Cuando llegaron Francisco Pizarro y sus tres
hermanos al Perú, ya Cortés había controlado
al imperio azteca. El dominio que llevó adelante
Cortés fue veloz: en 1518 los navíos estaban
frente a la isla Cozumel donde se encontraban
pueblos mayas y ya el 10 de febrero de 1519
partían hacia México. El 8 de noviembre de ese
año, los hombres de Cortés entraron en Tenochtitlán,
la capital azteca, siendo recibidos por
el emperador Moctezuma en persona. Fueron
alojados en un gran edificio pero, al enterarse de
una conjura para expulsarlos de la ciudad, tomaron
a Moctezuma como rehén y se valieron de
él para mantenerse en la corte azteca, tal como
hará luego Pizarro con Atahuallpa. Pedro de
Alvarado, convencido de que los aztecas planeaban
una nueva conjura, ordenó pasar a cuchillo
a varios nobles aztecas durante la celebración de
un ritual. Como respuesta, miles de indígenas en
actitud amenazante hostilizaron a los españoles.
Entonces, Cortés envió a Moctezuma para calmar
a su pueblo pero lejos de lograrlo, el emperador
murió en el intento. En tanto Cortés y sus hombres
tuvieron que huir de la ciudad situación en la
que murieron muchos de ellos; aquella sangrienta
retirada fue recordada por el cronista Bernal
Díaz y pasó a la historia como “la noche triste”.
En 1520, después de 93 días de asedio y luchas,
calle por calle y cuerpo a cuerpo, Tenochtitlan,
totalmente devastada, cayó definitivamente. Así,
en dos años de cruentos enfrentamientos y juegos
de alianzas con los enemigos de los mexicas,
Cortés consiguió dominar al mundo azteca.
Un año antes, en 1519, se creó el Consejo de
Indias que sería el ente encargado de administrar
el Nuevo Mundo en lo ejecutivo, legislativo y
judicial y ese mismo año, una epidemia de viruela
hizo estragos en la isla de Cuba. En el Perú, por
entonces reinaba el Inca Huayna Capac que,
en un viaje a la región del Ecuador, contrajo la
viruela, un virus europeo que se había adelantado
a los conquistadores. Más de una década
después Francisco Pizarro y su gente llegaron
a Cajamarca.
El encuentro de Atahuallpa con Pizarro ha
sido registrado con todo detalle. El 16 de noviembre
de 1532, Francisco Pizarro al mando
de 168 hombres ingresó al valle de Cajamarca
recibiendo a lo largo del camino pruebas del
espíritu pacífico del Inca: obsequios exquisitos
y suministros para su tropa. Pero, al anochecer,
Atahuallpa no había salido aún de su palacio.
Pizarro, alarmado, le mandó decir que se encontrasen
antes de que cayera la noche pues
temía un ataque en la oscuridad. Salió el Inca
lentamente en una litera cubierta de plumas
de papagayo y decorada con chapas de oro y
plata; detrás de él caminaba una comitiva de
principales y, según los cronistas, con él estaban
unos 5.000 indios. Este caminar apenas
perceptible ha sido estudiado llegándose a la
conclusión de que era otro signo de paz, pues
cuando partían a la guerra, lo hacían a toda
carrera (Martínez, 1986). Cuando llegó Atahuallpa,
fray Vicente Valverde avanzó solo al
centro de la plaza, leyó el requerimiento y le
entregó la Biblia. Los hombres de Pizarro se
encontraban escondidos en las construcciones
aledañas; cuentan los cronistas que se orinaban
de terror pues, aunque las armas de hondas y
mazos parecían inferiores, Atahuallpa contaba
con miles de hombres.
La actitud del Inca frente al fraile fue altiva:
le reclamó enérgicamente por los saqueos.
Valverde regresó casi gritando ante Pizarro
que salió a la plaza y, tomando del brazo a Atahuallpa,
lo hizo prisionero, como había hecho
Cortés con Moctezuma. Al grito de “¡Santiago!”
tocaron las trompetas y españoles de a pie y a
caballo salieron de sus escondites liquidando a
la guardia del Inca y a otros nobles. Entonces,
la mayoría de los que conformaban la comitiva
huyó ante la confusión aunque otros intentaron
defender al Inca. Al final del día, la plaza estaba
llena de cadáveres y al día siguiente, se recogió
el primer botín que fue avaluado en 40.000
pesos, dejando en claro el interés por las riquezas
del Imperio. A pesar de que este hecho se
recordaría como el hito que cambió la historia
andina, Edmundo Guillén (1978) sostiene que
en Cajamarca solamente tuvo fin la rebelión de
Atahuallpa contra su hermano Huáscar; según
este autor, el fin del Tawantinsuyu ocurrió décadas
más tarde, en 1572, después de largas y
sangrientas luchas.
Mientras el Inca estaba prisionero, seguían
las luchas entre los bandos de Huáscar y Atahuallpa
quien, para recuperar su libertad, prometió
llenar de oro y plata la habitación donde estaba
prisionero. Mientras el Inca estaba en Cajamarca,
en enero de 1533, salió una expedición de allí
hacia Pachacamac, santuario cercano a la actual
ciudad de Lima, de donde Pizarro recogió el
tributo que la gente de los valles aledaños había
llevado a los europeos. La comisión retornó de
Pachacamac con un fabuloso botín al que se unió
el recogido en el Cusco. Las piezas fueron fundidas
para ser repartidas mientras que Hernando
Pizarro fue comisionado para escoltar el quinto
(impuesto del 20%) del rey. Este botín fue usado
por Carlos V en su campaña contra los turcos.
Entre tanto, el intérprete Felipillo difundía
rumores de rebelión contra los españoles sosteniendo
que se reunía un ejército de 200.000
indios, este rumor parecía cierto pues, aún encarcelado,
Atahuallpa seguía siendo temido por sus
tres generales Rumiñahui, Quisquis y Chalcochimac
que estaban preparados para reorganizar el
ejército. Desde su prisión, el Inca mandó matar a
su hermano Huáscar, mostrando así que la pugna
entre las panacas incas todavía continuaba en una
lucha intestina que dividía a la élite gobernante.
Al parecer, no tenían consciencia de que, con
ello, ayudaban al desmoronamiento del imperio.
En abril de 1533, cinco meses después que
Pizarro, Diego de Almagro llegó a Cajamarca
con 150 hombres de refuerzo que marcharon en
varias expediciones a Pachacamac y al Cusco, a
recoger el oro prometido. En junio del mismo
año se repartió el tesoro del rescate del Inca, y
al mes siguiente, el 28 de julio, Atahuallpa fue
ejecutado. El cronista Cieza cuenta que, antes
de morir, Atahuallpa dijo que volvería al Cusco
hecho culebra. La muerte del Inca constituye
un hito fundacional en la memoria de los Andes
que marca el inicio de una nueva historia que ha
tratado de ser explicada por los propios indígenas
mediante una serie de mitos que intentan
dar sentido al fin de una era.
Según el cronista mestizo Garcilaso de la
Vega ([1606]1985), los Andes se sacudieron con
violentos terremotos y sacacas o cometas de fuego
cruzaron el cielo, anunciando desastres según
expresó Atahuallpa cuando estaba en prisión. El
Inca lamentaba que los sacacas anunciaban “caída
de imperios y muerte de reyes” (Arze y Medinacelli,
1991). Estos mitos presagiando ruinas
son comunes en este periodo de la historia. En
México, los informantes del franciscano Bernardino
de Sahagún refirieron también sucesos
sobrenaturales: columnas de fuego, cometas en
pleno día y nacimiento de seres extraños. Entre
los mayas, en el Chilam Balam, figura una predicción sobre el trastorno del mundo. Esta parece
ser la perspectiva del lado indígena que intentaba
explicar lo inexplicable. Del lado europeo, se
crearon otros mitos: de las inagotables riquezas de
un imperio, del Gran Paitití y de la intervención
divina a su favor.
Un punto común en la literatura sobre esta
época es sostener que los indígenas creyeron
que los españoles eran dioses. Gruzinski y
Bernand (1996) dan al respecto un argumento
sencillo y contundente: no los tomaron por
dioses porque simplemente en las culturas
prehispánicas no había dioses en el concepto
cristiano y occidental, omnipotentes y creadores
de hombres y la naturaleza, como se entiende
hoy; los consideraban simplemente como una
verdadera aberración.
Aporte de los trabajos sobre la conquista
Queremos resaltar el aporte de varios trabajos escritos acerca de la conquista del Collasuyu en su mayoría en la década de 1960:Altieri, Andrés (s.f.), “El camino del Collasuyu”. Revista Panorama del mundo. Buenos Aires.Arze Quiroga, Eduardo (1969), Historia de Bolivia. Fases del proceso Hispano–Americano: orígenes de la sociedad boliviana en el siglo XVI. La Paz: Editorial Los Amigos del Libro.Barnadas, Josep (1973), Charcas, Orígenes históricos de una sociedad colonial (1535 -1565). La Paz: CIPCA.Vega, Juan José (1969), La guerra de los Viracochas. Lima: Ed. Universidad Nacional de Educación. Villalobos, Sergio (1962), “Almagro y los Incas”. Revista Chilena de Historia y Geografía, 130, Santiago.
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