a cuerpo, Tenochtitlan, totalmente devastada, cayó definitivamente. Así, en dos años de cruentos enfrentamientos y juegos de alianzas con los enemigos de los mexicas, Cortés consiguió dominar al mundo azteca.

Un año antes, en 1519, se creó el Consejo de Indias que sería el ente encargado de administrar el Nuevo Mundo en lo ejecutivo, legislativo y judicial y ese mismo año, una epidemia de viruela hizo estragos en la isla de Cuba. En el Perú, por entonces reinaba el Inca Huayna Capac que, en un viaje a la región del Ecuador, contrajo la viruela, un virus europeo que se había adelantado a los conquistadores. Más de una década después Francisco Pizarro y su gente llegaron a Cajamarca.

El encuentro de Atahuallpa con Pizarro ha sido registrado con todo detalle. El 16 de noviembre de 1532, Francisco Pizarro al mando de 168 hombres ingresó al valle de Cajamarca recibiendo a lo largo del camino pruebas del espíritu pacífico del Inca: obsequios exquisitos y suministros para su tropa. Pero, al anochecer, Atahuallpa no había salido aún de su palacio. Pizarro, alarmado, le mandó decir que se encontrasen antes de que cayera la noche pues temía un ataque en la oscuridad. Salió el Inca lentamente en una litera cubierta de plumas de papagayo y decorada con chapas de oro y plata; detrás de él caminaba una comitiva de principales y, según los cronistas, con él estaban unos 5.000 indios. Este caminar apenas perceptible ha sido estudiado llegándose a la conclusión de que era otro signo de paz, pues cuando partían a la guerra, lo hacían a toda carrera (Martínez, 1986). Cuando llegó Atahuallpa, fray Vicente Valverde avanzó solo al centro de la plaza, leyó el requerimiento y le entregó la Biblia. Los hombres de Pizarro se encontraban escondidos en las construcciones aledañas; cuentan los cronistas que se orinaban de terror pues, aunque las armas de hondas y mazos parecían inferiores, Atahuallpa contaba con miles de hombres.

La actitud del Inca frente al fraile fue altiva: le reclamó enérgicamente por los saqueos. Valverde regresó casi gritando ante Pizarro que salió a la plaza y, tomando del brazo a Atahuallpa, lo hizo prisionero, como había hecho Cortés con Moctezuma. Al grito de “¡Santiago!” tocaron las trompetas y españoles de a pie y a caballo salieron de sus escondites liquidando a la guardia del Inca y a otros nobles. Entonces, la mayoría de los que conformaban la comitiva huyó ante la confusión aunque otros intentaron defender al Inca. Al final del día, la plaza estaba llena de cadáveres y al día siguiente, se recogió el primer botín que fue avaluado en 40.000 pesos, dejando en claro el interés por las riquezas del Imperio. A pesar de que este hecho se recordaría como el hito que cambió la historia andina, Edmundo Guillén (1978) sostiene que en Cajamarca solamente tuvo fin la rebelión de Atahuallpa contra su hermano Huáscar; según este autor, el fin del Tawantinsuyu ocurrió décadas más tarde, en 1572, después de largas y sangrientas luchas.

Mientras el Inca estaba prisionero, seguían las luchas entre los bandos de Huáscar y Atahuallpa quien, para recuperar su libertad, prometió llenar de oro y plata la habitación donde estaba prisionero. Mientras el Inca estaba en Cajamarca, en enero de 1533, salió una expedición de allí hacia Pachacamac, santuario cercano a la actual ciudad de Lima, de donde Pizarro recogió el tributo que la gente de los valles aledaños había llevado a los europeos. La comisión retornó de Pachacamac con un fabuloso botín al que se unió el recogido en el Cusco. Las piezas fueron fundidas para ser repartidas mientras que Hernando Pizarro fue comisionado para escoltar el quinto (impuesto del 20%) del rey. Este botín fue usado por Carlos V en su campaña contra los turcos.

Entre tanto, el intérprete Felipillo difundía rumores de rebelión contra los españoles sosteniendo que se reunía un ejército de 200.000 indios, este rumor parecía cierto pues, aún encarcelado, Atahuallpa seguía siendo temido por sus tres generales Rumiñahui, Quisquis y Chalcochimac que estaban preparados para reorganizar el ejército. Desde su prisión, el Inca mandó matar a su hermano Huáscar, mostrando así que la pugna entre las panacas incas todavía continuaba en una lucha intestina que dividía a la élite gobernante. Al parecer, no tenían consciencia de que, con ello, ayudaban al desmoronamiento del imperio.

En abril de 1533, cinco meses después que Pizarro, Diego de Almagro llegó a Cajamarca con 150 hombres de refuerzo que marcharon en varias expediciones a Pachacamac y al Cusco, a recoger el oro prometido. En junio del mismo año se repartió el tesoro del rescate del Inca, y al mes siguiente, el 28 de julio, Atahuallpa fue ejecutado. El cronista Cieza cuenta que, antes de morir, Atahuallpa dijo que volvería al Cusco hecho culebra. La muerte del Inca constituye un hito fundacional en la memoria de los Andes que marca el inicio de una nueva historia que ha tratado de ser explicada por los propios indígenas mediante una serie de mitos que intentan dar sentido al fin de una era.

Según el cronista mestizo Garcilaso de la Vega ([1606]1985), los Andes se sacudieron con violentos terremotos y sacacas o cometas de fuego cruzaron el cielo, anunciando desastres según expresó Atahuallpa cuando estaba en prisión. El Inca lamentaba que los sacacas anunciaban “caída de imperios y muerte de reyes” (Arze y Medinacelli, 1991). Estos mitos presagiando ruinas son comunes en este periodo de la historia. En México, los informantes del franciscano Bernardino de Sahagún refirieron también sucesos sobrenaturales: columnas de fuego, cometas en pleno día y nacimiento de seres extraños. Entre los mayas, en el Chilam Balam, figura una predicción sobre el trastorno del mundo. Esta parece ser la perspectiva del lado indígena que intentaba explicar lo inexplicable. Del lado europeo, se crearon otros mitos: de las inagotables riquezas de un imperio, del Gran Paitití y de la intervención divina a su favor.

Un punto común en la literatura sobre esta época es sostener que los indígenas creyeron que los españoles eran dioses. Gruzinski y Bernand (1996) dan al respecto un argumento sencillo y contundente: no los tomaron por dioses porque simplemente en las culturas prehispánicas no había dioses en el concepto cristiano y occidental, omnipotentes y creadores de hombres y la naturaleza, como se entiende hoy; los consideraban simplemente como una verdadera aberración.

Aporte de los trabajos sobre la conquista

Queremos resaltar el aporte de varios trabajos escritos acerca de la conquista del Collasuyu en su mayoría en la década de 1960:

Altieri, Andrés (s.f.), “El camino del Collasuyu”. Revista Panorama del mundo. Buenos Aires.

Arze Quiroga, Eduardo (1969), Historia de Bolivia. Fases del proceso Hispano–Americano: orígenes de la sociedad boliviana en el siglo XVI. La Paz: Editorial Los Amigos del Libro.

Barnadas, Josep (1973), Charcas, Orígenes históricos de una sociedad colonial (1535 -1565). La Paz: CIPCA.

Vega, Juan José (1969), La guerra de los Viracochas. Lima: Ed. Universidad Nacional de Educación. Villalobos, Sergio (1962), “Almagro y los Incas”. Revista Chilena de Historia y Geografía, 130, Santiago.

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